Por Angel Moreno
Es fácil tomar el texto de Jeremías sobre los malos pastores y hacer, enseguida, una lectura actualizada, aplicando la denuncia del profeta a casos concretos, que saltan cada día a los medios de comunicación.
Sin relativizar lo que es doloroso y constituye motivo de oración, y cabe que de condena, de aviso a la responsabilidad y de llamada a la coherencia a quienes en la Iglesia estamos puestos al servicio del Pueblo de Dios, sería muy estrecha la mirada sobre los textos litúrgicos, si se quedara en la crítica y en la denuncia.
La Palabra de Dios nos revela algo profundamente esencial. Se nos llama a poner nuestros ojos en el Buen Pastor, que siempre saldrá en favor nuestro y permanece atento a la necesidad de cada uno, con el desvelo del que ama y da la vida por los suyos.
“Les pondré pastores que las pastoreen”. Esta promesa siempre podría resultar sospechosa si no fuera porque el Señor mismo asume el oficio de Pastor Bueno, como canta el Salmo 22.
Es emblemático el texto del Evangelio en el que se describe el agotamiento y cansancio de Jesús, que invita a los suyos a retirarse a un lugar tranquilo, y al ver a la multitud que le sigue, compadecido, se detiene y se pone a enseñar con calma, porque “andaban como ovejas sin pastor”.
Desde la certeza de la opción de Cristo por nosotros, de la imagen entrañable del Pastor Bueno, surge la confianza a la que invita San Pablo: “Ahora estáis en Cristo Jesús. Él es nuestra paz. Él ha abolido la Ley para crear un solo hombre nuevo”.
Muchas veces el cansancio es motivo de hipersensibilidad que se manifiesta en falta de paciencia, de comprensión y en irritabilidad, crítica y denuncia. Quizá sea bueno aceptar la invitación de Jesús a sus discípulos: “Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco”.
Las vacaciones, tomadas como tiempo de reconciliación, de pacificación interior, de descanso físico, de distanciamiento de las circunstancias que oprimen, pueden devolver la estabilidad de ánimo, la paciencia, y sobre todo la experiencia de misericordia.
Es tiempo de agradecer, a la vez que de disfrutar, la providencia del descanso al que conduce el Buen Pastor: “En verdes praderas me hace recostar, me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas”.
Si puedes, descansa un poco. Acércate a la mesa del Señor, escucha con más atención su Palabra, gusta el regalo de la noche estrellada, de la brisa del mar, de la belleza de la montaña, del trato con los amigos, de la familia, del perfume de la oración, de la serenidad interior, y si es necesario, de la reconciliación sacramental. Si llegas a gustar el itinerario del salmista, descubrirás que no estás solo, ni la oscuridad se impondrás en tu corazón. “Aunque pases por cañadas oscuras, el Señor va contigo”.
Sin relativizar lo que es doloroso y constituye motivo de oración, y cabe que de condena, de aviso a la responsabilidad y de llamada a la coherencia a quienes en la Iglesia estamos puestos al servicio del Pueblo de Dios, sería muy estrecha la mirada sobre los textos litúrgicos, si se quedara en la crítica y en la denuncia.
La Palabra de Dios nos revela algo profundamente esencial. Se nos llama a poner nuestros ojos en el Buen Pastor, que siempre saldrá en favor nuestro y permanece atento a la necesidad de cada uno, con el desvelo del que ama y da la vida por los suyos.
“Les pondré pastores que las pastoreen”. Esta promesa siempre podría resultar sospechosa si no fuera porque el Señor mismo asume el oficio de Pastor Bueno, como canta el Salmo 22.
Es emblemático el texto del Evangelio en el que se describe el agotamiento y cansancio de Jesús, que invita a los suyos a retirarse a un lugar tranquilo, y al ver a la multitud que le sigue, compadecido, se detiene y se pone a enseñar con calma, porque “andaban como ovejas sin pastor”.
Desde la certeza de la opción de Cristo por nosotros, de la imagen entrañable del Pastor Bueno, surge la confianza a la que invita San Pablo: “Ahora estáis en Cristo Jesús. Él es nuestra paz. Él ha abolido la Ley para crear un solo hombre nuevo”.
Muchas veces el cansancio es motivo de hipersensibilidad que se manifiesta en falta de paciencia, de comprensión y en irritabilidad, crítica y denuncia. Quizá sea bueno aceptar la invitación de Jesús a sus discípulos: “Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco”.
Las vacaciones, tomadas como tiempo de reconciliación, de pacificación interior, de descanso físico, de distanciamiento de las circunstancias que oprimen, pueden devolver la estabilidad de ánimo, la paciencia, y sobre todo la experiencia de misericordia.
Es tiempo de agradecer, a la vez que de disfrutar, la providencia del descanso al que conduce el Buen Pastor: “En verdes praderas me hace recostar, me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas”.
Si puedes, descansa un poco. Acércate a la mesa del Señor, escucha con más atención su Palabra, gusta el regalo de la noche estrellada, de la brisa del mar, de la belleza de la montaña, del trato con los amigos, de la familia, del perfume de la oración, de la serenidad interior, y si es necesario, de la reconciliación sacramental. Si llegas a gustar el itinerario del salmista, descubrirás que no estás solo, ni la oscuridad se impondrás en tu corazón. “Aunque pases por cañadas oscuras, el Señor va contigo”.
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