Por Angel Moreno
A partir de este domingo, el Evangelio que se lee en la Liturgia es el de San Juan. Con ello se significa la perspectiva pascual, desde la que la Iglesia lee los acontecimientos centrales de nuestra fe. “Se acerca la Pascua” (Jn 2, 13).
Las lecturas que se nos proponen nos invitan a la purificación de la fe.
Yo soy el Señor tu Dios (Ex 20, 1-2)
Sólo Dios es Dios. El símbolo de Israel, el templo de Salomón, reconstruido y embellecido por Herodes el Grande, era el orgullo del pueblo, la vida de la ciudad de Jerusalén, el símbolo religioso por excelencia, pero no era Dios.
Si además se profana el lugar sagrado, haciéndolo centro de negocios y especulación, como denuncia Jesús -“No convirtáis en un mercado la casa de mi Padre”-, la figura y el significado del templo material se relativizan.
Hoy la Palabra nos lleva a examinar nuestro culto, devociones, tradiciones religiosas, santuarios... Todo puede ayudar para expresar la fe, mas debemos estar atentos, no sea que pretendamos justificarnos por nuestras ofrendas. Sólo Jesucristo es el que justifica. No tendrás otros dioses frente a mí.
Se acaba el tiempo de poner la confianza fuera de Dios. La ley de Israel y la filosofía de Grecia se enfrentaban con el discurso de Pablo, con su doctrina. Lo necio de Dios es más sabio que los hombres. Lo débil de Dios es más fuerte que los hombres. Nosotros predicamos a Cristo crucificado.
Llega el tiempo en que se instauran todas las cosas en Cristo. Destruid este templo, y yo en tres días lo levantaré. Él hablaba del templo de su cuerpo.
Jesús nos enseña cuál es el nuevo santuario, su propio cuerpo, y en él cada uno de nosotros hemos sido convertidos en el lugar de culto permanente. Los verdaderos adoradores adorarán a Dios en espíritu y en verdad.
La religiosidad popular está muy unida a la celebración de los misterios de la Pasión, muerte y resurrección de Cristo, y se demuestra que es una expresión en muchos casos sostenida por la fe. Los santos nos han recomendado no anteponer nada al amor a Cristo. “Por esta puerta habremos de entrar, por la Humanidad sacratísima”, dirá Santa Teresa de Jesús.
Señor, Tú tienes palabras de vida eterna (Jn 6, 68).
Las lecturas que se nos proponen nos invitan a la purificación de la fe.
Yo soy el Señor tu Dios (Ex 20, 1-2)
Sólo Dios es Dios. El símbolo de Israel, el templo de Salomón, reconstruido y embellecido por Herodes el Grande, era el orgullo del pueblo, la vida de la ciudad de Jerusalén, el símbolo religioso por excelencia, pero no era Dios.
Si además se profana el lugar sagrado, haciéndolo centro de negocios y especulación, como denuncia Jesús -“No convirtáis en un mercado la casa de mi Padre”-, la figura y el significado del templo material se relativizan.
Hoy la Palabra nos lleva a examinar nuestro culto, devociones, tradiciones religiosas, santuarios... Todo puede ayudar para expresar la fe, mas debemos estar atentos, no sea que pretendamos justificarnos por nuestras ofrendas. Sólo Jesucristo es el que justifica. No tendrás otros dioses frente a mí.
Se acaba el tiempo de poner la confianza fuera de Dios. La ley de Israel y la filosofía de Grecia se enfrentaban con el discurso de Pablo, con su doctrina. Lo necio de Dios es más sabio que los hombres. Lo débil de Dios es más fuerte que los hombres. Nosotros predicamos a Cristo crucificado.
Llega el tiempo en que se instauran todas las cosas en Cristo. Destruid este templo, y yo en tres días lo levantaré. Él hablaba del templo de su cuerpo.
Jesús nos enseña cuál es el nuevo santuario, su propio cuerpo, y en él cada uno de nosotros hemos sido convertidos en el lugar de culto permanente. Los verdaderos adoradores adorarán a Dios en espíritu y en verdad.
La religiosidad popular está muy unida a la celebración de los misterios de la Pasión, muerte y resurrección de Cristo, y se demuestra que es una expresión en muchos casos sostenida por la fe. Los santos nos han recomendado no anteponer nada al amor a Cristo. “Por esta puerta habremos de entrar, por la Humanidad sacratísima”, dirá Santa Teresa de Jesús.
Señor, Tú tienes palabras de vida eterna (Jn 6, 68).
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