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martes, 7 de abril de 2009

MIERCOLES SANTO: EL AMOR NO ES AMADO

Por B. Caballero
Publicado por Misioneros Redentoristas

1. La sombra del traidor. La primera lectura forma parte del tercer canto del siervo. En ella expresa éste su confianza en el Señor en medio de enormes sufrimientos, fruto de su fidelidad y de su empeño por la justicia, como le sucedió, por ejemplo, al profeta Jeremías. Se describe por adelantado la pasión del Mesías Jesús: “Ofrecí mi espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que mesaban mi barba. No oculté el rostro a insultos y salivazos”. Son las penalidades del justo perseguido, como recuerda el salmo responsorial en un clima de súplica y confianza en Dios: “Soy un extraño para mis hermanos... En mi comida me echaron hiel, para mi sed me dieron vinagre... Pero el Señor escucha a sus pobres” (Sal 68).

En la escena evangélica de hoy, y a medida que nos aproximamos a la pasión de Jesús, va cobrando relieve la siniestra figura del hombre que será útil a los planes homicidas de los judíos. Es Judas Iscariote. Todo sucede en un clima de amistad traicionada y en el contexto de la cena pascual de Jesús con sus discípulos, es decir, en la primera eucaristía de la historia.

Las autoridades judías, después de decidir la muerte de Jesús, dieron orden de que el que conociera su paradero les informara. Pues bien, Judas se presta a ello y junto con los sumos sacerdotes tasa la vida de Jesús en 30 monedas de plata. El precio de un esclavo (Éx 21,32). Su incontrolada avaricia aboca a Judas a un final deplorable. Durante la cena Jesús desenmascara las secretas intenciones del traidor, porque él, como señor de la vida y de la muerte, es quien dispone de su propia “hora”. Pero todavía ensaya una última oferta de amistad para la conversión de Judas. Consternados los discípulos por el anuncio del maestro: “Uno de ustedes me va a entregar”, preguntan uno tras otro: “¿Soy yo acaso, Señor?” También Judas hizo la misma pregunta; y la respuesta de Jesús fue afirmativa, intentando hasta el último minuto recuperar al discípulo extraviado. Pero él no dio marcha atrás.

A continuación el pan y el vino, signo ya del amor creador de Dios y de la vida que de él mana a través de Cristo, pasan de mano en mano, significando el propósito de Jesús de compartir con los suyos, y éstos entre sí, la vida que él vive con Dios Padre. Pues eso significa comulgar eucarísticamente: integración del hombre pecador en la vida de Dios mediante el cuerpo y la sangre inmolados de Cristo; pero no en solitario, sino en comunión con los hermanos. De esta “comunión” fue de la que se autoexcluyó Judas por su cuenta, participara físicamente o no de la eucaristía.

2. “El Amor no es amado”. El hecho de la traición de Judas es siempre impresionante, como lo debió ser especialmente para sus compañeros, los apóstoles, por realizarse precisamente en el círculo más íntimo y próximo al Señor. Ejemplo escalofriante que nos revela la profundidad del corazón humano, capaz de lo más noble: el amor y la amistad; y también de lo más vil: el odio y la traición. Todo ello fruto de la libertad del hombre, que Dios respeta escrupulosamente.

Si Dios acepta al hombre y a la mujer tal como son y confía en ellos, incluso en un traidor como hizo Cristo, debemos aprender nosotros la lección: aceptar como hermano a todo hombre y mujer, por viles que nos parezcan. La regeneración siempre es posible, porque la gracia de Dios es más fuerte que la miseria humana.

No somos nosotros quién para juzgar al traidor Judas, si bien Jesús hizo una observación terrible sobre él después de haberle ofrecido la última oportunidad: Más le valdría a tal hombre no haber nacido. Su caso debe hacernos reflexionar, porque en el fondo de nuestro corazón anida un posible santo o un posible traidor, La historia se repite aquí también. Hay incondicionales de Cristo y hay también falsos amigos, sin contar, obviamente, los enemigos declarados.

Este miércoles santo nos invita a la revisión de vida personal i comunitaria sobre nuestra respuesta a un amor inmenso que nos ha precedido, el de Dios, visible en Cristo. Un careo personal con el crucifijo nos será hoy más que provechoso. Los santos vivieron tan intensamente la hondura de este amor, que se abismaban en él. Un san Alfonso de Ligorio, por ejemplo, no sale de su asombro en las reflexiones de su libro La práctica del amor a Jesucristo. Y un san Francisco de Asís recorría montes y soledades repitiendo como fuera de sí: “El Amor no es amado; el Amor no es amado”.


Exhortación final:

Jesús


Te glorificamos, Padre, porque en su pasión Cristo
inauguró un mundo nuevo, cuyo signo es su sangre vertida;
éste es el vino nuevo del banquete del reino de Dios.

Jesús no hizo alarde de su categoría divina
ni exigió su derecho a ser tratado como lo que era,
sino que adoptó la condición de servidor de todos,
hasta someterse a la muerte, y una muerte de cruz.

Por todo ello, Padre, glorificaste a tu Hijo
resucitándolo del sepulcro y dándole el nombre más sublime;
de suerte que toda rodilla se doble ante él,
y toda lengua proclame en todas partes:
¡Jesucristo es Señor!, para g1oria de Dios Padre.

(Tomado de B. Caballero: La Palabra cada día, San Pablo, España, 1995, p. 16)

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