Publicado por El Blog de X. Pikaza
Domingo de Cristo Rey, fin del año litúrgico.El tema de este un domingo es difícil de entender para nosotros, pues ya no tenemos un concepto sagrado y poderoso, activo y creador de Rey... Por eso, decir que Jesús es Rey nos suena no sólo lejano, sino incluso falso. Nos gustaría que Jesús no fuera "rey", sino que su "reino" fuera el lugar donde ya no existen reyes (ni siquiera él). Más que Rey, Jesús se nos muestra como hermano de todos, como aquel que ha renunciado a todo poder, para ofrecernos su autoridad creadora, desde abajo, como siervo de todos (Flp 2).
Decir que Jesús era Rey sonaba bien en los tiempos de las monarquías sagradas, cuando los Reyes Gobernaban por la gracia de Dios... Hoy, cuando de hecho no existen en el mundo reyes, esta palabra (Cristo Rey) nos puede resultar extraña y quizá muchos prefieran no emplearla (y más en España, por el recuerdo de los Guerrilleros de Cristo Rey). Yo no tengo una reflexión especial para este día. Por eso voy a limitarme a introducir unas reflexiones que he venido poniendo en este blog en otras ocasiones. Cuando tenga más claro el tema volveré a plantearlo.
Pero antes os pregunto: ¿que os parece el título de Cristo Rey? ¿Cómo emplearíais ese título, desde la experiencia de la muerte de Jesús, condenado por los "reyes" de este mundo? Se trata de descubrir el sentido de la autoridad de Jesús, que consiste en despojarse de todo poder. El Jesús histórico no ha ido diciendo por ahí "yo soy rey", ni "yo soy más que vosotros", ni "yo soy Dios y vosotros no lo sois"... (a pesar de que el evangelio de Juan pueda producir a veces esa impresión, por eso hay que aprender a leerlo). Jesús no firmaría nunca un decreto diciendo "yo, el rey", ni un mandamiento poniendo al final "yo vuestro jefe..." . Creo que Jesús no se ha puesto nunca por encima de nadie, ni se ha impuesto por la fuerza, ni ha ganado ninguna batalla de poder... Ha hecho otra cosa... y sólo teniendo en cuenta eso podemos hablar de una fiesta de Cristo Rey, sabiendo que él es el único que no ha querido reinar en este mundo, sino que ha querido que todo seamos "reyes por igual", es decir, hermanos
Texto del evangelio: Juan 18, 33b-37
En aquel tiempo, dijo Pilato a Jesús: "¿Eres tú el rey de los judíos?" Jesús le contestó: "¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?" Pilato replicó: "¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí; ¿qué has hecho?" Jesús le contestó:
"Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí." Pilato le dijo: "Conque, ¿tú eres rey?" Jesús le contestó: "Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo; para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz."
Cómo hubiera reinado Jesús.
Resulta actualmente muy difícil saber lo que pensaba Pilato cuando condenó a Jesús, poniendo como causa de su condena: “Rey de los judíos” (Mc 15, 26) o “Jesús Nazareno, rey de los judíos” (Jn 19, 19). Desde aquí debe entenderse su condena a muerte. Estaba en juego el poder de Roma. Posiblemente, Pilato sabía que Jesús no era enemigo en plano militar, pero sabía también que los profetas y pretendientes mesiánicos eran peligrosos para el orden político y social del imperio, en una zona tan sensible como Jerusalén. Desde ese fondo, nos atrevemos a presentar algunos rasgos de aquello que podría haber sido el orden político de Jesús en Jerusalén, en caso de que él hubiera “triunfado” (en caso de que hubieran aceptado su movimiento de Reino). Éstos podrían ser algunos de sus rasgos:
a. Jesús no habría actuado como rey político o militar,
en el sentido usual del término. No habría tomado el poder, ni se habría convertido en emperador o regente político. Ciertamente, él se presentaba (y se habría presentado más abiertamente) como “virrey”, delegado y representante de un Dios-Rey, pero no en forma patriarcalista e impositiva, sino como madre-hermano-hermana de los hombres, es decir, como amigo (cf. Mc 3, 31-35). En esa línea podemos añadir que él habría venido a presentarse como signo y representante del Hijo del Hombre, es decir, de una humanidad reconciliada y fraterna. Nos faltan modelos para imaginar este reinado de Jesús, pues nuestras categorías mentales y sociales se encuentran marcadas por dinámicas de poder militar, político o sagrado. Ciertamente, el evangelio de Juan ha trazado el perfil del reinado de Jesús, diciendo que ha venido a “dar testimonio de la verdad” (Jn 18, 37); pero la verdad de su Reino no sería como la verdad de los sabios platónicos que se imponían sobre militares y trabajadores (como quiere la República VI), sino verdad de amor compartido, desde los más pobres.
b. El Reino de Jesús implicaría un nuevo tipo de relaciones humanas.
No habría necesitado instituciones militares de dominio externo, ni estructuras económicas de poder. En un primer momento, Roma podría haber seguido funcionando con sus medios militares y administrativos, en un nivel externo, de manera que los seguidores y amigos del “Reino mesiánico” de Jesús podrían haberse establecido y extendido a través de una red de conexiones personales de tipo no-gubernamental, no-militar. Jesús no habría promovido un levantamiento armado; por eso, los miembros de su Reino no necesitaban acudir a las armas. Jesús no habría destruido con violencia las redes de dominio económico, pero se habría situado en un nivel más hondo, creando unas formas de convivencia y colaboración inmediata, de manera que (lentamente o por una mutación rápida), el orden político romano se habría vuelto innecesario, una realidad que se va vaciando desde dentro y que pierde su utilidad. En ese sentido deberíamos hablar de una “mutación social” de Jesús, que no se cierra en un plano de la intimidad, sino que trasforma el mismo orden social: su “grupo de amigos” habría venido a convertirse en germen de una humanidad distinta, en línea de mutación social.
c. Tributos, economía mesiánica.
Jesús no habría destruido por la fuerza el orden económico del imperio romano, ni habría rechazado de un modo directo los impuestos del César (cf. Mc 12, 17), pues las “cosas” de Jesús (cosas de Dios) se realizan de un modo gratuito y por contacto personal, no a través de mecanismos de un dinero, que tiende a convertirse en ídolo supremo o mamona (Mt 6, 14). En sentido estricto, Jesús se ocuparía de aquello que el orden romano (político) deja normalmente a un lado, es decir, de las personas que suelen quedar fuera del campo de los intereses de poder (enfermos, mendigos…). El orden económico mundial (o imperial) había conducido a una situación de desgarro y carencia en la que sufrían y morían los campesinos-artesanos de Galilea, como hemos venido destacando desde el comienzo de este libro. En contra de eso, los itinerantes del Reino actuarían como portadores de un poder de sanación humana que cambiaría la forma de vivir de los sedentarios (ricos). En ese sentido, los mismos “itinerantes”, que aparecían de algún modo como invisibles (como si no existieran para Roma) podrían venir a presentarse como portadores de una “economía humana”, sin propiedad exclusiva (particular) de algunos, sin relaciones de poder, pero con amor intenso, abierto a lo social y a lo económico.
d. Jesús, una mutación humana.
Lo que Jesús propone y lo que así aparece como “proyecto de Reino” ante Pilato no es una sencilla adaptación, en el interior del sistema que ha venido operando hasta el momento y que ha culminado en la religión del templo judío y en el orden militar y político de Roma. El proyecto de Jesús no se sitúa en un nivel de conflictos y cambios militares, sociales o económicos, ni siquiera en el nivel de los cambios religiosos, en sentido confesional, sino que implica un mutación (cambio de nivel) dentro de aquello que pudiéramos llamar las “estructuras habituales de la vida humana”, que se habían estabilizado antes en clave de luchas de poder. En contra de esas estructuras de poder, Jesús y sus amigos vendrían a establecer las bases de un grupo de amistad universal, que se abre desde Galilea, pasando por Jerusalén, al mundo entero. Esta es la “utopía” de Jesús, la utopía de un grupo de amor que puede mudar la historia humana.
e. Por eso, Jesús no podría haber llamado a la venganza, para luchar en contra de los sacerdotes del templo o los soldados de Roma, pues de esa manera seguiría manteniéndose en el nivel antiguo. S
i Jesús se hubiera vengado de los sacerdotes de Jerusalén continuaría moviéndose en el nivel de los sacerdotes, utilizando así sus medios de tipo “sacrificial”, es decir, violento. Si hubiera querido vengarse de Roma seguiría estando en el nivel de Roma y no podría haber renunciado a la defensa armada (cf. Mt 26, 53; Jn 18, 37). Pues bien, en contra de eso, Jesús no apela a los sacrificios de los sacerdotes ni a la defensa armada, sino que se sitúa en un nivel distinto de humanidad (en una especie de mutación antropológica). No ha buscado la venganza, ni ha querido conseguir ninguna cosa con violencia, pues sabía que la violencia y la venganza dejan al hombre en manos de la muerte. Por eso, no ha luchado externamente contra el templo, pero estaba convencido de que el templo actual se encuentra en manos de poderes de violencia, de manera que terminará destruyéndose a sí mismo, como él ha dicho o (anunciando su ruina: cf. Mc 13, 2; 14, 58; 15, 29 par). Tampoco ha luchado contra Roma, pues no ha querido situarse en el plano de violencia en que se mueve Roma. La certeza de que Roma acabará (y con Roma todos los imperios que se fundan sobre bases de violencia) le permite alimentar una esperanza distinta, la esperanza de una humanidad que puede empezar a vivir ya en plano de amistad mutua, es decir, gracia (ésta es la clave de su mutación).
f. El triunfo de Jesús no supondría una independencia política de Israel o de su movimiento mesiánico,
pues el tema de la dependencia e independencia pertenece al orden “violento” de la economía y la política, vinculada a guerras y pactos en línea de poder, pues tanto la dependencia como la independencia en línea de poder (con triunfo de Roma o de los celotas, enfrentados en la guerra del 67-70 d. C.) constituyen dos variantes de una misma violencia de base que Jesús ha venido a superar. En este contexto debemos apelar de nuevo al tema de la “mutación” o cambio de nivel al que hemos aludido. Sabemos cómo surgen y caen los imperios, dentro de una historia fascinante de sucesión de reinos (bestias), tal como aparece, de forma clásica, en el libro de Daniel (cf. Dan 7: babilonios, persas, macedonios, sirios…). Lo que debe llegar es algo distinto, no un reino nuevo, sino la superación de todos los reinos bestiales, con el surgimiento de reino que sea presencia gratuita de Dios, un reino donde triunfe y se expanda simplemente la verdad del hombre como gracia (cf. Dan 7, 13). Todo nos permite suponer que Jesús ha seguido el modelo de Dar 7 y ha visto la historia, cerrada en sí misma, como un todo de violencia y muerte, como realidad inviable, condenada a la destrucción. Pues bien, rompiendo la clausura de esa historia, Jesús ha venido a situarse en un plano distinto, de gratuidad, como representante o adelantado de la humanidad del Reino que responde al plan de Dios, en línea de perdón y amor mutuo, superando el nivel anterior de violencia y juicio.
Decir que Jesús era Rey sonaba bien en los tiempos de las monarquías sagradas, cuando los Reyes Gobernaban por la gracia de Dios... Hoy, cuando de hecho no existen en el mundo reyes, esta palabra (Cristo Rey) nos puede resultar extraña y quizá muchos prefieran no emplearla (y más en España, por el recuerdo de los Guerrilleros de Cristo Rey). Yo no tengo una reflexión especial para este día. Por eso voy a limitarme a introducir unas reflexiones que he venido poniendo en este blog en otras ocasiones. Cuando tenga más claro el tema volveré a plantearlo.
Pero antes os pregunto: ¿que os parece el título de Cristo Rey? ¿Cómo emplearíais ese título, desde la experiencia de la muerte de Jesús, condenado por los "reyes" de este mundo? Se trata de descubrir el sentido de la autoridad de Jesús, que consiste en despojarse de todo poder. El Jesús histórico no ha ido diciendo por ahí "yo soy rey", ni "yo soy más que vosotros", ni "yo soy Dios y vosotros no lo sois"... (a pesar de que el evangelio de Juan pueda producir a veces esa impresión, por eso hay que aprender a leerlo). Jesús no firmaría nunca un decreto diciendo "yo, el rey", ni un mandamiento poniendo al final "yo vuestro jefe..." . Creo que Jesús no se ha puesto nunca por encima de nadie, ni se ha impuesto por la fuerza, ni ha ganado ninguna batalla de poder... Ha hecho otra cosa... y sólo teniendo en cuenta eso podemos hablar de una fiesta de Cristo Rey, sabiendo que él es el único que no ha querido reinar en este mundo, sino que ha querido que todo seamos "reyes por igual", es decir, hermanos
Texto del evangelio: Juan 18, 33b-37
En aquel tiempo, dijo Pilato a Jesús: "¿Eres tú el rey de los judíos?" Jesús le contestó: "¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?" Pilato replicó: "¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí; ¿qué has hecho?" Jesús le contestó:
"Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí." Pilato le dijo: "Conque, ¿tú eres rey?" Jesús le contestó: "Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo; para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz."
Cómo hubiera reinado Jesús.
Resulta actualmente muy difícil saber lo que pensaba Pilato cuando condenó a Jesús, poniendo como causa de su condena: “Rey de los judíos” (Mc 15, 26) o “Jesús Nazareno, rey de los judíos” (Jn 19, 19). Desde aquí debe entenderse su condena a muerte. Estaba en juego el poder de Roma. Posiblemente, Pilato sabía que Jesús no era enemigo en plano militar, pero sabía también que los profetas y pretendientes mesiánicos eran peligrosos para el orden político y social del imperio, en una zona tan sensible como Jerusalén. Desde ese fondo, nos atrevemos a presentar algunos rasgos de aquello que podría haber sido el orden político de Jesús en Jerusalén, en caso de que él hubiera “triunfado” (en caso de que hubieran aceptado su movimiento de Reino). Éstos podrían ser algunos de sus rasgos:
a. Jesús no habría actuado como rey político o militar,
en el sentido usual del término. No habría tomado el poder, ni se habría convertido en emperador o regente político. Ciertamente, él se presentaba (y se habría presentado más abiertamente) como “virrey”, delegado y representante de un Dios-Rey, pero no en forma patriarcalista e impositiva, sino como madre-hermano-hermana de los hombres, es decir, como amigo (cf. Mc 3, 31-35). En esa línea podemos añadir que él habría venido a presentarse como signo y representante del Hijo del Hombre, es decir, de una humanidad reconciliada y fraterna. Nos faltan modelos para imaginar este reinado de Jesús, pues nuestras categorías mentales y sociales se encuentran marcadas por dinámicas de poder militar, político o sagrado. Ciertamente, el evangelio de Juan ha trazado el perfil del reinado de Jesús, diciendo que ha venido a “dar testimonio de la verdad” (Jn 18, 37); pero la verdad de su Reino no sería como la verdad de los sabios platónicos que se imponían sobre militares y trabajadores (como quiere la República VI), sino verdad de amor compartido, desde los más pobres.
b. El Reino de Jesús implicaría un nuevo tipo de relaciones humanas.
No habría necesitado instituciones militares de dominio externo, ni estructuras económicas de poder. En un primer momento, Roma podría haber seguido funcionando con sus medios militares y administrativos, en un nivel externo, de manera que los seguidores y amigos del “Reino mesiánico” de Jesús podrían haberse establecido y extendido a través de una red de conexiones personales de tipo no-gubernamental, no-militar. Jesús no habría promovido un levantamiento armado; por eso, los miembros de su Reino no necesitaban acudir a las armas. Jesús no habría destruido con violencia las redes de dominio económico, pero se habría situado en un nivel más hondo, creando unas formas de convivencia y colaboración inmediata, de manera que (lentamente o por una mutación rápida), el orden político romano se habría vuelto innecesario, una realidad que se va vaciando desde dentro y que pierde su utilidad. En ese sentido deberíamos hablar de una “mutación social” de Jesús, que no se cierra en un plano de la intimidad, sino que trasforma el mismo orden social: su “grupo de amigos” habría venido a convertirse en germen de una humanidad distinta, en línea de mutación social.
c. Tributos, economía mesiánica.
Jesús no habría destruido por la fuerza el orden económico del imperio romano, ni habría rechazado de un modo directo los impuestos del César (cf. Mc 12, 17), pues las “cosas” de Jesús (cosas de Dios) se realizan de un modo gratuito y por contacto personal, no a través de mecanismos de un dinero, que tiende a convertirse en ídolo supremo o mamona (Mt 6, 14). En sentido estricto, Jesús se ocuparía de aquello que el orden romano (político) deja normalmente a un lado, es decir, de las personas que suelen quedar fuera del campo de los intereses de poder (enfermos, mendigos…). El orden económico mundial (o imperial) había conducido a una situación de desgarro y carencia en la que sufrían y morían los campesinos-artesanos de Galilea, como hemos venido destacando desde el comienzo de este libro. En contra de eso, los itinerantes del Reino actuarían como portadores de un poder de sanación humana que cambiaría la forma de vivir de los sedentarios (ricos). En ese sentido, los mismos “itinerantes”, que aparecían de algún modo como invisibles (como si no existieran para Roma) podrían venir a presentarse como portadores de una “economía humana”, sin propiedad exclusiva (particular) de algunos, sin relaciones de poder, pero con amor intenso, abierto a lo social y a lo económico.
d. Jesús, una mutación humana.
Lo que Jesús propone y lo que así aparece como “proyecto de Reino” ante Pilato no es una sencilla adaptación, en el interior del sistema que ha venido operando hasta el momento y que ha culminado en la religión del templo judío y en el orden militar y político de Roma. El proyecto de Jesús no se sitúa en un nivel de conflictos y cambios militares, sociales o económicos, ni siquiera en el nivel de los cambios religiosos, en sentido confesional, sino que implica un mutación (cambio de nivel) dentro de aquello que pudiéramos llamar las “estructuras habituales de la vida humana”, que se habían estabilizado antes en clave de luchas de poder. En contra de esas estructuras de poder, Jesús y sus amigos vendrían a establecer las bases de un grupo de amistad universal, que se abre desde Galilea, pasando por Jerusalén, al mundo entero. Esta es la “utopía” de Jesús, la utopía de un grupo de amor que puede mudar la historia humana.
e. Por eso, Jesús no podría haber llamado a la venganza, para luchar en contra de los sacerdotes del templo o los soldados de Roma, pues de esa manera seguiría manteniéndose en el nivel antiguo. S
i Jesús se hubiera vengado de los sacerdotes de Jerusalén continuaría moviéndose en el nivel de los sacerdotes, utilizando así sus medios de tipo “sacrificial”, es decir, violento. Si hubiera querido vengarse de Roma seguiría estando en el nivel de Roma y no podría haber renunciado a la defensa armada (cf. Mt 26, 53; Jn 18, 37). Pues bien, en contra de eso, Jesús no apela a los sacrificios de los sacerdotes ni a la defensa armada, sino que se sitúa en un nivel distinto de humanidad (en una especie de mutación antropológica). No ha buscado la venganza, ni ha querido conseguir ninguna cosa con violencia, pues sabía que la violencia y la venganza dejan al hombre en manos de la muerte. Por eso, no ha luchado externamente contra el templo, pero estaba convencido de que el templo actual se encuentra en manos de poderes de violencia, de manera que terminará destruyéndose a sí mismo, como él ha dicho o (anunciando su ruina: cf. Mc 13, 2; 14, 58; 15, 29 par). Tampoco ha luchado contra Roma, pues no ha querido situarse en el plano de violencia en que se mueve Roma. La certeza de que Roma acabará (y con Roma todos los imperios que se fundan sobre bases de violencia) le permite alimentar una esperanza distinta, la esperanza de una humanidad que puede empezar a vivir ya en plano de amistad mutua, es decir, gracia (ésta es la clave de su mutación).
f. El triunfo de Jesús no supondría una independencia política de Israel o de su movimiento mesiánico,
pues el tema de la dependencia e independencia pertenece al orden “violento” de la economía y la política, vinculada a guerras y pactos en línea de poder, pues tanto la dependencia como la independencia en línea de poder (con triunfo de Roma o de los celotas, enfrentados en la guerra del 67-70 d. C.) constituyen dos variantes de una misma violencia de base que Jesús ha venido a superar. En este contexto debemos apelar de nuevo al tema de la “mutación” o cambio de nivel al que hemos aludido. Sabemos cómo surgen y caen los imperios, dentro de una historia fascinante de sucesión de reinos (bestias), tal como aparece, de forma clásica, en el libro de Daniel (cf. Dan 7: babilonios, persas, macedonios, sirios…). Lo que debe llegar es algo distinto, no un reino nuevo, sino la superación de todos los reinos bestiales, con el surgimiento de reino que sea presencia gratuita de Dios, un reino donde triunfe y se expanda simplemente la verdad del hombre como gracia (cf. Dan 7, 13). Todo nos permite suponer que Jesús ha seguido el modelo de Dar 7 y ha visto la historia, cerrada en sí misma, como un todo de violencia y muerte, como realidad inviable, condenada a la destrucción. Pues bien, rompiendo la clausura de esa historia, Jesús ha venido a situarse en un plano distinto, de gratuidad, como representante o adelantado de la humanidad del Reino que responde al plan de Dios, en línea de perdón y amor mutuo, superando el nivel anterior de violencia y juicio.
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