La fiesta del Sagrado Corazón es la fiesta del amor de Dios. La referencia al corazón de Dios es antigua en la Iglesia, de los tiempos patrísticos, pero será alrededor de 1675 cuando comience a tomar forma la idea de una fiesta particular al respecto. En aquella época, la monja Margarita María Alacoque, en Francia, refirió tener una serie de visiones en las que Cristo le había pedido la institución de la fiesta del Sagrado Corazón. Pero recién en 1856, el Papa Pío IX hizo la celebración extensiva a toda la Iglesia.
Esta referencia al corazón de Dios, de bases bíblicas veterotestamentarias y neotestamentarias, de tradición patrística, parece que fue en un principio referencia directa al costado abierto de Jesús en la cruz. Luego, por extensión, el costado se asoció al corazón, y hoy, en la fiesta del Sagrado Corazón, leemos el pasaje del costado abierto. Esto tiene una relación directa con la fiesta de la divina misericordia, ubicada en el segundo domingo de Pascua desde el año 2000. En la imagen de la divina misericordia, dos haces de luz salen del corazón de Jesús, y según Sor Faustina, esos haces son el agua y la sangre del costado. De esta manera, el corazón sagrado y la divina misericordia son expresiones piadosas del amor de Dios. El corazón sagrado, corazón de Dios, nos remite al amor perfecto, modelo que nos invita a imitar.
La perícopa de hoy forma parte del relato de la pasión según Juan. Se trata de una escena paradójica, capaz de transmitir un mensaje de vida en un contexto de muerte. Para el Evangelio según Juan, la sustitución de lo ritual, y por ende del Templo de Jerusalén, es un tema central. Debemos entender que para las primeras comunidades, nacidas del seno del judaísmo, el problema cultual fue importantísimo. Mientras algunos cristianos proponían continuar con las tradiciones judías, pero en la perspectiva de Jesús, otros presentaban una opción de ruptura total con todo lo referente a esas tradiciones. Los primeros se enfrentaban al desafío de interpretar la manera correcta en que Jesús se relacionó con las instituciones israelitas; para los segundos, el desafío era encontrar en las palabras y acciones de Jesús fuentes de inspiración para el nuevo orden cultual. Con la destrucción del Templo en el año 70 d.C., las cosas se hicieron un poco más claras, debido a la situación forzada. Con la desaparición del Templo, centro capital de la institución religiosa de Israel, los judíos se reorganizaron a partir de las sinagogas, pequeñas casas de reunión sabática y de enseñanza que quedaron casi exclusivamente a cargo de los fariseos, y de donde los cristianos fueron expulsados abiertamente. Esto determinó la obligación de las primeras comunidades de reinterpretar el culto sin Templo a partir de Jesús, y de decidirse definitivamente por la elaboración de un sistema de celebración propio. En este sistema cultual, el bautismo y la eucaristía se erigieron como elementos fundamentales.
El Evangelio según Juan, como ya lo mencionamos, tiene entre sus ejes la sustitución del Templo por la persona de Jesús, respondiendo teológicamente al cuestionamiento de las primeras comunidades sobre la validez de tener celebraciones en paralelo al judaísmo, desde donde proviene el cristianismo y la Revelación misma. Por lo tanto, es posible encontrar en este Evangelio un argumento teológico para el bautismo y la eucaristía. Respecto al bautismo, el autor lo deja en claro en los primeros capítulos, sobre todo en la sección entre Jn. 2, 13 y Jn. 3, 36:
- 2, 13: estaba cerca la Pascua judía. Esta es la primera Pascua de las tres que vive Jesús en el Cuarto Evangelio.
- 2, 14-25: sucede el incidente del Templo, como símbolo fuerte de la llegada de Jesús que viene a suplantar el culto antiguo.
- 3, 1-21: diálogo con Nicodemo. Jesús le explica al magistrado judío que debe renacer para ver el Reino de Dios, pero no como un renacimiento físico, sino desde el agua y el Espíritu.
- 3, 22: Jesús con sus discípulos bautiza.
- 3, 23-36: los discípulos de Juan el Bautista le comentan que Jesús está bautizando allí cerca y que está teniendo mucho éxito, a lo que el Bautista replica dejando en claro que él no era el Cristo, que ha terminado su tiempo y es preciso que disminuya para que crezca la figura de Jesús, que Jesús viene de arriba, de lo alto, y por lo tanto está encima de todo y de todos, que es el Hijo de Dios y el único capaz de derramar Espíritu sin medida.
Un análisis rápido de esta sección nos permite elaborar un esbozo de conclusión respecto al bautismo en la comunidad joánica. En primer lugar, el Templo judío es ya insuficiente, porque la persona del Mesías, Jesús, lo suplanta y supera, haciéndolo inválido. Justamente, esa sustitución sucede durante la fiesta de Pascua, celebración por excelencia de Israel y cumbre del aparato cultual. Con la abolición del Templo, por lo tanto del sistema religioso antiguo, la pertenencia al pueblo elegido sucede ahora por el renacimiento del agua y del Espíritu, renacimiento que es exteriorizado en el sacramento del bautismo, distinto al de Juan el Bautista, que sólo era con agua; el bautismo cristiano implica el derramamiento del Espíritu. De la misma manera, podemos trazar un esbozo de teología de la eucaristía en la sección entre Jn. 6, 4 y Jn. 6, 69:
- 6, 4: estaba cerca la Pascua judía. Esta es la segunda Pascua de las tres que vive Jesús en el Cuarto Evangelio.
- 6, 5-13: multiplicación de los panes. Una multitud es alimentada recostada sobre la hierba, y hasta sobra alimento para llenar doce canastos.
- 6, 14-15: la gente lo quiere convertir en rey por el milagro del alimento y Jesús huye al monte solo.
- 6, 16-21: Jesús camina sobre las aguas hacia la barca de los discípulos zamarreada por la tormenta marítima.
- 6, 22-59: discurso sobre Jesús como el pan vivo bajado del cielo, identificación del pan vivo con la carne de Jesús, exhortación a comer su sangre y beber su sangre para tener vida eterna.
- 6, 60-66: comentarios por el lenguaje duro de Jesús y abandono de algunos discípulos.
- 6, 67-69: confesión de fe de Pedro.
Nuevamente, el marco es la Pascua judía, la cumbre cultual de Israel. La eucaristía se presenta como una comida abierta, al aire libre, donde las multitudes comen a sus anchas, en clara diferencia al Templo, donde hay un altar al que acceden sólo sacerdotes varones. La eucaristía no puede ser considerada sólo como un alimento perecedero, momentáneo, terrenal, y por eso Jesús lo identifica como el pan vivo que baja del cielo, relacionado al maná que alimentó a Israel en el desierto (cf. Ex. 16, 4-35), pero muy superior a él, porque este pan vivo da la vida eterna, y justamente por su valor infinito es que Jesús se niega a ser coronado rey, ya que la gente quiere entronizarlo por lo material, porque puede multiplicar la comida, no porque hace la vida trascendente. Debido a lo radical de la eucaristía, muchos discípulos abandonan al Maestro, pero Pedro, tomando la palabra, declara que no hay otro sitio para irse, no hay otro a quien seguir, ya que la misma Palabra de Jesús es Palabra de vida eterna, y por lo tanto, lo que ha dicho sobre la eucaristía, también es vida eterna.
Como pudimos apreciar, la sustitución del Templo es reorganización cultual de los primeros cristianos, es relectura del Antiguo Testamento y de la vida de Jesús. En la primera Pascua, los ritos israelitas son suprimidos por el bautismo en el Espíritu; en la segunda Pascua, el altar exclusivista del Templo es suprimido por la eucaristía para todos del cuerpo y la sangre de Jesús. En la última Pascua (cf. Jn. 11, 55), del Crucificado traspasado brotan agua y sangre, brota el elemento que purifica y el elemento que es signo de vida, brota el bautismo (agua que lava y que hace renacer) y la eucaristía (sangre que es vida entregada por muchos). El Templo majestuoso, el Templo de la ciudad capital, es sustituido y superado por un condenado a muerte que pende de una cruz. El agua y la sangre que brotan de su costado abierto suplantan el agua de las purificaciones de los sacerdotes y la sangre de los animales ofrecidos en sacrificio. El maldito para la Ley, el acusado por los jefes religiosos, hace de su cuerpo el verdadero templo, el verdadero sacerdote y el verdadero sacrificio.
Podemos remontarnos a la visión de Ezequiel en el capítulo 47 para ampliar nuestro horizonte: “Me llevó a la entrada del templo, y he aquí que debajo del umbral del templo salía agua. El agua bajaba de debajo del lado derecho del templo. El agua había crecido hasta hacerse un agua de pasar a nado, un torrente que no se podía atravesar. Por dondequiera que pase el torrente, todo ser viviente que en él se mueva vivirá. Los peces serán muy abundantes, porque allí donde penetra esta agua lo sanea todo, y la vida prospera en todas partes adonde llega el torrente” (Ez. 47, 1.5.9). Este templo de la visión del profeta, desde donde fluye agua vivificante del costado, es la visión del costado abierto de Jesús, el nuevo templo. El costado abierto es el costado de la vida, la que paradójicamente, brota de un cadáver. Lo impuro, purifica; lo condenado, salva; lo sucio, limpia; lo muerto, alimenta la vida. Es el amor que se radicalizó hasta la cruz el mismo amor que baña al mundo con el nuevo orden cultual, superando los viejos esquemas de pertenencia y exclusión para convertir e incluir. Porque el bautismo de Jesús es un renacimiento para la plenitud, y la eucaristía de Jesús es mesa que recibe a los hambrientos para que no vuelvan a padecer hambre.
En el comienzo del texto de hoy, en el versículo 31, se habla de que los judíos no querían que quedasen los cuerpos (en plural) colgados de la cruz (en singular). Lo que nos permite hacer una reflexión hermenéutica. Hay muchos cuerpos crucificados, condenados, asesinados, pero desde Jesús hay una sola cruz, desde donde cuelgan todos esos cadáveres. Los muertos injustamente de la historia no comparten otra cosa que la cruz que sostuvo al Mesías. Dios se ha hecho uno con los marginales, y sus muertes se han hecho una con la del Señor. La cruz del Gólgota resume las cruces de tantas mujeres y tantos hombres que sufrieron por un sistema injusto político, un sistema injusto económico o, inclusive, un sistema injusto religioso. Pero de la cruz del Gólgota brotó la vida, de lo despreciado brotó lo más valioso, y el sistema político-económico-religoso nada pudo hacer para detener el agua y la sangre que bañaron el mundo.
La tradición eclesial ha identificado la escena del costado como la escena del bautismo y la eucaristía que salen del corazón de Jesús. ¿Cómo podemos re-convertir nuestros rituales para asemejarlos más a esa tarde de crucifixión? ¿Cómo podemos evitar crear una nueva maquinaria cultual que no represente la radicalidad y la superación del orden antiguo? Quizás, la clave esté en releer el bautismo y la eucaristía desde esa cruz compartida por todos los marginados de la historia. Quizás, el agua del bautismo deba ser una invitación a incluir y la sangre eucarística un convite al banquete que es mesa para todos.
El bautismo corre el riesgo de volver al orden antiguo como rito absoluto de separación. Es el peligro de interpretarnos bautizados superiores al resto, bautizados con una pureza que no debe contactar a los pecadores. Sin embargo, el bautismo que brota de la cruz es agua de un cadáver, agua de un maldito según la Ley, de un condenado. Esa agua que sale de lo marginal es lo que nos purifica, y no somos puros por evitar el contacto con lo marginal. Todo lo contrario. Nos iremos purificando en la medida en que nos dejemos bañar por los crucificados de la historia, en la medida que nuestro bautismo nos empuje a la periferia antes que quitarnos de ella. El agua del costado es el agua del amor, del corazón de Dios, corazón que late allí donde la injusticia se cobra años de vida joven. Para que el bautismo sea verdaderamente superador, no puede ser un rito que crea sectas, sino un renacimiento que abre el corazón para hacerlo cada vez más semejante al corazón divino, al sagrado corazón.
De igual manera, la eucaristía corre el riesgo de hacerse orden antiguo como altar al que accede sólo una casta privilegiada. Es el peligro de cercar la mesa para volverla elitista. Sin embargo, la eucaristía que brota de la cruz es sangre del que se entregó por muchos, es sangre del que multiplicó los panes y alimentó a una multitud sin preguntar origen, creencia, edad o ingreso económico. El que nos alimenta para la vida eterna es un condenado, un maldito para la Ley, un cadáver. La sangre del marginal nos da vida, y nuestra vida no tendrá alimento si se separa de lo periférico, si esquiva a los azotados por la injusticia. La eucaristía que no se hace mesa abierta se olvida de la cruz que se desangra para unirse a la sangre derramada de tantos que son víctimas de sistemas abominables. La mesa elitista, ubicada cómodamente dentro de un templo, con las puertas cerradas, es bien diferente del descampado de la multiplicación de los panes, de la intemperie del Gólgota. Para que la eucaristía sea verdaderamente superadora, no puede volverse privilegio de una casta, sino apertura total al que viene cansado, al fatigado del camino, al que le cargan la cruz en sus espaldas. No se trata de comer el cuerpo y la sangre para alcanzar una salvación que condena a otros, sino que es alimentarse de las entrañas de un Dios que ama infinitamente para amar infinitamente como Él.
Esta referencia al corazón de Dios, de bases bíblicas veterotestamentarias y neotestamentarias, de tradición patrística, parece que fue en un principio referencia directa al costado abierto de Jesús en la cruz. Luego, por extensión, el costado se asoció al corazón, y hoy, en la fiesta del Sagrado Corazón, leemos el pasaje del costado abierto. Esto tiene una relación directa con la fiesta de la divina misericordia, ubicada en el segundo domingo de Pascua desde el año 2000. En la imagen de la divina misericordia, dos haces de luz salen del corazón de Jesús, y según Sor Faustina, esos haces son el agua y la sangre del costado. De esta manera, el corazón sagrado y la divina misericordia son expresiones piadosas del amor de Dios. El corazón sagrado, corazón de Dios, nos remite al amor perfecto, modelo que nos invita a imitar.
La perícopa de hoy forma parte del relato de la pasión según Juan. Se trata de una escena paradójica, capaz de transmitir un mensaje de vida en un contexto de muerte. Para el Evangelio según Juan, la sustitución de lo ritual, y por ende del Templo de Jerusalén, es un tema central. Debemos entender que para las primeras comunidades, nacidas del seno del judaísmo, el problema cultual fue importantísimo. Mientras algunos cristianos proponían continuar con las tradiciones judías, pero en la perspectiva de Jesús, otros presentaban una opción de ruptura total con todo lo referente a esas tradiciones. Los primeros se enfrentaban al desafío de interpretar la manera correcta en que Jesús se relacionó con las instituciones israelitas; para los segundos, el desafío era encontrar en las palabras y acciones de Jesús fuentes de inspiración para el nuevo orden cultual. Con la destrucción del Templo en el año 70 d.C., las cosas se hicieron un poco más claras, debido a la situación forzada. Con la desaparición del Templo, centro capital de la institución religiosa de Israel, los judíos se reorganizaron a partir de las sinagogas, pequeñas casas de reunión sabática y de enseñanza que quedaron casi exclusivamente a cargo de los fariseos, y de donde los cristianos fueron expulsados abiertamente. Esto determinó la obligación de las primeras comunidades de reinterpretar el culto sin Templo a partir de Jesús, y de decidirse definitivamente por la elaboración de un sistema de celebración propio. En este sistema cultual, el bautismo y la eucaristía se erigieron como elementos fundamentales.
El Evangelio según Juan, como ya lo mencionamos, tiene entre sus ejes la sustitución del Templo por la persona de Jesús, respondiendo teológicamente al cuestionamiento de las primeras comunidades sobre la validez de tener celebraciones en paralelo al judaísmo, desde donde proviene el cristianismo y la Revelación misma. Por lo tanto, es posible encontrar en este Evangelio un argumento teológico para el bautismo y la eucaristía. Respecto al bautismo, el autor lo deja en claro en los primeros capítulos, sobre todo en la sección entre Jn. 2, 13 y Jn. 3, 36:
- 2, 13: estaba cerca la Pascua judía. Esta es la primera Pascua de las tres que vive Jesús en el Cuarto Evangelio.
- 2, 14-25: sucede el incidente del Templo, como símbolo fuerte de la llegada de Jesús que viene a suplantar el culto antiguo.
- 3, 1-21: diálogo con Nicodemo. Jesús le explica al magistrado judío que debe renacer para ver el Reino de Dios, pero no como un renacimiento físico, sino desde el agua y el Espíritu.
- 3, 22: Jesús con sus discípulos bautiza.
- 3, 23-36: los discípulos de Juan el Bautista le comentan que Jesús está bautizando allí cerca y que está teniendo mucho éxito, a lo que el Bautista replica dejando en claro que él no era el Cristo, que ha terminado su tiempo y es preciso que disminuya para que crezca la figura de Jesús, que Jesús viene de arriba, de lo alto, y por lo tanto está encima de todo y de todos, que es el Hijo de Dios y el único capaz de derramar Espíritu sin medida.
Un análisis rápido de esta sección nos permite elaborar un esbozo de conclusión respecto al bautismo en la comunidad joánica. En primer lugar, el Templo judío es ya insuficiente, porque la persona del Mesías, Jesús, lo suplanta y supera, haciéndolo inválido. Justamente, esa sustitución sucede durante la fiesta de Pascua, celebración por excelencia de Israel y cumbre del aparato cultual. Con la abolición del Templo, por lo tanto del sistema religioso antiguo, la pertenencia al pueblo elegido sucede ahora por el renacimiento del agua y del Espíritu, renacimiento que es exteriorizado en el sacramento del bautismo, distinto al de Juan el Bautista, que sólo era con agua; el bautismo cristiano implica el derramamiento del Espíritu. De la misma manera, podemos trazar un esbozo de teología de la eucaristía en la sección entre Jn. 6, 4 y Jn. 6, 69:
- 6, 4: estaba cerca la Pascua judía. Esta es la segunda Pascua de las tres que vive Jesús en el Cuarto Evangelio.
- 6, 5-13: multiplicación de los panes. Una multitud es alimentada recostada sobre la hierba, y hasta sobra alimento para llenar doce canastos.
- 6, 14-15: la gente lo quiere convertir en rey por el milagro del alimento y Jesús huye al monte solo.
- 6, 16-21: Jesús camina sobre las aguas hacia la barca de los discípulos zamarreada por la tormenta marítima.
- 6, 22-59: discurso sobre Jesús como el pan vivo bajado del cielo, identificación del pan vivo con la carne de Jesús, exhortación a comer su sangre y beber su sangre para tener vida eterna.
- 6, 60-66: comentarios por el lenguaje duro de Jesús y abandono de algunos discípulos.
- 6, 67-69: confesión de fe de Pedro.
Nuevamente, el marco es la Pascua judía, la cumbre cultual de Israel. La eucaristía se presenta como una comida abierta, al aire libre, donde las multitudes comen a sus anchas, en clara diferencia al Templo, donde hay un altar al que acceden sólo sacerdotes varones. La eucaristía no puede ser considerada sólo como un alimento perecedero, momentáneo, terrenal, y por eso Jesús lo identifica como el pan vivo que baja del cielo, relacionado al maná que alimentó a Israel en el desierto (cf. Ex. 16, 4-35), pero muy superior a él, porque este pan vivo da la vida eterna, y justamente por su valor infinito es que Jesús se niega a ser coronado rey, ya que la gente quiere entronizarlo por lo material, porque puede multiplicar la comida, no porque hace la vida trascendente. Debido a lo radical de la eucaristía, muchos discípulos abandonan al Maestro, pero Pedro, tomando la palabra, declara que no hay otro sitio para irse, no hay otro a quien seguir, ya que la misma Palabra de Jesús es Palabra de vida eterna, y por lo tanto, lo que ha dicho sobre la eucaristía, también es vida eterna.
Como pudimos apreciar, la sustitución del Templo es reorganización cultual de los primeros cristianos, es relectura del Antiguo Testamento y de la vida de Jesús. En la primera Pascua, los ritos israelitas son suprimidos por el bautismo en el Espíritu; en la segunda Pascua, el altar exclusivista del Templo es suprimido por la eucaristía para todos del cuerpo y la sangre de Jesús. En la última Pascua (cf. Jn. 11, 55), del Crucificado traspasado brotan agua y sangre, brota el elemento que purifica y el elemento que es signo de vida, brota el bautismo (agua que lava y que hace renacer) y la eucaristía (sangre que es vida entregada por muchos). El Templo majestuoso, el Templo de la ciudad capital, es sustituido y superado por un condenado a muerte que pende de una cruz. El agua y la sangre que brotan de su costado abierto suplantan el agua de las purificaciones de los sacerdotes y la sangre de los animales ofrecidos en sacrificio. El maldito para la Ley, el acusado por los jefes religiosos, hace de su cuerpo el verdadero templo, el verdadero sacerdote y el verdadero sacrificio.
Podemos remontarnos a la visión de Ezequiel en el capítulo 47 para ampliar nuestro horizonte: “Me llevó a la entrada del templo, y he aquí que debajo del umbral del templo salía agua. El agua bajaba de debajo del lado derecho del templo. El agua había crecido hasta hacerse un agua de pasar a nado, un torrente que no se podía atravesar. Por dondequiera que pase el torrente, todo ser viviente que en él se mueva vivirá. Los peces serán muy abundantes, porque allí donde penetra esta agua lo sanea todo, y la vida prospera en todas partes adonde llega el torrente” (Ez. 47, 1.5.9). Este templo de la visión del profeta, desde donde fluye agua vivificante del costado, es la visión del costado abierto de Jesús, el nuevo templo. El costado abierto es el costado de la vida, la que paradójicamente, brota de un cadáver. Lo impuro, purifica; lo condenado, salva; lo sucio, limpia; lo muerto, alimenta la vida. Es el amor que se radicalizó hasta la cruz el mismo amor que baña al mundo con el nuevo orden cultual, superando los viejos esquemas de pertenencia y exclusión para convertir e incluir. Porque el bautismo de Jesús es un renacimiento para la plenitud, y la eucaristía de Jesús es mesa que recibe a los hambrientos para que no vuelvan a padecer hambre.
En el comienzo del texto de hoy, en el versículo 31, se habla de que los judíos no querían que quedasen los cuerpos (en plural) colgados de la cruz (en singular). Lo que nos permite hacer una reflexión hermenéutica. Hay muchos cuerpos crucificados, condenados, asesinados, pero desde Jesús hay una sola cruz, desde donde cuelgan todos esos cadáveres. Los muertos injustamente de la historia no comparten otra cosa que la cruz que sostuvo al Mesías. Dios se ha hecho uno con los marginales, y sus muertes se han hecho una con la del Señor. La cruz del Gólgota resume las cruces de tantas mujeres y tantos hombres que sufrieron por un sistema injusto político, un sistema injusto económico o, inclusive, un sistema injusto religioso. Pero de la cruz del Gólgota brotó la vida, de lo despreciado brotó lo más valioso, y el sistema político-económico-religoso nada pudo hacer para detener el agua y la sangre que bañaron el mundo.
La tradición eclesial ha identificado la escena del costado como la escena del bautismo y la eucaristía que salen del corazón de Jesús. ¿Cómo podemos re-convertir nuestros rituales para asemejarlos más a esa tarde de crucifixión? ¿Cómo podemos evitar crear una nueva maquinaria cultual que no represente la radicalidad y la superación del orden antiguo? Quizás, la clave esté en releer el bautismo y la eucaristía desde esa cruz compartida por todos los marginados de la historia. Quizás, el agua del bautismo deba ser una invitación a incluir y la sangre eucarística un convite al banquete que es mesa para todos.
El bautismo corre el riesgo de volver al orden antiguo como rito absoluto de separación. Es el peligro de interpretarnos bautizados superiores al resto, bautizados con una pureza que no debe contactar a los pecadores. Sin embargo, el bautismo que brota de la cruz es agua de un cadáver, agua de un maldito según la Ley, de un condenado. Esa agua que sale de lo marginal es lo que nos purifica, y no somos puros por evitar el contacto con lo marginal. Todo lo contrario. Nos iremos purificando en la medida en que nos dejemos bañar por los crucificados de la historia, en la medida que nuestro bautismo nos empuje a la periferia antes que quitarnos de ella. El agua del costado es el agua del amor, del corazón de Dios, corazón que late allí donde la injusticia se cobra años de vida joven. Para que el bautismo sea verdaderamente superador, no puede ser un rito que crea sectas, sino un renacimiento que abre el corazón para hacerlo cada vez más semejante al corazón divino, al sagrado corazón.
De igual manera, la eucaristía corre el riesgo de hacerse orden antiguo como altar al que accede sólo una casta privilegiada. Es el peligro de cercar la mesa para volverla elitista. Sin embargo, la eucaristía que brota de la cruz es sangre del que se entregó por muchos, es sangre del que multiplicó los panes y alimentó a una multitud sin preguntar origen, creencia, edad o ingreso económico. El que nos alimenta para la vida eterna es un condenado, un maldito para la Ley, un cadáver. La sangre del marginal nos da vida, y nuestra vida no tendrá alimento si se separa de lo periférico, si esquiva a los azotados por la injusticia. La eucaristía que no se hace mesa abierta se olvida de la cruz que se desangra para unirse a la sangre derramada de tantos que son víctimas de sistemas abominables. La mesa elitista, ubicada cómodamente dentro de un templo, con las puertas cerradas, es bien diferente del descampado de la multiplicación de los panes, de la intemperie del Gólgota. Para que la eucaristía sea verdaderamente superadora, no puede volverse privilegio de una casta, sino apertura total al que viene cansado, al fatigado del camino, al que le cargan la cruz en sus espaldas. No se trata de comer el cuerpo y la sangre para alcanzar una salvación que condena a otros, sino que es alimentarse de las entrañas de un Dios que ama infinitamente para amar infinitamente como Él.
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