Is 53, 10-11: “Verá su descendencia, prolongará sus años”
Sal 32: Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti.
Heb 4, 14-16: “Acerquémonos con confianza al trono de nuestro Dios”
Mc 10, 35-45: “El hijo del hombre vino para dar su vida”
La primera lectura de hoy, tomada de la segunda parte del libro de Isaías, nos habla de la misión del ‘siervo sufriente’, es decir, de aquel redentor del Pueblo de Dios que ofrece su vida para ver el nacimiento de una nueva posibilidad, de una nueva descendencia. Este poema nos habla más de esperanza, de tenacidad y de lucha que de sufrimiento pasivo o resignación. La misión del siervo del Señor no es ver su cuerpo destrozado, sino servir de puente para las nuevas generaciones de creyentes que se han de inspirar en su particular estilo de vida. Por esta razón la “nueva descendencia” no se refiere, ni en el texto ni en la interpretación cristiana, a los descendientes biológicos, sino a una nueva generación de personas comprometidas con la Causa de Dios en favor de su pueblo, el pueblo pobre, dolorido y oprimido.
El Salmo nos sirve de puente entre la primera y la segunda lectura, al recordarnos que la Palabra de Dios se identifica por su capacidad para ayudarnos a reconocer la verdad. Una verdad que no es un asunto metafísico o etéreo, sino la encarnación del proyecto de Dios en la historia por medio de la justicia y el derecho.
El escrito a los Hebreos nos insiste en un tema que con frecuencia se nos refunde en la memoria: la mediación de Jesús para comprender el designio de Dios. Si prescindimos de él, de lo que él hizo y de lo que él significa para nosotros, estaremos vaciando al cristianismo de su esencia.
Lucas evangelista –el gran cronista de la iglesia primitiva cuya memoria como santo celebramos precisamente hoy- nos ha dejado una obra en dos tomos, de singular belleza y valor. En su evangelio toma el esquema empleado por los de Marcos y Mateo, pero remonta la primera etapa de la Pascua para descubrirnos cómo el Espíritu se cierne sobre su nueva creación y suscita un dinamismo profético que constituye, congrega y envía al nuevo Pueblo de Dios. El evangelista es consciente de la imperiosa necesidad de recuperar la memoria de las acciones, palabras y trayectoria de Jesús. Las jóvenes generaciones se sentían tentadas por un Jesús que se reducía a una idea, o a una propuesta simpática, pero, aunque esto era un buen comienzo, hacía necesario ir a la verdadera fuente de esa historia, que era la vida misma de Jesús en su célebre camino de Galilea a Jerusalén.
Precisamente una de las enseñanzas de Jesús fue su certera capacidad para develar las ambiciones de poder que se ocultaban en las intenciones aparentemente más buenas, como la de marchar con él hacia su destino. Jesús tiene esa gran capacidad de confrontar a todas las personas, y en el contraluz poner en evidencia todas esas piruetas que hace la conciencia para evadir la voluntad de Dios y dejarse arrastrar por los seudo-valores de la cultura vigente que conducen a la búsqueda desaforada del poder.
El penúltimo domingo de octubre la Iglesia Católica lo celebra como Domingo Mundial («Do-Mund») de las Misiones. Muchos de los católicos mayores recordamos que cuando fuimos niños salimos, tal día como hoy, a las calles, con una hucha en las manos, para hacer una cuestación económica en favor de las misiones. En algunas sociedades muy católicas, aquello formó parte de un paisaje religioso urbano casi tradicional, que ya desapareció. ¿Se dejó de hacer... simplemente por pereza, o por descuido? Hoy, que ya tenemos una amplia perspectiva, nos parece que no sólo han afectado las razones clásicas de la «secularización» de la sociedad. Hay algo más: también hay razones que se refieren a las mismas «Misiones».
En un tiempo como el que vivimos, marcado radicalmente por el pluralismo religioso, y marcado también, crecientemente, por la teología del pluralismo religioso, el sentido de lo «misionero» y de la «universalidad cristiana» han cambiado profundamente. Hasta ahora, en demasiados casos, lo misionero era sinónimo de «convertir» al cristianismo (al catolicismo concretamente en nuestro caso) a los «gentiles», y la «universalidad cristiana» era sentida como la centralidad del cristianismo: nosotros éramos la religión central, la (única) querida por Dios, y por tanto, la religión-destino de la humanidad. Todos los pueblos (universalidad) estaban destinados a abandonar su religión ancestral y a hacerse cristianos (a «convertirse»)... El «proselitismo» estaba justificado; más, era lo mejor que podíamos hacer por la humanidad: el fin justificaba los medios.
Todo esto, lógicamente, ha evolucionado. Comprendemos perfectamente que las religiones y las culturas (todas, no sólo la nuestra) han vivido, desde sus orígenes, aisladas, sin sentido de pluralidad. Una especie de «efecto óptico», y, a la vez, una cierta ley de «psicología evolutiva» humana les ha hecho concebirse a sí mismas -cada una- como únicas, y como «centrales» (pensando cada una que eran el centro absoluto de la realidad), igual que cada uno de nosotros, cuando niños, comenzamos a conocer la realidad a partir de nuestro ego-centramiento psicológico inevitable, e igual que todos los humanos han pensado que su tierra, y hasta «el planeta Tierra», eran el centro del mundo y hasta del cosmos. Sólo con la expansión del conocimiento y con la experiencia de la pluralidad, las personas, los pueblos y las culturas se dan cuenta de que no son el centro, sino de que hay otros centros, y son capaces de madurar y de descentrarse de sí mismas reconociendo la realidad.
Todas las religiones, no sólo la nuestra, están desafiadas a entrar en esta maduración y este reconocimiento de una perspectiva panorámica mucho más amplia que aquella en la que han vivido precisamente «toda» su historia, los varios (aunque pocos) milenios de su existencia. La religiosidad, la espiritualidad del ser humano, es mucho más amplia, y mucho más antigua (decenas de milenios al menos) que cualquiera de nuestras religiones. Dar al tiempo sagrado de nuestra religión la centralidad y unicidad cósmica y universal decisiva que le solemos dar, tal vez necesite una reevaluación más ponderada. El pensamiento religioso más sereno y maduro se inclina cada día más hacia una revalorización generosa hacia las otras religiones, y a una profundización del sentido de modestia y de pluralismo, que no es claudicación ante nada, sino apertura de corazón al llamado divino que hoy sentimos, vibrante y poderoso, hacia una convergencia universal que antes no acabábamos de captar.
Buen día hoy para presentar estos desafíos y para profundizarlos en la homilía, en la reunión de la comunidad, en el grupo de estudio, o en el aula con mis alumnos si soy profesor. No desaprovechemos la oportunidad para actualizar también nuestra visión personal en estos temas: hay muchas lecturas (véase, por ejemplo, en la RELaT -servicioskoinonia.org/relat- no pocos artículos sobre el tema: en el menú desplegable «selección por materias», escoger «Teología sistemática - Diálogo de religiones - Pluralismo religioso» y pulsar en «ir»).
El evangelio de hoy es dramatizado en el capítulo 94, «A la derecha y a la izquierda», de la serie «Un tal Jesús», de los hnos. López Vigil. El guión y su comentario pueden ser tomados de aquí: http://untaljesus.net/texesp.php?id=1400094
Puede ser escuchado aquí: http://untaljesus.net/audios/cap94b.mp3
Para la revisión de vida
- ¿Cómo me siento afectado por una sociedad en la que se valora ante todo la imagen, el prestigio, el ser una persona "exitosa", "bien colocada", con dinero y con poder...? ¿Permanezco firme -junto al Evangelio- en mi valoración de que el servicio es realmente el valor verdadero, el que da sentido a nuestra vida?
Para la reunión de grupo
- Si para Freud el placer sexual era la tentación más fuerte, para Adler, otro gran psicoanalista, la más fuerte pulsión humana es la voluntad de poder. Jesús, en el Evangelio, parecería, desde luego, más partidario de Adler que de Freud, porque en absoluto pareció estar obsesionado por la sexualidad, como todavía hoy -dicen muchos- una cierta Iglesia parece estar obsesionada. ¿Por qué la moral cristiana se ha desarrollado mucho menos en el campo de la obligación del servicio y respecto a la pecaminosidad de la búsqueda del poder, que en campo del control de la sexualidad? ¿Qué tiene eso de evangélico?
- Hoy es el día de «las misiones»... ¿Qué nos evoca la palabra? ¿Pueden seguir siendo las misiones lo que fueron? ¿En qué sentido ha cambiado “la misión”? ¿Qué condiciones tendría que seguir hoy la misión, en este nuevo mundo que ha tomado conciencia de una pluralidad religiosa insuperable? ¿Se trata de ir a convertir a los demás a nuestra propia religión? ¿Por qué?
- Hacer un elenco de realidades humanas y sociales en las que observamos el apego al poder, la búsqueda del mismo... También en la Iglesia.
Para la oración de los fieles
-- Por los que rigen los gobiernos de nuestros países, en esta época de la que se dice que es de "corrupción a todos los niveles"; para que la participación ciudadana presione adecuadamente para conseguir la superación de la situación actual, roguemos al Señor.
- Para que en la comunidad cristiana y en la Iglesia como tal no se repita el caso de los hijos de Zebedeo, para quienes su madre buscaba los puestos de poder...
- Para que los cristianos colaboremos a articular una nueva forma de organización mundial de las naciones, de forma que el gobierno del mundo -que actualmente está en manos de las grandes transnacionales del poder y del dinero- pase a estar en manos de la sociedad civil participativa...
- Por todas las Eucaristías que celebramos, para que sean verdaderamente la cena del Señor, y no rito vacío, adorno de festividades o rito cumplido por obligación...
- Por esta comunidad nuestra, para que, a ejemplo de Jesús, sepamos partirnos y repartirnos entre cuantos nos rodean y pasan necesidad...
Oración comunitaria
Dios Padre nuestro, que en Jesús has desplegado para nosotros el prototipo de lo que es una existencia humana totalmente volcada al servicio, incluso anónimo y desinteresado. Te pedimos que nuestro ser cristianos nos lleve a imitar a Jesús profundamente en esta actitud fundamental. Por Jesucrito tu Hijo nuestro Señor.
Sal 32: Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti.
Heb 4, 14-16: “Acerquémonos con confianza al trono de nuestro Dios”
Mc 10, 35-45: “El hijo del hombre vino para dar su vida”
La primera lectura de hoy, tomada de la segunda parte del libro de Isaías, nos habla de la misión del ‘siervo sufriente’, es decir, de aquel redentor del Pueblo de Dios que ofrece su vida para ver el nacimiento de una nueva posibilidad, de una nueva descendencia. Este poema nos habla más de esperanza, de tenacidad y de lucha que de sufrimiento pasivo o resignación. La misión del siervo del Señor no es ver su cuerpo destrozado, sino servir de puente para las nuevas generaciones de creyentes que se han de inspirar en su particular estilo de vida. Por esta razón la “nueva descendencia” no se refiere, ni en el texto ni en la interpretación cristiana, a los descendientes biológicos, sino a una nueva generación de personas comprometidas con la Causa de Dios en favor de su pueblo, el pueblo pobre, dolorido y oprimido.
El Salmo nos sirve de puente entre la primera y la segunda lectura, al recordarnos que la Palabra de Dios se identifica por su capacidad para ayudarnos a reconocer la verdad. Una verdad que no es un asunto metafísico o etéreo, sino la encarnación del proyecto de Dios en la historia por medio de la justicia y el derecho.
El escrito a los Hebreos nos insiste en un tema que con frecuencia se nos refunde en la memoria: la mediación de Jesús para comprender el designio de Dios. Si prescindimos de él, de lo que él hizo y de lo que él significa para nosotros, estaremos vaciando al cristianismo de su esencia.
Lucas evangelista –el gran cronista de la iglesia primitiva cuya memoria como santo celebramos precisamente hoy- nos ha dejado una obra en dos tomos, de singular belleza y valor. En su evangelio toma el esquema empleado por los de Marcos y Mateo, pero remonta la primera etapa de la Pascua para descubrirnos cómo el Espíritu se cierne sobre su nueva creación y suscita un dinamismo profético que constituye, congrega y envía al nuevo Pueblo de Dios. El evangelista es consciente de la imperiosa necesidad de recuperar la memoria de las acciones, palabras y trayectoria de Jesús. Las jóvenes generaciones se sentían tentadas por un Jesús que se reducía a una idea, o a una propuesta simpática, pero, aunque esto era un buen comienzo, hacía necesario ir a la verdadera fuente de esa historia, que era la vida misma de Jesús en su célebre camino de Galilea a Jerusalén.
Precisamente una de las enseñanzas de Jesús fue su certera capacidad para develar las ambiciones de poder que se ocultaban en las intenciones aparentemente más buenas, como la de marchar con él hacia su destino. Jesús tiene esa gran capacidad de confrontar a todas las personas, y en el contraluz poner en evidencia todas esas piruetas que hace la conciencia para evadir la voluntad de Dios y dejarse arrastrar por los seudo-valores de la cultura vigente que conducen a la búsqueda desaforada del poder.
El penúltimo domingo de octubre la Iglesia Católica lo celebra como Domingo Mundial («Do-Mund») de las Misiones. Muchos de los católicos mayores recordamos que cuando fuimos niños salimos, tal día como hoy, a las calles, con una hucha en las manos, para hacer una cuestación económica en favor de las misiones. En algunas sociedades muy católicas, aquello formó parte de un paisaje religioso urbano casi tradicional, que ya desapareció. ¿Se dejó de hacer... simplemente por pereza, o por descuido? Hoy, que ya tenemos una amplia perspectiva, nos parece que no sólo han afectado las razones clásicas de la «secularización» de la sociedad. Hay algo más: también hay razones que se refieren a las mismas «Misiones».
En un tiempo como el que vivimos, marcado radicalmente por el pluralismo religioso, y marcado también, crecientemente, por la teología del pluralismo religioso, el sentido de lo «misionero» y de la «universalidad cristiana» han cambiado profundamente. Hasta ahora, en demasiados casos, lo misionero era sinónimo de «convertir» al cristianismo (al catolicismo concretamente en nuestro caso) a los «gentiles», y la «universalidad cristiana» era sentida como la centralidad del cristianismo: nosotros éramos la religión central, la (única) querida por Dios, y por tanto, la religión-destino de la humanidad. Todos los pueblos (universalidad) estaban destinados a abandonar su religión ancestral y a hacerse cristianos (a «convertirse»)... El «proselitismo» estaba justificado; más, era lo mejor que podíamos hacer por la humanidad: el fin justificaba los medios.
Todo esto, lógicamente, ha evolucionado. Comprendemos perfectamente que las religiones y las culturas (todas, no sólo la nuestra) han vivido, desde sus orígenes, aisladas, sin sentido de pluralidad. Una especie de «efecto óptico», y, a la vez, una cierta ley de «psicología evolutiva» humana les ha hecho concebirse a sí mismas -cada una- como únicas, y como «centrales» (pensando cada una que eran el centro absoluto de la realidad), igual que cada uno de nosotros, cuando niños, comenzamos a conocer la realidad a partir de nuestro ego-centramiento psicológico inevitable, e igual que todos los humanos han pensado que su tierra, y hasta «el planeta Tierra», eran el centro del mundo y hasta del cosmos. Sólo con la expansión del conocimiento y con la experiencia de la pluralidad, las personas, los pueblos y las culturas se dan cuenta de que no son el centro, sino de que hay otros centros, y son capaces de madurar y de descentrarse de sí mismas reconociendo la realidad.
Todas las religiones, no sólo la nuestra, están desafiadas a entrar en esta maduración y este reconocimiento de una perspectiva panorámica mucho más amplia que aquella en la que han vivido precisamente «toda» su historia, los varios (aunque pocos) milenios de su existencia. La religiosidad, la espiritualidad del ser humano, es mucho más amplia, y mucho más antigua (decenas de milenios al menos) que cualquiera de nuestras religiones. Dar al tiempo sagrado de nuestra religión la centralidad y unicidad cósmica y universal decisiva que le solemos dar, tal vez necesite una reevaluación más ponderada. El pensamiento religioso más sereno y maduro se inclina cada día más hacia una revalorización generosa hacia las otras religiones, y a una profundización del sentido de modestia y de pluralismo, que no es claudicación ante nada, sino apertura de corazón al llamado divino que hoy sentimos, vibrante y poderoso, hacia una convergencia universal que antes no acabábamos de captar.
Buen día hoy para presentar estos desafíos y para profundizarlos en la homilía, en la reunión de la comunidad, en el grupo de estudio, o en el aula con mis alumnos si soy profesor. No desaprovechemos la oportunidad para actualizar también nuestra visión personal en estos temas: hay muchas lecturas (véase, por ejemplo, en la RELaT -servicioskoinonia.org/relat- no pocos artículos sobre el tema: en el menú desplegable «selección por materias», escoger «Teología sistemática - Diálogo de religiones - Pluralismo religioso» y pulsar en «ir»).
El evangelio de hoy es dramatizado en el capítulo 94, «A la derecha y a la izquierda», de la serie «Un tal Jesús», de los hnos. López Vigil. El guión y su comentario pueden ser tomados de aquí: http://untaljesus.net/texesp.php?id=1400094
Puede ser escuchado aquí: http://untaljesus.net/audios/cap94b.mp3
Para la revisión de vida
- ¿Cómo me siento afectado por una sociedad en la que se valora ante todo la imagen, el prestigio, el ser una persona "exitosa", "bien colocada", con dinero y con poder...? ¿Permanezco firme -junto al Evangelio- en mi valoración de que el servicio es realmente el valor verdadero, el que da sentido a nuestra vida?
Para la reunión de grupo
- Si para Freud el placer sexual era la tentación más fuerte, para Adler, otro gran psicoanalista, la más fuerte pulsión humana es la voluntad de poder. Jesús, en el Evangelio, parecería, desde luego, más partidario de Adler que de Freud, porque en absoluto pareció estar obsesionado por la sexualidad, como todavía hoy -dicen muchos- una cierta Iglesia parece estar obsesionada. ¿Por qué la moral cristiana se ha desarrollado mucho menos en el campo de la obligación del servicio y respecto a la pecaminosidad de la búsqueda del poder, que en campo del control de la sexualidad? ¿Qué tiene eso de evangélico?
- Hoy es el día de «las misiones»... ¿Qué nos evoca la palabra? ¿Pueden seguir siendo las misiones lo que fueron? ¿En qué sentido ha cambiado “la misión”? ¿Qué condiciones tendría que seguir hoy la misión, en este nuevo mundo que ha tomado conciencia de una pluralidad religiosa insuperable? ¿Se trata de ir a convertir a los demás a nuestra propia religión? ¿Por qué?
- Hacer un elenco de realidades humanas y sociales en las que observamos el apego al poder, la búsqueda del mismo... También en la Iglesia.
Para la oración de los fieles
-- Por los que rigen los gobiernos de nuestros países, en esta época de la que se dice que es de "corrupción a todos los niveles"; para que la participación ciudadana presione adecuadamente para conseguir la superación de la situación actual, roguemos al Señor.
- Para que en la comunidad cristiana y en la Iglesia como tal no se repita el caso de los hijos de Zebedeo, para quienes su madre buscaba los puestos de poder...
- Para que los cristianos colaboremos a articular una nueva forma de organización mundial de las naciones, de forma que el gobierno del mundo -que actualmente está en manos de las grandes transnacionales del poder y del dinero- pase a estar en manos de la sociedad civil participativa...
- Por todas las Eucaristías que celebramos, para que sean verdaderamente la cena del Señor, y no rito vacío, adorno de festividades o rito cumplido por obligación...
- Por esta comunidad nuestra, para que, a ejemplo de Jesús, sepamos partirnos y repartirnos entre cuantos nos rodean y pasan necesidad...
Oración comunitaria
Dios Padre nuestro, que en Jesús has desplegado para nosotros el prototipo de lo que es una existencia humana totalmente volcada al servicio, incluso anónimo y desinteresado. Te pedimos que nuestro ser cristianos nos lleve a imitar a Jesús profundamente en esta actitud fundamental. Por Jesucrito tu Hijo nuestro Señor.
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