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jueves, 24 de diciembre de 2009

Evangelio Misionero del Día: Viernes 25 de Diciembre de 2009 - NAVIDAD


Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 1, 1-18

Al principio existía la Palabra,
y la Palabra estaba junto a Dios,
y la Palabra era Dios.
Al principio estaba junto a Dios.
Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra
y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe.
En ella estaba la vida,
y la vida era la luz de los hombres.
La luz brilla en las tinieblas,
y las tinieblas no la percibieron.

Apareció un hombre enviado por Dios,
que se llamaba Juan.
Vino como testigo,
para dar testimonio de la luz,
para que todos creyeran por medio de él.
Él no era la luz,
sino el testigo de la luz.

La Palabra era la luz verdadera
que, al venir a este mundo,
ilumina a todo hombre.
Ella estaba en el mundo,
y el mundo fue hecho por medio de ella,
y el mundo no la conoció.
Vino a los suyos,
y los suyos no la recibieron.
Pero a todos los que la recibieron,
a los que creen en su Nombre,
les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios.
Ellos no nacieron de la sangre,
ni por obra de la carne,
ni de la voluntad del hombre,
sino que fueron engendrados por Dios.

Y la Palabra se hizo carne
y habitó entre nosotros.
Y nosotros hemos visto su gloria,
la gloria que recibe del Padre como Hijo único,
lleno de gracia y de verdad.

Juan da testimonio de Él, al declarar:
«Éste es Aquél del que yo dije:
El que viene después de mí
me ha precedido,
porque existía antes que yo».

De su plenitud, todos nosotros hemos participado
y hemos recibido gracia sobre gracia:
porque la Ley fue dada por medio de Moisés,
pero la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo.
Nadie ha visto jamás a Dios;
el que lo ha revelado es el Dios Hijo único,
que está en el seno del Padre.


Compartiendo la Palabra
Por José Enrique Ruiz de Galarreta sj

Juan (¿?) escribe su evangelio muy tarde, al final del siglo primero. La redacción de este evangelio es obra de sus discípulos, no del mismo Juan, pero la Iglesia ha visto siempre en él el mensaje del discípulo preferido de Jesús, sea éste quien fuere. El autor coloca al principio este formidable prólogo: es un himno de enorme contenido, toda una síntesis de la fe.
Se hace un paralelo entre la aparición de Jesús y la Creación. El Espíritu de Dios que planeaba sobre el Caos es el principio del Libro del Libro del Génesis. Ahora, el Espíritu de Dios es La Palabra, el Logos, Aquel Espíritu puso orden en el Caos sacando la luz de las tinieblas; la palabra viene a manifestar la luz, a sacar de la oscuridad a los hombres.
En el principio, la palabra de Dios hizo la vida; ahora, La Palabra volverá a ser vida de los hombres.
Pero los hombres se cierran a la luz: es el drama fundamental que sirve de argumento al evangelio de Juan: La luz, por naturaleza, brilla en las tinieblas, pero - misteriosamente -las tinieblas son capaces de rechazar la luz. Éste será el argumento de la vida de Jesús rechazado por su pueblo, y el argumento tremendo de la vida humana, capaz de preferir el pecado a Dios.
Juan toma después imágenes del Libro del Éxodo. Como El Señor puso su Tienda en medio del campamento de Israel y se hacía visible en la Nube, así Jesús es la presencia de Dios que vuelve a poner su tienda, que acampa entre nosotros y es un peregrino más que avanza con su Pueblo.
Y termina con una frase tremenda: A Dios nadie le ha visto jamás. Ni Abraham ni Moisés ni los Profetas... nadie lo ha visto jamás. Pero en Jesús nuestros ojos pueden verlo y tocarlo, tan claramente se manifiesta en ese Hombre la plenitud del Espíritu de Dios. Estas palabras se iluminan mucho con el principio de la primera carta del mismo Juan. (1 Jn 1)
Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y han palpado nuestras manos es nuestro tema: La Palabra de Vida. La vida se manifestó: la vimos, damos testimonio y os anunciamos la vida eterna que estaba junto al Padre y se nos manifestó. Lo que vimos y oímos os lo anunciamos también a vosotros, para que compartáis nuestra vida, como nosotros la compartimos con el Padre y con su Hijo Jesucristo. Os escribimos esto para que se colme vuestra alegría.


R E F L E X I Ó N

El día de Navidad merece algo especial, y los textos de nuestra Eucaristía son especialmente brillantes, y especialmente peligrosos. El tema de fondo es el más profundo y trascendente de toda nuestra fe: Jesucristo, Dios y Hombre verdadero. Y nuestra mente puede tener la ilusión de comprender, dominar, captar enteramente.
Jesús, "hombre por parte de madre y Dios por parte de Padre". Dos naturalezas, divina y humana, en una sola persona. Dios se ha hecho hombre... Pero estamos hablando de Dios, de una Realidad completamente superior a todo lo que nuestra mente puede concebir, imaginar o conocer. Cuando establecemos la afirmación: "Jesús es hombre" entendemos lo que decimos, porque sabemos lo que significan sus dos términos: Jesús - hombre. Cuando decimos "Jesús es Dios", el segundo término nos falla, porque Dios no es captable por nuestra mente, demasiado pequeña para una realidad tan grande.
Así que debemos ser muy humildes y muy cuidadosos en nuestras afirmaciones y ser conscientes de que siempre que hablamos de Dios lo hacemos con nuestros conceptos de tierra, con nuestras capacidades humanas, que solamente adivinan, se aproximan, intuyen por dónde va esa Realidad... sin poder entender.
Por esta razón, para hablar de Jesús hemos acuñado una serie de términos que son siempre metáforas. Hijo de Dios, resplandor de la gloria del Padre, impronta de su ser, sentado a la derecha de Su Majestad... preciosas metáforas, en las que expresamos tanto nuestra intuición como nuestro desconocimiento.
Juan es aún mejor: Jesús es "La Palabra", La Luz, La Tienda de Dios, el Hijo Único... y siguen siendo metáforas. Las metáforas son mucho mejores que los conceptos. Cuando hablamos de Jesús, o de la Santísima Trinidad, y utilizamos los conceptos de "naturaleza", "persona"... usamos conceptos que funcionan bastante bien para designar lo que nuestra razón elabora a partir de lo que vemos.... Pero que se aplican a Dios con muchas dificultades. Es lo mismo decir "Jesús verdadero Dios y verdadero hombre" que decir "Jesús, el hombre lleno del Espíritu, en quien resplandece la divinidad". Es lo mismo. Nos estamos asomando al misterio de la presencia de Dios en el hombre, que es mucho más de lo que nuestra mente puede explicar y nuestras palabras nombrar. Esto expresaba el Libro del Éxodo, tan gráficamente, cuando prohibía hacer imágenes de Dios, cuando prohibía usar el nombre de Dios, cuando Yahvé decía a Moisés que no podía ver su rostro sin morir.
Los evangelistas reflejan esto cuando narran el descubrimiento de Jesús que hicieron los discípulos. Conocieron a un hombre apasionante, les convenció enteramente y les arrastró, creyeron en él... y se fueron preguntando: "¿quién es este...?" Y después de la resurrección descubrieron que allí había mucho más que un hombre normal. Le llamaron "el Hijo Único", "el Señor", "el hombre lleno del Espíritu". Para nosotros, en la eucaristía de hoy celebramos la llegada de Jesús, "Dios con nosotros Libertador". Y sin entenderlo bien, sabiendo que supera nuestra capacidad de comprensión, creemos en Él, creemos, con Juan, que es La Palabra hecha carne, y que aunque nadie ha visto jamás a Dios, en Él lo podemos conocer.
Pero esto no empaña nada nuestra alegría. Nuestra curiosidad es explicarlo todo, saber cómo es por dentro el mismo Dios, explicar cómo una criatura humana puede ser Dios, entender cómo Dios puede no saber, crecer, sufrir, orar, tener angustia... Así es nuestra mente, llena de curiosidad. La Palabra no satisface esas curiosidades. Algún día veremos cara a cara y entenderemos. Ahora sabemos algo que nos basta: Dios está con nosotros, tenemos La Palabra, hay luz para vivir, podemos aspirar a ser hijos, somos hijos... y estamos en tinieblas y somos capaces - aunque inexplicablemente - de rechazar la luz y hacernos sordos a la Palabra.
Este es el mensaje que celebramos hoy con radiante alegría: que podemos vivir, que esto tiene sentido, que está pensado por un Padre, que tenemos la fuerza y la luz que necesitamos, que nos podemos fiar de Dios... Todo eso lo vemos en Jesús, en ese hombre nacido de María, natural de Nazaret, al que vemos comer y cansarse, orar, sufrir y morir. En Él conocemos a Dios.
Es magnífico que las lecturas de hoy no nos limiten a la ternura del niñito recién nacido, sino que nos lleven hasta el fondo del mensaje: ¿quien ha nacido?. Ha nacido nuestra fe en Dios Libertador. Nos hemos librado del temor a la muerte, del temor al pecado, del temor a que la vida no tenga sentido, del temor a tirar nuestra vida y que no sirva para nada, del miedo a Dios. Ha nacido el que nos ha enseñado todo eso. Mirando a Jesús hemos conocido mucho mejor a Dios y nos hemos conocido mucho mejor, es como si en la oscuridad hubiesen encendido una luz y ahora ya podemos caminar.


PARA NUESTRA ORACIÓN

1.-CONTEMPLAR.
Recorrer el mundo entero, como en un reportaje de televisión, un barrido por la actualidad. Que aparezcan todas las caras del hambre, todos los niños explotados, todas las guerras y los genocidios... que pasen por la pantalla todas las mujeres obligadas a venderse, todos los ancianos miserables... Que pase todo el lujo de los poderosos, las fastuosas salas de reunión de los políticos, los artistas, los famosos con sus brillos fugaces...
Llorar, entristecerse, dejarse invadir por la angustia de tantos seres humanos perdidos en la noche del dolor o del lujo o del engaño. Y sentir, simplemente sentir que necesitamos un Libertador.

2.- CONTEMPLAR.
Quedarse mirando al Niño. Verlo crecer, jugar, perderse en el Templo. Verlo empezar a predicar, ser rechazado en Nazaret, curar, enseñar, jugarse la vida por los leprosos, ser perseguido, morir... Pasar la película de su vida...
Sentir la enorme alegría de conocer a Jesús. Esto es lo mejor que nos ha pasado en la vida. Dar gracias, mirando el Niño, llorando de alegría ante este Regalo inimaginable.
Quedarse mirando. Que trabajen los ojos, la imaginación, los sentimientos. Sentir gratitud, sentir seguridad, sentir, que ya pensamos demasiado. Dejarse invadir por la seguridad de que hay un Dios Libertador.


MIS PALABRAS PARA TÍ

San Agustín de Hipona caminaba
por la orilla del mar, y meditaba.
Iba preocupado, su cerebro
trabajaba febril, las cejas juntas,
sin ver el ancho mar ni el cielo inmenso.
Pensaba en Dios, su mente se esforzaba
por entenderlo, en vano, y fracasaba....
Un niño pequeñito, con las manos
iba cavando un hoyo y derramaba
en él agua del mar, y el sabio obispo
le preguntó qué hacía: "quiero echar
todo este mar que ves en mi agujero".
¡No se puede, no cabe, es imposible!
"Y entonces, ¿cómo quieres?
meter a Dios entero en tu cabeza?"
Moisés no fue sólo un gran jefe
un legislador inspirado, un líder carismático.
Fue un místico apasionado,
apasionado de Dios. Y un día, en la penumbra
de la Tienda del Encuentro, en presencia del Señor
suplicó: ¡Déjame, por favor, ver tu rostro!.
Y dijo Dios: "Ponte ahí, en esa grieta de la peña:
Yo pasaré ante ti con todo mi esplendor, pero mi mano
te tapará la cara cuando pase y sólo podrás verme
de espalda. No puedes ver mi rostro sin morir".
Y Felipe el ingenuo, el compañero
sencillo, el que decía
todo lo que sentía, sin engaños,
oyéndole a Jesús que les hablaba
del Padre, ya no pudo contenerse:
"Muéstranos pues al Padre, y ya nos basta".
Y le dijo Jesús (y sonreía):
"Felipe, tanto tiempo
que me ves y me tocas y me escuchas, ¿cómo dices
que te muestre a mi Padre?
Felipe, ya me has visto,
y ya has visto bastante".
Qué impresionante sinceridad la de Juan, judío conocedor de toda la
Escritura, que sabía de memoria la historia de Abraham y sus largas
conversaciones con Dios, la historia de Moisés que recibió del mismo Dios
las Tablas de la Ley escritas de su puño y letra... Juan que conoció y trató
y tocó a Jesús, y escribió - dos veces -:

A DIOS NADIE LE HA VISTO JAMÁS



CREDO SENCILLO PARA NAVIDAD

Yo creo en un niño pobre
que nació de noche en una cuadra,
arropado sólo por el amor de sus padres
y la bondad de la gente más sencilla.
Yo creo en un hombre sin importancia
austero, fiel, compasivo y valiente,
que hablaba con Dios como con su madre,
que hablaba de Dios como de su madre,
contando, llanamente, cuentos sencillos,
y por eso molestó a tanta gente
que al final lo mataron,
lo mataron los poderosos, los santos, los sagrados.
Yo creo que está vivo, más que nadie,
y que en él, mas que en nadie,
podemos conocer a Dios
y sabemos vivir mejor.
Y doy gracias al Padre
porque Él nos regaló este Niño
que nos ha cambiado la vida,
y nos ha dado sentido y esperanza.
Yo creo en ese niño pobre,
y me gustaría parecerme a Él

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