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jueves, 9 de julio de 2009

XV Domingo Ordinario, Ciclo B- Comentarios de José A. Ciordia Castillo

Publicado por Entra y Verás

Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto.

Unos capítulos antes nos ha relatado Marcos la elección de los «doce». Jesús había atraído sobre sí la atención del pueblo de Palestina. Unos le habían seguido de lejos; otros de cerca. Unos con simpatía y entusiasmo; otros con recelo. Unos cuanto admiradores se habían convertido en sus «seguidores». De ellos Jesús había elegido «doce». Les había llamado «apóstoles». Los había convertido en «pescadores de hombres». Le acompañan a todas partes, oyen sus predicaciones y viven con él. Jesús los envía ahora a anunciar el Reino. Para ello precisamente los había elegido. Jesús quiere que comiencen; son sus colaboradores.

Los envía de dos en dos. Así será más seguro su testimonio. Los envía por tierras de Galilea, sin salir de los términos del pueblo elegido. Les hace partícipes de su misión y poder: lanzar demonios. Es el signo evidente de la llegada del Reino. Han de predicar la «conversión». Sin«conversión» no puede implantarse el Reino. Así predicaba él y así también el Bautista. Y las maravillas que han visto realizar al Maestro brotan de sus manos: lanzan demonios, curan enfermos, limpian leprosos. Expresión plástica de la venida del Reino. Los «doce» continúan la obra de Cristo.

Esa es su «Misión» y no otra. No tienen otra razón de ser que esa. Todo lo demás sobra. Han de observar una conducta sencilla: «la sencillez apostólica». Nada que impida su «Misión» o la desvíe. Sobriedad al máximo. Su «Misión» es su riqueza. Sólo el bastón y las sandalias - un par - para caminar ligeros. Corre prisa. La hospitalidad de las gentes - proverbial en aquellas tierras - les abrirá las puertas. Sus pocas pretensiones infundirán confianza; no se verán obligados de ir de aquí para allá. Son los mensajeros de la luz y de la paz. Pero ¡ay de aquellos que se cierren a su voz! La paz pasará con ellos de largo y puede que no vuelva más. Les espera un juicio terrible. Los apóstoles son el Maestro. Algo que hace temblar.

Consideraciones
La primera y tercera lectura coinciden en un punto importante: la «misión». El pastor Amós es enviado a profetizar. Nadie puede impedírselo. La voz del Señor lo ha constituido «profeta» y «apóstol». Lo ha investido de su poder y autoridad. Cualquier clase de oposición, venga de donde venga, es descabellada. Ni el rey ni el sacerdote pueden nada en él. Los «doce» fueron creados «Apóstoles», enviados a proclamar el mensaje del Señor. Están investidos de poder. Toda oposición o desacato son condenados irremisiblemente. Quien desprecia al apóstol desprecia a Dios. «Seriedad» tanto para el «enviado» como para los destinatarios.

La «misión» de Cristo es salvadora. Sus enviados son «salvadores». Lanzan demonios, curan enfermos, anuncian la Buena Nueva. Lo son por vocación y oficio. Para ello sus poderes. La Iglesia continúa esa función, en especial en los miembros cualificados: obispos, presbíteros… ¿Cómo cumplimos nuestra «misión»? ¿Salvamos? ¿Evangelizamos? ¿Cuál es nuestro primer interés? ¿Operan maravillas nuestras manos: atención, desinterés, amor fraterno? ¿Lanzamos los demonios de la ira, de la envidia, del odio? ¿Acudimos con nuestra solicitud al lado de los pobres, de los enfermos, de los desgraciados?

Para realizar expeditamente esa «misión» el apóstol debe dejar de lado muchas cosas. en realidad todo. Sólo lo necesario e indispensable. Sencillez apostólica. Sólo nos ha de bastar Cristo. ¿Cómo andamos en este punto? ¡Cuánto bagaje llevamos acuestas! Intereses personales, negocios, asuntos financieros, preocupaciones no evangélicas…. No debe sorprendernos la desconfianza de los oyentes. Sin una independencia radical no tendremos fuerza para anunciar en toda su amplitud el Evangelio. En este punto nos encontramos muy lejos del ideal. Convendría pensarlo.

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