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domingo, 5 de julio de 2009

ZAPATERO, ¡A TUS ZAPATOS! : XIV Domingo del Tiempo Ordinario (San Marcos 6, 1-6)

Por Jesús Pelaez
Publicado por Fundación Epsilón

Creer en Dios resulta relativamente fácil. Sobre todo si nos hacemos un Dios a nuestra medida y lo enviamos a un cielo lejano, muy lejano Pero, en Jesús; Dios quiso venirse a nuestro lado, ser uno más, uno del pueblo Pero eso, para creer en el Dios de Jesús, hay que aceptar que a él sólo se puede llegar por el Hombre. Y quizá por eso resulta un poco más difícil creer en el Dios de Jesús.


Tanto tienes... tanto vales. La sabiduría popular ha retra­tado una vez más la realidad social en la que nos movemos y en la que el valor de cada persona se mide por el peso de su billetero, por los títulos académicos o de cualquier otra clase, de los que puede presumir, por el poder que ostenta, por el número de subordinados a los que puede mandar, por la influencia que posee, por la cuna de la que procede...

A quien no tiene nada de eso no se le escucha. No se le tiene en cuenta. ¿Qué puede ofrecer alguien que no ha con­seguido triunfar en la vida? ¿Que tiene un corazón que no le cabe en el pecho? ¿Que la vida le ha enseñado a conocer el alma humana? Poco importan la bondad, la experiencia, los argumentos o las razones

Zapatero, ¡a tus zapatos! ¿Y por qué un zapatero no puede hablar de arte.. o de cómo es el corazón del hombre?

También Jesús, hijo del pueblo, tuvo que soportar las consecuencias de esta manera de pensar.



EL CARPINTERO

Fue a su tierra, seguido de sus discípulos. Cuando llegó el sábado se puso a enseñar en la sinagoga; la mayoría, al oírlo, se decía impresionada:

¿De dónde le vienen a éste estas cosas? ¿Qué clase de saber le han comunicado a éste y qué portentos son esos que salen de sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María y hermano de Santiago y José, de Judas y Simón? y ¿no están sus hermanas aquí con nosotros?

Se presentó en su tierra (por el contexto se supone que se trata de Nazaret, su pueblo, pero Marcos no lo nombra, pues aquí está representando a toda la tierra de Israel, que, a pesar de lo mostrado en el episodio anterior, no acepta a Jesús), donde había pasado la mayor parte de sus años.

Llega como maestro, acompañado de un grupo de discípulos. Antes que él seguramente que había llegado, también allí, la fama de las cosas que decía y que hacía: que se había distanciado de la doctrina oficial (Mc 1,22), que no observaba las tradicio­nes religiosas (Mc 1,39-45; 2,23-3,6), que trataba con gente poco recomendable (Mc 2,14.15-17), que hablaba de un nue­vo pueblo de Dios al que podrían incorporarse gentes de todas las naciones (Mc 2,1-13.18-21; 3,13-19). Seguro que hasta allí habían llegado las calumnias y las descalificaciones puestas en circulación por los enviados de Jerusalén (Mc 3,22-30), centro del poder religioso... Por eso habían llegado a decir que estaba loco, y por eso habían ido su madre y sus parientes más cercanos a buscarlo (Mc 3,21), y él parece que se había negado a recibirlos (Mc 3,31-35). También había llegado a su tierra la fama de otras cosas que hacía: por donde pasaba brotaba la libertad (Mc 1,21b-28.39; 2,23-27; 5,1-20), los hombres recuperaban su dignidad (Mc 1,40-45; 3,1-6) y sobreabundaba la vida (Mc 1,29-34; 5,24-43). Pero allí, en su tierra, no le hicieron caso.

Primero, le hicieron el vacío: nadie se le acercó hasta que él fue el sábado a la sinagoga, en donde estaban todos reuni­dos; y, aunque lo que dijo les impresionó, no se lo creyeron: ¡el carpintero, dándoselas de maestro y de profeta! ¿De qué universidad habrá salido? En la sinagoga de Cafarnaún (Mc 1,22.27-28) reconocieron su autoridad en cuanto que lo escu­charon. En su tierra no. No tiene títulos, y llegan a insinuar que su actividad, la libertad, la dignidad y la vida que lleva y comunica por dondequiera que pasa, podía provenir de fuerzas inconfesables: «¿... qué portentos son esos que salen de sus manos?» Lo acusan de ser un mago, de practicar la magia negra.



ALLI NO LE FUE POSIBLE

Jesús les dijo:

-Sólo en su tierra, entre sus parientes y en su casa, desprecian a un profeta.

No le fue posible de ningún modo actuar allí con fuerza; sólo curó unos pocos enfermos aplicándoles las manos. Y estaba sorprendido de su falta de fe.

Jesús iba haciendo el bien, liberando a hombres y mujeres de todas sus esclavitudes, de todos sus padecimientos. Porque Dios actuaba en él. Pero en su pueblo le fue imposible.

Jesús, ante la reacción de los suyos, reafirma, llamándose a sí mismo profeta, que su enseñanza y su actividad están respaldadas por el mismo Dios en el que dicen creer (están en la sinagoga, recinto religioso). Sus enseñanzas, que acaban de escuchar impresionados, no son un invento suyo: les habla en nombre del Dios que ya había hablado por los profetas en la antigüedad, profetas que fueron rechazados como él por su pueblo (Is 18,7-13; 30,8-12; Jr 12,6; 18,18-20; 20,7-10; Ez 2,2-7; Am 7,10).

Pero no reniega de su origen, de su tierra, de su casa, de sus hermanos; no reniega de su ser de hombre de pueblo que ha trabajado, que ha sudado entre aquellos que acaban de escucharlo y que ahora lo rechazan, no porque no estén de acuerdo con lo que dice, no porque no sea evidente que va por todas partes haciendo el bien, sino porque uno de ellos, con su misma piel, con los mismos callos en sus manos..., porque es el carpintero.

No, no pudo hacer nada en su pueblo; sólo alguna cura­ción. Porque les faltaba la primera condición para poder re­cibir algo de Dios: la fe. Y ellos, aunque decían que tenían fe en Dios, no podían tener fe en el Dios de Jesús porque les faltaba... fe en el hombre.

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