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viernes, 5 de marzo de 2010

III Domingo de Cuaresma (Lc 13, 1-9): Libres porque Dios nos libera


Me van a disculpar que comience recordando una de las tiras cómicas de Quino y de su personaje emblemático Mafalda. Es una de las veces en que Mafalda está contemplando el globo terráqueo y siente un natural pesimismo. Tiene presente todo lo que pasa en nuestro mundo: guerras, injusticias, opresión, enfermedad. Y muchas de esas cosas causadas por la misma mano del hombre. Así que echa la vista hacia arriba como invocando la ira y el castigo de Dios. Pero enseguida se arrepiente y en la última viñeta de la tira sale su pensamiento en un globo: “¡Es que nos tiene una paciencia!”.
En esa tira Quino ha sabido recoger algo que es central en el Evangelio y en la Biblia entera: la misericordia y la paciencia de Dios con nosotros no tienen límite. Dios es así por la sencilla razón de que somos sus criaturas y nos ama infinitamente y sin condiciones. Desde esta perspectiva deberíamos leer la primera lectura y el Evangelio de este domingo.


Yo soy el que libera

La primera lectura nos acerca a los primeros momentos del relato de la gran historia del Éxodo. Dios se dirige a Moisés. Se identifica como el Dios de sus padres. Anuncia su intervención en favor de su pueblo. Les va a liberar de la opresión de los egipcios, les va a sacar de aquella tierra de opresión e injusticia para llevarlos a una tierra de libertad, que mana leche y miel. Dios se define a sí mismo como “el que soy” y se le conoce únicamente por la acción que va a ejecutar: liberar a su pueblo.
Dicho con otras palabras, Dios es el que libera. Y libera porque se apiada de los que sufren opresión e injusticia. Ahí está la motivación profunda de la acción de Dios. No se lleva a su pueblo de Egipto para tener sus propios esclavos. No se trata de una lucha entre el faraón y Dios para determinar quién es el amo del pueblo. Dios quiere la libertad para su pueblo. Y así ha pasado el testigo de generación en generación hasta nuestros días.
En el Evangelio parece que Jesús pretende en primer destruir una imagen falsa de Dios que se ha ido creando entre los judíos –y también entre nosotros actualmente–: que la enfermedad, la muerte, el sufrimiento son castigo de Dios. Si así fuese, Dios sería una especie de juez terrible que iría repartiendo castigos a diestro y siniestro a todo el que no cumpliese a la perfección sus leyes. Ante él habría que estar llenos de temor y temblor porque su presencia supondría siempre una amenaza para nuestra vida.


“Déjala un año más”

Muy al contrario, la parábola que cuenta Jesús ofrece la imagen opuesta de Dios. No es el juez terrible siempre dispuesto a dictar sentencia condenatoria. La idea central de la parábola es que el viñador intercede para conceder una nueva prórroga, un nuevo plazo, a la higuera. Siempre se puede hacer algo más en su favor, siempre se puede abonar más y cavar más. Y esperar a que llegue el tiempo en que dé su fruto.
Definitivamente, así es Dios: lleno de misericordia y paciencia, amor incondicional para todos y cada uno de nosotros. Dios desea nuestra vida y que nos liberemos de todo lo que nos oprime y nos impide vivir con la dignidad de hijos e hijas de Dios. Dios nos ha hecho para ser hijos e hijas suyos. Dios nos ha creado para ser libres. Y cuando vivimos en la esclavitud, Dios sufre y se rebela. Con mano fuerte y brazo poderoso interviene en favor de los oprimidos y lucha con ellos por su liberación. Ese es el Abbá de Jesús, ese es el Dios en quien creemos.
Las lecturas de hoy, en el marco de la Cuaresma, nos ayudan a seguir purificando nuestra imagen de Dios. Y a recordarnos que nuestro comportamiento, nuestras actitudes, se deben modelar sobre la misma forma de ser de Dios. Ahí es donde nos tenemos que convertir. Para que ni nosotros seamos esclavos de nadie ni de nada ni hagamos esclavos a los demás. Para que nos comprometamos a vivir, nosotros y todos, como hijos e hijas de Dios.

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