Por CAMINO MISIONERO
Décima Semana del Tiempo ordinario
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 4, 25--5,12
Décima Semana del Tiempo ordinario
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 4, 25--5,12
Seguían a Jesús grandes multitudes que llegaban de Galilea, de la Decápolis, de Jerusalén, de Judea y de la Transjordania.
Al ver la multitud, Jesús subió a la montaña, se sentó, y sus discípulos se acercaron a Él. Entonces tomó la palabra y comenzó a enseñarles, diciendo:
«Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.
Felices los afligidos, porque serán consolados.
Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia.
Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados.
Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia.
Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios.
Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios.
Felices los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.
Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí.
Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo; de la misma manera persiguieron a los profetas que los precedieron».
1. Introducción al Itinerario del Evangelio según Mateo
A partir de hoy comenzamos a leer, casi de seguido, el Evangelio de Mateo. ¡Qué nuevo tesoro el que la Iglesia pone en nuestras manos! Exceptuando los domingos y algunas solemnidades y fiestas, todos los días de semana que vendrán hasta el último día del mes de agosto, nuestro seguimiento de Jesús se realizará según el itinerario propio de este Evangelio.
1.1. Una clave de lectura del Evangelio de Mateo
Una buena clave para la lectura provechosa del evangelio de Mateo la encontramos en la conclusión del libro, en Mateo 28,19-20. La fuerza de la proclamación de la Palabra y los Hechos de Jesús, en el hoy de la Iglesia misionera, llega hasta nosotros con todo su vigor. Como bien decía San Agustín: “Corran por todas partes llamas santas, llamas bellas, y dense a conocer a las gentes” (Confesiones 13.19).
La “Lectio Divina” de Mateo debe “evangelizarnos” completamente, iniciándonos en el misterio del Reino de los Cielos, en la novedad absoluta de Jesús de Nazareth que nos lleva a discernir y a optar cotidianamente por lo “nuevo”, al estilo de aquel “escriba que habiéndose hecho discípulo del Reino de los Cielos” se parece “al dueño de una casa que saca de sus arcas lo nuevo y lo viejo” (Mateo 13,42).
Quien se hace auténtico discípulo, será enviado luego para formar nuevos discípulos para Jesús. Esta dinámica “hacia dentro” (trabajarse a sí mismo…) y “hacia fuera” (…para poder trabajar a los demás), es típica del evangelio de Mateo.
El evangelio de Mateo está preocupado por el discipulado. Ahora, según el texto citado un discípulo:
(1) Vive un cambio radical en su vida, saliendo de en medio del “pueblo que yace en tinieblas” (ver Mateo 4,15; así aparecen los gentiles), camina ahora iluminado por la luz del Reino de los cielos (ver Mateo 4,17): “Id… a todas las gentes” (28,19a).
(2) Es sumergido (=Bautismo) e iniciado en el estilo de vida de la familia trinitaria: “…Bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo…” (28,19b). Este estilo de vida es descrito por Jesús a lo largo de sus enseñanzas.
(3) Es educado para la puesta en práctica de todas las enseñanzas de Jesús. Lo importante no es tanto el “saber” sino el “hacer”: “...Enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado” (28,20a).
En este acontecer del Reino, gracias a la evangelización, la vida comunitaria y la praxis cristiana en el mundo, el discípulo camina todos los días con la certeza que el “Dios-con-nosotros” (Mateo 1,23), el Dios de la historia que ha hecho Alianza Nueva y Definitiva con nosotros en la persona en la plenitud de los tiempos, nos asegura la fidelidad de su presencia en su Hijo resucitado: “Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (28,20b).
De esta manera, la Palabra de Dios resuena y despliega su poder todos los días con una gran actualidad, por boca del mismo Señor Resucitado.
1.2. Los discursos de Jesús: el aprendizaje de la vida según el Reino
Una vez que se ha leído en otro tiempo del año la introducción al evangelio de Mateo, esto es, los relatos de infancia de Jesús (Mateo 1-2) y los relatos inaugurales de Bautismo, Tentaciones, anuncio del Kerigma (predicación misionera) y llamado de los primeros discípulos (Mateo 3-4), la liturgia nos invita para que arranquemos con el primer gran discurso de Jesús: el Sermón de la Montaña (Mateo 5-7).
Puesto que el “discípulo” es el que aprende a poner en práctica los mandatos de Jesús (ver Mt 28,20ª), lo primero que tiene que hacer una persona llamada por el Maestro es tomar contacto con las grandes enseñanzas de Jesús. Esa parece ser la razón por la cual el evangelista Mateo agrupa todas las enseñanzas fundamentales de Jesús –que en los otros evangelios aparecen dispersos en otros lugares- en cinco grandes discursos:
(1) Discurso sobre la identidad del discípulo, mejor conocido como “Sermón de la Montaña” (Mateo 5-7).
(2) Discurso sobre el ejercicio de la Misión (Mateo 10).
(3) Discurso sobre el discernimiento cristiano, también conocido como “de las Parábolas” (Mateo 13,1-53).
(4) Discurso sobre la vida en comunidad, llamado igualmente “Discurso eclesiástico” (Mateo 18).
(5) Discurso sobre el fin de los tiempos o “Discurso escatológico” (Mateo 24-25).
Todos estos discursos corresponden a un programa que bien podría llamarse “el aprendizaje vital de la Palabra de Jesús”. Se caracterizan porque además da dar los grandes principios de vida, enseñan a ponerlos en práctica. De hecho, el problema no es solamente saber lo que Jesús quiere que “haga” sino el “cómo hacerlo”.
1.3. El Sermón de la Montaña
El Sermón de la montaña responde a la pregunta: ¿Cuál es el “hacer” distintivo de un discípulo del Reino? Esta pregunta podría especificarse todavía más así: ¿Qué sucede en el corazón de aquel que se hace discípulo de Jesús? ¿En qué consiste la novedad de vida? ¿Cuáles son los puntos distintivos? Jesús responde con una enseñanza bien organizada y concreta, que diseña el “mapa” de la vida cristiana desde sus ángulos fundamentales. El eje de todo está en la frase: “Buscad primero el Reino y su Justicia” (6,33).
Los invitamos a leer desde ya todo el Sermón completo (Mateo 5-7), para sentir la fuerza de las enseñanzas y también la lógica que las une. Este es uno de esos discursos que sabe hablar al corazón de forma contundente, pero también encantadora. El perfil del discípulo está ahí y dan ganas de encarnarlo. En buena parte suena como norma, si bien lo más importante es que se trata del mismo latir del corazón de Jesús que se impregna en el del discípulo.
Como iremos notando con calma en los próximos días, el corazón nuevo del discípulo se distingue por su manera de entablar las relaciones. Se trata del aprendizaje de la relacionalidad típica del “Reino”, o sea, (1) con los hermanos (Mateo 5,17-48), (2) con Dios Padre (Mateo 6,1-18); en las cuales media (3) el justo uso de los bienes de la tierra (Mateo 6,19-34). Algunos avisos complementarios se agregan a esta enseñanza (Mateo 7,1-11). La plenitud de la Ley de Dios está en esta propuesta de Jesús (Mateo 5,17 y 7,12).
La enseñanza central sobre “la relacionalidad según el Reino” (Mateo 5,17-7,12), está enmarcada por la bella introducción de las “Bienaventuranzas” y “la misión del Bienaventurado” (Mateo 5,1-16) y la extensa conclusión sobre los elementos evaluativos para reconocer si una persona está o no en la esfera del Reino (Mateo 7,13-27).
Después de esta introducción, comencemos –ahora sí- la lectura del primer pasaje de Mateo: las bienaventuranzas (Mateo 5,1-12).
2. Entremos con pie derecho en el Sermón de la Montaña: las “bienaventuranzas”
2.1. El contexto
Recreemos brevemente el escenario: En sus viajes misioneros, Jesús se ha encontrado con la dura realidad de su pueblo, a todas las personas y en las diversas formas de su sufrimiento Él les ha hecho experimentar la Buena Nueva del Reino (ve Mateo 4,23-24). La multitud sanada no vuelve a casa inmediatamente sino que se deja educar por Jesús en la vida nueva que para ellos ha comenzado.
Esto es importante porque, como precisa el evangelista, los que se han visto sanados por Jesús ahora comienzan un camino de discipulado: “Y le siguió una gran muchedumbre” (4,25; el término “seguir” no es casual). Notemos la relación entre la escena de “sanación” y el itinerario de formación que Jesús ahora les ofrece: la vida nueva no solamente se recibe como una gracia (indicada en la curación) sino que hay que “aprenderla”; hay que “darle cuerpo” a la vida nueva, hay que darle estructura a la conversión; para ello es la instrucción de Jesús.
Frente a esta muchedumbre (“Viendo la muchedumbre…”, 5,1a), Jesús da dos pasos iniciales:
(1) “Subió la montaña” (5,1b), lo cual parece evocar la subida de Moisés al Sinaí para recibir y proclamar la Ley de Dios (ver Éxodo 19,3; aunque aclaramos: las bienaventuranzas no son leyes sino valores). El evangelio terminará también con Jesús dando su última instrucción desde lo alto de un monte en Galilea (ver 28,16).
Pero en el evangelio de Mateo el “subir a la montaña” también está relacionado con la oración: Jesús subía muchas veces a la montaña para encontrarse con su Padre (ver Mateo 14,23; 17,1), por eso, “subir a la montaña es el permanecer constante de Jesús en el corazón del Padre, de donde saca el maravilloso don de las bienaventuranzas” (Clemencia Rojas).
(2) “Se sentó” (5,1c), actitud propia de un Maestro que da instrucciones u órdenes.
Ambos términos nos muestran la autoridad con la que Jesús va a hablar y nos invitan a atender y acoger la revelación como discípulos (“y sus discípulos se le acercaron”, 5,1d).
Los tres planos que configuran el escenario de la proclamación del primer gran sermón de Jesús (Jesús, los discípulos y la muchedumbre) nos recuerdan la ocasión en la que Moisés sube a la montaña junto con los ancianos (Éxodo 24,1), mientras que a los pies de la montaña permanece el pueblo.
Entonces se da inicio a la enseñanza. En el texto griego leemos literalmente: “Y habiendo abierto su boca, les enseñaba diciendo” (5,2). La expresión “abrir la boca”, que equivale a “tomar la palabra”, nos reenvía a la frase que Jesús le dijo al tentador en el desierto: “No sólo de pan vive el hombre sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (4,4). De la “palabra que sale de la boca” de Jesús, “vive” el discípulo. Esto vale, no sólo para este sermón, sino para todas las enseñanzas de Jesús. Este es el alimento que necesita la gente, los milagros solos no bastan, hay que explorar la belleza y apropiarse de la riqueza de la vida del Reino (ver 4,24).
2.2. La felicidad del Reino
En la lectura de las bienaventuranzas hay que distinguir las partes que contiene cada una de ellas. Tomemos como modelo la primera: (1) la declaración “Bienaventurados…”, que será repetida siempre al comienzo; (2) la situación o la actitud que sirve de base para la experiencia: “…los pobres de espíritu” (en este caso se trata de una actitud); y (3) la causa de la bienaventuranza: “…porque de ellos es el Reino de los Cielos”.
(1) La declaración “Bienaventurados”
Nueve veces se repite la palabra “Bienaventurados”, pero las bienaventuranzas en realidad son ocho, ya que la novena es una ampliación de lo dicho en la octava.
La expresión describe el nuevo estado en el que se encuentra todo aquel que ha entrado en el ámbito del Reino de Dios: el estado de plenitud interna que comúnmente llamamos “felicidad”.
La bienaventuranza es la atmósfera de la vida del Reino, un Reino que ya está siendo experimentado: atención con la expresión “de ellos es el Reino” (5,3 y 10). Por eso, la repetición nueve veces del mismo término pareciera querer ayudar a una toma de conciencia: “Porque Usted sigue a Jesús, ya tiene todos los motivos para ser feliz; ¡Mire lo que Dios está haciendo en su vida!”. ¡Qué estaría viviendo la multitud aquel día, cuando Jesús le puso el espejo al frente y los invitó a reconocer su nuevo estado de vida!
(2) Las actitudes o situaciones que paradójicamente abren las puertas para la felicidad del Reino
Las ocho bienaventuranzas van describiendo progresivamente el rostro de un discípulo de Jesús, y –si nos fijamos bien- notaremos que se trata del mismo rostro de Jesús.
a) La pobreza en Espíritu (5,3): indica la apertura total a Dios y a los hermanos. El “rico” en espíritu es el autosuficiente y orgulloso (ver Apocalipsis 3,17). El Reino se recibe cuando se reconoce la radical necesidad de Él (el evangelio da numerosos ejemplos de ello).
b) La mansedumbre (5,4): describe a la persona que ejerce el control de sí misma en sus emociones e impulsos (ver el Salmo 37), que no pretende dominar ni controlar a los otros; es la persona que sabe convivir.
c) Las lágrimas (5,5): se refiere al estado de una persona en proceso de duelo por su propia desgracia o la de los otros; generalmente se vive en las rupturas de relación (la muerte, un pecado, etc.). De alguna manera se refiere a la pobreza porque hay un vacío que pide ser llenado.
d) El hambre y la sed de la justicia (5,6): “hambre y sed” son dos necesidades vitales del ser humano que no admiten dilación para la solución. Esta búsqueda compulsiva de lo esencial para vivir se traslada al terreno de las relaciones: recomponer las relaciones deterioradas, es decir, la “justicia”.
e) La misericordia (5,7): en el evangelio de Mateo el término “misericordia” está casi siempre asociado al de “perdón”. Pero hay un punto de vista más amplio: donde quiera que alguien sufra allí hay que reconstruir –mediante una acogida efectiva- el tejido social deteriorado.
f) La pureza de corazón (5,8): no se refiere a una especie de inocencia (que pareciera congénita en algunas personas) sino estado de limpieza interior en que se encuentra todo aquel que ha sido purificado por el sacrificio redentor de Jesús. En un corazón puro las motivaciones son distintas a las de los demás: no hay codicia, no se guarda rencor, se valora objetivamente, sólo se desea el bien a los demás.
g) El trabajo por la paz (5,9): de nuevo nos encontramos en el ámbito relacional, particularmente en ambiente conflictivo; en lugar de insistir en lo que puede desunir, por el contrario se aporta siempre a lo que puede mantener y hacer crecer las buenas relaciones: las propias y las de los demás.
h) La persecución por causa de la justicia (5,10-12): la identificación con Jesús y el compromiso profético con su Reino (ver todo lo anterior) tiene su precio: lleva a compartir el destino doloroso del Maestro. La persecución viene de diversas formas, pero la más destacada es la difamación. Pero a pesar de toda la violencia que se le viene encima, el discípulo no responde con violencia; es verdad que es una víctima inocente, pero su actitud es otra, la de la resistencia de la alegría: no hay alegría mayor para un discípulo que el saber que se parece en todo a su Maestro Jesús.
(3) Es Dios Padre quien causa la felicidad
Es importante que notemos que dicha felicidad proviene, no del punto de partida (la pobreza, las lágrimas, la mansedumbre, etc.) sino del punto de llegada, es decir, de la obra de Dios Padre (“de ellos es el Reino”, “poseerán la tierra”, “serán consolados”, etc.). Dios es la causa de la alegría. En otras palabras: se es feliz porque Dios está obrando en uno, gracias a la Buena Nueva proclamada y realizada por Jesús.
Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón
1. ¿Sobre que hilo conductor se teje el evangelio según san Mateo? ¿Es importante que lo leamos hoy?
2. ¿Me considero una persona “feliz”? ¿De dónde proviene esta felicidad? ¿Qué caminos me propone Jesús?
3. En el núcleo de la proclamación del Reino está el conocimiento del rostro bendito de Dios Padre. ¿Qué experiencia de Dios Padre me invita a vivir Jesús?
“Corazón admirable, principio de mi vida, que sólo viva en ti y por ti” (San Juan Eudes, “Llamas de amor”).
Al ver la multitud, Jesús subió a la montaña, se sentó, y sus discípulos se acercaron a Él. Entonces tomó la palabra y comenzó a enseñarles, diciendo:
«Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.
Felices los afligidos, porque serán consolados.
Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia.
Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados.
Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia.
Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios.
Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios.
Felices los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.
Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí.
Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo; de la misma manera persiguieron a los profetas que los precedieron».
Compartiendo la Palabra
Por CELAM - CEBIPAL
El perfil de una vida profética: Las Bienaventuranzas
Mateo 5, 1-12
“Bienaventurados los pobres en Espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos”
Por CELAM - CEBIPAL
El perfil de una vida profética: Las Bienaventuranzas
Mateo 5, 1-12
“Bienaventurados los pobres en Espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos”
1. Introducción al Itinerario del Evangelio según Mateo
A partir de hoy comenzamos a leer, casi de seguido, el Evangelio de Mateo. ¡Qué nuevo tesoro el que la Iglesia pone en nuestras manos! Exceptuando los domingos y algunas solemnidades y fiestas, todos los días de semana que vendrán hasta el último día del mes de agosto, nuestro seguimiento de Jesús se realizará según el itinerario propio de este Evangelio.
1.1. Una clave de lectura del Evangelio de Mateo
Una buena clave para la lectura provechosa del evangelio de Mateo la encontramos en la conclusión del libro, en Mateo 28,19-20. La fuerza de la proclamación de la Palabra y los Hechos de Jesús, en el hoy de la Iglesia misionera, llega hasta nosotros con todo su vigor. Como bien decía San Agustín: “Corran por todas partes llamas santas, llamas bellas, y dense a conocer a las gentes” (Confesiones 13.19).
La “Lectio Divina” de Mateo debe “evangelizarnos” completamente, iniciándonos en el misterio del Reino de los Cielos, en la novedad absoluta de Jesús de Nazareth que nos lleva a discernir y a optar cotidianamente por lo “nuevo”, al estilo de aquel “escriba que habiéndose hecho discípulo del Reino de los Cielos” se parece “al dueño de una casa que saca de sus arcas lo nuevo y lo viejo” (Mateo 13,42).
Quien se hace auténtico discípulo, será enviado luego para formar nuevos discípulos para Jesús. Esta dinámica “hacia dentro” (trabajarse a sí mismo…) y “hacia fuera” (…para poder trabajar a los demás), es típica del evangelio de Mateo.
El evangelio de Mateo está preocupado por el discipulado. Ahora, según el texto citado un discípulo:
(1) Vive un cambio radical en su vida, saliendo de en medio del “pueblo que yace en tinieblas” (ver Mateo 4,15; así aparecen los gentiles), camina ahora iluminado por la luz del Reino de los cielos (ver Mateo 4,17): “Id… a todas las gentes” (28,19a).
(2) Es sumergido (=Bautismo) e iniciado en el estilo de vida de la familia trinitaria: “…Bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo…” (28,19b). Este estilo de vida es descrito por Jesús a lo largo de sus enseñanzas.
(3) Es educado para la puesta en práctica de todas las enseñanzas de Jesús. Lo importante no es tanto el “saber” sino el “hacer”: “...Enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado” (28,20a).
En este acontecer del Reino, gracias a la evangelización, la vida comunitaria y la praxis cristiana en el mundo, el discípulo camina todos los días con la certeza que el “Dios-con-nosotros” (Mateo 1,23), el Dios de la historia que ha hecho Alianza Nueva y Definitiva con nosotros en la persona en la plenitud de los tiempos, nos asegura la fidelidad de su presencia en su Hijo resucitado: “Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (28,20b).
De esta manera, la Palabra de Dios resuena y despliega su poder todos los días con una gran actualidad, por boca del mismo Señor Resucitado.
1.2. Los discursos de Jesús: el aprendizaje de la vida según el Reino
Una vez que se ha leído en otro tiempo del año la introducción al evangelio de Mateo, esto es, los relatos de infancia de Jesús (Mateo 1-2) y los relatos inaugurales de Bautismo, Tentaciones, anuncio del Kerigma (predicación misionera) y llamado de los primeros discípulos (Mateo 3-4), la liturgia nos invita para que arranquemos con el primer gran discurso de Jesús: el Sermón de la Montaña (Mateo 5-7).
Puesto que el “discípulo” es el que aprende a poner en práctica los mandatos de Jesús (ver Mt 28,20ª), lo primero que tiene que hacer una persona llamada por el Maestro es tomar contacto con las grandes enseñanzas de Jesús. Esa parece ser la razón por la cual el evangelista Mateo agrupa todas las enseñanzas fundamentales de Jesús –que en los otros evangelios aparecen dispersos en otros lugares- en cinco grandes discursos:
(1) Discurso sobre la identidad del discípulo, mejor conocido como “Sermón de la Montaña” (Mateo 5-7).
(2) Discurso sobre el ejercicio de la Misión (Mateo 10).
(3) Discurso sobre el discernimiento cristiano, también conocido como “de las Parábolas” (Mateo 13,1-53).
(4) Discurso sobre la vida en comunidad, llamado igualmente “Discurso eclesiástico” (Mateo 18).
(5) Discurso sobre el fin de los tiempos o “Discurso escatológico” (Mateo 24-25).
Todos estos discursos corresponden a un programa que bien podría llamarse “el aprendizaje vital de la Palabra de Jesús”. Se caracterizan porque además da dar los grandes principios de vida, enseñan a ponerlos en práctica. De hecho, el problema no es solamente saber lo que Jesús quiere que “haga” sino el “cómo hacerlo”.
1.3. El Sermón de la Montaña
El Sermón de la montaña responde a la pregunta: ¿Cuál es el “hacer” distintivo de un discípulo del Reino? Esta pregunta podría especificarse todavía más así: ¿Qué sucede en el corazón de aquel que se hace discípulo de Jesús? ¿En qué consiste la novedad de vida? ¿Cuáles son los puntos distintivos? Jesús responde con una enseñanza bien organizada y concreta, que diseña el “mapa” de la vida cristiana desde sus ángulos fundamentales. El eje de todo está en la frase: “Buscad primero el Reino y su Justicia” (6,33).
Los invitamos a leer desde ya todo el Sermón completo (Mateo 5-7), para sentir la fuerza de las enseñanzas y también la lógica que las une. Este es uno de esos discursos que sabe hablar al corazón de forma contundente, pero también encantadora. El perfil del discípulo está ahí y dan ganas de encarnarlo. En buena parte suena como norma, si bien lo más importante es que se trata del mismo latir del corazón de Jesús que se impregna en el del discípulo.
Como iremos notando con calma en los próximos días, el corazón nuevo del discípulo se distingue por su manera de entablar las relaciones. Se trata del aprendizaje de la relacionalidad típica del “Reino”, o sea, (1) con los hermanos (Mateo 5,17-48), (2) con Dios Padre (Mateo 6,1-18); en las cuales media (3) el justo uso de los bienes de la tierra (Mateo 6,19-34). Algunos avisos complementarios se agregan a esta enseñanza (Mateo 7,1-11). La plenitud de la Ley de Dios está en esta propuesta de Jesús (Mateo 5,17 y 7,12).
La enseñanza central sobre “la relacionalidad según el Reino” (Mateo 5,17-7,12), está enmarcada por la bella introducción de las “Bienaventuranzas” y “la misión del Bienaventurado” (Mateo 5,1-16) y la extensa conclusión sobre los elementos evaluativos para reconocer si una persona está o no en la esfera del Reino (Mateo 7,13-27).
Después de esta introducción, comencemos –ahora sí- la lectura del primer pasaje de Mateo: las bienaventuranzas (Mateo 5,1-12).
2. Entremos con pie derecho en el Sermón de la Montaña: las “bienaventuranzas”
2.1. El contexto
Recreemos brevemente el escenario: En sus viajes misioneros, Jesús se ha encontrado con la dura realidad de su pueblo, a todas las personas y en las diversas formas de su sufrimiento Él les ha hecho experimentar la Buena Nueva del Reino (ve Mateo 4,23-24). La multitud sanada no vuelve a casa inmediatamente sino que se deja educar por Jesús en la vida nueva que para ellos ha comenzado.
Esto es importante porque, como precisa el evangelista, los que se han visto sanados por Jesús ahora comienzan un camino de discipulado: “Y le siguió una gran muchedumbre” (4,25; el término “seguir” no es casual). Notemos la relación entre la escena de “sanación” y el itinerario de formación que Jesús ahora les ofrece: la vida nueva no solamente se recibe como una gracia (indicada en la curación) sino que hay que “aprenderla”; hay que “darle cuerpo” a la vida nueva, hay que darle estructura a la conversión; para ello es la instrucción de Jesús.
Frente a esta muchedumbre (“Viendo la muchedumbre…”, 5,1a), Jesús da dos pasos iniciales:
(1) “Subió la montaña” (5,1b), lo cual parece evocar la subida de Moisés al Sinaí para recibir y proclamar la Ley de Dios (ver Éxodo 19,3; aunque aclaramos: las bienaventuranzas no son leyes sino valores). El evangelio terminará también con Jesús dando su última instrucción desde lo alto de un monte en Galilea (ver 28,16).
Pero en el evangelio de Mateo el “subir a la montaña” también está relacionado con la oración: Jesús subía muchas veces a la montaña para encontrarse con su Padre (ver Mateo 14,23; 17,1), por eso, “subir a la montaña es el permanecer constante de Jesús en el corazón del Padre, de donde saca el maravilloso don de las bienaventuranzas” (Clemencia Rojas).
(2) “Se sentó” (5,1c), actitud propia de un Maestro que da instrucciones u órdenes.
Ambos términos nos muestran la autoridad con la que Jesús va a hablar y nos invitan a atender y acoger la revelación como discípulos (“y sus discípulos se le acercaron”, 5,1d).
Los tres planos que configuran el escenario de la proclamación del primer gran sermón de Jesús (Jesús, los discípulos y la muchedumbre) nos recuerdan la ocasión en la que Moisés sube a la montaña junto con los ancianos (Éxodo 24,1), mientras que a los pies de la montaña permanece el pueblo.
Entonces se da inicio a la enseñanza. En el texto griego leemos literalmente: “Y habiendo abierto su boca, les enseñaba diciendo” (5,2). La expresión “abrir la boca”, que equivale a “tomar la palabra”, nos reenvía a la frase que Jesús le dijo al tentador en el desierto: “No sólo de pan vive el hombre sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (4,4). De la “palabra que sale de la boca” de Jesús, “vive” el discípulo. Esto vale, no sólo para este sermón, sino para todas las enseñanzas de Jesús. Este es el alimento que necesita la gente, los milagros solos no bastan, hay que explorar la belleza y apropiarse de la riqueza de la vida del Reino (ver 4,24).
2.2. La felicidad del Reino
En la lectura de las bienaventuranzas hay que distinguir las partes que contiene cada una de ellas. Tomemos como modelo la primera: (1) la declaración “Bienaventurados…”, que será repetida siempre al comienzo; (2) la situación o la actitud que sirve de base para la experiencia: “…los pobres de espíritu” (en este caso se trata de una actitud); y (3) la causa de la bienaventuranza: “…porque de ellos es el Reino de los Cielos”.
(1) La declaración “Bienaventurados”
Nueve veces se repite la palabra “Bienaventurados”, pero las bienaventuranzas en realidad son ocho, ya que la novena es una ampliación de lo dicho en la octava.
La expresión describe el nuevo estado en el que se encuentra todo aquel que ha entrado en el ámbito del Reino de Dios: el estado de plenitud interna que comúnmente llamamos “felicidad”.
La bienaventuranza es la atmósfera de la vida del Reino, un Reino que ya está siendo experimentado: atención con la expresión “de ellos es el Reino” (5,3 y 10). Por eso, la repetición nueve veces del mismo término pareciera querer ayudar a una toma de conciencia: “Porque Usted sigue a Jesús, ya tiene todos los motivos para ser feliz; ¡Mire lo que Dios está haciendo en su vida!”. ¡Qué estaría viviendo la multitud aquel día, cuando Jesús le puso el espejo al frente y los invitó a reconocer su nuevo estado de vida!
(2) Las actitudes o situaciones que paradójicamente abren las puertas para la felicidad del Reino
Las ocho bienaventuranzas van describiendo progresivamente el rostro de un discípulo de Jesús, y –si nos fijamos bien- notaremos que se trata del mismo rostro de Jesús.
a) La pobreza en Espíritu (5,3): indica la apertura total a Dios y a los hermanos. El “rico” en espíritu es el autosuficiente y orgulloso (ver Apocalipsis 3,17). El Reino se recibe cuando se reconoce la radical necesidad de Él (el evangelio da numerosos ejemplos de ello).
b) La mansedumbre (5,4): describe a la persona que ejerce el control de sí misma en sus emociones e impulsos (ver el Salmo 37), que no pretende dominar ni controlar a los otros; es la persona que sabe convivir.
c) Las lágrimas (5,5): se refiere al estado de una persona en proceso de duelo por su propia desgracia o la de los otros; generalmente se vive en las rupturas de relación (la muerte, un pecado, etc.). De alguna manera se refiere a la pobreza porque hay un vacío que pide ser llenado.
d) El hambre y la sed de la justicia (5,6): “hambre y sed” son dos necesidades vitales del ser humano que no admiten dilación para la solución. Esta búsqueda compulsiva de lo esencial para vivir se traslada al terreno de las relaciones: recomponer las relaciones deterioradas, es decir, la “justicia”.
e) La misericordia (5,7): en el evangelio de Mateo el término “misericordia” está casi siempre asociado al de “perdón”. Pero hay un punto de vista más amplio: donde quiera que alguien sufra allí hay que reconstruir –mediante una acogida efectiva- el tejido social deteriorado.
f) La pureza de corazón (5,8): no se refiere a una especie de inocencia (que pareciera congénita en algunas personas) sino estado de limpieza interior en que se encuentra todo aquel que ha sido purificado por el sacrificio redentor de Jesús. En un corazón puro las motivaciones son distintas a las de los demás: no hay codicia, no se guarda rencor, se valora objetivamente, sólo se desea el bien a los demás.
g) El trabajo por la paz (5,9): de nuevo nos encontramos en el ámbito relacional, particularmente en ambiente conflictivo; en lugar de insistir en lo que puede desunir, por el contrario se aporta siempre a lo que puede mantener y hacer crecer las buenas relaciones: las propias y las de los demás.
h) La persecución por causa de la justicia (5,10-12): la identificación con Jesús y el compromiso profético con su Reino (ver todo lo anterior) tiene su precio: lleva a compartir el destino doloroso del Maestro. La persecución viene de diversas formas, pero la más destacada es la difamación. Pero a pesar de toda la violencia que se le viene encima, el discípulo no responde con violencia; es verdad que es una víctima inocente, pero su actitud es otra, la de la resistencia de la alegría: no hay alegría mayor para un discípulo que el saber que se parece en todo a su Maestro Jesús.
(3) Es Dios Padre quien causa la felicidad
Es importante que notemos que dicha felicidad proviene, no del punto de partida (la pobreza, las lágrimas, la mansedumbre, etc.) sino del punto de llegada, es decir, de la obra de Dios Padre (“de ellos es el Reino”, “poseerán la tierra”, “serán consolados”, etc.). Dios es la causa de la alegría. En otras palabras: se es feliz porque Dios está obrando en uno, gracias a la Buena Nueva proclamada y realizada por Jesús.
Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón
1. ¿Sobre que hilo conductor se teje el evangelio según san Mateo? ¿Es importante que lo leamos hoy?
2. ¿Me considero una persona “feliz”? ¿De dónde proviene esta felicidad? ¿Qué caminos me propone Jesús?
3. En el núcleo de la proclamación del Reino está el conocimiento del rostro bendito de Dios Padre. ¿Qué experiencia de Dios Padre me invita a vivir Jesús?
“Corazón admirable, principio de mi vida, que sólo viva en ti y por ti” (San Juan Eudes, “Llamas de amor”).
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