Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 11, 37-41
Un fariseo invitó a Jesús a cenar a su casa. Jesús entró y se sentó a la mesa. El fariseo se extrañó de que no se lavara antes de comer.
Pero el Señor le dijo: «¡Así son ustedes, los fariseos! Purifican por fuera la copa y el plato, y por dentro están llenos de voracidad y perfidia. ¡Insensatos! El que hizo lo de afuera, ¿no hizo también lo de adentro? Den más bien como limosna lo que tienen y todo será puro».
Después del relato de Marta y María (Lc 10,38-42), en la que el evangelio nos educó en la manera de acoger a Jesús Maestro peregrino (ver también 11,27-28), Lucas nos ha presentado dos controversias de Jesús con aquellos que lo rechazan, de manera que comprendamos qué es lo que “bloquea” una experiencia de fe y cómo ésta situación se puede superar (ver 11,14-26, que leímos el viernes pasado, y 11,29-32, que leímos ayer).
Entramos en el tercer y último debate de Jesús con sus adversarios. Éstos están claramente identificados: los fariseos y los legistas (=Maestros). Este discurso del Señor tiene como paralelo el de los “siete ayes” de Mt 23, leídos en el pasado mes de agosto (ver Revista “Fuego”, Agosto/2002, pgs.39-41), pero tiene sus particularidades.
El contexto es el de un cena compartida en casa de un fariseo (11,37). No es la primera vez que esto sucede (ver 7,36-50; también 14,1-6) ni mucho menos que en medio de ella se de una confrontación (ver 7,39-43). La mesa, que es el lugar de la comunión, puede ser también el lugar de las rupturas (como en la última cena, 22,14-38). Donde se teje la relación con los amigos también pueden surgir adversarios.
¿Cómo comienza la discusión? Comienza con la observación de que “Jesús había omitido las abluciones antes de comer” (11,38). Mientras que en otros pasajes (como Mt 15,2), son los discípulos quienes son criticados por este comportamiento, en este caso es el comportamiento del mismo Jesús el que llama la atención.
Jesús responde con tres afirmaciones fuertes:
1. Con relación al ritual: “Vosotros... purificáis por fuera la copa y el plato, mientras por dentro estáis llenos de rapiña y maldad” (11,39). Todo el ritual que los fariseos hacen para quedar puros puede limpiarlos externamente, pero no ha limpiado lo más importante: el corazón. Ese corazón está lleno de “rapiña y maldad”, es decir, de codicia, de ambición, de egoísmo. Se puede pensar también que lo que llena los platos durante ese banquete es el fruto de su rapiña.
2. Con relación al sentido de la pureza: “El que hizo el exterior, ¿no hizo también el interior?” (11,40). El Dios creador hizo al hombre completo y la integridad del hombre depende de la coherencia entre lo interior y lo exterior. No hay, entonces, ningún motivo para diferenciar lo exterior de lo interior, preocuparse por lo primero descuidando lo segundo. Hay que comenzar con la limpieza interior.
3. Con relación a cómo es que se purifica verdaderamente el corazón: “Dad más bien en limosna lo que tenéis, y así todas las cosas serán puras para vosotros” (11,41). Cuando hay amor expresado en generosidad, en solidaridad, en compartir desinteresado, el corazón se purifica de su egoísmo, ambición y codicia. Esta es la obra de Jesús, que toca profundamente la vida de todo discípulo, y que se había explicado ya en el Sermón de la Llanura (ver 6,27-38).
La generosidad del corazón, que lo lleva a uno a vivir –como el crucificado– en función de los demás, es el camino de la auténtica pureza interior, que es la que cuenta definitivamente.
¿Estoy más preocupado por lo externo que por lo interno? ¿Cuál es el camino de la verdadera purificación? ¿Cómo lo voy a hacer?
Pero el Señor le dijo: «¡Así son ustedes, los fariseos! Purifican por fuera la copa y el plato, y por dentro están llenos de voracidad y perfidia. ¡Insensatos! El que hizo lo de afuera, ¿no hizo también lo de adentro? Den más bien como limosna lo que tienen y todo será puro».
Después del relato de Marta y María (Lc 10,38-42), en la que el evangelio nos educó en la manera de acoger a Jesús Maestro peregrino (ver también 11,27-28), Lucas nos ha presentado dos controversias de Jesús con aquellos que lo rechazan, de manera que comprendamos qué es lo que “bloquea” una experiencia de fe y cómo ésta situación se puede superar (ver 11,14-26, que leímos el viernes pasado, y 11,29-32, que leímos ayer).
Entramos en el tercer y último debate de Jesús con sus adversarios. Éstos están claramente identificados: los fariseos y los legistas (=Maestros). Este discurso del Señor tiene como paralelo el de los “siete ayes” de Mt 23, leídos en el pasado mes de agosto (ver Revista “Fuego”, Agosto/2002, pgs.39-41), pero tiene sus particularidades.
El contexto es el de un cena compartida en casa de un fariseo (11,37). No es la primera vez que esto sucede (ver 7,36-50; también 14,1-6) ni mucho menos que en medio de ella se de una confrontación (ver 7,39-43). La mesa, que es el lugar de la comunión, puede ser también el lugar de las rupturas (como en la última cena, 22,14-38). Donde se teje la relación con los amigos también pueden surgir adversarios.
¿Cómo comienza la discusión? Comienza con la observación de que “Jesús había omitido las abluciones antes de comer” (11,38). Mientras que en otros pasajes (como Mt 15,2), son los discípulos quienes son criticados por este comportamiento, en este caso es el comportamiento del mismo Jesús el que llama la atención.
Jesús responde con tres afirmaciones fuertes:
1. Con relación al ritual: “Vosotros... purificáis por fuera la copa y el plato, mientras por dentro estáis llenos de rapiña y maldad” (11,39). Todo el ritual que los fariseos hacen para quedar puros puede limpiarlos externamente, pero no ha limpiado lo más importante: el corazón. Ese corazón está lleno de “rapiña y maldad”, es decir, de codicia, de ambición, de egoísmo. Se puede pensar también que lo que llena los platos durante ese banquete es el fruto de su rapiña.
2. Con relación al sentido de la pureza: “El que hizo el exterior, ¿no hizo también el interior?” (11,40). El Dios creador hizo al hombre completo y la integridad del hombre depende de la coherencia entre lo interior y lo exterior. No hay, entonces, ningún motivo para diferenciar lo exterior de lo interior, preocuparse por lo primero descuidando lo segundo. Hay que comenzar con la limpieza interior.
3. Con relación a cómo es que se purifica verdaderamente el corazón: “Dad más bien en limosna lo que tenéis, y así todas las cosas serán puras para vosotros” (11,41). Cuando hay amor expresado en generosidad, en solidaridad, en compartir desinteresado, el corazón se purifica de su egoísmo, ambición y codicia. Esta es la obra de Jesús, que toca profundamente la vida de todo discípulo, y que se había explicado ya en el Sermón de la Llanura (ver 6,27-38).
La generosidad del corazón, que lo lleva a uno a vivir –como el crucificado– en función de los demás, es el camino de la auténtica pureza interior, que es la que cuenta definitivamente.
Para cultivar la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón:
¿Estoy más preocupado por lo externo que por lo interno? ¿Cuál es el camino de la verdadera purificación? ¿Cómo lo voy a hacer?
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