Publicado por Ecclesia
“Más que casa de fieles era espelunca de infames”. Así describe el templo de Jerusalén Diego de Oyanguren, en un poema recogido en la Suma Poética, de Pemán y Herrero. Al entrar en esa cueva de ladrones, “Jesús se irrita de verlos, que con los delitos manchen la divina inmunidad de tan sagrados lugares”.
Como meditando en las lecciones de aquella escena, el poeta continúa diciendo: “La Casa de Dios es sólo para servirle y rogarle, quien la dedica a otros fines, se hace reo de su sangre”. Uno descubre en ese pensamiento la condena de toda profanación de lo sagrado, dondequiera que se produzca.
La actitud frente al templo de Dios deja entrever la actitud ante el Dios del templo. Así lo subraya otra de las estrofas del poema: “A Dios se ha de respetar, y aquel que no respetase de Dios el Templo, tampoco respeta de Dios la imagen”.
Seguramente el poeta se refiere a Dios mismo. Bien sabía él que el respeto a la dignidad de lo sagrado es un signo de la veneración que nos merece el Señor. Pero también la merece el hombre, creado a imagen de Dios. El desprecio a Dios se traduce con frecuencia en ultraje a la dignidad de sus hijos.
MISERICORDIA Y SACRIFICIOS
Como se sabe, según los evangelios sinópticos Jesús arroja del templo a los mercaderes, cuando, al final de su misión, se acerca a Jerusalén para consumar su entrega. El evangelio de Juan que hoy se proclama (Jn 2, 13-25) coloca esta escena al comienzo de la vida pública de Jesús, precisamente para ilustrar su dignidad y su misión.
En boca de Jesús resuena un mensaje inolvidable: “No convirtáis en un mercado la casa de mi Padre”. Las palabras clarifican el gesto. Con este relato el evangelio trata de subrayar algunas lecciones importantes.
En primer lugar, Jesús es el profeta definitivo de Dios y el gran defensor de su causa y de su honor. Desde los albores de su misión. Jesús se refiere a Dios como a su Padre.
En segundo lugar, el relato critica los sacrificios ofrecidos en el templo de Jerusalén. Ya los profetas habían puesto en la boca de Dios la afirmación: “Misericordia quiero y no sacrificios”.
En un plano más moralizante, si se quiere, el relato y su recepción en la comunidad reafirman la dignidad de lo sagrado y condenan su utilización para fines bastardos, como el negocio y la ganancia.
EL NUEVO TEMPLO
Pero aún queda la lección más importante. Los judíos piden a Jesús un signo que le autorice a limpiar el templo. Y Él responde con una frase enigmática: “Destruid este templo y en tres días lo levantaré”. El mismo evangelio atestigua que su sentido sólo quedaría claro a la luz de la resurrección del Señor.
• “Destruid este templo y en tres días lo levantaré”. Entendida al pie de la letra, aquella frase de Jesús parecía una burla contra los intentos de reconstruir y embellecer el templo de Jerusalén. No es extraño que los jefes del pueblo trataran de convertirla en prueba de una blasfemia al acusarlo ante las autoridades religiosas.
• “Destruid este templo y en tres días lo levantaré”. Entendida a la luz de la fe, aquella frase de Jesús lo proclamaba como el nuevo templo de Dios. Jesús era y es el lugar de encuentro entre Dios y la humanidad. Jesús recoge el eco de las esperanzas y los lamentos que se dirige a Dios. Jesús refleja la misericordia de Dios hacia sus hijos.
- Señor Jesús, nosotros te reconocemos y confesamos como “sacerdote, víctima y altar”. En ti y por ti veneramos a Dios y tratamos de acoger con respeto y afecto a los hombres creados a imagen de Dios. Amén.
Como meditando en las lecciones de aquella escena, el poeta continúa diciendo: “La Casa de Dios es sólo para servirle y rogarle, quien la dedica a otros fines, se hace reo de su sangre”. Uno descubre en ese pensamiento la condena de toda profanación de lo sagrado, dondequiera que se produzca.
La actitud frente al templo de Dios deja entrever la actitud ante el Dios del templo. Así lo subraya otra de las estrofas del poema: “A Dios se ha de respetar, y aquel que no respetase de Dios el Templo, tampoco respeta de Dios la imagen”.
Seguramente el poeta se refiere a Dios mismo. Bien sabía él que el respeto a la dignidad de lo sagrado es un signo de la veneración que nos merece el Señor. Pero también la merece el hombre, creado a imagen de Dios. El desprecio a Dios se traduce con frecuencia en ultraje a la dignidad de sus hijos.
MISERICORDIA Y SACRIFICIOS
Como se sabe, según los evangelios sinópticos Jesús arroja del templo a los mercaderes, cuando, al final de su misión, se acerca a Jerusalén para consumar su entrega. El evangelio de Juan que hoy se proclama (Jn 2, 13-25) coloca esta escena al comienzo de la vida pública de Jesús, precisamente para ilustrar su dignidad y su misión.
En boca de Jesús resuena un mensaje inolvidable: “No convirtáis en un mercado la casa de mi Padre”. Las palabras clarifican el gesto. Con este relato el evangelio trata de subrayar algunas lecciones importantes.
En primer lugar, Jesús es el profeta definitivo de Dios y el gran defensor de su causa y de su honor. Desde los albores de su misión. Jesús se refiere a Dios como a su Padre.
En segundo lugar, el relato critica los sacrificios ofrecidos en el templo de Jerusalén. Ya los profetas habían puesto en la boca de Dios la afirmación: “Misericordia quiero y no sacrificios”.
En un plano más moralizante, si se quiere, el relato y su recepción en la comunidad reafirman la dignidad de lo sagrado y condenan su utilización para fines bastardos, como el negocio y la ganancia.
EL NUEVO TEMPLO
Pero aún queda la lección más importante. Los judíos piden a Jesús un signo que le autorice a limpiar el templo. Y Él responde con una frase enigmática: “Destruid este templo y en tres días lo levantaré”. El mismo evangelio atestigua que su sentido sólo quedaría claro a la luz de la resurrección del Señor.
• “Destruid este templo y en tres días lo levantaré”. Entendida al pie de la letra, aquella frase de Jesús parecía una burla contra los intentos de reconstruir y embellecer el templo de Jerusalén. No es extraño que los jefes del pueblo trataran de convertirla en prueba de una blasfemia al acusarlo ante las autoridades religiosas.
• “Destruid este templo y en tres días lo levantaré”. Entendida a la luz de la fe, aquella frase de Jesús lo proclamaba como el nuevo templo de Dios. Jesús era y es el lugar de encuentro entre Dios y la humanidad. Jesús recoge el eco de las esperanzas y los lamentos que se dirige a Dios. Jesús refleja la misericordia de Dios hacia sus hijos.
- Señor Jesús, nosotros te reconocemos y confesamos como “sacerdote, víctima y altar”. En ti y por ti veneramos a Dios y tratamos de acoger con respeto y afecto a los hombres creados a imagen de Dios. Amén.
José-Román Flecha Andrés
Universidad Pontificia de Salamanca
Universidad Pontificia de Salamanca
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