Cuestión de "acento"...Más de una vez, algún profesor que conozco me ha comentado que había tenido que suspender a alguno de sus alumnos “por los acentos”. Numerosas faltas de ortografía en los exámenes —unidas a menudo al escaso estudio y conocimiento de la materia— habían dado como resultado una nota muy inferior al 5. Y es muy triste que uno suspenda un examen porque no sabe escribir correctamente. Pero es que el uso correcto de los acentos —entre otras cosas— no es algo indiferente en una lengua y en unos estudios.
Lo mismo podemos decir en otros ámbitos de la vida, en los que es importante dónde pone uno los “acentos”, qué cosas destaca más y cuáles deja en un segundo plano. Nuestros políticos tienen bastante “arte” en estas lides, especialmente cuando tienen algo que ocultar o quieren desviar la atención de las cuestiones más importantes. Pero me preocupan más aún los “acentos” de la Iglesia, nuestra Iglesia, en España: ¿por qué se acentúan unas determinadas ideas o mensajes con tanta vehemencia y otras quedan relegadas a un segundo plano? ¿Por qué se ataca frontalmente a determinados colectivos, leyes, etc. y no se mide con el mismo rasero a otros? Creo que en la Iglesia tenemos un suspenso en la “ortografía acentual”. Me explico.
Hace unos días leía con interés y detención el documento de nuestros obispos acerca del Anteproyecto (ya Proyecto) de Ley del aborto. Esencialmente estoy de acuerdo con todo el contenido de la Declaración episcopal. Como persona y como católico no puedo admitir —al igual que los obispos— que una práctica como el aborto se acepte socialmente, se justifique como un derecho y se comprenda desde una libertad egoísta e inhumana como una mera cuestión de “salud” y “calidad de vida”, cuando es algo mucho más grave que todo eso. Sinceramente creo (y espero) que algún día todo esto nos pasará una gran factura humana, social y moral (si no la está pasando ya). Pero al mismo tiempo, en la Declaración he percibido una profunda carga de pesimismo, un lenguaje que resulta tremendista y dramático y —una vez más— la actitud de hacer recaer toda la responsabilidad sobre “la sociedad” y los políticos. En un ambiente social en que se mira con lupa cualquier posicionamiento eclesial —especialmente en temas espinosos como éste— dudo si ponerse “de frente” es la mejor opción. Más abajo añadiré algo al respecto.
Pero no termina aquí mi reflexión. Hace apenas cuatro días leía con agrado la noticia de que los obispos —los mismos de la Declaración— están preparando la publicación de un documento acerca de la crisis económica. “Ya era hora” —pensé— pues otros episcopados como el estadounidense ya se manifestaron sobre la crisis hace más de un año. ¿Es que la crisis que afecta a millones de personas no es un tema que exija un posicionamiento eclesial tan diligente y rotundo como el del aborto? La labor de las instituciones eclesiales (como Cáritas) a favor de los afectados por la crisis es encomiable, pero ¿por qué se relega a un segundo plano a la hora de manifestarse públicamente? Esto mismo ocurre, por ejemplo, ante la injusta reforma de la Ley de extranjería, que desde hace tiempo pide a gritos un pronunciamiento oficial de nuestros obispos, no meras declaraciones para salir del paso. Y eso por no hablar de la lucha contra la pobreza, la defensa de los Derechos Humanos, la protección de las minorías, las guerras, la pena de muerte… temas que no parecen estar en su “agenda de injusticias morales”. En cambio, cuestiones como el “bebé medicamento”, la “educación para la Ciudadanía” y —asombrosamente— el “Jesús” de Pagola, han sido objeto de documentos oficiales de las diversas instancias de la Conferencia Episcopal española. ¿No estamos ante un desequilibrio en las ideas y opciones que “acentúa” nuestra Iglesia? La Declaración ante el Proyecto de ley comienza reconociendo el deber de los obispos de pronunciarse públicamente sobre las implicaciones morales negativas que tiene dicho Proyecto. Me pregunto si ese deber es el mismo para todos los asuntos. A los católicos nos critican por estar siempre preocupados por los mismos temas, pero es que a menudo no les falta razón…
La vida de los no nacidos es un tema capital, no me cabe ninguna duda. Hay que defender su derecho a la vida con todas nuestras fuerzas, y se tiene que oír nuestra voz, poniendo “los puntos sobre las íes”. Pero al mismo tiempo debemos ser conscientes de que la sociedad sigue su curso por un camino que muchas veces no es el nuestro, y que demonizar la cultura no es la herramienta mejor para cambiarla. Las declaraciones oficiales tienen que ser firmes y proféticas, en éste y en otros temas. Los católicos las necesitamos para poder orientar más evangélicamente nuestra vida. Pero al mismo tiempo, las acciones —como la formación concreta de los fieles, de los sacerdotes, de los matrimonios y familias, de los jóvenes— deberán ser igualmente firmes y proféticas, sólidas y atentas a los tiempos que vivimos. De lo contrario, las palabras pueden caer “en saco roto” y producir mentalidades “integristas” y acríticas.
Estoy con los obispos a favor de la vida, contra el aborto y contra toda injusticia que mine la dignidad de los seres humanos, todos hijos de Dios. Deseo y rezo por que nuestros pastores estén atentos a los “acentos” que ponen en sus declaraciones, para que no les caiga un suspenso en “ortografía”. Así su palabra podrá iluminar mejor la reflexión y la vida de los creyentes y gentes de buena voluntad, en lugar de cerrar puertas y producir rechazos innecesarios. La Palabra que se hizo carne, Jesucristo, es nuestro mejor ejemplo para ello. Él denunció toda clase de injusticia, pero luchó contra ella desde dentro, no desde arriba. Pues no vino al mundo para condenarlo, sino para salvarlo (Jn 3, 17).
* Guzmán Pérez es salesiano, licenciado en Filosofía y director de la revista FAST. Lee otros artículos suyos
Lo mismo podemos decir en otros ámbitos de la vida, en los que es importante dónde pone uno los “acentos”, qué cosas destaca más y cuáles deja en un segundo plano. Nuestros políticos tienen bastante “arte” en estas lides, especialmente cuando tienen algo que ocultar o quieren desviar la atención de las cuestiones más importantes. Pero me preocupan más aún los “acentos” de la Iglesia, nuestra Iglesia, en España: ¿por qué se acentúan unas determinadas ideas o mensajes con tanta vehemencia y otras quedan relegadas a un segundo plano? ¿Por qué se ataca frontalmente a determinados colectivos, leyes, etc. y no se mide con el mismo rasero a otros? Creo que en la Iglesia tenemos un suspenso en la “ortografía acentual”. Me explico.
Hace unos días leía con interés y detención el documento de nuestros obispos acerca del Anteproyecto (ya Proyecto) de Ley del aborto. Esencialmente estoy de acuerdo con todo el contenido de la Declaración episcopal. Como persona y como católico no puedo admitir —al igual que los obispos— que una práctica como el aborto se acepte socialmente, se justifique como un derecho y se comprenda desde una libertad egoísta e inhumana como una mera cuestión de “salud” y “calidad de vida”, cuando es algo mucho más grave que todo eso. Sinceramente creo (y espero) que algún día todo esto nos pasará una gran factura humana, social y moral (si no la está pasando ya). Pero al mismo tiempo, en la Declaración he percibido una profunda carga de pesimismo, un lenguaje que resulta tremendista y dramático y —una vez más— la actitud de hacer recaer toda la responsabilidad sobre “la sociedad” y los políticos. En un ambiente social en que se mira con lupa cualquier posicionamiento eclesial —especialmente en temas espinosos como éste— dudo si ponerse “de frente” es la mejor opción. Más abajo añadiré algo al respecto.
Pero no termina aquí mi reflexión. Hace apenas cuatro días leía con agrado la noticia de que los obispos —los mismos de la Declaración— están preparando la publicación de un documento acerca de la crisis económica. “Ya era hora” —pensé— pues otros episcopados como el estadounidense ya se manifestaron sobre la crisis hace más de un año. ¿Es que la crisis que afecta a millones de personas no es un tema que exija un posicionamiento eclesial tan diligente y rotundo como el del aborto? La labor de las instituciones eclesiales (como Cáritas) a favor de los afectados por la crisis es encomiable, pero ¿por qué se relega a un segundo plano a la hora de manifestarse públicamente? Esto mismo ocurre, por ejemplo, ante la injusta reforma de la Ley de extranjería, que desde hace tiempo pide a gritos un pronunciamiento oficial de nuestros obispos, no meras declaraciones para salir del paso. Y eso por no hablar de la lucha contra la pobreza, la defensa de los Derechos Humanos, la protección de las minorías, las guerras, la pena de muerte… temas que no parecen estar en su “agenda de injusticias morales”. En cambio, cuestiones como el “bebé medicamento”, la “educación para la Ciudadanía” y —asombrosamente— el “Jesús” de Pagola, han sido objeto de documentos oficiales de las diversas instancias de la Conferencia Episcopal española. ¿No estamos ante un desequilibrio en las ideas y opciones que “acentúa” nuestra Iglesia? La Declaración ante el Proyecto de ley comienza reconociendo el deber de los obispos de pronunciarse públicamente sobre las implicaciones morales negativas que tiene dicho Proyecto. Me pregunto si ese deber es el mismo para todos los asuntos. A los católicos nos critican por estar siempre preocupados por los mismos temas, pero es que a menudo no les falta razón…
La vida de los no nacidos es un tema capital, no me cabe ninguna duda. Hay que defender su derecho a la vida con todas nuestras fuerzas, y se tiene que oír nuestra voz, poniendo “los puntos sobre las íes”. Pero al mismo tiempo debemos ser conscientes de que la sociedad sigue su curso por un camino que muchas veces no es el nuestro, y que demonizar la cultura no es la herramienta mejor para cambiarla. Las declaraciones oficiales tienen que ser firmes y proféticas, en éste y en otros temas. Los católicos las necesitamos para poder orientar más evangélicamente nuestra vida. Pero al mismo tiempo, las acciones —como la formación concreta de los fieles, de los sacerdotes, de los matrimonios y familias, de los jóvenes— deberán ser igualmente firmes y proféticas, sólidas y atentas a los tiempos que vivimos. De lo contrario, las palabras pueden caer “en saco roto” y producir mentalidades “integristas” y acríticas.
Estoy con los obispos a favor de la vida, contra el aborto y contra toda injusticia que mine la dignidad de los seres humanos, todos hijos de Dios. Deseo y rezo por que nuestros pastores estén atentos a los “acentos” que ponen en sus declaraciones, para que no les caiga un suspenso en “ortografía”. Así su palabra podrá iluminar mejor la reflexión y la vida de los creyentes y gentes de buena voluntad, en lugar de cerrar puertas y producir rechazos innecesarios. La Palabra que se hizo carne, Jesucristo, es nuestro mejor ejemplo para ello. Él denunció toda clase de injusticia, pero luchó contra ella desde dentro, no desde arriba. Pues no vino al mundo para condenarlo, sino para salvarlo (Jn 3, 17).
* Guzmán Pérez es salesiano, licenciado en Filosofía y director de la revista FAST. Lee otros artículos suyos
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