Guadalajara / Temas – Es difícil creer que Dios quiera nuestra felicidad pues la predicación de la segunda mitad del siglo pasado, que aún perdura en muchos sacerdotes, insiste en que Dios nos pide sufrimientos, esfuerzos, penitencias, largas oraciones, etc.
Venimos de una tradición que presenta a un Dios que no le gusta mucho la alegría y la felicidad y más bien le gusta vernos en un valle de lágrimas. Sería bueno preguntarse si lo que esos sacerdotes o teólogos dicen de Dios es verdad o es una interpretación falsa. Preguntarse si Dios es así como lo presentan.
Como dice J. M. Castillo: "Es un hecho que la teología cristiana se ha elaborado de manera que a cualquier teólogo le resulta más fácil hablar del sufrimiento que de la alegría; más fácil también hablar del dolor que de la felicidad. La aspiración más inmediata y natural de cualquier ser humano, la aspiración y el deseo de ser feliz en esta vida, es una cosa que resulta muy difícil de encontrar en los tratados de teología, en los escritos de espiritualidad y en los libros de liturgia. La tradición cristiana no ha tomado debidamente conciencia de que Jesús ha sido quien ha traído a los seres humanos la más grande felicidad" (1).
Muchos hemos recibido una cantidad de ideas equivocadas de Dios en donde se mezclan opiniones de personas que asisten frecuentemente a los templos, algunas lecturas de folletos y devocionarios, muchos sermones, etc., y a todo eso se le da un valor muy grande. Y esto es entendible pues vivimos de un catolicismo muy de la calle y de la cultura oral. La mayoría de los católicos no suelen estudiar sobre la propia religión, asistir a diplomados de teología, a clases de Biblia y, por ignorar tantas cosas, aceptan cualquier idea como buena. No hay capacidad de diferenciar o de matizar. Además, por la misma ignorancia, esas personas no se sienten con el derecho de cuestionar y poner en duda lo que otros les dicen.
En materia de religión mucha gente ha sido educada más para obedecer que para pensar, y por lo mismo, se les dificulta mucho dudar, investigar y estar en desacuerdo.
Con todo lo anterior se dificulta cambiar una imagen de Dios aunque ésta sea falsa y no tenga que ver con lo que Jesucristo nos reveló de él. De ahí la importancia de poner bajo sospecha las imágenes que recibimos y que tenemos de Dios.
LA PROPUESTA DE DIOS: SEAN FELICES HACIENDO FELICES A LOS DEMÁS
Sabemos que la aspiración básica de cualquier ser humano es vivir feliz. Y no podemos imaginar a un Dios que vaya contra esta aspiración o esté en contra. Jesús nos reveló que Dios desea y colabora con nuestra felicidad.
Es verdad que una cosa es la felicidad y otra el placer o el bienestar. La felicidad a la que invita Jesús no es un bienestar permanente sino una consecuencia de una manera de ser y de vivir. Es un fruto indirecto de la vida y no una meta que hay que alcanzar.
El psicólogo Scott Peck define el amor así: "Amor es la voluntad de extender el sí mismo de uno con el fin de promover el crecimiento espiritual propio y de la otra persona" (2).
Esta definición nos puede ayudar a entender que si Dios es amor y lo único que sabe hacer es amar, entonces lo que le interesa es promover el crecimiento espiritual de la otra persona.
JESÚS Y LA FELICIDAD
Jesús con su manera de actuar es modelo para llegar a la felicidad auténtica, a una sensación de plenitud. Porque Jesús es una persona muy amorosa lo único que desea es que nosotros, sus hermanos, seamos felices mediante la realización de todas nuestras capacidades humanas. Su felicidad es que nosotros seamos felices, como lo viven muchas madres.
Jesús fue un hombre profundamente feliz porque se sentía amado por su Padre Dios, y por ese amor se dedicó a hacer felices a los demás combatiendo el sufrimiento de las personas. Se sentía tan lleno de amor que necesitaba volcarlo especialmente a los que sufren. Se sentía muy amado y valioso y así veía a las personas aunque estuvieran fuera de la ley.
El Evangelio está lleno de ejemplos de cómo Jesús hacía felices a los demás. Y junto a sus obras concretas también a nivel de pronunciamientos podemos encontrar en el Evangelio (buena noticia) muchos aspectos importantes que presentan que su proyecto es nuestra felicidad.
En la entraña, por tanto, del mensaje cristiano está presente de tal manera la dicha y la bienaventuranza, que aceptar y asumir el proyecto cristiano es lo mismo que aceptar y asumir un proyecto de gozo, de felicidad y de alegría para la vida presente de cualquier persona y de la humanidad en su conjunto.
Jesús sabía que él no era el centro de su propia vida sino su Abbá (Papá Dios) y por lo mismo podía relativizar su vida y regalarla. Y a eso invitaba a las personas. A que fuéramos libres y no esclavos de la imagen, del dinero.
Veamos el ejemplo que nos narra san Marcos (Mc 10,17-22). Cuando un hombre rico le pregunta a Jesús qué debe hacer para ganar la vida eterna y le responde que venda sus bienes, lo comparta con los pobres y que lo siga no le estaba pidiendo una vida de pobreza y privación. Jesús lo estaba invitando a formar parte de su comunidad, donde la costumbre era compartir, y podría haber gozado de la seguridad que proporciona la confianza en los hermanos y hermanas y en Dios. Es verdad que era necesario el primer desprendimiento para luego pasar al gozo de la fraternidad. Por eso muchas veces la felicidad es consecuencia de la libertad ante el propio bienestar. San Ignacio lo expresa con otras palabras. Cuando habla de seguir a Cristo dice que habrá momentos en que la persona tendrá que ir "contra su propia sensualidad y contra el amor carnal y mundano" (3).
Aunque nos parezca algo descabellada toda invitación que venga de Dios o de Jesús son para nuestro bien y el bien de las personas, nunca para nuestro mal, pues en Dios sólo existe el amor y no el mal. Jesús vio cómo este hombre había perdido su libertad ante los bienes y la riqueza y lo invitó a otro estilo de vida donde podría ser más feliz. Pero si se ve en la riqueza y el bienestar la única felicidad no se estará dispuesto a dejarla por nada y se pensará que es un sinsentido.
NUESTRA FELICIDAD
Se nos ha hecho creer que la felicidad viene cuando satisfacemos nuestras necesidades. Y es verdad que la necesidad mueve cuando está insatisfecha y tensiona a su satisfacción. Pero en ocasiones la felicidad vendrá cuando aprendamos a aceptar la frustración de no poder satisfacer ciertas necesidades. Nuestra cultura del tener y del inmediatismo retrasan y dificultan la tolerancia a la frustración regresándonos a etapas infantiles. El niño quiere el placer y ahora mismo, si no, hace el berrinche. La felicidad vendrá de escuchar nuestras necesidades, situarlas, valorarlas y jerarquizarlas.
Y hay otra cosa muy importante que menciona J. Antonio GarcÍa Monge (4): "Más grave es la confusión de la necesidad con el dinamismo del deseo. Las necesidades tienen un tope natural, los deseos se abren a un horizonte más amplio. Si aplicamos la energía del deseo al servicio de la satisfacción de una necesidad, estaremos siempre insatisfechos, vacíos, ansiosos. Puedo necesitar, y de hecho necesito, comer; y puedo incluso desearlo como un gourmet. Pero, así como el instinto del animal le dirá cuánto necesita, el ser humano puede sobrepasarse, en perjuicio de sí mismo y de los demás. Su necesidad, confundida con el deseo, le ha llevado más allá de su sabia naturaleza y actúa en deterioro de la misma, en su versión individual y social. Ya no come para vivir, sino que vive para comer, poseer, acaparar, sustraer salud personal y social. Enseñar a relacionarse con las necesidades propias y ajenas y a desear humanamente, no confundiendo el anhelo de ser con el de tener, es sabiduría humana y cristiana".
Este señalamiento me parece que nos da pistas para la auténtica felicidad. Comer para estar sano, tener bienes para vivir sin sobrepasarse, trabajar sin exagerar, y así todas las necesidades humanas. Y descubrir el engaño del dinamismo del deseo que no tiene límites y provoca destrucción en uno mismo y en los demás. Basta ver el ejemplo de la crisis económica actual provocada por la avaricia de las compañías estadounidenses y que han arrastrado al mundo entero. El que no hay límite al deseo de ganancias provoca este daño tan grave a tantos millones de personas.
En una relación interpersonal cuando uno de los dos pierde entonces pierden los dos. Por ejemplo, si un esposo ofende y humilla a su pareja, aparentemente le ganó. Pero en la realidad perdió porque su pareja queda lastimada y disminuida. Aunque no cobre venganza, la relación se deteriora y hay una pérdida en la confianza. Sí hay una imposición pero hay una pérdida.
Por eso la persona que ama se mueve en el yo gano/tu ganas. En el mismo ejemplo, si el esposo en lugar de ofender expresa su coraje sin lastimar, hablando de sus sentimientos la relación con su pareja, que al no salir lastimada, apreciará mucho este gesto del marido y lo querrá más.
En otras palabras la felicidad es algo "relacional" o que tiene que ver no sólo con mi felicidad sino también con la de la otra persona. Por eso si yo quiero ser feliz necesito ver por tu felicidad. Y al hacer algo por tu felicidad yo soy feliz. Y soy feliz no porque tuve un acto de caridad o espiritual, sino porque realicé mi capacidad de amar. Cada uno de nosotros tenemos esta capacidad que nos lleva a salir de nosotros mismos y ver más allá de nuestro propio bienestar.
El esquema de ganar/ganar también tiene otro beneficio pues hay personas que por una falsa concepción del amor se entregan totalmente a los demás pero llegan a olvidarse de sí mismos y no amarse. Al estar tan de cara a los demás se desatienden y llegan luego a amargarse y a pedir recompensa por lo que han dado a los demás. Incluso pueden llegar a sentirse víctimas, porque se han sacrificado toda una vida por los demás y estos no se han portado de la misma manera.
Además, la propuesta de Jesús es el amor al próximo y el amor a uno mismo. No se trata de escoger sino de amar al otro/a y a uno mismo. Lo que yo esté dispuesto a hacer por el otro, Jesús invita a que lo hagamos también por uno mismo. Y tiene un sentido profundo pues al nutrirme y alimentarme puedo gastar mis energías en los demás. Y así en sentido psicológico, si me alimento con la autoestima, con buenas lecturas, con buenos momentos de amistad y cariño con los amigos/as seré capaz de querer más a las personas.
Sí es verdad que en ocasiones, aunque no siempre, el cuidar, servir, respetar, ayudar a otra persona implicara descuidarme o no pensar en mi bienestar e incluso ir contra mi descanso o salud. Pero esto no implica que siempre he de olvidarme de mí y de mi salud y bienestar.
También es una realidad que en muchos momentos el ayudar a otra persona saldrá de mí como algo deseado y de manera gustosa y generosa. Todos hemos pasado por el gusto de ayudar a alguien y que realmente lo deseábamos de todo corazón. Creo que el amor toma muy en serio a los demás pero también a mi mismo. Y desde la fe también entra el amor a Dios. Por eso el amor tiene tres dimensiones: a Dios, al próximo y a mi mismo Y cuando amo me siento feliz.
La felicidad es la gran tarea de las y los cristianos y, por supuesto, de todos los seres humanos. Lo que ocurre es que es más exigente y más costoso dar felicidad a los otros que vencer uno mismo sus propios vicios y pasiones. Porque para dar felicidad a los demás, uno tiene que empezar por ser feliz y, sobre todo, tiene que hacerse sensible de tal manera a lo que agrada a los otros que tendrá que renunciar a muchas cosas que le agradan a él para que los demás se sientan bien.
1 J.M. Castillo. Espiritualidad para insatisfechos. Trotta, Madrid, 2007.
2 Peck, Scott. La nueva psicología del amor. Emecé, Buenos Aires, 1986.
3 Ignacio de Loyola. Ejercicios Espirituales. Nº97.
4 García M., J. A. "Tener, acaparar, poseer... Ecología del alma liberada", Revista Sal Térrea Nº 1031
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Luis Valdez Castellanos, S.J. Licenciado en Filosofía y en Teología. Maestría en Desarrollo Humano. Sacerdote jesuita. Director de revista Mirada, www.revistamirada.com
Venimos de una tradición que presenta a un Dios que no le gusta mucho la alegría y la felicidad y más bien le gusta vernos en un valle de lágrimas. Sería bueno preguntarse si lo que esos sacerdotes o teólogos dicen de Dios es verdad o es una interpretación falsa. Preguntarse si Dios es así como lo presentan.
Como dice J. M. Castillo: "Es un hecho que la teología cristiana se ha elaborado de manera que a cualquier teólogo le resulta más fácil hablar del sufrimiento que de la alegría; más fácil también hablar del dolor que de la felicidad. La aspiración más inmediata y natural de cualquier ser humano, la aspiración y el deseo de ser feliz en esta vida, es una cosa que resulta muy difícil de encontrar en los tratados de teología, en los escritos de espiritualidad y en los libros de liturgia. La tradición cristiana no ha tomado debidamente conciencia de que Jesús ha sido quien ha traído a los seres humanos la más grande felicidad" (1).
Muchos hemos recibido una cantidad de ideas equivocadas de Dios en donde se mezclan opiniones de personas que asisten frecuentemente a los templos, algunas lecturas de folletos y devocionarios, muchos sermones, etc., y a todo eso se le da un valor muy grande. Y esto es entendible pues vivimos de un catolicismo muy de la calle y de la cultura oral. La mayoría de los católicos no suelen estudiar sobre la propia religión, asistir a diplomados de teología, a clases de Biblia y, por ignorar tantas cosas, aceptan cualquier idea como buena. No hay capacidad de diferenciar o de matizar. Además, por la misma ignorancia, esas personas no se sienten con el derecho de cuestionar y poner en duda lo que otros les dicen.
En materia de religión mucha gente ha sido educada más para obedecer que para pensar, y por lo mismo, se les dificulta mucho dudar, investigar y estar en desacuerdo.
Con todo lo anterior se dificulta cambiar una imagen de Dios aunque ésta sea falsa y no tenga que ver con lo que Jesucristo nos reveló de él. De ahí la importancia de poner bajo sospecha las imágenes que recibimos y que tenemos de Dios.
LA PROPUESTA DE DIOS: SEAN FELICES HACIENDO FELICES A LOS DEMÁS
Sabemos que la aspiración básica de cualquier ser humano es vivir feliz. Y no podemos imaginar a un Dios que vaya contra esta aspiración o esté en contra. Jesús nos reveló que Dios desea y colabora con nuestra felicidad.
Es verdad que una cosa es la felicidad y otra el placer o el bienestar. La felicidad a la que invita Jesús no es un bienestar permanente sino una consecuencia de una manera de ser y de vivir. Es un fruto indirecto de la vida y no una meta que hay que alcanzar.
El psicólogo Scott Peck define el amor así: "Amor es la voluntad de extender el sí mismo de uno con el fin de promover el crecimiento espiritual propio y de la otra persona" (2).
Esta definición nos puede ayudar a entender que si Dios es amor y lo único que sabe hacer es amar, entonces lo que le interesa es promover el crecimiento espiritual de la otra persona.
JESÚS Y LA FELICIDAD
Jesús con su manera de actuar es modelo para llegar a la felicidad auténtica, a una sensación de plenitud. Porque Jesús es una persona muy amorosa lo único que desea es que nosotros, sus hermanos, seamos felices mediante la realización de todas nuestras capacidades humanas. Su felicidad es que nosotros seamos felices, como lo viven muchas madres.
Jesús fue un hombre profundamente feliz porque se sentía amado por su Padre Dios, y por ese amor se dedicó a hacer felices a los demás combatiendo el sufrimiento de las personas. Se sentía tan lleno de amor que necesitaba volcarlo especialmente a los que sufren. Se sentía muy amado y valioso y así veía a las personas aunque estuvieran fuera de la ley.
El Evangelio está lleno de ejemplos de cómo Jesús hacía felices a los demás. Y junto a sus obras concretas también a nivel de pronunciamientos podemos encontrar en el Evangelio (buena noticia) muchos aspectos importantes que presentan que su proyecto es nuestra felicidad.
En la entraña, por tanto, del mensaje cristiano está presente de tal manera la dicha y la bienaventuranza, que aceptar y asumir el proyecto cristiano es lo mismo que aceptar y asumir un proyecto de gozo, de felicidad y de alegría para la vida presente de cualquier persona y de la humanidad en su conjunto.
Jesús sabía que él no era el centro de su propia vida sino su Abbá (Papá Dios) y por lo mismo podía relativizar su vida y regalarla. Y a eso invitaba a las personas. A que fuéramos libres y no esclavos de la imagen, del dinero.
Veamos el ejemplo que nos narra san Marcos (Mc 10,17-22). Cuando un hombre rico le pregunta a Jesús qué debe hacer para ganar la vida eterna y le responde que venda sus bienes, lo comparta con los pobres y que lo siga no le estaba pidiendo una vida de pobreza y privación. Jesús lo estaba invitando a formar parte de su comunidad, donde la costumbre era compartir, y podría haber gozado de la seguridad que proporciona la confianza en los hermanos y hermanas y en Dios. Es verdad que era necesario el primer desprendimiento para luego pasar al gozo de la fraternidad. Por eso muchas veces la felicidad es consecuencia de la libertad ante el propio bienestar. San Ignacio lo expresa con otras palabras. Cuando habla de seguir a Cristo dice que habrá momentos en que la persona tendrá que ir "contra su propia sensualidad y contra el amor carnal y mundano" (3).
Aunque nos parezca algo descabellada toda invitación que venga de Dios o de Jesús son para nuestro bien y el bien de las personas, nunca para nuestro mal, pues en Dios sólo existe el amor y no el mal. Jesús vio cómo este hombre había perdido su libertad ante los bienes y la riqueza y lo invitó a otro estilo de vida donde podría ser más feliz. Pero si se ve en la riqueza y el bienestar la única felicidad no se estará dispuesto a dejarla por nada y se pensará que es un sinsentido.
NUESTRA FELICIDAD
Se nos ha hecho creer que la felicidad viene cuando satisfacemos nuestras necesidades. Y es verdad que la necesidad mueve cuando está insatisfecha y tensiona a su satisfacción. Pero en ocasiones la felicidad vendrá cuando aprendamos a aceptar la frustración de no poder satisfacer ciertas necesidades. Nuestra cultura del tener y del inmediatismo retrasan y dificultan la tolerancia a la frustración regresándonos a etapas infantiles. El niño quiere el placer y ahora mismo, si no, hace el berrinche. La felicidad vendrá de escuchar nuestras necesidades, situarlas, valorarlas y jerarquizarlas.
Y hay otra cosa muy importante que menciona J. Antonio GarcÍa Monge (4): "Más grave es la confusión de la necesidad con el dinamismo del deseo. Las necesidades tienen un tope natural, los deseos se abren a un horizonte más amplio. Si aplicamos la energía del deseo al servicio de la satisfacción de una necesidad, estaremos siempre insatisfechos, vacíos, ansiosos. Puedo necesitar, y de hecho necesito, comer; y puedo incluso desearlo como un gourmet. Pero, así como el instinto del animal le dirá cuánto necesita, el ser humano puede sobrepasarse, en perjuicio de sí mismo y de los demás. Su necesidad, confundida con el deseo, le ha llevado más allá de su sabia naturaleza y actúa en deterioro de la misma, en su versión individual y social. Ya no come para vivir, sino que vive para comer, poseer, acaparar, sustraer salud personal y social. Enseñar a relacionarse con las necesidades propias y ajenas y a desear humanamente, no confundiendo el anhelo de ser con el de tener, es sabiduría humana y cristiana".
Este señalamiento me parece que nos da pistas para la auténtica felicidad. Comer para estar sano, tener bienes para vivir sin sobrepasarse, trabajar sin exagerar, y así todas las necesidades humanas. Y descubrir el engaño del dinamismo del deseo que no tiene límites y provoca destrucción en uno mismo y en los demás. Basta ver el ejemplo de la crisis económica actual provocada por la avaricia de las compañías estadounidenses y que han arrastrado al mundo entero. El que no hay límite al deseo de ganancias provoca este daño tan grave a tantos millones de personas.
En una relación interpersonal cuando uno de los dos pierde entonces pierden los dos. Por ejemplo, si un esposo ofende y humilla a su pareja, aparentemente le ganó. Pero en la realidad perdió porque su pareja queda lastimada y disminuida. Aunque no cobre venganza, la relación se deteriora y hay una pérdida en la confianza. Sí hay una imposición pero hay una pérdida.
Por eso la persona que ama se mueve en el yo gano/tu ganas. En el mismo ejemplo, si el esposo en lugar de ofender expresa su coraje sin lastimar, hablando de sus sentimientos la relación con su pareja, que al no salir lastimada, apreciará mucho este gesto del marido y lo querrá más.
En otras palabras la felicidad es algo "relacional" o que tiene que ver no sólo con mi felicidad sino también con la de la otra persona. Por eso si yo quiero ser feliz necesito ver por tu felicidad. Y al hacer algo por tu felicidad yo soy feliz. Y soy feliz no porque tuve un acto de caridad o espiritual, sino porque realicé mi capacidad de amar. Cada uno de nosotros tenemos esta capacidad que nos lleva a salir de nosotros mismos y ver más allá de nuestro propio bienestar.
El esquema de ganar/ganar también tiene otro beneficio pues hay personas que por una falsa concepción del amor se entregan totalmente a los demás pero llegan a olvidarse de sí mismos y no amarse. Al estar tan de cara a los demás se desatienden y llegan luego a amargarse y a pedir recompensa por lo que han dado a los demás. Incluso pueden llegar a sentirse víctimas, porque se han sacrificado toda una vida por los demás y estos no se han portado de la misma manera.
Además, la propuesta de Jesús es el amor al próximo y el amor a uno mismo. No se trata de escoger sino de amar al otro/a y a uno mismo. Lo que yo esté dispuesto a hacer por el otro, Jesús invita a que lo hagamos también por uno mismo. Y tiene un sentido profundo pues al nutrirme y alimentarme puedo gastar mis energías en los demás. Y así en sentido psicológico, si me alimento con la autoestima, con buenas lecturas, con buenos momentos de amistad y cariño con los amigos/as seré capaz de querer más a las personas.
Sí es verdad que en ocasiones, aunque no siempre, el cuidar, servir, respetar, ayudar a otra persona implicara descuidarme o no pensar en mi bienestar e incluso ir contra mi descanso o salud. Pero esto no implica que siempre he de olvidarme de mí y de mi salud y bienestar.
También es una realidad que en muchos momentos el ayudar a otra persona saldrá de mí como algo deseado y de manera gustosa y generosa. Todos hemos pasado por el gusto de ayudar a alguien y que realmente lo deseábamos de todo corazón. Creo que el amor toma muy en serio a los demás pero también a mi mismo. Y desde la fe también entra el amor a Dios. Por eso el amor tiene tres dimensiones: a Dios, al próximo y a mi mismo Y cuando amo me siento feliz.
La felicidad es la gran tarea de las y los cristianos y, por supuesto, de todos los seres humanos. Lo que ocurre es que es más exigente y más costoso dar felicidad a los otros que vencer uno mismo sus propios vicios y pasiones. Porque para dar felicidad a los demás, uno tiene que empezar por ser feliz y, sobre todo, tiene que hacerse sensible de tal manera a lo que agrada a los otros que tendrá que renunciar a muchas cosas que le agradan a él para que los demás se sientan bien.
1 J.M. Castillo. Espiritualidad para insatisfechos. Trotta, Madrid, 2007.
2 Peck, Scott. La nueva psicología del amor. Emecé, Buenos Aires, 1986.
3 Ignacio de Loyola. Ejercicios Espirituales. Nº97.
4 García M., J. A. "Tener, acaparar, poseer... Ecología del alma liberada", Revista Sal Térrea Nº 1031
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Luis Valdez Castellanos, S.J. Licenciado en Filosofía y en Teología. Maestría en Desarrollo Humano. Sacerdote jesuita. Director de revista Mirada, www.revistamirada.com
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