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domingo, 28 de junio de 2009

Domingo XIII del Tiempo Ordinario: Derretirse

Publicado por Entra y Veras

La cercanía y la ternura no se entienden con discursos. El lenguaje de los gestos es mucho más inteligible. El hielo se entrega por un fin. Nosotros no podemos permitir que nuestro corazón se congele. Tenemos que derretirnos, a fuerza de darnos a los demás.

La forma que tiene el hielo de ser generoso es derritiéndose en favor de los demás. No han sido pocos los que se han empeñado durante años en pintar a los seguidores de Jesús como seres de hielo, que se relacionaban con su entorno con palabras congeladas y gestos bajo cero, a la vez que ponían bajo sospecha las caricias, los abrazos… y todo aquello relacionado con el lenguaje de la piel. El problema es que esto nos ha alejado bastante, y ha creado un estereotipo de cristiano como una persona fría y no muy abierta a las relaciones humanas.

En el evangelio de hoy puede verse cómo Jesús entendió perfectamente que el lenguaje de la piel es mucho más penetrante e inequívoco que el de las palabras por muy buenas o elocuentes que sean. Los sacerdotes de la época controlaban la pureza de los cuerpos pero no eran capaces de curar. Si el tocar les hacía a ellos impuros, las manos de Jesús extienden pureza y santidad. Desde entonces la impureza no tiene poder de contagio, sólo la fuerza misericordiosa de Dios abraza a la humanidad entera. Jesús por medio de sus manos aplicaba una doble medicina: la del amor y la de la ternura, la de la cercanía y la compasión. Jesús no se dedicó a poner a nadie en cuarentena sino que aplicó la penicilina del amor y la cercanía que elimina el dolor y la infección de los excluidos.

Sin perder de vista todo lo que venimos diciendo, hay que decir que la intención de relato es señalar la necesidad de aferrarse a Jesús contra toda esperanza, y esperar en Él la ayuda de Dios. El tu fe te ha curado, que le dice a la hemorroísa o basta que tengas fe que le dice a Jairo, no es una confianza en Dios genérica y sin mediaciones, sino un dirigirse aquí y ahora bien concreto a la persona, que garantiza el auxilio de Dios que actúa en Jesús para nuestra salvación. Podemos palpar la misericordia infinita de Dios para todos aquellos que sufren. Por eso la pregunta de Quién me ha tocado pretende identificar al sujeto y da pie a que se establezca una comunicación profunda entre Jesús y la mujer más allá de las legalidades.

En cuanto a nosotros, en nuestro mundo, en nuestra vida, en nuestro día a día, algo tan sencillo como sonreír a quien está triste, pero no con sonrisas fáciles o vacías, sino que establezcan un vínculo; apretar una mano; acariciar un rostro, prometiendo estar ahí. Ver, y aún más, mirar al otro… oír, y entonces escucharle. Abrazar a quien se siente tan abandonado, tan abatido… Estar ahí para los otros, y hacérselo saber. Cierto es que se puede correr el riesgo de perder la libertad, y que se genere sufrimiento. Es fácil decir que en la vida hay que andar “con tacto”… es una expresión bonita. A veces se nos va la vida en palabras, palabras y mil palabras, oraciones y jaculatorias, pero hace falta hablar también con los gestos. Porque hay veces que una caricia da más confianza que mil versos, que un abrazo es la mejor respuesta a quien llora, o la mejor felicitación a quien ríe… 

Empezamos a tender puentes desde unas manos abiertas, unos ojos y oídos atentos al otro.
 Con la manera en que nos acercamos, acogemos, cuidamos, expresamos. Con la delicadeza con que nos relacionamos... No somos de hielo, debemos derretirnos, ser compañeros de camino; hacer de la proximidad que se palpa y caldea los corazones, la clave de una existencia compartida; entender el seguimiento de Jesús como ejercicio de compañía y de compasión.


Roberto Sayalero Sanz, agustino recoleto.
Chiclana de la Frontera (Cádiz, España)

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