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viernes, 5 de marzo de 2010

III Domingo de Cuaresma (Lc 13, 1-9): UNA FE ESTÉRIL



Se nos plantea el tema básico: la conversión, vista desde un ángulo práctico y de exigencia: "Ya conocemos a Dios, ya sabemos cómo vivir; ahora ¿qué hacemos?".

Conocemos a Dios, pero esto puede no servir para nada.

Hemos visto cómo el texto del Éxodo presenta el encuentro de Moisés con Dios. “Conocer el nombre de Dios” equivale a “conocer a Dios”. El Antiguo Testamento lo resolvió con toda lógica: “No es posible conocer a Dios sin morir”, “no es posible para el ser humano ver el rostro de Dios”.

Por eso, en La Morada, Yahvé permitirá que Moisés le vea “de espalda”. Es preciosa la expresión de Agar, la esclava de Abraham expulsada al desierto con su hijo Ismael, cuando un ángel le socorre proporcionándole agua y ella, aterrada, se pregunta: “¿Habrán visto mis ojos la espalda de Aquel que me ve?”.

Todo esto es superado de manera inconcebible por Jesús. Nuestros ojos lo han visto. Nuestros oídos le han escuchado, nuestras manos han podido palpar. Y no han visto ni palpado terrores, nubes ardientes, lejanías temibles: han visto bondad, compasión, arriesgarse para curar, solidaridad con el pobre, capacidad de entrega incondicional: la revelación de Dios en Jesús pone patas arriba todas las fantásticas y temibles imaginaciones de la Antigua ley.

Pablo retoma el tema desde una perspectiva personal y urgente: "no todos los israelitas que salieron de Egipto agradaron a Dios". Pertenecer al pueblo, salir de Egipto... ¿Se creían seguros? ¿Pensaban quizás "somos el Pueblo elegido, somos superiores, estamos salvados, Dios está con nosotros", y esto era toda su religión? Si esto era así, cometieron el mayor error: pensar que "la salvación" es algo que viene de fuera, que religión es pertenecer a un pueblo, conocer a Dios, cumplir unos ritos... No agradaron a Dios.

Y el evangelio de Lucas lo plantea ya de manera polémica y "actual". Le cuentan a Jesús el fin desgraciado de unos "guerrilleros antirromanos" y de un accidente de la torre de Siloé. Jesús aprovecha estos sucesos para una "catequesis" doble.

En primer lugar, a la "gente bien", que ve con malos ojos a los guerrilleros y piensan que bien merecido tienen el castigo. En segundo lugar a los que, superficialmente, piensan que todo mal es "castigo de Dios".

Jesús desarrolla dos ideas: "¿Os creéis mejores que esos guerrilleros?". "¿Os creéis que los males del mundo son los castigos de los pecados?". Y aprovecha la oportunidad para decir: "Vosotros, que sois “los que conocéis a Dios”, os creéis 'justos', pero sois como una higuera bien cuidada, en buena tierra, bien abonada... Si no da fruto no vale más que para leña".

Una más de las "parábolas" vegetales, agrícolas, de Jesús. El sembrador, el grano de mostaza, la cizaña, la cosecha abundante, el árbol bueno y malo... Y prácticamente todas ellas apuntando a un mensaje: frutos.

Es la vertiente exigente, radical y práctica de la Buena Noticia.

Nosotros tenemos la tendencia a pensar que estamos salvados porque hemos tenido suerte, porque Dios nos ha querido más que a otros, porque estamos bautizados, porque tenemos el modo de que se nos perdonen los pecados... Son todo cosas exteriores, que nos vienen de fuera, que no suponen nuestra conversión.

Pertenecer a la Iglesia, conocer a Dios, participar en la Eucaristía... son la buena tierra, la poda, el riego, el abono de la higuera. Si no dan fruto, no sirve para nada más que "para cansar la tierra". No estamos "salvados"; lo que estamos es bien cuidados, bien abonados, bien podados, bien alimentados... en espera del fruto.

Y no podemos menos que recordar en este contexto otras palabras de Jesús: (Mt 23)
"Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que cerráis a los hombres el Reino de Dios; porque vosotros no entráis, y les impedís la entrada a otros.
"Ay de vosotros escribas y fariseos hipócritas que pagáis el diezmo de la menta y del comino y habéis descuidado lo más importante de la Ley: la justicia, la misericordia, la fidelidad.
"Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que purificáis el exterior de la copa mientras el interior está lleno de rapiña y de intemperancia..."

Y quizá la más expresiva de todas: (Mt 7,22)
“Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y arrojado al fuego. Así que por sus frutos los reconoceréis”.
«No todo el que me diga: "Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial. Muchos me dirán aquel Día: "Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?" Y entonces les declararé: "¡Jamás os conocí; apartaos de mí, agentes de iniquidad!"

Es claro que nuestra situación es más de debilidad que de hipocresía. Pero no pocas veces resulta intolerable la desproporción entre nuestro conocimiento de Dios y la escasa transformación de nuestra vida.

Pienso que la fe sin obras es un tema teológico estéril. Pero pienso también que la mediocridad de nuestra vida, nuestro servicio a dos señores es una característica de nuestra religiosidad que la hace estéril. ¿Qué poder de transformación de la vida tiene de hecho la Palabra de Dios entre nosotros? Sin querer responder a esta pregunta, porque debe ser respondida personalmente, pienso que se debe plantear como test de sinceridad religiosa. Somos cristianos exactamente en la medida en que la Palabra tiene poder para cambiar nuestra vida.

De aquí se derivaría otra consideración más general sobre la Iglesia Católica Romana y su poder de transformación de la sociedad. Hay un texto estremecedor de Dibelius que me parece oportuno citar:

"En mi opinión, la causa del fracaso de la Iglesia en el siglo XIX... hay que buscarla ante todo en el hecho de que la Iglesia siempre estuvo tan estrechamente ligada a los poderes de este mundo que no se atrevió a desatar revoluciones espirituales.

El Sermón del Monte es una "cámara del tesoro" de una radical energía espiritual, pero cualquiera que se hubiera atrevido a aplicar esas fuerzas a la civilización o a la existencia humana en el mundo moderno, habría aparecido como si quisiera echar a pique el mundo; y esto hizo que el cristianismo dudara en atreverse.

En esta situación, el cristianismo no era revolucionario, sino relativamente conservador, unas iglesias más que otras. Pero, en conjunto, las iglesias actuaron más bien como "buena conciencia" en lugar de actuar como "conciencia crítica". Prefirieron apoyar el orden reinante en el mundo, en vez de criticarlo: fortalecer a los poderes dominantes, en lugar de oponerse a ellos.

La Iglesia, que antaño había sido de los predicadores del Evangelio para la Vida Eterna, se convirtió en un poder de este mundo, monstruosamente conservador."


ALGUNAS PRECISIONES IMPORTANTES

Sigue preocupando a muchas personas el hecho de que en muchas parábolas y dichos de Jesús aparezcan expresiones de condena. Aquí concretamente, “todos pereceréis del mismo modo”, repetido dos veces, y la imagen de la higuera cortada. Respecto a ello, debemos recordar:

a) Nunca debemos sacar conclusiones de una frase del evangelio fuera de todo el contexto: la línea de fuerza más notable de todo el Evangelio es sin duda Dios – Abbá, que desplaza radicalmente a Dios-Juez Severo. Conforme a esta línea prioritaria hay que entender todo lo demás.

b) Las expresiones de condenación están todas en las parábolas, y, dentro de ellas, no en el mensaje central de la parábola sino en sus aplicaciones concretas. Sabemos que esas aplicaciones son redaccionales, es decir, la aplicación que el redactor del evangelio hace del mensaje de Jesús.

c) En consecuencia, entendemos esas expresiones como aplicación de un aspecto del mensaje de Jesús: la importancia, la urgencia de dar buenos frutos. Sin embargo, no se expresa en ellas otra parte del mismo mensaje: el amor de Dios que trabaja constantemente para que se realice su sueño: que todos sus hijos lo sean definitiva y completamente. En la unión de los dos mensajes está el mensaje completo, sin que uno pueda desplazar al otro, pero conservando la jerarquía: lo fundamental es que Dios me quiere.


Por otra parte, me permito hacer una interpretación de la parábola, absolutamente personal y no derivada de Jesús, pero que nos puede hacer pensar. Si hiciéramos una interpretación alegórica de la parábola, y quisiéramos identificar en ella personajes concretos, pensaríamos sin duda que yo soy la higuera, de quien se espera fruto, y que Dios es el Amo, que los espera, y si no los encuentra, la corta.

Pero ¿no podríamos pensar que ese amo es el sentido común, la justicia humana, y que Dios está representado en el viñador, que tiene paciencia, que espera un año más... porque le tiene cariño a la higuera?

Desde luego, no hay que hacer interpretaciones alegorizantes de las parábolas, pero si caemos en la tentación de hacerlas...

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