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lunes, 12 de octubre de 2009

El Secreto de sus ojos


Por Daniel Sendrós.
Publicado en revista Criterio


A esta altura, y con el éxito harto justificado que tuvo, ya muchos lectores conocen las sorpresas ocultas en la nueva comedia dramática de Campanella. Varios conocen también la novela de Eduardo Sacheri que le dio origen, La pregunta de sus ojos, oportunamente reeditada. Saben, entonces, que se trata de una obra muy bien hecha, con apenas un plano objetable, para nosotros prescindible, por suerte brevísimo, de apenas 17 fotogramas (recuérdese que cada segundo de película conlleva 24). Pero saben, sobre todo, que ésta no es sólo una historia policial con un lado romántico sin beso alguno, y con un valioso trasfondo de revisión histórico-política.

En efecto, El secreto de sus ojos es, en última y terrible instancia, e igual que la novela, "una reflexión sobre el castigo", tal como lo ha dicho el propio Sacheri. Con una diferencia: en el libro, el personaje descubre el hecho último cuando ya está todo consumado. En el film, la cosa cambia, se hace más tocante y dramática, y alcanza un grado de actualidad realmente estremecedor. Pero bien, supuesto que algunos lectores todavía no fueron al cine, hagamos una síntesis:

Un reciente jubilado de Tribunales escribe sus recuerdos acerca de un crimen pasional ocurrido en 1974 (1968 en la novela), que le tocó muy de cerca. Él pudo identificar al criminal y logró su condena, que coincidió con un momento muy especial de la Argentina, que el libro ubica en 1973 y el film en 1975. Pero acaso, en última instancia, lo que al memorista realmente le interesa es indagar sobre la permanencia del amor en el tiempo, admirado como está por la obsesión del deudo ("un amor como el suyo no lo he vuelto a ver"), y, pequeña excusa, charlar con una compañera de trabajo a la que nunca se le pudo declarar. En viejos tiempos él era prosecretario de un Juzgado de Instrucción en lo Criminal, ella entró directo como secretaria. Ahora él es jubilado, y ella es la señora jueza.

¿A ella se refiere el título? Una doctora tan discreta, bonita, elegante, que "pregunta una cosa con los labios y otra con los ojos". Pero también otros guardan un secreto en su mirada. Por ejemplo, la chica cuya muerte inicia el drama. El asesino insospechable. El juez que parece incapaz de ver un elefante en el despacho. El inescrupuloso que ve cómo llevarse todo por delante. El comisario a cargo. El hombre enamorado para siempre y obsesionado en que se haga justicia tal como le dijo el prosecretario. Y el compañero de oficina, el único que podría decir si el gran momento de su vida fue por estupidez, por amistad, o porque estaba más borracho que de costumbre.

Notable en este papel Guillermo Francella, saliéndose de lo habitual para ofrecernos una composición que algunos reconocerán cercana a los momentos de humor oscuro de Peter Sellers. Notable como de costumbre, por supuesto, Ricardo Darín, que conduce el relato como Riquelme repartiendo el juego. Y Soledad Villamil, tan aplomada, y Pablo Rago, como contrafigura moral. Los diálogos vivaces, las vueltas de tuerca que empujan sin cesar la curiosidad, el maquillaje de los actores, el cuidado con que se recrea cada época, el detalle hasta en una transmisión de José María Muñoz que reproduce Jorge Troiani como fondo fugaz de una toma impresionante, la única técnicamente ostentosa que hay en todo el costado policial del relato. En fin: todo exacto, de nivel, en su medida y armoniosamente, por emplear un axioma muy propio de la época en que sucedió el crimen.

A propósito de esto, y otros aspectos de la película, aprovechamos a charlar con Campanella.

- ¿Cree que el film puede ayudar al debate, por el modo en que uno de los personajes busca justicia?

- Justicia, no venganza. Puede generarse un debate a partir de eso. Ciertas cosas ocurren cuando el Estado no hace lo que debe. Si no cuida las escuelas, los chicos se educan en las esquinas. Si no aplica justicia, surgen estupideces como una pared de metro y medio. La perversión tiene cabida cuando no se cumple con el orden natural de las cosas.

- ¿Y otro debate a nivel político? Porque la novela abarca de 1968 a 1976, y uno de los personajes nefastos es yerno de un coronel, pero el film se centra en 1974-75, con una escena clave en el Ministerio de Bienestar Social.

- Le explico. La dictadura fue tan terrible que todos estos años hicimos foco en ella. Pero ahora muchos chicos creen que todo empezó el 24 de marzo de 1976, a causa de una inesperada invasión de extraterrestres. Me pareció más interesante ver cómo empiezan a invadirse ciertos límites en un gobierno democrático, en lo que se entiende como una democracia recuperada. Lo que se llama "el huevo de la serpiente", que mostramos en esa y la siguiente escena, es lo que permite a nuestros personajes "darse cuenta de la transición", por usar ese término. Como un bonus, los mayores reconocerán también los planos del Altar de la Patria, y actos de prepotencia que hoy parecen invención de una mente afiebrada, pero existieron. Le recomiendo un libro de Marcelo Larraquy sobre López Rega. Aparte, comprimimos la historia porque de otra forma hubiéramos debido ambientar cuatro épocas en lugar de dos, y encima se nos diluía el efecto "olla a presión".

- Muy elogiable toda la recuperación de esos tiempos.

- Soy obsesivo. Para el reencuentro en 1999, ¿cómo estaban las paredes de Tribunales?, ¿qué celulares se usaban? Para los ’70 estudiamos mucho La tregua (cualquier excusa es buena para verla). Analizamos gestos, léxico, portafolios, cortes de pelo, ceniceros, discutimos sobre el papel que envolvía los terrones de azúcar Méndez (me fui hasta la fábrica en Barracas, no quedaba nadie, suerte que en Internet encontramos un coleccionista nostálgico). Un problema es que ésa fue la década más colorinche que pueda imaginarse. Suerte que a Tribunales nadie iba a ir de verde y naranja. En la escena en Retiro tuvimos a favor que los protagonistas son gente de colores serios, rodeados por colores flúo, fuera de foco, lo cual va con la descripción del narrador: lo primero que recuerda son los ojos de ella, el resto es todo borroso. Igual tomamos una licencia en la escena de fútbol: entonces Huracán no tenía bandeja visitante, dato que pocos conocen y los hubiera confundido.

- Lo que me confunde es cómo hicieron esa escena. Entre nosotros, ¿cómo logró usted esa impresionante toma aérea que culmina con una persecución en primer plano, mezcla de humanos y digitales? ¿Y puede durar como seis minutos, sin que se note ningún corte?

- Avance cuadro a cuadro y no verá ninguno. Ya muchos sitios de software de efectos visuales nos están pidiendo esa toma, pero ahora no voy a develar nada. Forma parte de la diversión el que todos se intriguen queriendo saber "cómo lo hizo". Sólo diré que nos llevó dos años de preparación, tres días de rodaje con actores y 200 extras, y nueve meses de postproducción, empleando en parte el programa Massive que usó Peter Jackson para El señor de los anillos. Los de la productora "100 bares" somos los únicos en Latinoamérica que podemos y sabemos usar ese programa. Agradezcamos a nuestro supervisor de efectos visuales Rodrigo Tomasso, un entrerriano que dicta cursos en Norteamérica, y esperemos que no se lo lleven.

- Ni a Ud. tampoco.

Sólo voy cuando debo filmar un capítulo de House o La ley y el orden. Llego en vísperas de la preproducción, que dura ocho días, ahí me dan el guión, diseño cómo filmaremos, hago el casting de actores que aparecerán en ese solo capítulo, filmo, edito, y me vuelvo. No diferencio entre filmar acá o allá. Nuestros técnicos y artistas son igual de buenos.

- En El secreto… alguien parafrasea al general Perón, "Si junto sólo a los buenos vamos a ser muy poquitos", pero en sus películas se juntan muchísimos buenos.

- Es cierto, muchos me acompañan desde hace tiempo, como Ricardo Darin y Soledad Villamil, el Chango Monti en fotografía, su hija Cecilia, vestuarista, Mecha Alfonsin, directora de arte, Fernando Alcalde, primer asistente de dirección, imprescindible para un rodaje ambicioso como éste, o Walter Rippel, director de casting, que siempre me ofrece dos o tres hallazgos entre los actores secundarios. Acá, por ejemplo, Mario Alarcón en el papel de juez, y el cómico José María Gioia con una pinta importante de policía. Una tristeza en los ojos, una cara en blanco, que logra simplemente bajando esa energía tan efusiva que lo caracteriza. ¡A veces, los cambios pequeños son tan grandes! A Francella bastó con quitarle el bigote, ponerle anteojos de marco grueso y peinarlo de otra forma. Y a los personajes principales, fue suficiente con ponerle dos apellidos y un título a ella, y el apellido Expósito a él. Y que ambos actores, en un ensayo, empezaran a tratarse de usted. Con eso, ya quedaron definidas las distancias, y las posibilidades de complementación y aprecio a través del trabajo cotidiano: ella aparece con toda la educación, y él con toda la calle.

Le cuento además que la búsqueda del apellido de él fue larguísima, y la resolvimos recién tres días antes de empezar el rodaje. Descartamos el de la novela, Chaparro, porque en México lo usan como petiso y causaría gracia. También Roccatagliata, porque nos recordaba una criatura de Niní Marshall. Expósito es el apellido perfecto. Real, musical, nada cómico, más allá del sentido de niño abandonado en la puerta de un hospicio.

- ¿De quién son "sus ojos"?

- Ventajas del castellano. Pueden ser de él, de ella, de otro, o de los demás. Este juego en inglés no es aplicable. Le pusieron The secret of their eyes, no me convence. Ojalá alguien encuentre un título en inglés que sepa hacerle justicia a la película.

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