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lunes, 29 de junio de 2009

Evangelio Misionero del Día: Martes 30 de Junio de 2009. XIII SEMANA DEL T. O.

Por CAMINO MISIONERO


Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 8, 23-27

Jesús subió a la barca y sus discípulos lo siguieron. De pronto se desató en el mar una tormenta tan grande, que las olas cubrían la barca. Mientras tanto, Jesús dormía. Acercándose a Él, sus discípulos lo despertaron, diciéndole: «¡Sálvanos, Señor, nos hundimos!»
Él les respondió: «¿Por qué tienen miedo, hombres de poca fe?» y levantándose, increpó al viento y al mar, y sobrevino una gran calma.
Los hombres se decían entonces, llenos de admiración: «¿Quién es éste, que hasta el viento y el mar le obedecen?»


Compartiendo la Palabra
Por CELAM - CEBIPAL

Misericordia que salva (III)
Creer en medio de la tormenta
Mateo 8,23-27
“Señor, sálvanos que nos hundimos”


La suerte de los discípulos, por propia aceptación, estaba inmediatamente unida a la de Jesús. Ellos ven que Él sube a la barca y lo siguen. Probablemente, como siempre, ‘van a la otra orilla’, pero ni Jesús les dice ni ellos le preguntan, simplemente lo siguen.

El Versículo 24 describe claramente la situación de una barca azotada por la tempestad con peligro de hundirse porque las aguas entraban por todas partes. Muy seguramente para algunos de los discípulos, veteranos pescadores, no era la primera vez que esto sucedía y sabían sobradamente cómo manejar estas situaciones.

Seguramente ellos hicieron todo lo posible por mantener la barca en equilibrio y sacaron mucha del agua que había entrado, pero esta vez la tempestad se las pudo, y Jesús dormía.

Los discípulos, al verse cortos, despiertan a Jesús y le dicen: “sálvanos que nos hundimos” (25). Ellos se sintieron abandonados a la suerte de un mar embravecido fuera de lo común. Seguramente ya habían estado luchando contra las olas un espacio considerable de tiempo. Era el momento de volver los ojos a algo o a Alguien que pudiera más. Entonces a una gritaron al Maestro: “Señor, sálvanos que nos hundimos”

A este punto los discípulos reconocen su incapacidad. Han hecho todo lo que han podido, y nada. Hubiera sido para ellos más gratificante que el mar se hubiera calmado solo y poder contarle a Jesús después que ellos habían logrado tener la barca a flote. Pero no. Se hizo necesario reconocer la incapacidad y volver los ojos a Jesús.

Jesús la captó de una. ¿No iba acaso Él mismo en la barca? ¿Qué les podría pasar? No les dijo: ‘Tranquilos que esto lo arreglo yo”. Por el contrario los regañó: “Qué cobardes y hombres de poca fe son” (26). En un gesto sin precedentes: “se levantó, increpó a los vientos y al agua y sobrevino una gran calma”. (26). Así de fácil, así de impensable. En un abrir y cerrar de ojos, la barca empezó a moverse suavemente sobre las olas tranquilas.

El rostro del Maestro irradiaba paz y la fuerza de su amor bullía dentro. Esto los asustaba al mismo tiempo que los admiraba y se daban cuenta que, aún viviendo a su lado, no lo acababan de conocer. Por esto se preguntaban: “¿Quién es este que hasta los vientos y el mar le obedecen? “ (27)

Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón

1. ¿Cómo hemos reaccionado las veces que el mar de nuestra vida se ha embravecido?

2. ¿Por qué dudaron los discípulos? ¿Qué los llevó a pedir ayuda al Señor?

3. ¿A qué me invita Jesús con el pasaje de hoy?

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