“Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres…
y luego sígueme"
Publicado por Dominicos.org
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Introducción
El que los diálogos deban siempre ser estimados en mucho no nos impide reconocer que, en determinadas ocasiones, no conducen a encuentros, sino que, muy al contrario, ponen en evidencia la distancia existente entre unas y otras posiciones. No es extraño que suceda precisamente eso cuando uno de los interlocutores es Jesús, cuya palabra, por ser de Dios, “es viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo” (Hb 4,12); nada dada, por lo tanto, a contemporizar, es decir, “a acomodarse al gusto o dictamen ajeno por algún respeto o fin particular” (RAE). El fin de Jesús es general -el Reino de Dios- y de ningún modo está dispuesto a acomodarse a dictámenes ajenos, tampoco a los de los ricos.
* Iª Lectura: Sabiduría (7,7-11): La sabiduría nos hace "divinos"
I.1. Esta lectura nos ofrece uno de los pensamientos más bellos sobre la sabiduría. Forma parte de una reflexión más amplia sobre la igualdad de los hombres en su naturaleza, y cómo esta nos perfecciona humanamente. Se supone que el autor es como un rey (algunos han pensado que era Salomón, pero no es así). Y este rey se considera igual a todos los hombres, porque los reyes y cualquier ser humano nacen lo mismo que todos y mueren lo mismo que todos, como le sucede a los animales. Pero lo que hace a los seres humanos distintos en la vida y en la muerte es la sabiduría, por la que compartimos la vida misma de Dios.
I.2. Este don no solamente enseña a gobernar a los reyes, sino a ser divinos a los hombres, porque es la riqueza más alta. Con ello se aprende a discernir lo que vale y lo que no vale en la existencia. Las personas sin «adentros» prefieren el oro, la plata y las piedras preciosas; el dinero y el poder. Pero quien elija la sabiduría habrá aprendido un sentido distinto de la vida y de la muerte; del dolor y del hambre; del sufrimiento y la desesperación. Con ella vienen riquezas, valoraciones y sentimientos que no se pueden comprar con todo el oro del mundo. Porque la verdadera sabiduría enseña a tener y vivir con dignidad.
* IIª Lectura: Hebreos (4,12-13): La fuerza de la palabra de Dios
La lectura de Hebreos nos ofrece una reflexión sobre la Palabra de Dios que se entiende como el anuncio de las promesas del AT y, en nuestro caso, la predicación cristiana. El autor está exhortando a la comunidad a peregrinar, sabiendo que nos acompaña Cristo, el Sumo Sacerdote. Por lo mismo, es con la Palabra del Señor con la que podemos caminar por la vida. Esa Palabra es como una espada de dos filos que llega hasta lo más profundo del corazón humano; descubre nuestros sentimientos, nuestras debilidades, y por impulso de la misma podemos confiarnos a nuestro Dios. Pues esa palabra no es ideología, ni algo vacío. En este caso, debemos decir que nuestro texto tiene mucho que ver con el pasaje de la Sabiduría (Sab 7,22-8,1). La Palabra de Dios, pues, es para el cristiano la fuente de la sabiduría.
* Evangelio: Marcos (10,17-30): El seguimiento, sabiduría frente a las riquezas
III.1. El evangelio nos ofrece una escena muy conocida: el joven rico y su pretensión de obtener la salvación (“heredar la vida eterna”). Es verdad que este texto es un conjunto no demasiado homogéneo. Los grandes maestros han pensado, no sin razón, que son varios textos en torno a palabras de Jesús sobre el peligro de las riquezas y sobre la vida eterna, las que se han conjuntado en esta pequeña historia. Es muy razonable distinguir tres partes: a) la escena del joven rico (vv.17-22); b) la dificultad para entrar en el Reino de Dios (vv. 23-27); c) las renuncias de los verdaderos discípulos (vv.28-30). Todo rematado sobre el dicho “los últimos serán los primeros y los primeros los últimos” (v. 31). Las dos primeras tienen una conexión más fuerte que la tercera. Es verdad que todo el conjunto gira en torno a las claves del verdadero seguimiento. No se trata de una enseñanza sobre el voto de pobreza de los monjes, sino de algo que afecta a la salvación para todos.
III.2. Entre las muchas lecturas que se pueden hacer, señalemos que no podemos olvidar como decisivo para entender este pasaje la llamada al "seguimiento" y tener un tesoro en el cielo. Se ha comentado en alguna parte que este joven está buscando la sabiduría. Jesús le propone otro camino distinto, un camino de radicalidad, que implica sin duda renunciar a sus riquezas, que están sustentadas, incluso, en la praxis y en la forma de entender los mandamientos que siempre ha cumplido. Es una llamada a hacerlo todo de otra manera, con sabiduría. No es una llamada a una vida de pobreza absoluta entendida materialmente, sino de pobreza que no se apoye en la seguridad del cumplimiento formal de la ley. De hecho, la escena nos muestra que si el joven cumplía los mandamientos y además era rico, no debería haberse preocupado de nada más. Pero no las tiene todas consigo. Por ello pregunta a Jesús… y encontrará un camino nuevo.
III.3. Las riquezas, poseerlas, amarlas, buscarlas es un modo de vida que define una actitud contraria a la praxis del Reino de Dios y a la vida eterna: es poder, seguridad, placer... todo eso no es la felicidad. La alternativa, en este caso, es seguir a Jesús en vez de los preceptos de la ley, que le han permitido ser un hombre rico. En la mentalidad judía, ser un hombre de riquezas y ser justo iban muy unidos. Es eso, por lo mismo, lo que desbarata Jesús para este joven con su planteamiento del seguimiento como radicalidad. Pensar que el seguimiento de Jesús es una opción de miseria sería una forma equivocada de entender lo que nos propone este historia evangélica. Este joven es rico en bienes materiales, pero también morales, porque cumple los mandamientos. ¿Es eso inmoral? ¡No! Pero esa riqueza moral no le permite ver que sus riquezas le están robando la verdadera sabiduría y el corazón. No tiene la sabiduría que busca, porque debe estar todavía muy pendiente de “sus riquezas”. Siguiendo a Jesús aprenderá otra manera de ver la vida, de vez las riquezas y de ver la misma religión.
III.4. Por eso tiene sentido lo que después le preguntarán los discípulos cuando Jesús hable de que es muy difícil que los ricos entre en el Reino de los Cielos; porque no son capaces de descodificarse de su seguridad personal, de su justicia, de su concepción de Dios y de los hombres. No es solamente por sus riquezas materiales (que siguen siendo un peligro para el seguimiento), sino por todo su mundo de poder y de seguridad. Y reciben la aclaración, por otra parte definitiva, de que "lo que es imposible para el hombre, en cambio es posible para Dios" (v. 27). Por consiguiente, la respuesta de Jesús al joven rico es una llamada a este hombre concreto a que le siga de una manera especial; pero, a su vez, un criterio para todos desde la radicalidad y la sabiduría del seguimiento.
El evangelista Marcos nos ofrece hoy uno de esos relatos que resultan extraordinariamente directos y luminosos. Se trata, fundamentalmente, de la narración de un diálogo entre Jesús y una persona a quien nosotros solemos llamar el joven rico. En realidad, Marcos no especifica la edad, y tampoco lo hace Lucas. Es únicamente Mateo quien afirma que se trataba de un joven, pero no es esto lo que nos importa. De lo que no cabe duda es de que era rico, incluso “muy rico”. Y esto sí nos importa porque ahí se ubica el centro y quicio del pasaje.
No nos encontramos en una de esas frecuentes ocasiones en que alguien pretende maliciosamente poner a prueba a Jesús. La conversación entre éste y el joven rico, por más que termine de forma triste, transcurre en un tono sincero. Para empezar, el joven se acerca a Jesús con toda reverencia, tratándole de “maestro bueno”. Éste le invita a que deje un poco de lado tanta reverencia -“¿por qué me llamas bueno? No hay nadie bueno más que Dios”-, seguramente porque reverenciar crea distancia y Jesús es hombre de cercanías. El joven acepta la invitación y, en adelante, ya sólo le llamará maestro.
* El Reino de Dios: la prioridad de los hermanos y la solidaridad con los pobres
Lo que el rico quiere saber es qué tiene que hacer para heredar la vida eterna, es decir, para estar en sintonía con el proyecto de Dios y, por lo tanto, en comunión con Él. Jesús le responde que ha de cumplir los mandamientos, pero vale la pena que caigamos en la cuenta de algo muy importante: los mandamientos que Jesús cita no son los que se refieren a Dios (por ejemplo, santificarás el sábado o no tomarás en falso el nombre de Dios), sino únicamente los que guardan relación con los demás: “No matarás, no comentarás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre”. De ahí podemos y debemos obtener una primera enseñanza: para estar en comunión con Dios es prioritario el comportamiento justo y bueno con los demás.
El joven añade que todo eso, cumplir los mandamientos, es algo que no sólo ya hace, sino que siempre ha hecho. Debió tratarse de una respuesta honesta porque Jesús -dice San Marcos- “se le quedó mirando con cariño”. Es, sin embargo, justamente ahora, en este momento de afecto, cuando comienzan los problemas porque Jesús replica: “Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres… y luego sígueme”. Se trata de un clara invitación al seguimiento, es decir, a incorporarse al grupo de los discípulos, pero él se puso triste y se marchó. Su riqueza le incapacita para seguir a Jesús; le impide la comunión con Dios, una sabiduría que él había buscado, quizás con sinceridad, pero no la suficiente como para “preferirla a los cetros y a los tronos” (Sb 7,8). El obstáculo viene dado por su riqueza, de eso no cabe duda: se marchó -explica el evangelista- porque era muy rico y el propio Jesús comenta: “Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el Reino de Dios”.
* La riqueza: el reino de la explotación y del poder.
Vale preguntarse qué es lo que tiene el dinero para constituir un obstáculo para la comunión con Dios, para el Reino de Dios. El dinero en sí mismo no es malo, por la sencilla razón de que todos necesitamos una cierta cantidad de bienes para poder vivir (sólo quienes anden muy sobrados podrán pretender, tramposamente, lo contrario). No tenemos ninguna buena razón para despreciarlo. El problema no es el dinero. El problema es la acumulación de dinero, la desigual distribución del mismo, la riqueza. ¿Y por qué la riqueza es contraria al Reino de Dios? Porque el Dios de ese Reino es el Padre de todos. Dios reina allí donde se vive en fraternidad. La riqueza, en cambio, es el reino de la explotación y del poder.
Es el reino de la explotación porque casi nunca procede del trabajo honrado, sino casi siempre del fraude, de la injusticia, del abuso. El reverso del enriquecimiento de unos pocos suele ser el empobrecimiento de muchos. Con razón ha escrito Benedicto XVI en su reciente encíclica social que “los pobres son en muchos casos el resultado de la violación de la dignidad del trabajo humano, bien porque se limitan sus posibilidades (desocupación, subocupación), bien porque se devalúan «los derechos que fluyen del mismo, especialmente el derecho al justo salario, a la seguridad de la persona del trabajador y de su familia» (Laborem exercens, 8)” (Caritas in veritate, 63).
La riqueza es el reino del poder porque casi siempre es utilizada para imponerse sobre los demás y para hacer valer los intereses propios sobre los derechos ajenos. Por eso la riqueza es opuesta a un Reino que, siendo del Dios Padre de todos, lo es también de la fraternidad.
* No dejarse embelesar.
Es poco probable que entre los lectores de estas líneas y los destinatarios de sus homilías se encuentre algún rico. Podríamos pensar, en ese sentido, que el evangelio de hoy no representa para nosotros ninguna interpelación.
Mucho me temo, sin embargo, que, si pensamos las cosas una segunda vez, fácilmente podremos caer en la cuenta de que, con alguna frecuencia, unos y otros hacemos el juego a los ricos, por ejemplo dejándonos obnubilar de tal manera por su poder que perdemos el sentido de nuestra propia dignidad, hasta el punto de renunciar a la defensa de nuestros derechos en la expectativa -me niego a llamarla esperanza- de obtener algunas de la migajas que caen de las mesas de los señores. A veces nos dejamos deslumbrar de tal manera por sus brillos que somos los primeros en reconocerles alguna forma de privilegio, con lo que acabamos por traicionarnos a nosotros mismos y al evangelio.
Jesús, en cambio, era siempre el mismo y él mismo, ajeno a acomodos motivados por fines particulares. Nunca se dejó embelesar por el poder de un rico ni le trató de forma privilegiada. Nunca ignoró la dignidad de un pobre ni le trató de forma despectiva. ¿Sabremos nosotros respetar siempre, también ante un rico, nuestra propia dignidad personal y la de nuestros hermanos?
Fray Javier Martínez Real
Comentario bíblico
La sabiduría del seguimiento de Jesús
La sabiduría del seguimiento de Jesús
* Iª Lectura: Sabiduría (7,7-11): La sabiduría nos hace "divinos"
I.1. Esta lectura nos ofrece uno de los pensamientos más bellos sobre la sabiduría. Forma parte de una reflexión más amplia sobre la igualdad de los hombres en su naturaleza, y cómo esta nos perfecciona humanamente. Se supone que el autor es como un rey (algunos han pensado que era Salomón, pero no es así). Y este rey se considera igual a todos los hombres, porque los reyes y cualquier ser humano nacen lo mismo que todos y mueren lo mismo que todos, como le sucede a los animales. Pero lo que hace a los seres humanos distintos en la vida y en la muerte es la sabiduría, por la que compartimos la vida misma de Dios.
I.2. Este don no solamente enseña a gobernar a los reyes, sino a ser divinos a los hombres, porque es la riqueza más alta. Con ello se aprende a discernir lo que vale y lo que no vale en la existencia. Las personas sin «adentros» prefieren el oro, la plata y las piedras preciosas; el dinero y el poder. Pero quien elija la sabiduría habrá aprendido un sentido distinto de la vida y de la muerte; del dolor y del hambre; del sufrimiento y la desesperación. Con ella vienen riquezas, valoraciones y sentimientos que no se pueden comprar con todo el oro del mundo. Porque la verdadera sabiduría enseña a tener y vivir con dignidad.
* IIª Lectura: Hebreos (4,12-13): La fuerza de la palabra de Dios
La lectura de Hebreos nos ofrece una reflexión sobre la Palabra de Dios que se entiende como el anuncio de las promesas del AT y, en nuestro caso, la predicación cristiana. El autor está exhortando a la comunidad a peregrinar, sabiendo que nos acompaña Cristo, el Sumo Sacerdote. Por lo mismo, es con la Palabra del Señor con la que podemos caminar por la vida. Esa Palabra es como una espada de dos filos que llega hasta lo más profundo del corazón humano; descubre nuestros sentimientos, nuestras debilidades, y por impulso de la misma podemos confiarnos a nuestro Dios. Pues esa palabra no es ideología, ni algo vacío. En este caso, debemos decir que nuestro texto tiene mucho que ver con el pasaje de la Sabiduría (Sab 7,22-8,1). La Palabra de Dios, pues, es para el cristiano la fuente de la sabiduría.
* Evangelio: Marcos (10,17-30): El seguimiento, sabiduría frente a las riquezas
III.1. El evangelio nos ofrece una escena muy conocida: el joven rico y su pretensión de obtener la salvación (“heredar la vida eterna”). Es verdad que este texto es un conjunto no demasiado homogéneo. Los grandes maestros han pensado, no sin razón, que son varios textos en torno a palabras de Jesús sobre el peligro de las riquezas y sobre la vida eterna, las que se han conjuntado en esta pequeña historia. Es muy razonable distinguir tres partes: a) la escena del joven rico (vv.17-22); b) la dificultad para entrar en el Reino de Dios (vv. 23-27); c) las renuncias de los verdaderos discípulos (vv.28-30). Todo rematado sobre el dicho “los últimos serán los primeros y los primeros los últimos” (v. 31). Las dos primeras tienen una conexión más fuerte que la tercera. Es verdad que todo el conjunto gira en torno a las claves del verdadero seguimiento. No se trata de una enseñanza sobre el voto de pobreza de los monjes, sino de algo que afecta a la salvación para todos.
III.2. Entre las muchas lecturas que se pueden hacer, señalemos que no podemos olvidar como decisivo para entender este pasaje la llamada al "seguimiento" y tener un tesoro en el cielo. Se ha comentado en alguna parte que este joven está buscando la sabiduría. Jesús le propone otro camino distinto, un camino de radicalidad, que implica sin duda renunciar a sus riquezas, que están sustentadas, incluso, en la praxis y en la forma de entender los mandamientos que siempre ha cumplido. Es una llamada a hacerlo todo de otra manera, con sabiduría. No es una llamada a una vida de pobreza absoluta entendida materialmente, sino de pobreza que no se apoye en la seguridad del cumplimiento formal de la ley. De hecho, la escena nos muestra que si el joven cumplía los mandamientos y además era rico, no debería haberse preocupado de nada más. Pero no las tiene todas consigo. Por ello pregunta a Jesús… y encontrará un camino nuevo.
III.3. Las riquezas, poseerlas, amarlas, buscarlas es un modo de vida que define una actitud contraria a la praxis del Reino de Dios y a la vida eterna: es poder, seguridad, placer... todo eso no es la felicidad. La alternativa, en este caso, es seguir a Jesús en vez de los preceptos de la ley, que le han permitido ser un hombre rico. En la mentalidad judía, ser un hombre de riquezas y ser justo iban muy unidos. Es eso, por lo mismo, lo que desbarata Jesús para este joven con su planteamiento del seguimiento como radicalidad. Pensar que el seguimiento de Jesús es una opción de miseria sería una forma equivocada de entender lo que nos propone este historia evangélica. Este joven es rico en bienes materiales, pero también morales, porque cumple los mandamientos. ¿Es eso inmoral? ¡No! Pero esa riqueza moral no le permite ver que sus riquezas le están robando la verdadera sabiduría y el corazón. No tiene la sabiduría que busca, porque debe estar todavía muy pendiente de “sus riquezas”. Siguiendo a Jesús aprenderá otra manera de ver la vida, de vez las riquezas y de ver la misma religión.
III.4. Por eso tiene sentido lo que después le preguntarán los discípulos cuando Jesús hable de que es muy difícil que los ricos entre en el Reino de los Cielos; porque no son capaces de descodificarse de su seguridad personal, de su justicia, de su concepción de Dios y de los hombres. No es solamente por sus riquezas materiales (que siguen siendo un peligro para el seguimiento), sino por todo su mundo de poder y de seguridad. Y reciben la aclaración, por otra parte definitiva, de que "lo que es imposible para el hombre, en cambio es posible para Dios" (v. 27). Por consiguiente, la respuesta de Jesús al joven rico es una llamada a este hombre concreto a que le siga de una manera especial; pero, a su vez, un criterio para todos desde la radicalidad y la sabiduría del seguimiento.
Fray Miguel de Burgos Núñez
Pautas para la homilía
* Una conversación sincera y cercana.
* Una conversación sincera y cercana.
El evangelista Marcos nos ofrece hoy uno de esos relatos que resultan extraordinariamente directos y luminosos. Se trata, fundamentalmente, de la narración de un diálogo entre Jesús y una persona a quien nosotros solemos llamar el joven rico. En realidad, Marcos no especifica la edad, y tampoco lo hace Lucas. Es únicamente Mateo quien afirma que se trataba de un joven, pero no es esto lo que nos importa. De lo que no cabe duda es de que era rico, incluso “muy rico”. Y esto sí nos importa porque ahí se ubica el centro y quicio del pasaje.
No nos encontramos en una de esas frecuentes ocasiones en que alguien pretende maliciosamente poner a prueba a Jesús. La conversación entre éste y el joven rico, por más que termine de forma triste, transcurre en un tono sincero. Para empezar, el joven se acerca a Jesús con toda reverencia, tratándole de “maestro bueno”. Éste le invita a que deje un poco de lado tanta reverencia -“¿por qué me llamas bueno? No hay nadie bueno más que Dios”-, seguramente porque reverenciar crea distancia y Jesús es hombre de cercanías. El joven acepta la invitación y, en adelante, ya sólo le llamará maestro.
* El Reino de Dios: la prioridad de los hermanos y la solidaridad con los pobres
Lo que el rico quiere saber es qué tiene que hacer para heredar la vida eterna, es decir, para estar en sintonía con el proyecto de Dios y, por lo tanto, en comunión con Él. Jesús le responde que ha de cumplir los mandamientos, pero vale la pena que caigamos en la cuenta de algo muy importante: los mandamientos que Jesús cita no son los que se refieren a Dios (por ejemplo, santificarás el sábado o no tomarás en falso el nombre de Dios), sino únicamente los que guardan relación con los demás: “No matarás, no comentarás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre”. De ahí podemos y debemos obtener una primera enseñanza: para estar en comunión con Dios es prioritario el comportamiento justo y bueno con los demás.
El joven añade que todo eso, cumplir los mandamientos, es algo que no sólo ya hace, sino que siempre ha hecho. Debió tratarse de una respuesta honesta porque Jesús -dice San Marcos- “se le quedó mirando con cariño”. Es, sin embargo, justamente ahora, en este momento de afecto, cuando comienzan los problemas porque Jesús replica: “Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres… y luego sígueme”. Se trata de un clara invitación al seguimiento, es decir, a incorporarse al grupo de los discípulos, pero él se puso triste y se marchó. Su riqueza le incapacita para seguir a Jesús; le impide la comunión con Dios, una sabiduría que él había buscado, quizás con sinceridad, pero no la suficiente como para “preferirla a los cetros y a los tronos” (Sb 7,8). El obstáculo viene dado por su riqueza, de eso no cabe duda: se marchó -explica el evangelista- porque era muy rico y el propio Jesús comenta: “Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el Reino de Dios”.
* La riqueza: el reino de la explotación y del poder.
Vale preguntarse qué es lo que tiene el dinero para constituir un obstáculo para la comunión con Dios, para el Reino de Dios. El dinero en sí mismo no es malo, por la sencilla razón de que todos necesitamos una cierta cantidad de bienes para poder vivir (sólo quienes anden muy sobrados podrán pretender, tramposamente, lo contrario). No tenemos ninguna buena razón para despreciarlo. El problema no es el dinero. El problema es la acumulación de dinero, la desigual distribución del mismo, la riqueza. ¿Y por qué la riqueza es contraria al Reino de Dios? Porque el Dios de ese Reino es el Padre de todos. Dios reina allí donde se vive en fraternidad. La riqueza, en cambio, es el reino de la explotación y del poder.
Es el reino de la explotación porque casi nunca procede del trabajo honrado, sino casi siempre del fraude, de la injusticia, del abuso. El reverso del enriquecimiento de unos pocos suele ser el empobrecimiento de muchos. Con razón ha escrito Benedicto XVI en su reciente encíclica social que “los pobres son en muchos casos el resultado de la violación de la dignidad del trabajo humano, bien porque se limitan sus posibilidades (desocupación, subocupación), bien porque se devalúan «los derechos que fluyen del mismo, especialmente el derecho al justo salario, a la seguridad de la persona del trabajador y de su familia» (Laborem exercens, 8)” (Caritas in veritate, 63).
La riqueza es el reino del poder porque casi siempre es utilizada para imponerse sobre los demás y para hacer valer los intereses propios sobre los derechos ajenos. Por eso la riqueza es opuesta a un Reino que, siendo del Dios Padre de todos, lo es también de la fraternidad.
* No dejarse embelesar.
Es poco probable que entre los lectores de estas líneas y los destinatarios de sus homilías se encuentre algún rico. Podríamos pensar, en ese sentido, que el evangelio de hoy no representa para nosotros ninguna interpelación.
Mucho me temo, sin embargo, que, si pensamos las cosas una segunda vez, fácilmente podremos caer en la cuenta de que, con alguna frecuencia, unos y otros hacemos el juego a los ricos, por ejemplo dejándonos obnubilar de tal manera por su poder que perdemos el sentido de nuestra propia dignidad, hasta el punto de renunciar a la defensa de nuestros derechos en la expectativa -me niego a llamarla esperanza- de obtener algunas de la migajas que caen de las mesas de los señores. A veces nos dejamos deslumbrar de tal manera por sus brillos que somos los primeros en reconocerles alguna forma de privilegio, con lo que acabamos por traicionarnos a nosotros mismos y al evangelio.
Jesús, en cambio, era siempre el mismo y él mismo, ajeno a acomodos motivados por fines particulares. Nunca se dejó embelesar por el poder de un rico ni le trató de forma privilegiada. Nunca ignoró la dignidad de un pobre ni le trató de forma despectiva. ¿Sabremos nosotros respetar siempre, también ante un rico, nuestra propia dignidad personal y la de nuestros hermanos?
Fray Javier Martínez Real
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