Ap 7,2-4.9-14: “Apareció en la visión una muchedumbre inmensa”
Sal 23: Éste es el grupo que viene a tu presencia, Señor
1Jn 3,1-3: “Veremos a Dios tal cual es”
Mt 5,1-12: Las bienaventuranzas
Se celebra hoy la Solemnidad de Todos los Santos. Qué bueno sería que ella no se redujera sólo a lo que hemos solido llamar “mundo católico”, sino a un mundo verdaderamente «católico», o sea, verdaderamente «universal», que es lo que originalmente significa la palabra. ¿No queremos celebrar en este día a todos los santos que están ya ante Dios? ¿Pues cómo vamos a limitarnos a pensar en «catálogo romano de los santos», de los «canonizados» por la Iglesia católica romana, en esa práctica llevada a cabo sólo desde el siglo XI de «inscribir» oficialmente a los santos de esa Iglesia en ese libro? ¿Será que los santos oficialmente inscritos durante 9 siglos en esta sola Iglesia sean todos los que estarán delante de Dios, o tal vez ellos sean una insignificante, casi invisible minoría entre todas las personas realmente santas ante la presencia de Dios?
Es decir: pocas fiestas como ésta quieren ser «universales»: la festividad de todos los santos... Y por tanto, habría que hacer un esfuerzo por entenderla con una real universalidad. Ésta es una fiesta «ecuménica»: agrupa a todos los santos que han seguido a Jesús. Es más que ecuménica, porque no contempla sólo a los santos cristianos, sino a «todos», todos los que son santos a los ojos de Dios. Ello quiere decir, obviamente, que también incluye a los santos no cristianos... a los santos de otras religiones (debería ser una fiesta inter-religiosa), e incluso a los santos sin pertenencia a ninguna religión.
Una fiesta pues, que podría hacernos reflexionar sobre dos aspectos: el de la santidad (¿qué es, en qué consiste, qué «confesionalidad» tiene esa santidad...), y el del «Dios de todos los santos». Porque muchas personas todavía piensan -sin querer, desde luego- en «un Dios muy católico». Para algunos Dios sería incluso «católico, apostólico y romano». O sea, nuestro. El Dios de nosotros, se quiere decir. Un Dios católico, un Dios como nosotros de hecho. Pudiera ser que... también... un poco hecho «a imagen y semejanza» nuestra.
La actitud universalista, la amplitud del corazón y de la mente hacia la universalidad, a la acogida de todos sin etiquetas particularistas, siempre nos cuestiona la imagen de Dios. Dios no puede ser nuestro Dios, el nuestro, el que piensa como nosotros e intervendría en la historia siempre de acuerdo con nuestros intereses... Dios, si es verdaderamente Dios, ha de ser el dios de todos los santos, el Dios de todos los nombres, el Dios de todas las utopías, el Dios de todas las religiones (incluida la religión de los que con sinceridad y sabiendo lo que hacen optan con buena conciencia por dejar a un lado “las religiones”, aunque no «la religión verdadera» de la que por ejemplo habla Santiago en su carta). Dios no es católico-romano, sino «católico» en el sentido original de la palabra. O sea: Dios está más allá de toda religión concreta. Está «con todo el que ama y practica la justicia, sea de la religión que sea», como dijo Pedro en casa de Cornelio.
La primera lectura bíblica de esta fiesta litúrgica, aun estando redactada en ese lenguaje no sólo poético, sino ultra-metafórico, lo viene a decir claramente: la muchedumbre incontable que estaba delante de Dios era «de toda lengua, pueblo, raza y nación»... En aquel entonces, hablar de «las naciones» implicaba en ello a las religiones, porque cada pueblo-raza-nación era considerado que tenía su propia religión. A Juan le parece contemplar reunidos, en aquella apoteosis, no sólo a los de su propia religión, sino a todos los pueblos, vale decir: a todas las religiones.
Si corregimos así nuestra visión, estaremos más cerca de «ver a Dios tal como es» (segunda lectura), tal como podremos verle allá de los velos carnales del chauvinismo cultural o el tribalismo religioso -que no son muy distintos. Obviamente, esos «ciento cuarenta y cuatro mil» (doce al cuadrado, o sea, «los Doce», o «las Doce ‘tribus’ de Israel», pero elevadas al cuadrado, es decir, totalmente superadas, llevadas fuera de sí hasta disolverse entre «toda lengua, pueblo, raza y nación»), esos ciento cuarenta y cuatro mil, o los entendemos como un símbolo macroecuméncio, o nos retrotraerían al tribalismo religioso.
Las bienaventuranzas comparten la misma visión «macro-ecuménica»: valen para todos los seres humanos. El Dios que en ellas aparece no es «confesional», de una religión, no es «religiosamente tribal». No exige ningún ritual de ninguna religión. Sino el rito de la simple religión humana: la pobreza, la opción por los pobres, la transparencia de corazón, el hambre y sed de justicia, el luchar por la paz, la persecución como efecto de la lucha por la Causa del Reino... Esa «religión humana básica fundamental» es la que Jesús proclama como «código de santidad universal», para todos los santos, los de casa y los de fuera, los del mundo «católico«...
Si a propósito de la festividad de Todos los Santos se nos sugiere el texto de las Bienaventuranzas, es porque ellas son en verdad el camino de la santidad; en y con las Bienaventuranzas como carta de navegación de nuestra vida es posible alcanzar la meta de nuestra santificación, entendida como la lucha constante por lograr en el cada día el máximo de plenitud de la vida según el querer de Dios.
Para la aplicación más parenética de este precedente comentario exegético, recomendamos como la mejor referencia el capítulo V de la Constitución Dogmática de la Iglesia “Lumen Gentum”, del Vaticano II, con su “Universal llamado a la santidad”.
Recomendamos también el artículo de P. Delooz, “La canonización de los santos y su significación social” en «Concilium» 149(1979)340-352, accesible también en la RELaT (http://servicioskoinonia.org/relat/150.htm), para recordarnos la clásica estrechez de nuestro concepto de santidad, incluso específicamente dentro del «Catálogo romano de los santos canonizados.
El evangelio de hoy es dramatizado en el capítulo 28, «Dios está de nuestra parte», de la serie «Un tal Jesús», de los hnos. López Vigil. El guión y su comentario pueden ser tomados de aquí: http://www.untaljesus.net/texesp.php?id=1200028
Puede ser escuchado aquí: http://www.untaljesus.net/audios/cap28b.mp3
Para la revisión de vida
Entendidos en un lenguaje «civil», no religiosista, simplemente humano, los «santos», son todas las buenas personas, la «buena gente», los «hombres buenos»... y todavía más, los héroes, los próceres, los mártires, los testigos... conocidos o desconocidos. Esas personas que hacen presente en la historia las cumbres éticas de nuestra propia humanidad, que hacen respirable el aire de nuestra historia humana. «Si otros lo han sido... ¿por qué no puedo serlo yo?»
Para la reunión de grupo
- ¿Qué es «santidad» originalmente? ¿De dónde viene la palabra? ¿Y el concepto cristiano, de dónde viene?
- ¿A qué nos suena en la historia de la espiritualidad cristiana? ¿Qué adherencias conlleva?
- ¿Cabe hoy, es aceptable sin reestructuración, el planteamiento original del concepto clásico de santidad? ¿Qué «correcciones» le haríamos hoy?
Para la oración de los fieles
- Para que la Iglesia busque siempre la santidad por el camino de las bienaventuranzas. Roguemos al Señor.
- Para que los creyentes recorramos el Camino que es Jesús, con autenticidad, como transformación gozosa de nuestras vidas. Roguemos...
- Para que todas las personas que viven en la práctica las bienaventuranzas, sean del credo que sean, alcancen la dicha de la vida eterna. Roguemos...
- Para que nuestra condición de hijos de Dios nos ayude a vivir siempre con ilusión, gozo y esperanza. Roguemos...
- Para que todos nosotros nos reunamos un día con toda la Humanidad en el Reino de Dios y gocemos para siempre de su misma vida. Roguemos...
Oración comunitaria
Dios Eterno, Misterio inabarcable, Fuerza creadora, sin principio ni fin, Sabiduría escondida: Enséñanos a calcular nuestros años, para que adquiramos un corazón sensato, y ayúdanos a sentir, en la fe, la presencia espiritual de nuestros hermanos y hermanas que nos han precedido en la existencia y en el amor. Tú que vives y haces vivir, por los siglos de los siglos. Amén.
Sal 23: Éste es el grupo que viene a tu presencia, Señor
1Jn 3,1-3: “Veremos a Dios tal cual es”
Mt 5,1-12: Las bienaventuranzas
Se celebra hoy la Solemnidad de Todos los Santos. Qué bueno sería que ella no se redujera sólo a lo que hemos solido llamar “mundo católico”, sino a un mundo verdaderamente «católico», o sea, verdaderamente «universal», que es lo que originalmente significa la palabra. ¿No queremos celebrar en este día a todos los santos que están ya ante Dios? ¿Pues cómo vamos a limitarnos a pensar en «catálogo romano de los santos», de los «canonizados» por la Iglesia católica romana, en esa práctica llevada a cabo sólo desde el siglo XI de «inscribir» oficialmente a los santos de esa Iglesia en ese libro? ¿Será que los santos oficialmente inscritos durante 9 siglos en esta sola Iglesia sean todos los que estarán delante de Dios, o tal vez ellos sean una insignificante, casi invisible minoría entre todas las personas realmente santas ante la presencia de Dios?
Es decir: pocas fiestas como ésta quieren ser «universales»: la festividad de todos los santos... Y por tanto, habría que hacer un esfuerzo por entenderla con una real universalidad. Ésta es una fiesta «ecuménica»: agrupa a todos los santos que han seguido a Jesús. Es más que ecuménica, porque no contempla sólo a los santos cristianos, sino a «todos», todos los que son santos a los ojos de Dios. Ello quiere decir, obviamente, que también incluye a los santos no cristianos... a los santos de otras religiones (debería ser una fiesta inter-religiosa), e incluso a los santos sin pertenencia a ninguna religión.
Una fiesta pues, que podría hacernos reflexionar sobre dos aspectos: el de la santidad (¿qué es, en qué consiste, qué «confesionalidad» tiene esa santidad...), y el del «Dios de todos los santos». Porque muchas personas todavía piensan -sin querer, desde luego- en «un Dios muy católico». Para algunos Dios sería incluso «católico, apostólico y romano». O sea, nuestro. El Dios de nosotros, se quiere decir. Un Dios católico, un Dios como nosotros de hecho. Pudiera ser que... también... un poco hecho «a imagen y semejanza» nuestra.
La actitud universalista, la amplitud del corazón y de la mente hacia la universalidad, a la acogida de todos sin etiquetas particularistas, siempre nos cuestiona la imagen de Dios. Dios no puede ser nuestro Dios, el nuestro, el que piensa como nosotros e intervendría en la historia siempre de acuerdo con nuestros intereses... Dios, si es verdaderamente Dios, ha de ser el dios de todos los santos, el Dios de todos los nombres, el Dios de todas las utopías, el Dios de todas las religiones (incluida la religión de los que con sinceridad y sabiendo lo que hacen optan con buena conciencia por dejar a un lado “las religiones”, aunque no «la religión verdadera» de la que por ejemplo habla Santiago en su carta). Dios no es católico-romano, sino «católico» en el sentido original de la palabra. O sea: Dios está más allá de toda religión concreta. Está «con todo el que ama y practica la justicia, sea de la religión que sea», como dijo Pedro en casa de Cornelio.
La primera lectura bíblica de esta fiesta litúrgica, aun estando redactada en ese lenguaje no sólo poético, sino ultra-metafórico, lo viene a decir claramente: la muchedumbre incontable que estaba delante de Dios era «de toda lengua, pueblo, raza y nación»... En aquel entonces, hablar de «las naciones» implicaba en ello a las religiones, porque cada pueblo-raza-nación era considerado que tenía su propia religión. A Juan le parece contemplar reunidos, en aquella apoteosis, no sólo a los de su propia religión, sino a todos los pueblos, vale decir: a todas las religiones.
Si corregimos así nuestra visión, estaremos más cerca de «ver a Dios tal como es» (segunda lectura), tal como podremos verle allá de los velos carnales del chauvinismo cultural o el tribalismo religioso -que no son muy distintos. Obviamente, esos «ciento cuarenta y cuatro mil» (doce al cuadrado, o sea, «los Doce», o «las Doce ‘tribus’ de Israel», pero elevadas al cuadrado, es decir, totalmente superadas, llevadas fuera de sí hasta disolverse entre «toda lengua, pueblo, raza y nación»), esos ciento cuarenta y cuatro mil, o los entendemos como un símbolo macroecuméncio, o nos retrotraerían al tribalismo religioso.
Las bienaventuranzas comparten la misma visión «macro-ecuménica»: valen para todos los seres humanos. El Dios que en ellas aparece no es «confesional», de una religión, no es «religiosamente tribal». No exige ningún ritual de ninguna religión. Sino el rito de la simple religión humana: la pobreza, la opción por los pobres, la transparencia de corazón, el hambre y sed de justicia, el luchar por la paz, la persecución como efecto de la lucha por la Causa del Reino... Esa «religión humana básica fundamental» es la que Jesús proclama como «código de santidad universal», para todos los santos, los de casa y los de fuera, los del mundo «católico«...
Si a propósito de la festividad de Todos los Santos se nos sugiere el texto de las Bienaventuranzas, es porque ellas son en verdad el camino de la santidad; en y con las Bienaventuranzas como carta de navegación de nuestra vida es posible alcanzar la meta de nuestra santificación, entendida como la lucha constante por lograr en el cada día el máximo de plenitud de la vida según el querer de Dios.
Para la aplicación más parenética de este precedente comentario exegético, recomendamos como la mejor referencia el capítulo V de la Constitución Dogmática de la Iglesia “Lumen Gentum”, del Vaticano II, con su “Universal llamado a la santidad”.
Recomendamos también el artículo de P. Delooz, “La canonización de los santos y su significación social” en «Concilium» 149(1979)340-352, accesible también en la RELaT (http://servicioskoinonia.org/relat/150.htm), para recordarnos la clásica estrechez de nuestro concepto de santidad, incluso específicamente dentro del «Catálogo romano de los santos canonizados.
El evangelio de hoy es dramatizado en el capítulo 28, «Dios está de nuestra parte», de la serie «Un tal Jesús», de los hnos. López Vigil. El guión y su comentario pueden ser tomados de aquí: http://www.untaljesus.net/texesp.php?id=1200028
Puede ser escuchado aquí: http://www.untaljesus.net/audios/cap28b.mp3
Para la revisión de vida
Entendidos en un lenguaje «civil», no religiosista, simplemente humano, los «santos», son todas las buenas personas, la «buena gente», los «hombres buenos»... y todavía más, los héroes, los próceres, los mártires, los testigos... conocidos o desconocidos. Esas personas que hacen presente en la historia las cumbres éticas de nuestra propia humanidad, que hacen respirable el aire de nuestra historia humana. «Si otros lo han sido... ¿por qué no puedo serlo yo?»
Para la reunión de grupo
- ¿Qué es «santidad» originalmente? ¿De dónde viene la palabra? ¿Y el concepto cristiano, de dónde viene?
- ¿A qué nos suena en la historia de la espiritualidad cristiana? ¿Qué adherencias conlleva?
- ¿Cabe hoy, es aceptable sin reestructuración, el planteamiento original del concepto clásico de santidad? ¿Qué «correcciones» le haríamos hoy?
Para la oración de los fieles
- Para que la Iglesia busque siempre la santidad por el camino de las bienaventuranzas. Roguemos al Señor.
- Para que los creyentes recorramos el Camino que es Jesús, con autenticidad, como transformación gozosa de nuestras vidas. Roguemos...
- Para que todas las personas que viven en la práctica las bienaventuranzas, sean del credo que sean, alcancen la dicha de la vida eterna. Roguemos...
- Para que nuestra condición de hijos de Dios nos ayude a vivir siempre con ilusión, gozo y esperanza. Roguemos...
- Para que todos nosotros nos reunamos un día con toda la Humanidad en el Reino de Dios y gocemos para siempre de su misma vida. Roguemos...
Oración comunitaria
Dios Eterno, Misterio inabarcable, Fuerza creadora, sin principio ni fin, Sabiduría escondida: Enséñanos a calcular nuestros años, para que adquiramos un corazón sensato, y ayúdanos a sentir, en la fe, la presencia espiritual de nuestros hermanos y hermanas que nos han precedido en la existencia y en el amor. Tú que vives y haces vivir, por los siglos de los siglos. Amén.





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