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miércoles, 23 de diciembre de 2009

LA NOCHEBUENA

Reflexión, Meditación y Guía de Oración
Por José Enrique Ruiz de Galarreta sj

Estamos en el centro mismo de la Navidad. La Nochebuena y la eucaristía del día de Navidad son una de las dos cumbres del año litúrgico. (La otra es la Vigilia y la Misa del Domingo de Resurrección). Estamos celebrando lo más íntimo de nuestra fe.
Nuestra fe es una radical negación de la apariencia del mundo. La apariencia del mundo, la que captan los ojos, es materia que cambia y pasa, vida que llega a morir, y es ausencia de Dios, que no aparece por ninguna parte, que no parece arreglar nuestros problemas. Eso es lo que llama Pablo una vida sin religión... pero es lo evidente, incluso lo razonable. Nuestra fe es no conformarse con esto. Y no nos conformamos porque nos fiamos de ese niño que vemos hoy nacer. Somos más, hay más destino, hay otro modo de vivir, Dios está ahí presente y habla y trabaja... La Noche de Nochebuena se convirtió en día para los pastores porque apareció La Gloria del Señor. Es todo un símbolo: la oscuridad de la vida humana se convierte en día por la presencia de Jesús.
Nuestra fe suele ser también un alarde del conocimiento de Dios, el Uno, el Todopoderoso, el Creador, el Infinito, el Providente … Todo esto fue quizá válido hasta que Dios se dejó ver. Y fue una desilusión: ¡tenía que haber nacido en el palacio de Herodes o mejor en el del César de Roma o quizá ser hijo del Sumo sacerdote y nacer milagrosamente destellando resplandores! ¡Así nadie tendría dudas y el mundo entero se postraría ante la divinidad manifestada en gloria! Pero no fue así. Los judíos pedían señales, y la señal es un niño pobre nacido en una cuadra, inmovilizado en pañales. Los griegos buscan sabiduría: y la sabiduría de ese niño sólo serán sus parábolas, de las que se puede sacar tan poco filosofía ni teología que la misma Iglesia las ha olvidado para buscar sabiduría en otras fuentes.
Hemos convertido la Navidad en una fiesta de ternura infantil y familias, y en fuente de una asombrosa teología de la Encarnación que nos ha llevado hasta prácticamente negar que ese niño es un ser humano verdadero. Con eso hemos trivializado la Palabra. Es la fiesta del compromiso de Dios con nosotros contra nuestras tinieblas. No debemos ceder a la simple ternura. Debemos subir a la contemplación, al género "evangelio", ver lo que sucede de verdad, aunque los ojos no se enteren de casi nada. Y debemos aprender qué es Dios solamente mirando a ese niño. Dios está aquí, aunque los ojos no se enteran.
Dios está con nosotros, aunque nos parece que estamos tirados. Dios es así, aunque la mente se escandalice. Los ojos no ven a Emmanuel ni a Dios Libertador. Navidad es para ver con los otros ojos, los del Espíritu, abiertos por Jesús.
Ha aparecido la gracia de Dios, para que la vida sea diferente, porque la vida es diferente. Los evangelios empiezan verdaderamente cuando Jesús empieza a proclamar:
"Convertíos, que ya está aquí el Reino de Dios". A la luz de esas palabras tenemos que mirar al Niño. "Convertíos", tenéis que daros la vuelta, cambiar de rumbo, ir a otro sitio, volver la cara a Dios tal como se deja ver. Y oír, escuchar, atender LA NOTICIA: "El reino de Dios está aquí". Este mundo no es la noche de la injusticia, de la desgracia, de la muerte, de la ausencia de Dios. El Niño revela que este mundo puede ser "EL REINO".
La nochebuena está llena de símbolos, y debemos vivirla así. Es de noche, sólo unos pastores vigilan los rebaños. Belén está llena de algazara de posadas a rebosar. En una cuadra aparte una pareja pobre está en apuros. Pero la noche se ilumina con la Gloria y la palabra del Señor. La recibe la gente sencilla y son capaces de interpretar bien una señal que no es señal de nada: un niño como todos envuelto, como todos, en pañales, y colocado, peor que todos, en un pesebre.
Y todo esto dispara la pregunta afilada, ineludible: ¿dónde está tu Dios? No lo busques como los Magos en el Palacio del Rey, ni en la sagrada Jerusalén. No en el templo, no en el culto, no en el sacerdocio, no en el palacio, no en la sabiduría de los escribas/teólogos. Ni siquiera en su casa, ni en el día. La Nochebuena es una gran negación, un desafío. Esto va a ser para nosotros Jesús. Creer a Dios sin ver nada del otro mundo. ¡Qué señal, un niño pobre en una cuadra!. ¡La gloria de Dios que sólo es visible para cuatro pastores miserables!
Va siendo cada vez más difícil celebrar una navidad religiosa. El mundo se ha apoderado de la fiesta y se nos va todo en gastar dinero, estar con la familia y, como mucho, enternecernos con escenas piadosas sensibleras. Es necesario ir más lejos. Es tiempo de conversión y de contemplación. Navidad es para ver a Dios donde los ojos no lo ven. No es nada fácil ver a Dios en el niño que ha nacido. En realidad sólo lo podemos ver porque sabemos quién será ese niño. No creemos en Jesús porque lo vemos en el pesebre. Creemos en el Niño del pesebre porque ya sabemos quién es. Los evangelios de la infancia sólo tienen sentido después de creer en Jesús, están escritos por personas que ya tienen fe en Jesús. Es eso lo que nos pasa con la vida. No es fácil, quizá sea imposible, creer en Dios despegando hacia Él desde lo que ven los ojos en este mundo. Vemos tanta injusticia, tanto dolor de inocentes, tanto sin-sentido, que nos resulta áspero ver ahí la mano de Dios. Y es que tiene que ser al revés. Creemos en Dios y después intentamos iluminar la noche de la vida con esa fe.
Decimos con Jesús: "Ya está aquí el Reino de Dios". Seamos serios: ¿dónde está, dónde se ve el Reino?. Se nos está pidiendo un acto de fe en los humanos, capaces de ser hijos de Dios, aunque los ojos ven de todo menos eso. Nuestros ojos ven una humanidad regida aparentemente sólo por pasiones destructivas, por economías que sólo buscan la ganancia, por jefes que sólo buscan el poder, por personas que sólo buscan disfrutar. El Reino de Dios es un acto de fe en que todo eso es el pecado, que no consiste en las cosas malas que hacemos, sino en oscuridad, en que creemos que todo eso es bueno y nos conviene.
Por eso, el signo de la Navidad es la luz en la noche, contemplada por los más sencillos.
Esta noche no se van a enterar de nada los sabios y teólogos de Israel. Para ellos no ha pasado nada. Esta noche no se va a enterar de nada el Rey Herodes, y cuando se entere se dará cuenta inmediatamente de que ha nacido un peligro mortal para él y procurará destruirlo. Esta es la noche de creer en los valores enterrados en el corazón de toda la gente, que es donde descubrimos, con sorpresa y con gozo, que verdaderamente el Reino de Dios sí que está en el corazón de todos los hombres.
En el corazón de todos los hombres está el deseo de decir la verdad, de querer y ser queridos, de ser perdonados y perdonar, de ayudar y ser ayudados, de prescindir de lo superfluo, de poner en común lo que tenemos, de construir un mundo sereno y solidario... Está en el fondo de todos, y todos creemos en eso, aunque andemos perdidos en otras ambiciones, aunque aparentemente ni nos demos cuenta, tan grande es la oscuridad.
Jesús viene a despertar lo más profundo del corazón de todo ser humano. Jesús puede unificar la humanidad entera, de cualquier condición y religión, porque su Palabra llega más allá que las costumbres o los ritos o las creencias: se dirige a lo esencial del ser humano, desde donde alienta el anhelo por El Reino. Esto significa que Él nos libra de los pecados o, mejor aún, de "El Pecado", esa noche oscura en que nos movemos, por la que deseamos lo que no nos conviene y hacemos lo que sabemos que nos perjudica, porque nos atrae. Jesús empieza por decir muy claro que sabe mejor que nadie quiénes somos: nos han dicho que somos libres y podemos obedecer a Dios, ser justos y recibir premios por ello. Jesús sabe que somos pecadores, es decir, que no somos libres sino esclavos, y viene a traernos luz para que caminemos mejor y aspiremos a más y construyamos el Reino. Con Jesús todo es distinto; la noche se vuelve día: la noche del pecado se disuelve al conocer a Dios; la noche de desear mal se disuelve al proponernos fines más ambiciosos, la noche de la justicia se disuelve en la comprensión de quiénes somos y quién es Dios. El Reino no consiste en que todo nos salga bien, haya abundancia de bienes materiales para todos, nos curemos las enfermedades, nos toque la Lotería... El Reino consiste en que sabemos quiénes somos y quién es Dios, tenemos
motivos para creer en nosotros mismos y para vivir trabajando por un Plan formidable que merece la pena.
La noche sigue siendo noche, sigue habiendo dolor y vejez y desgracia, nos siguen apeteciendo mil cosas que nos degradan; vivimos en la noche. Pero en la noche hay luz para ver más cosas y más verdaderas. Esa luz es Jesús.


PARA NUESTRA ORACIÓN

1. MEDITACIÓN SOBRE LA LUZ

Iluminar la vida. Nosotros apenas tenemos la experiencia de la oscuridad. Nuestra sociedad pone luz en todas partes: casi nunca estamos verdaderamente a oscuras. Haga la prueba. Consiga estar un largo rato en oscuridad completa. Muévase en ella... Las cosas están ahí, pero estoy perdido. Cualquier cosa es un peligro, acabo por no saber ni dónde estoy...
Hágalo físicamente. Póngase a oscuras, camine por la habitación, busque las cosas, sienta la rabia y el despiste de no valerse para nada... A tientas, busque unas cerillas y una vela y enciéndalas... o una simple linterna. ¡Qué alivio una cerilla, la llamita de un mechero... todo empieza a ponerse en su sitio... puedo vivir!
La fe hace exactamente esto. Ver las cosas, saber dónde estoy, poder andar sin romperme la cabeza en una esquina. Eso nace esta noche, y nos llena el alma de agradecimiento. Esta noche nace nuestro conocimiento de nosotros mismos, de nuestro sentido, de nuestro trabajo, porque nace nuestro conocimiento de Dios.
Celebrarlo en el fondo del corazón. Sentir alegría. Hay luz, está naciendo el día, puedo vivir, puedo caminar.

2. CONTEMPLACIÓN

Es bueno ir a la Misa de medianoche en silencio; sería estupendo poder ir por la oscuridad, tomando conciencia de lo oscura que es la vida sin Dios. El Templo iluminado sería así la imagen de la vida ayudada por la Palabra de Dios, por Jesús.
Podemos hacer estos días una continua acción de gracias por la luz. La del sol, la de las bombillas, la de las velas... Vivir estos días conscientemente de la maravilla de la luz. El autor del Libro del Génesis lo sabía ya. Lo primero de todo, en el principio, para trabajar contra el caos, Dios hizo la luz. La luz es siempre en la Biblia "el manto de Dios". La luz es "la sombra de Dios".
Durante esos días, disfrutar de la luz, dar continuamente gracias a Dios por la luz, sintiéndose iluminado.

3. COMULGAR

Hoy sí que es noche de comunión. Estamos celebrando cómo comulga Dios con nosotros. Estamos viendo al niño, y lo entendemos: es el Pan bajado del Cielo, es un grano de trigo que ahora se siembra en nuestra tierra. Morirá, dará fruto, será molido, triturado, para ser nuestro alimento. Ese niño será todo eso porque es obra del Espíritu, porque "Dios estaba con Él".
Dios está con nosotros, sembrado, ofrecido, pan para el camino. Si Dios comulga así con nosotros, hoy es noche de comulgar, de comulgar con Él y con todos. Cuando en la Misa de Nochebuena nos acercamos a comulgar hacemos, más que nunca, un acto consciente de comunión, con Dios y con todos. Es la fiesta de la solidaridad, del compromiso de Dios con nosotros; y al comulgar aceptamos, manifestamos, volvemos a contraer, nuestro compromiso: aceptamos la Misión del Niño como nuestra, entramos en los valores y los criterios del Reino, ofrecemos la vida como Él la ofrece, nos sentimos más profundamente hermanos de todos, sentimos más que nunca como propios los problemas de todos.


MEDITACIÓN EN N O C H E B U E N A

NO TENGÁIS MIEDO.
OS TRAIGO UNA BUENA NOTICIA
OS HA NACIDO UN LIBERTADOR.

Es de noche en Belén, y los pastores son esclavos. Esclavos de la noche desapacible y de la necesidad de velar las ovejas. Esclavos de la leña húmeda y de los lobos que acechan. Esclavos del amo que paga mal y exige mucho. Esclavos de su intenso deseo de irse a casa y acostarse con su mujer. Esclavos de su ansia de ser ricos. Esclavos de sus envidias, de sus rencores, de su violencia. Es de noche en Belén.
Y hoy también es de noche. Yo me siento también como esclavo en la noche. Tanto querer vivir bien, tanto necesitar que me respeten y que me quieran, tanto luchar a codazos por sobrevivir en la competencia de cada día. Tanto soñar, tanto envidiar, tanto trabajar, tanto temer la enfermedad, la muerte, la pobreza. ¿Quién me libertará de esta noche de muerte que es a veces como siento mi vida? Apareció en la noche de Belén la luz de una buena noticia. Dios es un niño pobre, necesitado, que nació en el amor entre gente sencilla. El ruido de la posada, el palacio del Rey, el esplendor del Templo, no han sido sitios buenos para el amor de Dios. Mejor la cuadra discreta, la intimidad del cariño, mejor la compañía de la gente sencilla que se sabe pobre. Mucho mejor. La posada, el palacio y el templo ni se han enterado de que ha nacido un niño. Y sin embargo, están perdidos. No saben aún que ese niño es peligroso. Se enterará muy pronto el Rey, y buscará matarlo. Se enterarán los sacerdotes y lo crucificarán pensando acabar con él. La posada no se enterará nunca, porque se siente a gusto en el bullicio de la noche. Jerusalén, la gran ciudad, no se ha enterado, está dormida en medio de la noche. La noche. La noche no sabe aún que está perdida, que llega el amanecer, que está saliendo el sol y se acaba el poder de las tinieblas. Despierta, Jerusalén, que amanece, despierta, que llega tu luz.
Niño chiquito, frágil como la primera llama cuando prende la hoguera, que casi cualquier cosa puede acabar con ella. Pero la llama prenderá la hierba pobre de los pastores, y luego el matorral y el bosque y la pradera, y arderá hasta el agua de los ríos y del mar, y todas las falsas estrellas de la noche y el sol mismo van a parecer heladas al calor de este fuego. Cualquiera, parece, puede matar al niño, pero nadie podrá hacer que muera.
Niño contagioso, todo el mundo es como paja seca anhelando prenderse en esa llama. Este niño me salvará de mi noche de muerte. Mi envidia y mi pereza, mi necesidad de disfrutar cada vez más, mi rencor, mi violencia y mi avaricia, lo que seca mi vida y la hace estéril, lo que cierra las sombras y me hunde en la falta de sentido, lo que me roba la paz y la esperanza, lo que convierte cada día en una estepa desolada y sin agua, la noche de mi vida...
Una buena noticia por palabra del ángel. Hay salvación, hay luz, no tengáis miedo. No es más fuerte la noche, no es más fuerte la violencia, no es más fuerte la injusticia, no es más fuerte el odio, no es más fuerte el dinero. Dios es más fuerte. Parece un niño, pero es indestructible. No os dejéis engañar por los medios, pregoneros de la noche.
Trompetean el reino de las tinieblas, disfrutan voceando el poder de las sombras, el triunfo de los placeres fáciles, hacen dinero vendiendo fotos de la desgracia, se desviven por halagar al poderoso, sientan en tronos, por un día, el humo vano de la belleza, el dinero, la fuerza, los ídolos de barro, los que fascinan un momento y dejan mal sabor de boca, los que esclavizan y convierten a las personas en muñecos de tierra sin espíritu, sin destino, botijos frágiles, decorados y barnizados en colores brillantes, rellenos de oscuridad, panzudos, presuntuosos y vacíos.
Vamos a Belén, pastores, sencillos, insignificantes pastores. Para Dios no sois insignificantes, a vosotros se os ha regalado la luz, a vosotros os han quitado el temor, vosotros os habéis enterado de que el mundo se salva por el amor sencillo. No tengáis miedo a la noche; hay luz para caminar. No tengáis miedo al poder de Herodes, que no podrá con el niño. No tengáis miedo al orgullo engreído de los sacerdotes y los doctores, que ni matándolo le harán morir.
Noche para la fe, noche para la esperanza. Noche para hacer un acto de fe y de esperanza en el poder salvador del amor sencillo, encarnado, cotidiano. El niño se va a salvar por los cuidados de María, por el esfuerzo de José. Jesús va a vivir para siempre en el corazón y en las obras de los pobres de espíritu, de los misericordiosos, de los limpios de corazón. Noche para llorar de alegría junto al pesebre, sabiendo que la vida está salvada, que las sombras del poder de las tinieblas no pueden nada contra este niño, que nada ni nadie nos puede apartar del amor de Dios que resplandece en el amor sencillo, presente cada día en las personas que han abierto su casa a la palabra, la palabra hecha niño.
¿Me permite sugerir que esta noche tenemos que ir a la Misa del Gallo?. Cenaremos menos y más deprisa que otros. Saldremos de casa, y hará frío. Nos juntaremos, quizá unos pocos, casi en silencio, mientras muchos montan su juerga y hacen ruido. Y lloraremos de alegría por la luz, el amor, la sencillez. Sentiremos la presencia de Dios, nos alimentaremos otra vez con la Palabra, gustaremos a Dios-pan para el camino. Y calarán hasta el fondo de nuestra alma las palabras del ángel:
NO TENGÁIS MIEDO.
OS TRAIGO UNA BUENA NOTICIA
OS HA NACIDO UN LIBERTADOR.


CENAR CON SIGNOS

Está todo preparado,
la ensalada, el cardo, el cordero, el turrón,
todo está a punto.
Voy a poner también algún detalle,
porque es una cena especial,
la cena de las cenas del año.
Voy a poner, en un plato pequeño,
un puñado de sal, para acordarme de ella
cuando vaya gustando todo lo demás,
porque gracias a ella estará bueno, sabroso, delicioso,
pero ella no estará y hay que ser agradecido.
Voy a poner también dos jarras transparentes,
una con agua clara y otra con rojo vino,
porque soy agua y siempre se me olvida
darle las gracias,
porque esta noche quizá vaya a beber demasiado
y se me olvidará que mi agua necesita
un punto de alegría y de entusiasmo.
Voy a poner un bollito de pan,
bien dorado, redondo, tierno, apetitoso.
Me acordaré de las espigas que segaron
en el calor de Junio, de los granos
que molieron, trituraron, amasaron, cocieron,
que están ahí, para que yo los coma en un bocata
a mitad de mañana, a media tarde
o ahora mismo, en la cena.
Voy a poner, finalmente, una vela gordita y baja,
y la voy a encender.
Apagaré la luz, y la llamita impedirá la noche.
Y se irá haciendo, mientras cenamos,
cada vez más pequeña
y llegará un momento en que se apagará,
porque se fue toda en luz, y si pudiera
hablar habría dicho,
“misión cumplida”, he servido para algo.
Y estoy dudando si pondré también
un niño Jesús sonriente,
de color rosa y ojos azules.
Estoy dudando, porque son demasiados detalles, y además
porque creo que ya lo he puesto.
La sal, el agua, el vino, el pan, la vela,
no me hace falta más ,
no, nada más,
para hacerte presente.

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