El presente documento fue realizado a petición de la Conferencia Episcopal de Chile. De acuerdo con dicha solicitud, se incluyeron, como insumos, las consultas individuales y grupales que fueron aplicadas a los Obispos con ocasión de la 87ª Asamblea Plenaria, las consultas a los Vicarios Pastorales en la Jornada de Junio de 2004 y los Estudios y Boletines Pastorales de CISOC-Bellarmino.
Agradecemos a la Conferencia Episcopal de Chile la autorización que ha dado a CISOCBellarmino
para publicar este documento.
i. ¿Por qué una pastoral para los sacerdotes?
Los cambios socioculturales que impactan a la Iglesia y al ministerio sacerdotal hacen cada vez más necesario dar atención especial a la calidad de vida de los sacerdotes, en sus distintas dimensiones. Así, entonces, una pastoral para ellos debe entenderse como una misión de acompañamiento a la persona de cada sacerdote y a su vocación, de modo que puedan sentirse, ellos mismos, queridos, apacentados y dignos de confianza. Desde otro ángulo, esta acción pastoral debe proporcionar ayuda a los obispos, como padres que deben ocuparse de su clero.
La pastoral para sacerdotes debe estimular y motivar a los sacerdotes para encantarse o reencantarse con su ministerio, servirlo con alegría, y dar sentido a la vocación sacerdotal.
La pastoral para sacerdotes supone un proceso coherente y sistemático, que incluya formación –humana, espiritual, teológica y pastoral-, dirección espiritual, y también acompañamiento personal y grupal. Por ello, la pastoral debe adentrarse en la identidad sacerdotal, en su espiritualidad, en su misión, y también en aspectos tan concretos de la vida de los sacerdotes como su salud, situación económica, previsión, esparcimiento, etc. También una pastoral para los sacerdotes debe ser capaz de entregarles orientaciones para la vida cotidiana, para la organización de su trabajo y para el manejo de situaciones críticas.
De acuerdo con las respuestas de los Obispos, esta acción pastoral debe estar radicada en la Comisión Nacional del Clero, que es parte del Área Agentes Evangelizadores de la CECH.
ii. Elementos de diagnóstico
· Situación de la Iglesia y los sacerdotes en un contexto de cambios
La vocación sacerdotal supone una entrega total y definitiva al servicio del Señor y de los hombres; invitación exigente a la que es posible acceder con Su ayuda. Ahora bien, en la actualidad, dicha entrega plantea crecientes demandas en una sociedad cuya secularización se ha profundizado, disminuyendo la pertenencia y la adhesión a una Iglesia, que tiene, por lo mismo, menos peso en la construcción de la identidad y el sentido de vida de las personas. Se trata de una cultura en que cobran más importancia el deseo de realización personal y las búsquedas espirituales personales, con independencia de la afiliación a una institución religiosa mediadora.
El ethos democrático de la vida social interpela también a la Iglesia. Junto al resentimiento y la oposición hacia los planteamientos de la Iglesia, se desarrolla una creciente indiferencia hacia muchos de ellos. Así, hoy nuestra Iglesia aparece institucionalmente menos respetada y temida, y más cuestionada por la ciudadanía. En este escenario, la vocación sacerdotal es puesta a prueba.
El creciente pluralismo valórico incomoda a la Iglesia. Ella afronta tensiones ante una cultura que acepta y estimula la existencia y la expresión de opciones diversas. Dentro del clero hay quienes piensan que la Iglesia debe tener una actitud firme y decidida para promover su verdad sin concesiones, mientras que otros desearían más diálogo y apertura hacia quienes piensan distinto. (¿combatir? ¿dialogar? ¿adecuarse?).
Todos estos cambios afectan la valoración social del sacerdote. Su entrega definitiva, total y exclusiva, parece constituir un valor “contracultural”; disminuye la valoración de los fieles hacia el celibato sacerdotal y existe mayor comprensión hacia los sacerdotes que dejan el ministerio. En suma, se perfila una imagen menos “idealizada” del sacerdote.
En el plano de la identidad sacerdotal, se está llevando a cabo, en la práctica, una redefinición de su rol social y político, al tiempo que, en el plano de las expectativas de los laicos, éstas se tornan ambiguas y hasta contradictorias: el sacerdote debe ser pastor, pero también debe ser hermano y amigo; debe enseñar, pero debe saber escuchar; debe sanar, pero debe saberse débil; debe ser hombre de esperanza, pero debe conocer de frustraciones. La legitimidad del sacerdote, en tanto autoridad, no es algo instantánea ni definitivamente conferido, sino que, cada sacerdote gana y pierde su legitimidad en la práctica cotidiana.
· La formación de los sacerdotes
En materia de formación inicial, persiste una idealización de la vida monástica que supone que la perfección es alcanzable con una mínima participación en asuntos “mundanos”. Esto lleva a una formación sacerdotal que, acorde con ese modelo, tiene un cierto desfase con un ministerio que, en la práctica, requiere responder a muchos desafíos “mundanos”. Al respecto, llama la atención la escasa discusión acerca de la pertinencia y adecuación de dicha formación a las condiciones reales del ejercicio del ministerio de hoy y de mañana, una discusión que debería tocar al estilo de vida de los seminarios, a los contenidos de la formación y al desempeño de los formadores, entre otras materias.
Existe bastante consenso acerca de la insuficiencia de la formación inicial y, por lo mismo, de la necesidad de implementar una formación permanente sistemática e intencionalmente orientada a reforzar las carencias de preparación que evidencian los propios sacerdotes.
· El trabajo sacerdotal
Históricamente, en especial en nuestro país, los sacerdotes, por su formación y posición social, han cumplido una gran cantidad de tareas. Junto a eso, han contado con gran centralidad en sus comunidades locales, constituyéndose en referentes para la solución de una amplia gama de problemas, no solo religiosos, sino económicos, vecinales, familiares e individuales. Esta situación se mantiene todavía, aunque de modo especial en los sectores rurales y urbanopopulares.
La mayor parte de los sacerdotes afirman que se sienten sobredemandados por parte de los fieles para cumplir labores más propias de asistentes sociales, educadores, psicólogos, etc.
Como resultado, algunos testimonios hablan de sentirse “vacíos”, “robots”, “actores”. Se trata de una situación para la que se esperan cambios, pero no se avizora una salida concreta. Mientras tanto, muchos sacerdotes que toman muy en serio su trabajo pastoral, se sobreexigen, y mientras más trabajan, más tareas se les encomiendan. Toda esta situación suele ser fuente de empeoramiento de la calidad de la vida de oración, de desencanto de la función sacramental, descuido de la vida personal, la vida comunitaria y el ministerio en general.
El exceso de actividades realizadas de modo directo –en parte por dificultades para delegar deja en muchos sacerdotes la impresión, culpable, de estar dedicando tiempo excesivo a actividades poco importantes y estar descuidando actividades medulares de su ministerio sacerdotal, tales como preparar las celebraciones litúrgicas, las prédicas, hacer oración, confesar y aconsejar.
No obstante la sobrecarga de trabajo de muchos sacerdotes, la mayoría de ellos se sienten bien motivados y entusiastas con su trabajo pastoral, con la certeza fundamental de estar respondiendo al llamado que Dios les ha hecho a cumplir una labor importante en la construcción del Reino.
· El sacerdote como miembro del cuerpo eclesial
Diversos sondeos muestran la dificultad que tienen muchos sacerdotes para compatibilizar las expectativas de los fieles con las orientaciones de la jerarquía, especialmente en materias sexuales, matrimoniales y de control de natalidad, y muestran también el reconocimiento de que hay un discurso público concordante con la jerarquía y otro discurso privado. Algunos cargan con la tensión de una competencia de lealtades entre sus propias convicciones y el amor y la obediencia a la Iglesia. No son pocos quienes resienten tensiones entre la doctrina y la pastoral, entre los documentos magisteriales y la propia concepción del mensaje evangélico.
Aunque para la mayoría el sentido de pertenencia y compromiso eclesial no está en duda, también algunos sacerdotes tienen una adhesión eclesial “crítica” y “en tensión”, ante lo que perciben como una involución por parte de la jerarquía en la defensa de los Derechos Humanos, en la falta de formulación de alternativas al modelo económico vigente y en la pérdida de relevancia de la Doctrina Social de la Iglesia.
Por otra parte, una proporción importante de sacerdotes no está contenta con el nivel y tipo de comunicación y colaboración que sostienen al interior de sus diócesis. Al decir de un Vicario de Pastoral: “hay una enorme soledad, a veces, en los sacerdotes”. Muchos de ellos se quejan de individualismos y de la existencia de grupos cerrados y privilegiados de sacerdotes en sus diócesis. Junto a esas críticas, también es necesario destacar que los sacerdotes reconocen que tienen dificultades para relacionarse entre sí, para establecer un diálogo franco, y para compartir alegrías y dolores con sus pares.
iii. Propuestas temáticas a una pastoral para sacerdotes
· Elementos de la espiritualidad del sacerdote diocesano
Ni una doctrina clara sobre el lugar del sacerdote ordenado en el cuerpo eclesial, ni una disciplina de vida rigurosa, agotan el ser del sacerdote. Ambas dimensiones, doctrina y disciplina, requieren, como fuente, de una espiritualidad, aspecto que muchas veces aparece en segundo plano en los documentos y en las reflexiones sobre el sacerdocio. Esto suele ser suplido por la adhesión a carismas o espiritualidades particulares. Una pastoral orientada a los sacerdotes debiera suponer un análisis, definiciones y propuestas concretas sobre la espiritualidad del sacerdote, tomando en cuenta las características particulares que tiene la vocación diocesana.
La espiritualidad sacerdotal suele enfatizar la paternidad espiritual, que supone conocimientos logrados a través del estudio serio y prolongado de la teología, la revelación y la tradición, conprofundidad espiritual. Ahora bien, cada vez más, el sacerdote es invitado a una espiritualidad
que dé cuenta de la cercanía y la amistad con Dios y de la fraternidad con los fieles. El sacerdote debe ser portador del Misterio y guía espiritual que puede iniciar a los demás en él; un hombre de oración y contemplación, formado por la oración. Debe ser también, acompañante de las dudas y de las búsquedas religiosas de los fieles. Los sacerdotes deben ser testigos y dispensadores de una vida distinta de la terrena, a la vez que no deben permanecer ajenos a la vida de los hombres para poderlos servir. En tal sentido, el sacerdote es, a la vez, padre y hermano, compañero de los hombres en su búsqueda, y esposo de la Iglesia.
Dimensiones todas éstas, que es preciso profundizar.
Como todo católico, el sacerdote es, ante todo, un hijo de Dios. En el caso del sacerdocio, esto supone una espiritualidad de lo vicario, una espiritualidad de la humildad para entender que los resultados del propio trabajo son obra de Dios. Humildad también para no creer que se tiene la capacidad para hacer de todo, para no creer que se tiene respuestas para todo, y humildad para pedir ayuda cuando se la necesita.
· La formación de los sacerdotes
Un revisión de la formación, en cuanto a su pertinencia y relevancia, a sus contenidos y organización, debe comenzar con el análisis del perfil que debe tener el sacerdote de hoy y de mañana, teniendo en cuenta los desafíos que a ese perfil le imponen los nuevos escenarios socioculturales y eclesiales. Es preciso crear espacios para dialogar sobre nuevas estrategias y programas de formación sacerdotal. Una pastoral para sacerdotes debe poder entregar lineamientos para la formación inicial, así como para una formación permanente, sistemática.
En el ámbito de la formación de los sacerdotes se pueden distinguir tres áreas: la profesional, la socialización, y la dimensión de conversión espiritual. Simplificando al extremo, puede decirse que por el ámbito profesional se entienden las habilidades y conocimientos vinculados al oficio sacerdotal. Por su parte, la socialización incluye la internalización de valores, normas, creencias y actitudes, que tocan a la formación de una identidad sacerdotal enriquecida por los carismas particulares de cada seminario o congregación. Por último, la conversión espiritual da sentido a las otras dos áreas, para que el sacerdote, despojado de sí mismo y dócil a la acción del Espíritu, sea capaz de traspasar el umbral que lo hace ser testigo de una vida distinta, y guía de otros en esa aventura.
En el área “profesional” o de las habilidades y conocimientos vinculados al oficio sacerdotal, la formación sacerdotal debería apoyar las dificultades que tienen muchos sacerdotes para poner en práctica una acción pastoral orgánica imbuida de la eclesiología de comunión, atendiendo también a sus demandas por formación en materias de planificación y organización de equipos del trabajo pastoral, capacidad para ejercer un liderazgo efectivo y enraizado en el modelo del Buen Pastor, de hacer equipo, de confiar, delegar y “desaparecer”.
Más allá de ciertos valores y actitudes, la formación debe enfocarse a la kénosis, el despojo, el anonadamiento, para seguir no la propia voluntad, sino la voluntad de Aquel que lo ha escogido, negándose a sí mismo y edificando su fortaleza desde su propia debilidad.
· El rol sacerdotal y la organización del trabajo pastoral
Frente al agobio de muchos sacerdotes en su trabajo es preciso:
- Cuidarse de no alentar el valor del “trabajolismo”, que constituyendo una verdadera adicción, redunda muchas veces en una destrucción de la vida espiritual y comunitaria sacerdotal.
- Es conveniente cuidar de no hacer demandas ministeriales que contribuyan al agobio de muchos sacerdotes, sino que atender a sus necesidades de salud física, psicológica y espiritual. El pastor que conoce a sus ovejas debe discernir cuál es el lugar más adecuado para cada una, el tipo de exigencias que se le pueden hacer, las necesidades de descanso, estudio y cambio de trabajo pastoral, velando también por que cuenten con lo necesario para llevar adelante su labor.
- Tener en cuenta que la sensación de agobio de muchos sacerdotes se vincula a la existencia de relaciones insatisfactorias con la autoridad eclesial y que, por el contrario, una comunicación basada en el respeto, el apoyo, el reconocimiento y el estímulo, son elementos importantes para combatir el cansancio emocional.
- Tener presente que una parte importante de la sensación de agobio se relaciona con una formación deficitaria en materia de planificación y organización del trabajo pastoral.
- Proveer apoyo especializado para la resolución de problemas que tocan al rol del sacerdote como conductores de equipos de trabajo pastoral y que provocan tensión en ellos, como son las rivalidades al interior de los equipos pastorales, conflictos interpersonales y otros.
La falta de sacerdotes impacta al rol sacerdotal y a la organización del trabajo pastoral. Dicha escasez no debe ser negada o minimizada, pensando que va a tener alguna solución próxima, y que, por tratarse de una situación temporal, se puede resolver si los sacerdotes trabajan más.
Tales actitudes no hacen más que empeorar la situación. En este sentido, es preciso alentar formas de organizar mejor el trabajo pastoral y delegar tareas en diáconos, religiosas y laicos, no como una solución paliativa y temporal, sino como una oportunidad para encarnar, de modo más permanente, una eclesiología de comunión.
Una pastoral para los sacerdotes debería fortalecer el intercambio y colaboración en el trabajo pastoral, especialmente, donde se observan actitudes recelosas o “de feudo” que no concuerdan con la visión orgánica de una Iglesia que es Cuerpo de Cristo.
· El sacerdote como miembro de la comunidad eclesial
Uno de los temas que no puede eludir una pastoral para sacerdotes es su sentido de pertenencia a la Diócesis. Se debe atender a la demanda de muchos de ellos en cuanto a ser tomados en cuenta en los planes pastorales y en decisiones importantes para sus diócesis. Esta es una situación deficitaria que tiene, como contrapartida, la impresión de algunos obispos, de que hay sacerdotes que no se comprometen con su diócesis ni tienen un fuerte sentido de pertenencia hacia ella. No es un dato menor que la mayoría de los sacerdotes se sientan insatisfechos con el nivel de comunicación y colaboración que hay en su Diócesis, y que consideren que cuentan poco con las autoridades diocesanas en el plano personal. De hecho, la mayoría de los sacerdotes se sienten más apoyados por sus superiores y por otros sacerdotes en el plano del trabajo que en el plano de sus necesidades de índole personal, en sus problemas y dolores. Tal como lo señaló un obispo, la pastoral para los sacerdotes debe hacerlos sentirse acompañados, apreciados y apacentados*. Esto supone, de parte de los obispos –apoyados si es preciso por alguna comisión diocesana del clero- la capacidad de escuchar sin escandalizarse ni censurar. Una escucha humilde, que busca conocer y aconsejar, como miembros que comparten una comunidad de fe, es tan necesaria como la escucha pastoral que busca responder y corregir. Una pastoral orgánica diocesana implica el buen funcionamiento de una red de equipos, pero también supone comprender a la diócesis como una comunidad.
La pastoral para los sacerdotes debería generar espacios que posibiliten e incentiven a los sacerdotes a tener un diálogo franco sobre sus propias experiencias, sus alegrías y tristezas, sus vidas y sus preocupaciones relacionadas con problemas pastorales y con la misma jerarquía.
Fortalecer la visita periódica al director espiritual y estimular la incorporación a una comunidad sacerdotal donde puedan desarrollarse la amistad, la solidaridad y el apoyo para compartir las penas y alegrías cotidianas. Existe la necesidad de incrementar el sentido de comunidad, la amistad, la solidaridad, la confianza con otros sacerdotes, la fraternidad sacerdotal. Desarrollar ocasiones regulares de recreación, con actividades sociales, lúdicas y deportivas. Todo esto, sin perder de vista la colaboración interdiocesana, tanto a nivel nacional como de provincias eclesiásticas.
Por el impacto que tienen en la actualidad, sería deseable generar también espacios para tratar, serena y confiadamente, las situaciones de sacerdotes que han sido acusados de abuso sexual, las diversas emociones que pueden estar provocando tales situaciones en los propios sacerdotes, y las formas cómo se afrontan por parte de la jerarquía.
· La actitud y el manejo de situaciones problemáticas y de crisis en el sacerdocio.
El Evangelio de San Mateo narra que, en el huerto de Getsemaní, Jesús apartó a Pedro y a los hijos de Zebedeo del resto de los discípulos y les pidió que lo acompañaran. Estando triste y Angustiado les dijo: "siento una angustia de muerte, quédense ustedes aquí conmigo" (Mt 26, 37-38). El Hijo de Dios reconoció su quebranto y pidió apoyo; y sin embargo, nos encontramos con una enorme dificultad en los sacerdotes para admitir emociones dolorosas, de desgaste, de frustración, y todo ello, en un contexto que teme a las crisis y que no sabe bien cómo manejarlas. (Ya entre los seminaristas se observa una fuerte negación a este tipo de sentimientos). No es de extrañar, entonces, que algunas reacciones personales e institucionales resulten tardías, y que no siempre sean las más adecuadas.
* Al respecto, un Vicario de Pastoral sugiere que, como fruto de la Asamblea Plenaria, los obispos dirijan una carta de agradecimiento y animación a los sacerdotes.
El sacerdote es un ser humano expuesto a situaciones de duda, conflicto y cambio. Aquello que parece claro, en un minuto puede dejar de serlo; las opciones asumidas con entusiasmo, en algún momento vacilan. Eso no es extraño para nadie, y menos aun para un sacerdote católico, abierto al misterio y a la voluntad divina, puesto al servicio de otros que lo interpelan, y que, como Jesús, tiene momentos de temor y confusión frente al futuro. El desafío es tomar la cruz de Cristo como Él lo hizo, no en una actitud triunfante, sino que sin soberbia ni vergüenza de las caídas. Esto supone dejarse ayudar y no negar la propia fragilidad.
El excesivo individualismo que muchos sacerdotes refieren, es también una falta a la caridad, que no sólo compromete el bienestar y la salud del clero, sino también de los laicos y sus comunidades. Muchas veces una crisis o un problema personal no se refleja, en primera instancia, como un malestar subjetivo, sino en malos tratos de parte de los sacerdotes, en reacciones desmedidas, en decisiones arbitrarias, etc., que hacen daño a la comunidad eclesial.
Es importante que los sacerdotes y las comunidades cuenten con orientaciones sobre qué hacer ante éstas y otras situaciones difíciles, y por supuesto, contar con redes de apoyo profesional Para los sacerdotes que están atravesando una crisis, que presentan algún trastorno pSicológico, o que están generando problemas graves en la convivencia comunitaria o en su trabajo pastoral.
Bibliografía
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· Miranda Hiriart, Gonzalo, y Romero Ocampo, Javier: “El Rol del párroco desde la perspectiva de los fieles”, año 1998.
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