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martes, 10 de marzo de 2009

Homilía y Recursos para la Homilía: III Domingo de Cuaresma - Ciclo B (Juan 2, 13-25)

"COMERCIAR CON DIOS"
Publicado por Agustinos España

Homilia 1

¿Cómo es posible, nos podemos preguntar, que Jesús actuase de la manera como lo hizo? ¿No habló él del amor al prójimo, de tratarnos como hermanos? ¿Cómo, entonces, actuó tan violentamente? Son algunas de las preguntas que nos podemos hacer después de leer el relato de la expulsión de los mercaderes del Templo. Sin embargo, la pregunta debería ser otra... ¿qué es lo que hicieron los mercaderes para que Jesús se comportase como lo hizo? Porque este es el problema... Es el problema de aquellas personas y, quien sabe, también nuestro.

El problema estaba, en primer lugar, en aquellas personas -cambista de dinero y vendedores de animales- que aprovechaban el culto a Dios para enriquecerse a sí mismo. Tal vez Jesús, contra lo que reacciona, es contra ese comercio hecho a la sombra de Dios; contra ese comercio que favorecia un culto que invitaba más a los sacrificios, ofrendas... que a la conversión del corazón.

Cuentan que una vez estaba Dios jugando al escondito con el hombre y éste siempre le ganaba, así que se puso a pensar en dónde se podría esconder para que no le descubriese. Pero no encontraba un lugar que le convenciese del todo.

Pensando estaba cuando pasó por allí cerca el demonio. Entonces, Dios pensó: "¡Esta es la mía! ¡Seguro que él me dice dónde tengo que esconderme para que no me encuentre el hombre!" Así fue como se dirigió al demonio y éste, después de pensar durante unos segundos le dijo: "Escóndete en el corazón de cada persona. Seguro que es el último lugar donde se les ocurre ir a buscarte"

Es posible, quien sabe, que muchas personas de aquel tiempo buscasen a Dios en todos los sitios menos dentro de su corazón; es posible que muchos se preocupasen por el cumplimiento de ritos externos y no pusiesen el mismo esmero por convertir su corazón... Pero también es posible que hoy en día muchos de los que nos llamamos creyentes sigamos viviendo una fe que no se plantea la conversión profunda del corazón; una fe donde el "comercio" con Dios sigue presente.

Son muchos los detalles que nos hablan de este "comercio religioso": ofrecer algo a Dios a cambio de que me conceda lo que le pido y enfandarme con él si no accede; hacerle promesas si consiente a nuestras peticiones con la idea de que, tal vez, ofreciendole algo a cambio le será más difícil decirme que no; cumplir religiosamente con el fin de que luego Dios me premie con una buena vida...

Dice Dios por medio del profeta: "Misericordia quiero y no sacrificios". Dios, pro encima de todo quiere un corazón nuevo, un corazón humano, un corazón de carne y no de piedra. Y, cómo no, un corazón que se mueva no por intereses "religiosos", sino desde el amor desinteresado a Dios y a las personas.



Homilia 2

En este tercer domingo de cuaresma, la Palabra de Dios nos trae el relato de la expulsión de los mercaderes del templo, que es quizás uno de los más “duros” de los evangelios y nos invita también a nosotros hoy a purificarnos.

El Evangelio de san Juan, ubica la purificación del Templo - cuando Jesús echa a los vendedores-, en una fecha cercana a la Pascua, al comienzo de la vida pública del Señor.

Podemos imaginar, que como ocurre en la proximidad de una fiesta, había allí mucha gente. El pueblo se había acercado al Templo para cumplir con la Pascua, tal como lo hacía todos los años. Hubo muchos testigos, entonces, de esta escena que nos narra san Juan.

Nos encontramos ante una actitud muy dura de Jesús. El Señor actúa como dueño de casa, como “Hijo”. Por eso sus discípulos se acordarán del salmo que dice “El celo por la Casa me devorará”.

El interior de Jesús está realmente devorado por la indignación que le provoca el exceso en la Casa de su Padre y por eso echa a los vendedores y a los cambistas.

¿Qué pensarían ellos?

Seguramente se encontraron ante una fuerza irresistible que les hizo obedecer. No comprenderían tal vez el sentido total de lo que pasaba, Jesús los tomó de sorpresa, pero la autoridad del Dios-Hombre que actuaba en su Casa con el látigo en la mano, “simplemente” se les impuso.

Todos los que estaban allí, no tuvieron fuerza tampoco para oponerse y lo dejaron hacer. Todos, incluso los vendedores y cambistas, estaban acostumbrados a vender y comprar dentro del Templo, pero aquí viene un profeta que los echa y obedecen.
La acción de Jesús es fuerte, no dialoga, condena y de aquí sacamos una primera enseñanza porque a veces nosotros también tenemos dentro algo de cambistas o de vendedores de ovejas, bueyes y palomas.

San Ignacio enseña que “en las personas que van de pecado mortal en pecado mortal”, mientras que el mal espíritu les propone placeres aparentes para facilitarles la caída, el buen espíritu “usa contrario modo, punzándoles y remordiéndoles las conciencias...”
Dios a veces pega, y pega fuerte, para hacernos salir del pecado –que tiene mucho de comercio en un lugar santo-.
La dureza de Dios sobre nosotros es para hacernos reaccionar, así como Jesús con los vendedores del Templo. No es lícito profanar la Casa de Dios y nosotros mismos y nuestros semejantes somos casa de Dios. Y en esa Casa, Jesús, actúa como dueño de casa y a veces con el látigo en la mano.

Los dirigentes del Templo, no fueron capaces de captar el sentido del gesto de Jesús y cambiar o convertirse. Se creen los dueños del templo y de Dios; ven en Jesús un rival, y desde esa posición de fuerza, le preguntan a Jesús por la señal que mostraba para obrar así, y el Señor les respondió:«Destruyan este templo y en tres días lo volveré a levantar.»

El Señor les responde con un equívoco -en que caen-, porque ellos sabían que el templo había necesitado cuarenta y seis años para ser construido.
Parece que el Señor, a propósito no se quiere hacer entender, porque la lógica está de parte de los judíos que sabían los años que se habían tardado en construir el Templo y se encuentran con uno que los desafía a reconstruirlo en tres días.
Pero hay otros que les preguntan a Jesús –que son sus discípulos y todos nosotros que creemos en él-. Y este grupo recibe desde la “fe” la aclaración al aparente equívoco y nos hace comprender el mensaje evangélico. Dice san Juan: “ Pero él se refería al templo de su cuerpo”.

Los judíos pretendieron destruir el cuerpo de Jesús, dándole muerte. Su muerte fue el máximo servicio a la humanidad y la máxima manifestación de la gloria de Dios. El templo del cuerpo de Jesús, pasó por la muerte, fue destruido y fue levantado por el mismo poder de Jesús, que al tercer día resucitó de entre los muertos. Dice el evangelio que: “Por eso, cuando Jesús resucitó, sus discípulos recordaron que él había dicho esto, y creyeron en la Escritura y en la palabra que había pronunciado”.

San Juan, nos hace hoy mirar todo lo que narra desde la luz de la pascua. Cristo resucitado es el nuevo templo y altar y en él permanecerá siempre viva la presencia del Dios altísimo.
Cristo resucitado es nuestro templo vivo; nosotros mismos, como escribe san Pablo, somos templos vivos de Dios. Y nuestros hermanos, los que más sufren, son también templos vivos de Dios y en ellos vive Cristo con una presencia especial. Cristo vive también en la comunidad cristiana. Por eso más que en los templos de piedra o de cemento, nuestros ojos y nuestro corazón deben estar fijos en esos templos vivos de Dios en los que Cristo se hace presente.

En la Cuaresma, nos preparamos para celebrar la Muerte y la Resurrección del Señor y este Evangelio de la purificación del Templo, nos enseña dos cosas.

Por un lado nos enseña a comprender la Muerte de Cristo, desde su Resurrección, desde la radical esperanza que suscita en el pueblo cristiano la Resurrección del Señor.
Veneramos la muerte de Cristo, pero en unidad con su Resurrección.

La segunda enseñanza es la de la purificación del Templo que somos todos nosotros.
Vivimos la Cuaresma como purificación y es bueno también ver venir al Señor con un látigo a purificar su Cuerpo Místico, a purificar a su Pueblo Fiel de todas sus infidelidades, de su comercio, de su profanación.

Por una parte, tengamos una alegre y firme esperanza en el porvenir, pero por otra parte tengamos un santo temor a Dios, porque ese santo temor es fuente continua de conversión y así nuestra esperanza no será simplemente una ilusión y Cristo Resucitado podrá habitar en nosotros.



RECURSOS PARA LA HOMILÍA


Nexo entre las lecturas

“Nosotros predicamos a Cristo crucificado, que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios” (segunda lectura). En esta frase veo resumido el mensaje central de los textos litúrgicos de este domingo tercero de cuaresma. Fuerza y sabiduría de Dios que superan y perfeccionan la fuerza y sabiduría del Decálogo (primera lectura). Fuerza y sabiduría de Dios que instauran un nuevo templo y un nuevo culto, situado no ya en un lugar, cuanto en una persona (Él hablaba del templo de su cuerpo): la persona de Cristo crucificado, muerto y resucitado en quien la relación entre Dios y el hombre alcanza su plenitud y su paradigma.


Mensaje doctrinal

1. Jesucristo, sabiduría de Dios. La revelación de Dios es un largo y progresivo camino de sabiduría divina. Esa sabiduría se revela adaptándose a los eternos designios de Dios, pero también al desarrollo espiritual y humano de los hombres. Esto no es imperfección de Dios, sino condescendencia, aceptación de la historicidad del ser humano con todos los condicionamientos que ella comporta. Después de largos siglos en que la sabiduría divina se fue manifestando en enseñanzas, instituciones, profetas y sabios, la sabiduría de Dios se encarna en Jesús de Nazaret, pero con caracteres bastante diversos a lo esperado. Jesús dirá que no ha venido a abolir la ley sino a perfeccionarla, por eso no basta el decálogo con su amor a Dios y al hombre, es necesario añadir que se trata de amar a Dios en su misterio trinitario revelado por Jesucristo, y de amar al prójimo, incluso si es nuestro enemigo. Jesús, como nuevo templo, interioriza el culto cristiano, fundado no en sacrificios ni ritos externos, sino en la acción del Espíritu de súplica, alabanza y adoración. Tanto en uno como en otro caso, se trata de una sabiduría que mana del Espíritu de Dios, no obra del hombre ni de sus capacidades superiores.

2. La cruz, sabiduría de Cristo y del Cristiano. La sabiduría de Jesucristo brilla con una fuerza particular en la locura de la cruz. La cruz era el objeto más horrible a los ojos de un buen romano, y para un piadoso judío era signo de maldición divina. Para los contemporáneos de Jesús el escándalo debió de ser mayúsculo. ¡A quién se le ocurre hacer de la cruz el signo más elocuente de la sabiduría de Dios y del cristianismo! Ciertamente no a los hombres, pero se le ocurrió a Dios. Ante la figura de Cristo crucificado, la sabiduría humana o cae de rodillas en actitud de reconocimiento de una ciencia misteriosa y superior, o se rebela y sucumbe bajo el peso insoportable de algo que sobrepasa el humano razonamiento. Desde hace veinte siglos Jesús sigue proclamando desde el Gólgota que el madero de la cruz es el verdadero árbol de la ciencia del bien y del mal, de la ciencia de la vida. Los cristianos hemos de ser muy conscientes de que en la cruz está nuestra verdadera sabiduría, y que hemos de anunciar a todos el Evangelio de la cruz, el evangelio del sufrimiento.

3. La potencia de Cristo crucificado. Ningún crucificado antes de Cristo pudo hacer de la cruz su trono y su cetro. Solamente Cristo ha podido llevar a cabo esa transformación tan imposible: ha cambiado el signo de ignominia en signo de poder. Para los que creemos, en efecto, la cruz es potencia de Dios. El decálogo era signo del pacto entre el Dios soberano e Israel su vasallo; el templo, con su imponente grandiosidad de edificio, de rito y de sacrificio, era signo del poder y trascendencia de Dios. Con Jesús la omnipotencia de Dios se hace patente en la debilidad de la carne, en la maldición de un madero, en la humana ignominia de un crucificado. Los hombres, generación tras generación, somos reacios a entender un poco al menos este gran misterio. Quienes se dejan seducir por él y en él entran por la fe y la humildad, logran para sí la auténtica sabiduría y son capaces de despertar el interés por ella en los demás.


Sugerencias pastorales

1. Sólo se puede volar con dos alas. El hombre contemporáneo tiene un confianza sin límites en la inteligencia científica, por el hecho mismo de que ve las grandes conquistas a las que ha llegado: en el mundo astronómico, en la técnica biogenética, en la electrónica, y en cualquier forma del saber empírico. La inteligencia humana abarca otros aspectos, que necesitan un desarrollo, como la inteligencia filosófica, o la moral o la religiosa. Desgraciadamente la inteligencia en estos campos en vez de aumentar, ha ido disminuyendo en los últimos lustros. ¡Es un grande déficit en la vida y en la formación del hombre actual! Precisamente porque la inteligencia filosófica, moral o religiosa preparan o facilitan el camino hacia la fe, mientras que la científica no pocas veces lo obstaculiza o peor todavía lo liquida. Es verdad que la sola inteligencia no hace creyentes, se requiere de la fe. Pero sin el soporte de una verdadera inteligencia, la fe se convierte en fideísmo, al igual que la inteligencia sin el complemento de la fe se convierte en puro intelectualismo o en positivismo científico. ¿Cuál es tu mentalidad, la de tus familiares y vecinos? ¿Aceptas la fe como verdadera ciencia de Dios al servicio del bien del hombre? ¿Qué podemos hacer los fieles cristianos para volar, en las tareas de cada día, con las dos alas de la fe y de la razón? ¿No hay muchos cristianos que pretenden volar sólo con un ala? ¡Empresa imposible!

2. El decálogo de la oración. Jesucristo en el evangelio supera el culto ritual del templo, y lo sitúa en el interior del hombre. En 1973 el Papa Pablo VI propuso a los fieles que le escuchaban el decálogo de la oración, una manera práctica de vivir el culto interior y de expresarlo de modo adecuado a nuestro tiempo.

1) Aplicar de modo fiel, inteligente y diligente la reforma litúrgica.

2) Hacer una catequesis filosófica, bíblica, teológica, pastoral, sobre el culto divino.

3) No apagar el sentimiento religioso al revestirlo de nuevas y más auténticas expresiones espirituales.

4) La familia debe ser la gran escuela de piedad, de espiritualidad, de fidelidad religiosa.

5) Considerar el precepto festivo no sólo un deber primario, sino sobre todo un derecho, una necesidad, un honor, una fortuna.

6) Si está permitida una cierta autonomía en la práctica religiosa en grupos distintos, no debe faltar la comprensión del genio eclesial, es decir de ser pueblo, una sola alma socialmente unida, de ser Iglesia.

7) El desenvolvimiento de las celebraciones litúrgicas es siempre un acto de gran seriedad, que se debe preparar y realizar con gran esmero.

8) Los fieles colaboran al fiel cumplimiento del culto sagrado con su silencio, compostura, y sobre todo con su participación.

9) La plegaria tenga sus dos momentos propios de plenitud: el personal y el colectivo.

10) El canto, a través del cual se expresa la riqueza espiritual de los fieles cristianos.

Este decálogo sigue siendo actualísimo después de casi treinta años. El cumplimiento de este decálogo será renovador y enriquecerá la vida espiritual de cada cristiano, de los grupos, de las parroquias.

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