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domingo, 19 de julio de 2009

Domingo XVI del Tiempo Ordinario: "Vivirnos"

Publicado por Entra y Verás

La actividad frenética que llevamos a diario reclama de nosotros un poco de silencio, de pausa, de tranquilidad para tomar conciencia de que la vida es nuestra y la hemos de vivir nosotros. Sin estos momentos, la vida se esfuma y no nos enteramos.

Escribía Pablo Neruda, Pero porque pido silencio no crean que voy a morirme: me pasa todo lo contrario: sucede que voy a vivirme. Sucede que soy, que sigo. El silencio es oportunidad siempre de crecimiento, de maduración. Es camino de plenitud aunque nos parezca que es sinónimo de nada y primo hermano del aburrimiento y el sopor.

El evangelio de hoy es un reconocimiento de la necesidad del silencio para recuperar el tono, la armonía amenazada por el exceso de actividad. Eso es lo que Jesús intenta hacer con los discípulos cuando se los lleva a descansar, a encontrarse con ellos mismos y con los otros. El domingo pasado los enviaba a anunciar, ahora es el momento de evaluar y reposar. El estrés que hoy padecemos casi todos se debe en parte a que no tenemos tiempo para nosotros mismos, con lo cual resulta complicado asimilar y ordenar los acontecimientos. El ritmo es a veces tan vertiginoso que vuelan los días, las semanas, los meses sin apenas darnos cuenta.

El silencio es necesario para vivirnos, como decía Neruda, para que la vida no suceda al margen de nosotros, para que seamos capaces de tomar sus riendas y marcar la ruta, para acogerla, para contemplarla, para gustarla, para no dejar que el tiempo pase sin vida a nuestro lado. Es necesario que todos y cada uno de nosotros seamos vivientes y no vividos; que no nos sintamos huecos sino habitados, inundados, atravesados por este Dios de la Vida. En el silencio tenemos que ser capaces de permanecer y descubrirnos, descubrir la vida dentro de cada uno, de los demás, del entorno que nos rodea. En una palabra, el silencio nos ayuda a descubrir a Dios.

Las vacaciones, los días de descanso, son una buena oportunidad para poner en orden nuestras ideas. Debemos encontrar tiempo para divertirnos y disfrutar, pero también para la reflexión, sin la cual, nuestra trayectoria humana no puede mantener el rumbo.

Sin examinar lo que somos y lo que hacemos, no podemos llevar una existencia equilibrada. Sin momentos para encontrarnos con nosotros mismos, al final terminamos deshilachados, carcomidos por el exceso de actividad. Muchas veces, el miedo a encontrarnos con nuestro propio vacío interior, nos impide buscar, como Jesús con sus discípulos, un sitio tranquilo y apartado donde poder recuperarnos. Es más fácil y menos comprometido preferir el ruido y la diversión, la actividad frenética, que nos dispense de la reflexión. Y con esto no quiero dar una impresión equivocada. No estoy haciendo una llamada al luto y al “amuermamiento”. No estoy declarando la guerra a la alegría sino reclamando un espacio necesario para nuestra calidad de vida.

Aunque pueda parecer una contradicción, a veces es en soledad donde se produce el encuentro. A veces tenemos que refugiarnos en el silencio. Pensar, para que la vida no vaya demasiado rápido. Rezar, aunque no siempre haya respuesta, o ésta no coincida con nuestras expectativas. Callar, para que suenen dentro de nosotros voces que, de otro modo, permanecen mudas. Es en la soledad del trabajo, de la prisa, de la limitación, del cansancio, donde también podemos encontrar a Dios y, paradójicamente, aprender a relacionarnos con los otros.

Soledad y silencio son hoy necesarios para pintar la realidad en positivo aunque pueda parecer lo contrario. Si queremos “vivirnos” hemos de pasar por el silencio. De esta manera sentiremos que la vida es nuestra, que la vivimos nosotros.

Roberto Sayalero Sanz, agustino recoleto.
Chiclana de la Frontera (Cádiz, España)

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