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viernes, 7 de noviembre de 2008

XXXII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO: La Dedicación de la Basílica de Letrán: ¿Y por qué esta conmemoración?


La Liturgia nos lleva este Domingo a una conmemoración un tanto desconocida para la mayoría de los católicos. Recordamos la Dedicación de la Basílica de San Juan de Letrán, en Roma.

¿Y por qué esta conmemoración? Porque esta Basílica fue el primer templo católico construido, y la Iglesia quiere celebrar este hecho.

¿Por qué? Porque antes de San Juan de Letrán los cristianos, brutalmente perseguidos por su fe, tenían que celebrar sus liturgias en la clandestinidad de las catacumbas u otros sitios escondidos.

¿Y qué otros significados podrá tener este hecho? En realidad, no tiene uno, sino varios significados adicionales. Efectivamente, las lecturas de este Domingo nos hacen referencia a cuatro “templos”:

. Un templo material, significado en San Juan de Letrán y en cualquier otra Iglesia de culto católico

. Un templo divino, que es Jesucristo.

. Un templo humano, que es el alma cristiana, la cual -estando en gracia- aloja al mismo Dios.

. Un templo espiritual que es la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo, que forman entre sí y con Cristo, todos los cristianos que viven gracia.

1º. El templo material está representado en San Juan de Letrán y en cualquier otra Iglesia de culto católico.

Esta Basílica romana es considerada "Madre y Cabeza de toda las iglesias de la ciudad y del mundo". Eso dice en su frontis. Y así es, pues fue el primero de todos los templos católicos.

Para huir de la persecución, los cristianos tenían que celebrar la Misa clandestinamente, a veces bajo tierra o en otros sitios escondidos. Era la costumbre celebrar la Eucaristía en las tumbas de los mártires. De allí que pueda notarse en la catacumbas, aparte de los nichos mortuorios, altares en los sitios más espaciosos.

Catacumbas

Así que, las catacumbas cristianas de Roma, aparte de ser cementerios de la Iglesia naciente, fueron sitios clandestinos de culto, hasta que el cristianismo pudo salir a la luz pública, gracias a los decretos del primer Emperador cristiano, el Rey Constantino, hijo de Santa Elena.

Desde su dedicación el 9 de noviembre del año 324, cuando el Emperador Constantino la donó a la Iglesia y el Papa San Silvestre la consagró, San Juan de Letrán es la Catedral del Obispo de Roma y fue residencia permanente de los Papas desde el tiempo de Constantino hasta el año 1304, cuando el Papa tuvo que huir de Roma.

Al regreso del exilio de Avignon en 1376, San Pedro Vaticano fue escogido como la residencia permanente del Pontífice.

Ahora en Letrán vive el Vicario de Roma, o sea el Cardenal al cual el Sumo Pontífice encarga de gobernar la Iglesia de esa ciudad.

2º. El segundo es el templo divino, Jesucristo, en quien “permanece toda la plenitud de Dios en forma corporal” (Col. 2, 9).

En el Evangelio de hoy (Jn. 2, 13-22) vemos que para Jesús el templo de Jerusalén “es la casa de su Padre”, y se indigna de que la conviertan en sitio de corrupción, por lo que, para purificarla, arroja de allí a los mercaderes traficantes de las ofrendas que los fieles debían presentar a los sacerdotes del Templo.

Y cuando le piden una señal de autoridad para hacer tal cosa, responde: “Destruyan este templo y en tres días lo reconstruiré”. Nos dice este mismo texto evangélico que “hablaba del templo de su cuerpo” y que sus discípulos lo comprendieron después de la resurrección.

Sin embargo, en el proceso de condenación a muerte de Jesús se le reprocharía fuertemente esta expresión (cf. Mc. 14, 58).

Impresionante fue lo sucedido en el Templo de Jerusalén en el momento preciso de la muerte de Jesús: “se rasgó el velo del templo” (Mc. 15, 38). Es decir, se agrietó el Templo, muestra de que el antiguo santuario pierde su carácter sagrado: el Templo judío deja de ser signo de la presencia de Dios para dar paso a otros templos, a los templos cristianos.

3º. El tercer templo somos nosotros, quienes como templos humanos, alojamos a Dios.

Aun desde el tiempo en que el pueblo de Israel tenía comprensiblemente un apego al templo material, al construido con piedras, comienza especialmente con el Profeta Ezequiel, la conciencia de un templo no físico. De hecho, con la destrucción del Templo de Jerusalén y con la experiencia del exilio en Babilonia se va perfilando la idea de un culto más espiritual, más de corazón, como ya lo indicaba el Deuteronomio: amar a Dios de todo corazón (cf. Dt. 6, 4).

En el destierro se comprende mejor que Dios está dondequiera que se le adore (cf. Ez. 11, 16).

Esta idea de un templo no físico había ido calado en el pueblo de Israel. Tanto así, que San Esteban, el primer mártir de la Iglesia, proclamaba justo antes de ser apedreado: “En realidad el Altísimo no vive en casas hechas por manos de hombres” (Hech. 7, 48).

Ahora bien, esa idea de la presencia de Dios en templos no hechos de piedras llega a su máxima expresión con San Pablo, quien sin disimulo alguno, nos define a los seres humanos como templos.

Nos trae esto la Segunda Lectura (1 Cor. 3, 9-11 y 16-17): “¿No saben ustedes que son templos de Dios y que el Espíritu Santo habita en ustedes?”.

Pero, para ser templos humanos en quienes Dios viva, la persona tiene que verdaderamente alojar a Dios, estando libre de pecado. Es lo que se llama “estar o vivir en gracia”.

Y “vivir en gracia” es vivir haciendo la Voluntad de Dios. En eso consiste amar a Dios: en hacer su Voluntad.

De allí que Jesús nos haya dicho antes de su muerte, en la Ultima Cena: “El que conoce mis mandamientos y los guarda, ése me ama … Si alguien me ama, guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él para hacer nuestra morada en él” (Jn. 14, 21 y 23).

4º. El templo espiritual es la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo.

La Primera Lectura (Ez. 47 1-2; 8-9 y 12) refiere una visión del Profeta Ezequiel. Y a pesar de que Ezequiel por inspiración divina prevé con lujo de detalles cómo deberá ser el nuevo Templo de regreso del exilio en Babilonia (cf. Ez. 40 a 48), esta visión alude más bien al Templo espiritual referido a la Iglesia, fuente de gracias sacramentales.

En efecto, es bellísima la visión del río fertilizando las tierras desde el lugar donde Dios está presente. Dios invisible se manifiesta por la vida que comunica a los seres humanos. Dios es fuente de fecundidad y vida.

El río se dirige hacia el Mar Salado o Mar Muerto, llamado así porque en él no hay peces y a sus orillas no crece ninguna planta. Pero el torrente de agua comunica la sanación a lo que está muerto por el pecado (prefiguración del Bautismo). Por donde pasa el agua, en ambas márgenes crecerán árboles, frutos y plantas medicinales que comunicarán la vida.

El Espíritu Santo está simbolizado en el torrente de agua, ese “río que alegra a la ciudad de Dios”, como hemos cantado en el Salmo 45.

Esta misma expresión aparece en San Juan: “Venga a Mí el que tiene sed. El que crea en Mí tendrá de beber, pues la Escritura dice: de él saldrán ríos de agua viva”. Y el mismo Evangelista explica: “Jesús, al decir esto, se refería al Espíritu Santo que luego recibirían los que creyeran en El”. (Jn. 7, 38-39).

El agua viva aparece también en el Apocalipsis: “Al que tenga sed Yo le daré gratuitamente del manantial del agua de la vida” (Jn. 21, 6).

A este templo espiritual también alude San Pedro, el primer Papa: “Son ustedes piedras vivas con las que se construye el Templo espiritual” (1 Pe. 2, 5). Se refiere también a la Iglesia, comunión de los cristianos en estado de gracia, unidos a Cristo y entre sí, formando el Cuerpo Místico de Cristo (cf. Rm. 12, 4-7; 1 Cor. 12, 12-27).

Ahora bien, cuando San Pablo escribía por el año 57 estas ideas sobre la Iglesia como un cuerpo, cuya cabeza es Cristo, o cuando hablaba de las personas como “templos de Dios”, los cristianos no podían hacer sus celebraciones en edificaciones consagradas como templos, debido a las persecuciones. Sin embargo, el concepto de la Iglesia y de las personas como “templos” no era un mero consuelo por no poder tener templos, sino que era una realidad vivida.

La conmemoración de la Dedicación de la Basílica de San Juan de Letrán es, entonces, motivo de alegría para los católicos, pues ella fue el primer templo de la cristiandad. Pero el templo de Dios vivo y verdadero debemos ser nosotros mismos, manteniéndonos unidos a Cristo, con su gracia, para formar su Cuerpo, la Iglesia que El fundó.

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