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sábado, 18 de julio de 2009

Las confesiones del cardenal Bertone


Publicado por Religión Digital

¿Cómo decidió ser sacerdote? ¿Cuáles han sido su mayores dificultades y satisfacciones? A estas preguntas ha respondido el cardenal Tarcisio Bertone, secretario de Estado de Benedicto XVI, en esta entrevista concedida con motivo del inicio del Año Sacerdotal. Como san Agustín en sus "Confesiones", durante esta conversación, que ha tenido lugar en el Palacio Apostólico, el primer colaborador del Papa ha abierto su corazón para revelar momentos y experiencias que no había contado en público hasta ahora. Su testimonio es el primero de una serie de otros cardenales, obispos y sacerdotes que, en este año, compartirán sus "confesiones" sacerdotales. LO entrevista Jesús Colina en Zenit.

--¿Cuándo descubrió su vocación?

--Cardenal Bertone: La descubrí exactamente cuando estudiaba el Quinto año de Gimnasio [lo que en España sería hoy el 1º de Bachillerato, 2º de Preparatoria o High School en México o los Estados Unidos, ndr.] en el Instituto Salesiano de Turín, el de Valdocco, el primer instituto fundado por don Bosco. Allí estudié la secundaria y el bachiller (liceo) y sinceramente hasta ese momento no había sentido el deseo de ser sacerdote, a pesar de que vivía en medio de sacerdotes ejemplares, que habían sido mis profesores, mis educadores. Deseaba más bien estudiar idiomas y dedicarme al conocimiento del mundo y, por tanto, a una actividad muy diferente, una actividad de relaciones internacionales, en cierto sentido.

Luego, un sacerdote salesiano que era mi profesor de griego, me hizo esta propuesta: "Organizamos un encuentro de tres días de discernimiento sacerdotal, puedes venir y pensar en tu futuro...". Acepté, y después de estos tres días vocacionales decidí, en la medida en que dependía de mí, llegar a ser sacerdote, entrar en la congregación salesiana. Comuniqué esta noticia el 24 de mayo de 1949 a mis padres, que iban tradicionalmente en peregrinación a la Basílica de María Auxiliadora de Turín, y se quedaron algo sorprendidos, pues nunca me habían escuchado hablar del proyecto de ser sacerdote. Me dijeron: "Si el Señor quiere, no ponemos ninguna objeción, es más, estamos contentos, pero acuérdate de que dependerá de ti ser fiel y, por tanto, eres tú quien lo ha decidido". De este modo comenzó el camino de la vocación, con el noviciado y, después, con todo el ciclo de estudios, etcétera.

--¿Quién le ayudó a seguir este camino?

--Cardenal Bertone: De manera especial, los educadores salesianos, y al inicio en particular el maestro de noviciado. Prolongué el noviciado cuatro meses, pues era muy joven. De por sí, el noviciado debía comenzarse entonces a la edad de quince años y terminar a la edad de dieciséis años, con la primera profesión religiosa. Yo todavía no tenía quince años cuando entré al noviado, el 16 de agosto de 1949, por tanto, lo prolongué hasta cumplir dieciséis años, en diciembre de 1950. Entonces hice la profesión religiosa. Luego me acompañaron los salesianos y óptimos confesores.

Tengo que reconocer que al inicio le pedí consejo para tomar esta decisión a un confesor, un sacerdote de 84 años, que confesaba detrás del altar mayor de la Basílica de María Auxiliadora, con quien me confesaba regularmente. Me dio sus consejos. Me dijo: "Mira, es una tarea muy grande, tendrás que prepararte bien. Pero recuerda que yo soy sacerdote desde hace 60 años y no me he arrepentido nunca de ser sacerdote". Entonces, alentado también por este testimonio, seguí el camino, aunque de regreso a casa tuve algún problema, algo de nostalgia. Pero mis padres me dijeron: "Ahora termina todo el ciclo de prueba y los estudios, pues fuiste tú quien decidiste. Al final tomarás una decisión más madura". Y al final tomé la decisión de seguir hasta la ordenación sacerdotal, que tuvo lugar el 1 de julio de 1960.

--En este camino, ¿cuál ha sido el papel de don Bosco?

--Cardenal Bertone: Ciertamente don Bosco fue un modelo extraordinario de sacerdocio y sus seguidores, sus hijos, que eran mis profesores, mis educadores, le representaban bien. Me ofrecieron hermosos testimonios que encendían en mí el deseo y me animaban a seguir ese camino. En mi vida, don Bosco siempre ha estado presente. Me guió en el crecimiento hasta el sacerdocio y después del sacerdocio, en los encargos que he tenido como salesiano, hasta ser rector magnífico de la Universidad Pontificia Salesiana, aquí en Roma, y formador de muchos candidatos al sacerdocio, de muchísimos... Luego me ha guiado en mi vida de obispo: primero como arzobispo de Vercelli y luego de Génova y, ahora, como secretario de Estado, como primer colaborador del Papa. Don Bosco me ha enseñado a ser fiel al Papa, a dar la vida por el Papa y por la Iglesia, algo que trato de hacer con mis límites, pero con todas mis fuerzas.

--¿Cuáles han sido las dificultades y las satisfacciones más hermosas?

--Bertone: Como decía, tuve ciertas dificultades en el camino de formación, pues experimenté cierta nostalgia del pasado, de la vida con mis compañeros, con mis amigos..., pero me mantuve firme en el seguimiento de la vocación. Los que tenían mi edad, que no pensaban que yo seguiría este camino, sobre todo mis compañeros de liceo, pues estudié liceo como salesiano, pero con unos treinta compañeros que ahora tienen una profesión y un hermoso papel en la sociedad italiana y me han apoyado, me decían: "Si eres sacerdote, debes serlo como don Francesco Amerio". Era nuestro gran profesor de liceo, de Historia y de Filosofía, y también de Religión. Para mí era un modelo, que me ha apoyado y he guardado hasta ahora los apuntes de sus clases de Religión. Es una muestra de la influencia que tenía este sacerdote, este profesor, a quien mis compañeros me presentaban como modelo.

Después tuve dificultades, especialmente durante el período que va desde 1968 a 1972, pues estaba aquí, en Roma, era profesor de la Universidad Salesiana, también era formador de los candidatos al sacerdocio, entonces teníamos un gran número de estudiantes de Teología, en el entonces Ateneo Pontificio Salesiano: 140 estudiantes de Teología, que sentían la presión y la influencia de los cambios del 68, del debate y el torbellino de opiniones. Nos encontrábamos después del Concilio. Pero habíamos tenido momentos de mucha fricción y de choque de opiniones y personas, y como superior tenía que dar juicios para la admisión a las Órdenes Sagradas de estos estudiantes. Manteníamos un diálogo muy intenso con los estudiantes. Eran tiempos de grandes reuniones estudiantiles, con discusiones que duraban horas, incluso hasta muy entrada la noche... Por tanto, momentos de tensión, pero también de superación de estas tensiones.

Después, como obispo, y como arzobispo de las dos diócesis que he guiado, las dos por encargo del San Padre Juan Pablo II, tuve también algún momento de confrontación, a veces duro en algún caso, con algún problema que se planteaba a nivel de Iglesia local. Cuando era secretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe también había problema doctrinales que se planteaban a nuestro análisis, a nuestro juicio, y a veces eran problemas muy graves, doctrinales, morales, disciplinares.

Pero en este papel también he tenido satisfacciones muy hermosas: el hecho de haber guiado y de haber tenido una comunidad fraterna, diría una relación de comunión fraterna, de fuerte amistad, que continúa todavía hoy, cuando me encuentro con antiguos alumnos o obispos de todo el mundo. He tenido momentos de auténtica comunión, de amistad fraterna en la alegría de la fidelidad al Papa, en la alegría del cumplimiento de nuestro ministerio sacerdotal y episcopal, o por el hecho de haber llevado muchos jóvenes al sacerdocio. Luego está la paternidad episcopal en las ordenaciones sacerdotales y en las ordenaciones episcopales, que ahora se multiplican todavía más, en mi encargo de secretario de Estado, con la ordenación de muchos colaboradores del Papa y también de muchos obispos locales. Es una gran satisfacción: el gran pueblo de Dios se compone también de los pastores de la Iglesia, con sus diferentes responsabilidades, con sus papeles diversos, según la vocación y carismas que distribuye el Espíritu Santo. Este pueblo que camina en profunda unidad es verdaderamente un signo hermoso de la benevolencia de Dios por la Iglesia y toda la humanidad. Lo experimento en los encuentros que tengo con las Iglesias locales, con los representantes pontificios en todo el mundo, con los jefes de Estado que vienen de visita al Vaticano y manifiestan su aprecio, su reconocimiento por el trabajo de la Iglesia, por el testimonio de la Iglesia, ya sea en el campo de la formación, sobre todo en el campo educativo, ya sea en el campo de la promoción humana, de promoción social, de asistencia en especial a las franjas más débiles de la sociedad.

Por tanto, debo dar gracias al Señor por el don del sacerdocio, también por el don del episcopado. ¡A todos deseo un buen Año Sacerdotal!

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