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viernes, 9 de octubre de 2009

Menos condenas y más motivaciones


Por Clemente Sobrado C. P.

Domingo 28 b del ordinario

¿Recuerdan la historia de aquel a quién le habían dicho que en el montón de un millón de boletas había una premiada? Entusiasmado fue capaz de contar hasta 999.999. Cuando ya no le faltaba más que una se aburrió de contar y molesto, por creer que le habían engañado, dejó la última. En esa estaba precisamente el premio.

¿No le habrá sucedido lo mismo al joven del Evangelio de hoy? Salió corriendo al encuentro con Jesús, se arrodilló delante de El. Había cumplido con toda la ley desde pequeño. Y como le dice Jesús “sólo te falta una cosa”. Una sola y con eso estaba en actitud de seguir a Jesús y ser uno de sus discípulos más valiosos.

Pero, después de tantas cosas, por “una sola cosa”, “frunció el ceño y se largó pesaroso”. Todas las ilusiones y esperanzas se le marchitaron en el corazón.
Y es curioso, Jesús lo miró con pena, pero no le reprochó, no le llamó cobarde, indeciso, un convenido. Sencillamente respetó su libertad y le dejó dar marcha atrás.

¿Qué les está pasando hoy a nuestros jóvenes? ¿Cuál es “esa sola cosa que les falta”? Se los ve llenos de ilusiones y de esperanzas, deseosos de un mundo nuevo. Y sin embargo, llegado el momento también ellos detienen la marcha y se quedan en el camino. Pero nosotros no somos como Jesús.
Hoy pareciera que todos tenemos derecho a ser críticos de la juventud:
La juventud de hoy vive de pajaritos en la cabeza.
La juventud de hoy carece de sentido de riesgo.
La juventud de hoy se niega a creer.
La juventud de hoy sólo busca la satisfacción y el placer.
Y creemos que criticándolos vamos a solucionar el problema. ¿No sería preferible escuchar más a nuestros jóvenes y oír de ellos qué es lo que buscan y qué es lo que no encuentran en la Iglesia?
La mayoría de nuestros jóvenes carecen de una familia adecuada. Pero también carecen de una Iglesia que tenga una palabra adecuada que decirles.
No se les escucha en la familia.
Tampoco la Iglesia les escucha.
Por eso prefieren su grupo donde pueden hablar y ser escuchados.

Siempre estamos pensando en que los jóvenes son futuro. Y nos olvidamos de que los jóvenes son ya una realidad social y una realidad eclesial.
¿Qué los jóvenes son unos disconformes?
¿Y acaso podremos ir lejos con el conformismo de los viejos?
¿Qué los jóvenes solo saben criticar?
Yo los felicito cuando son nuestros críticos.
Lo peor que les puede suceder a los jóvenes es que ya ni siquiera nos critiquen, sencillamente porque ya no tienen fe ni en la sociedad ni en la Iglesia.

La Iglesia está perdiendo a los jóvenes. Eso lo vemos los domingos en las Misas. Parecen “misas de velorio” oliendo a viejos.
Los jóvenes tienen mucho que decirnos.
Pero no les damos espacio para hablar.
Los jóvenes no se sienten representados en la Iglesia.
Y están hartos de escuchar a los mayores que no aportan nada nuevo.

La Iglesia necesitaría de hombres como el Caradenal Martini que no duda en confesar que “todavía hoy, antes de pronunciar un sermón o una conferencia, pido a mis amigos, preferentemente más jóvenes, que me transmitan ideas y deseos”. Y aún añade: “Es algo que he hecho con frecuencia antes de hablar a los cardenales”. Queremos que las preocupaciones de los hombres y de la juventud sean nuestra preocupación, y queremos buscar respuestas de la Iglesia a esas preocupaciones”.
A los jóvenes les buscamos para hablarles.
Hablamos a los jóvenes y de los jóvenes.
Pero no hablamos con los jóvenes.
Pero no les buscamos para escucharles.
Por eso ya no les interesamos.
Ya ni siquiera se toman la molestia de criticarnos.
Y los jóvenes tienen demasiados interrogantes.
Pero no tienen respuestas nuevas, sino las de siempre que no les sirven.

Pudiera suceder que a los jóvenes de hoy también “una sola cosa les falta”. Ser escuchados en sus interrogantes. Escuchar sus críticas. Hacerlos también a ellos gestores de la historia de la salvación. No los vamos a ganar criticándolos, sino escuchándolos. Ni los vamos a ganar dándoles respuestas prefabricadas, sino buscando respuestas con ellos.
Los jóvenes necesitan su propio espacio.
Los jóvenes quieren ser escuchados.
Los jóvenes quieren puentes de diálogo.
Los jóvenes quieren tener su voz en las decisiones.
De lo contrario también ellos “se irán pesarosos”. O tal vez ni eso. Pero nosotros no podemos quedarnos sentados viéndoles como se nos van y ausentan de la Iglesia.

Oración
Señor: Tú soñaste muchos sueños con el joven que se te acercó.
Era bueno según la ley. Pero le faltabas Tú.
Por eso carecía de motivaciones para dejar lo que tenía.
Que los jóvenes de hoy te conozcan de verdad, para que se despierte en ellos la esperanza.
Y que nosotros podamos ofrecerles una imagen tuya capaz de atraerlos.

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