XVI Domingo del T. O. (San Marcos 6,30-34) - Ciclo B
Por Enrique Martínez Lozano
Publicado por Fe Adulta
COMPASIÓN
Por Enrique Martínez Lozano
Publicado por Fe Adulta
COMPASIÓN
Jesús recibe a los que vuelven de la misión con unas palabras que bien pueden considerarse como todo un “estilo de vida”: “Venid a un sitio tranquilo a descansar un poco”.
Descanso es lo opuesto a estrés. Éste se produce porque estamos en un sitio y queremos estar en otro; aquél sólo es posible cuando vivimos la aceptación del momento presente.
El estrés nos divide interiormente y tiende a “rompernos” porque, estando en un lugar y un momento, nos hace desear otro diferente. O porque, hallándonos de un modo determinado, nos agitamos porque querríamos estar de otro distinto.
En ambos casos, quien introduce el estrés –y la ansiedad- es nuestra mente –el yo-, que siempre coloca su sueño de felicidad en el futuro. Dado que no puede vivir en presente –en el que literalmente se disuelve-, y dada también su inconsistencia radical, el yo se proyecta constantemente a un futuro siempre inalcanzable, manteniendo de ese modo la ilusión de existir como entidad independiente.
Es cierto que, en el estrés y la ansiedad, hay intensidades muy diversas, dependiendo de factores externos e internos, muy ligados en cualquier caso al vacío afectivo de origen. A mayor vacío, más necesidad de compensar compulsivamente, más hiperactividad mental y más prisa-huida hacia el futuro.
Pero no es menos cierto que, en toda vivencia de estrés, hay una mente no observada: un conjunto de pensamientos y sentimientos que parecen tener vida propia y que terminan encerrando a la persona en callejones sin salida, donde no queda otra posibilidad que la angustia (de “angustus”: estrecho, cerrado, sin salida).
Si la característica del estrés es la huida del momento presente, y su factor común es la mente que “va por libre”, el descanso sólo podrá venir de la mano de una mente observada, que permite a la persona morar en la aceptación del instante presente.
Observar la mente permite tomar distancia de todo lo que se mueve en ella, para poder caer en la cuenta de que no somos aquello que pasa por ella, sino el Testigo ecuánime que la observa.
Puedes ejercitarte de esta manera: Visualízate a ti mismo/a en la nuca, dirige tu mirada hacia la frente, y pregúntate: ¿qué estoy pensando?, o ¿qué estoy sintiendo?, manteniendo siempre una distancia que no se implica.
Toma conciencia de que todo aquello que puedes observar no son sino “objetos” que hay en ti, pero en ningún caso tú mismo/a; es una película que tu mente está proyectando, pero en ningún caso tu identidad. No te reduzcas, por tanto, a esa película. Eres la Conciencia-Testigo que es consciente de lo que ahí ocurre.
Observar la mente se convierte así en la mayor fuente de libertad interior, dado que no hay nada externo que pueda esclavizarte sino tu propia reducción a aquélla.
Pero, además de libertad, la observación de la mente aporta la capacidad de permanecer en el aquí y ahora, porque se ha apaciguado la fuente de toda huida al futuro, que no era otra que la propia mente, en su tarea titánica de autoafirmarse como “yo”.
Acallada la mente, deshecha la identificación con el yo, sólo queda la Presencia, que sabe a descanso, a plenitud y a unidad.
El “sitio tranquilo”, de que habla el evangelio, no es otro que éste: la Presencia; el modo de “venir a él” pasa por observar la mente, a distancia, sin “pensar los pensamientos”, para posibilitar su silencio y, con él, la emergencia de la plenitud que, de otro modo, queda opacada.
Por eso, no luches con los pensamientos para intentar acallarlos; de ese modo, sólo lograrás incrementarlos. Basta que, situándote en el presente, digas: “Esa mente no soy yo”, “esos pensamientos incesantes no soy yo”…
Cuando dices esto, estás viniendo ya al presente. Presente es el no-tiempo, y es lo único que existe. Todo es ahora, y únicamente existe ahora. De hecho, no puedes estar fuera de él, ni cuando “vuelves” al pasado ni cuando proyectas el futuro; en un caso y otro, sólo puedes estar en lo único que existe: el instante presente, el Ahora atemporal, el “lugar” del descanso y de la plenitud.
En la segunda parte de este breve texto, el narrador acude a la imagen del “pastor” para presentar a Jesús. En la tradición profética, se había hablado del “pastor de Israel”, al que se identificaba con el Mesías (Libro de Jeremías 23,4-8; Libro de Ezequiel 34,23), como el que alimentaría a su pueblo. Alimento que se refiere tanto a la enseñanza como a la comida, según el doble significado del alimento/pan en el judaísmo.
Por eso, el texto habla de “enseñanza” –“se puso a enseñarles con calma”- y de “pan” –a continuación se narra el episodio conocido como la “multiplicación de los panes”-. De ambas maneras, Marcos presenta a Jesús como el alimento del pueblo.
Y lo que desencadena su reacción es el sentimiento que experimenta al ver a la multitud que andaba “como ovejas sin pastor”. Un sentimiento característico de Jesús que, en la presente traducción, se nombra como “lástima”. Pero hay otros términos y expresiones castellanas que podrían traducir mejor el original griego: sentir compasión o conmoverse en las entrañas.
En el lenguaje habitual, “lástima” parece referirse a un sentimiento, quizás intenso, pero en todo caso superficial o epidérmico, que no lleva a ninguna acción. “Compasión”, por el contrario, significa la capacidad de ponerse en el lugar del otro y de ver y sentir las cosas como él las ve y las siente, activando un movimiento de ayuda.
En cualquier caso, más allá de las palabras empleadas, se alude al sentimiento profundo de quien se pone “en la piel” del otro, vibra con su situación y se vuelca en una acción eficaz de ayuda. Recordemos la acción que se desata en el samaritano de la parábola en cuanto siente compasión por el hombre malherido: “Se acercó y vendó sus heridas, después de habérselas curado con aceite y vino; lo montó en su cabalgadura, lo llevó al mesón y cuidó de él; sacó dos denarios…” (evangelio de Lucas 10,33-35).
Esa compasión que mueve las entrañas y se traduce en un servicio eficaz es uno de los rasgos más característicos de la persona de Jesús.
Los cristianos vemos en Jesús el “Rostro” humano de la Divinidad. Al hilo del texto que leemos este domingo, parece adecuado afirmar que Dios es Descanso y es Compasión, la Presencia atemporal, sabia y amorosa, en la que todo es.
Para comprender más a Jesús desde esta clave:
“El hombre sabio y compasivo.
Una aproximación transpersonal a Jesús de Nazaret”
en
www.transpersonaljournal.com
Descanso es lo opuesto a estrés. Éste se produce porque estamos en un sitio y queremos estar en otro; aquél sólo es posible cuando vivimos la aceptación del momento presente.
El estrés nos divide interiormente y tiende a “rompernos” porque, estando en un lugar y un momento, nos hace desear otro diferente. O porque, hallándonos de un modo determinado, nos agitamos porque querríamos estar de otro distinto.
En ambos casos, quien introduce el estrés –y la ansiedad- es nuestra mente –el yo-, que siempre coloca su sueño de felicidad en el futuro. Dado que no puede vivir en presente –en el que literalmente se disuelve-, y dada también su inconsistencia radical, el yo se proyecta constantemente a un futuro siempre inalcanzable, manteniendo de ese modo la ilusión de existir como entidad independiente.
Es cierto que, en el estrés y la ansiedad, hay intensidades muy diversas, dependiendo de factores externos e internos, muy ligados en cualquier caso al vacío afectivo de origen. A mayor vacío, más necesidad de compensar compulsivamente, más hiperactividad mental y más prisa-huida hacia el futuro.
Pero no es menos cierto que, en toda vivencia de estrés, hay una mente no observada: un conjunto de pensamientos y sentimientos que parecen tener vida propia y que terminan encerrando a la persona en callejones sin salida, donde no queda otra posibilidad que la angustia (de “angustus”: estrecho, cerrado, sin salida).
Si la característica del estrés es la huida del momento presente, y su factor común es la mente que “va por libre”, el descanso sólo podrá venir de la mano de una mente observada, que permite a la persona morar en la aceptación del instante presente.
Observar la mente permite tomar distancia de todo lo que se mueve en ella, para poder caer en la cuenta de que no somos aquello que pasa por ella, sino el Testigo ecuánime que la observa.
Puedes ejercitarte de esta manera: Visualízate a ti mismo/a en la nuca, dirige tu mirada hacia la frente, y pregúntate: ¿qué estoy pensando?, o ¿qué estoy sintiendo?, manteniendo siempre una distancia que no se implica.
Toma conciencia de que todo aquello que puedes observar no son sino “objetos” que hay en ti, pero en ningún caso tú mismo/a; es una película que tu mente está proyectando, pero en ningún caso tu identidad. No te reduzcas, por tanto, a esa película. Eres la Conciencia-Testigo que es consciente de lo que ahí ocurre.
Observar la mente se convierte así en la mayor fuente de libertad interior, dado que no hay nada externo que pueda esclavizarte sino tu propia reducción a aquélla.
Pero, además de libertad, la observación de la mente aporta la capacidad de permanecer en el aquí y ahora, porque se ha apaciguado la fuente de toda huida al futuro, que no era otra que la propia mente, en su tarea titánica de autoafirmarse como “yo”.
Acallada la mente, deshecha la identificación con el yo, sólo queda la Presencia, que sabe a descanso, a plenitud y a unidad.
El “sitio tranquilo”, de que habla el evangelio, no es otro que éste: la Presencia; el modo de “venir a él” pasa por observar la mente, a distancia, sin “pensar los pensamientos”, para posibilitar su silencio y, con él, la emergencia de la plenitud que, de otro modo, queda opacada.
Por eso, no luches con los pensamientos para intentar acallarlos; de ese modo, sólo lograrás incrementarlos. Basta que, situándote en el presente, digas: “Esa mente no soy yo”, “esos pensamientos incesantes no soy yo”…
Cuando dices esto, estás viniendo ya al presente. Presente es el no-tiempo, y es lo único que existe. Todo es ahora, y únicamente existe ahora. De hecho, no puedes estar fuera de él, ni cuando “vuelves” al pasado ni cuando proyectas el futuro; en un caso y otro, sólo puedes estar en lo único que existe: el instante presente, el Ahora atemporal, el “lugar” del descanso y de la plenitud.
En la segunda parte de este breve texto, el narrador acude a la imagen del “pastor” para presentar a Jesús. En la tradición profética, se había hablado del “pastor de Israel”, al que se identificaba con el Mesías (Libro de Jeremías 23,4-8; Libro de Ezequiel 34,23), como el que alimentaría a su pueblo. Alimento que se refiere tanto a la enseñanza como a la comida, según el doble significado del alimento/pan en el judaísmo.
Por eso, el texto habla de “enseñanza” –“se puso a enseñarles con calma”- y de “pan” –a continuación se narra el episodio conocido como la “multiplicación de los panes”-. De ambas maneras, Marcos presenta a Jesús como el alimento del pueblo.
Y lo que desencadena su reacción es el sentimiento que experimenta al ver a la multitud que andaba “como ovejas sin pastor”. Un sentimiento característico de Jesús que, en la presente traducción, se nombra como “lástima”. Pero hay otros términos y expresiones castellanas que podrían traducir mejor el original griego: sentir compasión o conmoverse en las entrañas.
En el lenguaje habitual, “lástima” parece referirse a un sentimiento, quizás intenso, pero en todo caso superficial o epidérmico, que no lleva a ninguna acción. “Compasión”, por el contrario, significa la capacidad de ponerse en el lugar del otro y de ver y sentir las cosas como él las ve y las siente, activando un movimiento de ayuda.
En cualquier caso, más allá de las palabras empleadas, se alude al sentimiento profundo de quien se pone “en la piel” del otro, vibra con su situación y se vuelca en una acción eficaz de ayuda. Recordemos la acción que se desata en el samaritano de la parábola en cuanto siente compasión por el hombre malherido: “Se acercó y vendó sus heridas, después de habérselas curado con aceite y vino; lo montó en su cabalgadura, lo llevó al mesón y cuidó de él; sacó dos denarios…” (evangelio de Lucas 10,33-35).
Esa compasión que mueve las entrañas y se traduce en un servicio eficaz es uno de los rasgos más característicos de la persona de Jesús.
Los cristianos vemos en Jesús el “Rostro” humano de la Divinidad. Al hilo del texto que leemos este domingo, parece adecuado afirmar que Dios es Descanso y es Compasión, la Presencia atemporal, sabia y amorosa, en la que todo es.
Para comprender más a Jesús desde esta clave:
“El hombre sabio y compasivo.
Una aproximación transpersonal a Jesús de Nazaret”
en
www.transpersonaljournal.com
1 comentario:
Buena entrada, muy buena
saludos
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