Publicado por El Blog de X. Pikaza
He venido escribiendo una serie de textos sobre la Cruz Pascual de Jesús, pero gran parte de los comentarios han caído, como era previsible, sobre el tema de la pederastia del clero. He desarrollado un hermoso tema pascual (las dos “apariciones” de Jesús al conjunto de la Iglesia, en Juan 20, y sigue pasando lo mismo. Volveré, si Dios quiere, sobre el tema de la pederastia, pero quiero aprovechar la ocasión para ofrecer un comentario a la lectura de este domingo (2º de Pascua), siguiendo el texto de mi libro sobre el Apocalipsis (Verbo Divino, Estella 1999).
Comento así la primera apariciòn del libro, con el Hijo del Hombre (o del Humano) que es Cristo y con las cartas que va a escribir a las iglesias… Podemos imaginar las cartas que él dirigiría hoy a la Iglesia de Roma y al resto de las iglesias, las cartas que nos dirigiría a cada uno de nosotros, en estos también convulsos, que son de Apocalipsis Espero que a muchos pueda servirles. Éste es un texto misterioso, que se leyó durante siglos, casi todos los domingos, al menos al sur de la Cornisa Cantábrica, un texto que se pintó en los manuscritos de los comentarios de San Beato de Liébana, desde San Martín de Escalada y Tábara, hasta San Pedro de Cardeña y Silos. Sigo deseando buen domingo a todos.
Texto
La escena, construida según el modelo de visiones y vocaciones (cf. Is 6; Jer 1; Ez 1; 1 Hen 14; Dan 7), incluye presentación (1, 9-11), visión (1, 12-16) e interpretación (1, 17-20).
1. Presentación. El profeta y las iglesias (1, 9-11).
1. 9 Yo, Juan, hermano vuestro y copartícipe en la tribulación, reino y resistencia por Jesús, me encontraba en la isla llamada de Patmos por la palabra de Dios y el testimonio de Jesús. 10 Un día del Señor fui arrebatado por el Espíritu y oi tras mí una voz grande como de trompeta, 11que decía:
-Escribe en un libro lo que veas y mándalo a las siete iglesias: a Efeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardes, Filadelfia y Laodicea.
2. Visión. El Hijo del Humano y los candelabros (1, 12-16).
(Ex 25, 31-40; Is 44, 6; 48, 12; Ez 1, 28; 43, 2; Zac 4, 1-14 ; Dn 7, 13;10, 6; Ap 2, 8; 22, 13)
12 Me volví para mirar la voz que me hablaba, y al volverme vi siete candelabros de oro, 13y en medio de los candelabros un como Hijo de humano, vestido hasta los pies, ceñido a los pechos con una banda de oro. 14Su cabeza y sus cabellos eran blancos como lana blanca y como nieve; sus ojos eran como llamas de fuego; 15sus pies como bronce en horno de fundición, y su voz como estruendo de aguas caudalosas. 16Tenía en su mano derecha siete astros; de su boca salía una espada cortante de dos filos y su rostro era como el sol cuando brilla con toda su fuerza.
3. Reacción e interpretación (1, 17-20).
17 Cuando lo vi, me desplomé a sus pies como muerto, pero él puso su mano derecha sobre mí, diciendo:
-No temas: yo soy el Primero y el Último. 18 Yo soy el Viviente: estuve muerto, pero ahora vivo por los siglos de los siglos. Y tengo en mi poder las llaves de la Muerte y del Hades. 19Escribe, pues, lo que has visto, lo que está sucediendo y lo que va a suceder después de todo esto. 20En cuanto al misterio de los siete astros que has visto en mi mano derecha y a los siete candelabros de oro: los siete astros son los ángeles de las siete iglesias y los siete candelabros son las siete iglesias.
He dividido el texto en tres partes, aunque, conforme a los relatos de vocación profética, podría incluir reacción del vidente, nueva manifestación de Dios y envío. Quiero destacar la unión elementos teológicos (Dios se muestra) y cristológicos (Cristo aparece).
Todo es tradicional y muy nuevo. Juan empieza presentando su llamada: su experiencia puede y debe compararse a la Pablo, apóstol por revelación (= apocalipsis) de Jesucristo, no por envío humano (Gal 1; cf. 1 Cor 9, 1; 15, 3-9). Juan ha visto a Jesús y por eso es profeta
1. - Presentación (1, 9-11).
Yo, Juan (1, 9). Como los grandes profetas de Israel, escribe en nombre propio. No oculta su personalidad tras alguna figura venerable (Henoc o Matusalén, Esdras o Baruc), como hacían los apocalípticos, queriendo dar autoridad a sus visiones. Le basta la autoridad de Jesús, que sostiene y avala su mensaje. Es hemano y compañero (1, 9) de aquellos a quienes escribe con la autoridad de su ministerio profético. No se encuentra aislado: es portavoz de un grupo de profetas eclesiales (cf. 11, 18; 19, 10; 22, 6.), agrupados quizá como escuela que entiende y aplica el mensaje y vida de Jesús, releyendo las profecías y revelaciones de Israel. Sobre la base de una experiencia compartida destaca tres palabras tribulación, reino y resistencia (1, 9a):
– La tribulación (thlipsis) pertenece a los tiempos finales, como saben judaísmo y tradición sinóptica (cf. Mc 4, 17 13, 19.24 par), como prueba que, conforme a 3, 10, debe venir sobre la tierra entera. Ha llegado la crisis final de amenaza y riesgo para los creyentes (7, 14). Desde ella, como hermano de los atribulados, escribe Juan. Su libro no es manual para curiosos sino guía de esperanza para perseguidos.
– El reino (basileia) vincula a los creyentes de manera todavía más intensa, pues Jesus les ha hecho reino (1, 6; cf. 5, 10). Este es el tema principal de Ap: el despliegue regio de Dios, vinculado a la obra del Cristo (11, 15; 12, 10), que culmina de forma limitada en el milenio pascual de este mundo (cf. 20, 2-6) y se expande eternamente en el tiempo sin fin de la nueva Jerusalén (22, 5).
– La resistencia (hypomonê) no es evasión intimista y paciencia pasiva, sino firmeza creadora: los creyentes no pueden plegarse a los dictados de la Bestia (resistir es oponerse), deben mantener la confesión en la prueba. De esa forma se vuelven testigos de la misión cristiana frente a los poderes de la histórica.
Tribulación y resistencia por el reino son el tema del Ap. Juan no escribe un tratado teológico sobre las formas de oponerse en general a los principios de lo malo, sino la visión y testimonio de un perseguido que ofrecer a los hermanos una voz de ánimo en la prueba. El Ap es un libro bien pensado, fruto de una escuela de profetas que recrean con poder el evangelio, fundando así la resistencia cristiana. Es libro total que interpreta los rasgos principales del mensaje de Jesús y de la historia. Y sin embargo, como sucede en otras obras geniales, es un libro circunstancial, nacido en un momento de crisis concreta que el autor ha querido indicarnos:
– Me hallaba en la isla de Patmos, por la Palabra de Dios y el Testimonio de Jesús (1, 9b). Exilado y confinado está el profeta, en un peñasco marino que los romanos empleaban para desterrar a disidentes y rebeldes, al oeste de Éfeso. Entre ellos está Juan. Sufre allí por la Palabra (expandir la voz del Cristo) y por el Testimonio de Jesús, gran Testigo. Su misma vida se vuelve signo de protesta.
Patmos, isla de reconciliación cristiana. Edmund Schlink, pastor luterano, teólogo ecuménico, ha publicado un fuerte relato (La visión del Papa. Novela, Pedal 235, Sígueme, Salamanca 1996), con la visión de un Papa que rompe los muros de Roma, viaja de incógnito al principio cristianos (Jerusalén, Galilea) y promueve desde allí un movimiento de reconciliación entre las iglesias, escogiendo como lugar de encuentro Patmos, isla del vidente desterrado que escribe sus cartas de consuelo y exigencia a las siete iglesias del mundo. Esta isla de la resistencia se vuelve para Schlick fuente de fraternidad para aquellos que quieren superar el riesgo de un mundo (un imperio mundial, una Roma) que sigue buscando el interés de su fuerza y el egoísmo de unas iglesias que en defensa de sus propios intereses acaban pactando con la Bestia. La obra lleva en castellano el subtítulo engañoso de Novela (en alemán dice Eine Erzählung, una narración), siendo narración de un luterano enamorado de la unidad eclesial, sueño creador de un perseguido (sufrió en tiempos del nazismo), anticipación ingenua pero hermosa de un teólogo cristiano que busca paz y unión entre creyentes. Solo por el sufrimiento asumida, desde el Patmos del destierro, abandonando todo lo accesorio, los cristianos podrán un día unirse. Patmos se vuelve así Pentecostés. El libro es de 1975; no ha perdido actualidad después de treinta y cinco largos años. Quizá desde la distancia que alguien llamaría retroceso (parecemos más desunidos que en 1975) el editor castellano ha puesto Novela donde el original decía Narración sobre la Esperanza de Patmos.
– Fui arrebatado por el Espíritu un Día del Señor (1, 10). La comunidad celebra ya el Domingo, como fiesta pascual (cf. Did 14, 1; Ignacio, Magn 9, 1), en vez del sábado judío, a no ser que el texto se refiera al día de Pascua. Parece que Juan añora desde el exilio la presencia de las comunidades cristianas que, un día como este, se reunen a cantar e recrear las Escrituras. Desde su misma soledad, se siente vinculado a sus cristianos "en Espíritu", es decir, en experiencia de Dios.
Muchos motivos del Ap se explican desde este comienzo: Juan se sitúa y nos sitúa en el exilio, al exterior de un Imperio que se diviniza y le expulsa. Pero no cae en depresión sino al contrario: en la liturgia de un Domingo, día de Cristo, encuentra el sentido de su vida y decide fijar en un libro su experiencia. Escribe por razón de exilio: si hubiera estado con los suyos bastaría la palabra oral. Desde Patmos necesita la escritura.
Posiblemente tiene amigos que le ayudan a escribir y llevan sus cartas, el libro entero, a las siete iglesias de Asía. Pero el texto no lo dice, de manera que debemos quedarnos a un nivel de conjeturas. Juan oye una voz ¡escribe!, igual que la han oído otros apocalípticos (no los profetas puros, que hablan, no escriben). De esa forma, su mensaje se va haciendo escritura: empieza siendo carta, siete cartas, pero luego crece hasta volverse Libro.
– O tras mí una voz grande como de trompeta... (1, 10b). La voz le sorprende desde atrás. Juan es profeta y escucha el aviso que Cristo dice y dirá a sus comunidades (cf. trompetas: 8, 1-11, 15). No ha callado esa voz, no ha cegado la fuente de la revelación: Juan y sus profetas siguen inmersos en la inmediatez del Cristo pascual, tienen su oído abierto a la Palabra novedosa y fuerte de la trompeta escatológica.
– Lo que veas escríbelo en un Libro (1, 11a). La palabra se hace imagen que el profeta convierte de nuevo en palabra (Libro) para los cristianos. Dios era Alfa y Omega, alfabeto universal. Cristo se hace Libro y se lo muestra al Profeta, en historia que él debe contar a sus comunidades.
– Y mándalo a las siete iglesias: Éfeso, Esmirna... (1, 11b). Juan las había evocado (1, 4). Ahora la nombra. Todas se encuentran en la Provincia romana de Asía, que incluye las viejas ciudades jonias (griegas) de la costa egea y parte del territorio interior (compuesto por zonas de los viejos territorios de Misia, Lidia, Caria y Frigia). El sentido actual de Asia (península turca o continente asiático) es posterior.
Esas ciudades formaban una de las zonas más ricas y desarrolladas del imperio. Poseían la más antigua cultura de los griegos (jonios, helenos refinados) y se hallaban abiertas hacia el oriente. En tiempos del Ap defendían el culto imperial: Roma constituía su razón de ser, su identidad religiosa y social.
Juan escucha ¡escribe, envía...! Tiene medios para que su libro circule en las iglesias. Por eso, la palabra ¡envía! no es pura metáfora, como en Baruc que confía su carta al águila mensajera, para las tribus exiladas en Babilonia (2 Bar 77, 18-26), sino indicación histórica (como en Pablo, que envía de hecho sus cartas a las comunidades). La novedad de Juan está en que escribe desde el exilio, como profeta con autoridad, ofreciendo a sus iglesias la visión definitiva de aquello que debe suceder con rapidez.
2. Visión. Hijo del Humano y Candelabros (1, 12-16).
Esta teofanía cristológica forma parte del relato vocacional de Juan y consta de una breve introducción (Juan se vuelve y "mira" a la voz que habla: 1, 12a) y una descripción del que se muestra (1, 12b-16). Los motivos ya insinuados en el relato anterior (siete iglesias, día del Señor...) toman cuerpo, pasando de la escucha (voz que habla por atrás) a la visión directa:
– Y vi siete Candelabros de oro (1, 12b): la menorah o lámpara de siete brazos, ardiendo día y noche ante el Santo del Templo de Jerusalén, como luz de Dios y presencia vigilante (agradecida) del pueblo (cf. Ex 25, 31-40; 37, 17-24). Este es un elemento central del culto israelita más "purificado": el sacrificio ha perdido importancia; en su lugar ha crecido la liturgia de la luz, con el Candelabro de siete brazos y lámparas que aparece ahora como siete candelabros que forman una totalidad de luz gozosa y amenazada, representando a las iglesias cristianas que forman el auténtico Israel (cf. 1, 20) , el gozo y preocupación del profeta.
– Y en medio de los Candelabros un como Hijo de Humano... (1, 13a). La siete luces de Israel ardían ante Yahvé que habitaba en la tiniebla, tras el velo, de tal modo que nadie podía contemplarle. Pues bien, estas rodean y alumbran a un Hijo de Humano (cf. 1, 13b-15), ofreciéndole su luz. Esta es una teofanía cristológica de tipo eclesial: el mismo Dios se manifiesta por Jesús resucitado, presente en las iglesias.
– Y tenía en su mano derecha siete Astros (1, 16a; después aparecerán como ángeles de las iglesias: 1, 20). El mismo Jesús resucitado, que aparece como Hijo del humano (revelación escatológica de Dan 7), lleva en su mano el destino del cosmos (siete Astros), dirigiendo su palabra a las iglesias, a través del profeta.
Juan está confinado en Patmos, lejos de sus iglesias; pero sabe que Jesús resucitado las alumbra. Ellas ofrecen una realidad litúrgica gozosa: son candelabros que alumbran y lucen sobre el mundo. Que brillen las iglesias, que mantengan su luz, que expandan su esperanza y belleza sobre el mundo: esta es la finalidad del Ap, la tarea del Cristo. Pasamos de la palabra (¡escribe!: 1, 11) a la imagen (Candelabros, Cristo en el centro: 1, 12-20). Volveremos otra vez a la palabra que el Hijo del Humano, con boca hecha espada, quiere dirigir a las iglesia, para que sean fieles (Ap 2-3) y conozcan el camino y meta de su vida (Ap 4-22).
Y sí llegamos a la primera descripción del Hijo del Humano (1, 13-15), símbolo poderoso de Dan 7: frente a las Bestias que dominan y destruyen la historia, contempla el vidente su figura que baja del cielo y recibe el poder sobre los pueblos. En línea se sitúa 4 Es 13, cuando entiende al humano (ille homo) como figura mesiánica que expresa el triunfo de Israel al final de los tiempos. Su misma riqueza simbólica permite entenderla de dos formas diversas:
– Una tradición apócrifa (cf. 1 Hen 37-71) entiende al Hijo del Humano de manera personal y le identifica con Henoc que habita en el cielo y revela desde allí el juicio de Dios. Su figura tiene rasgos de historia primigenia (es patriarca antidiluviano), pero en sentido estricto resulta mitológica: es como un super-ángel que garantiza y anuncia la justicia de Dios sobre los ángeles perversos y sus seguidores mundanos.
– Los sinópticos conocen esa tradición, pero la reinterpretan de forma cristológica, siguiendo quizá la inspiración del mismo Jesús que se llamó un hijo de humano (=ser humano) o que anunció la venida del como Hijo del humano de Dan 7. No es figura mitológica y/o angélica sino el mismo Jesús que ha muerto por fidelidad mesiánica, ha superado la ley israelita (perdona los pecados, tiene poder sobre el sábado) y vendrá al fin del tiempo como Señor resucitado a realizar el juicio.
Nuestro texto (Ap 1, 13) evoca la imagen de Dan 7 (y 1 Es 13), pero no la desarrolla en línea personal angélica (contra 1 Hen), ni la relaciona con la acción y entrega de Jesús (contra los sinópticos). Su Hijo de Humano condensa los rasgos pascuales y divinos de Jesús, con elementos que la tradición atribuía por un lado a Dios y por otro a su delegado mesiánico. Jesús no es aquí varón o mujer, sino Humano: Señor Pascual que habita en las iglesias a las que dirige su palabra:
– Vestído hasta los pies (podêrê: 1, 13). Desde Ex 28, 4; 29, 5 (cf. Josefo, Ant III, 7, 4 y Sab 18, 24), podría ser un Sumo Sacerdote. Pero Dan 10, 5 y Ez 3, 11; 9, 2 muestran que la túnica larga implica honor, no sacerdocio.
– Y estaba ceñido a los pechos... (1, 13). La banda de oro es signo de dignidad y/o realeza, como en Dan 10, 5 (cf. 1 Mc 10, 89; 11, 58).
– Su cabeza y cabellos eran blancos como lana blanca y nieve (1 ,14), en referencia a Dios, a quien la tradición presenta como Anciano de Días (cf. Dan 7, 9; 1, Hen 46, 1). Dan 7 distinguía entre el Dios Anciano y el Hijo de Humano. Ahora el mismo Cristo se muestra divino.
– Sus ojos eran como llamas de fuego (1, 14): ven alumbrando, conforme a un motivo de Dan 10, 6, que Ap 2, 18; 19, 20 aplica a Cristo. Ambos, fuego y visión, son signos divinos.
– Sus pies como bronce en horno de fundición (1, 15): rasgos que evocan la figura angélica de Dan 10, 6, los Vivientes de Ez 1, 7 y el ser divino de Ez 1, 27. El Cristo pascual evoca el fuego.
– Y su voz como estruendo de aguas caudalosas (1, 15). Era trompeta de gran ceremonia o batalla (cf. 8, 2-11, 15); ahora es Voz de Diluvio, grandes aguas (cf. Ez 43, 2), como en 14, 2; 19, 6 (aludiendo quizá a los muchos pueblos: cf. 16, 12; 17, 1.15).
Estos rasgos se atribuían as Dios, eran signos de culminación escatológica. Ahora se aplican a Jesús resucitado, no para alejarlo de la historia sino para expresar su presencia poderosa en ella, por medio del profeta. Desde ese fondo de poder se entiende lo que siguen (1, 16):
– En su mano derecha Siete Astros (no estrellas) que definen la rotación y movimiento superior (cielos) y los días del tiempo (semana). Juan dirá más tarde que son Ángeles de las siete iglesias (1, 20). Cristo los lleva en la mano como Señor Cósmico: portador de esferas celestiales. No hay eterno retorno del mundo o la vida, pues mundo y vida están en la mano del Cristo.
– De su boca salía una espada cortante de dos filos, conforme a un motivo judío y cristiano (cf. Is 11, 4; 49, 2; 4 Es 13, 4; Heb 4, 11; 2 Tes 2, 9) que Juan reasume en 2, 12.16; 19, 15. Del plano cósmico (astros) pasamos al humano: espada de Dios es su palabra y con ella dirige la historia, hablando a la iglesia (2, 12.16) y enfrentándose a la Bestia (19, 15), conforme al argumento central de Ap.
– Y su rostro era como el sol cuando brilla con toda su fuerza. Del Sol divino que alumbra a los ángeles (cf. 10, 1) y justos en la gloria (cf. Mt 13, 43), pasamos al Cristo sol, anticipando la experiencia final de floria de 21, 23; 22, 5: no habrá ya sol, pues alumbra Dios y su lámpara de luz es el Cordero).
El Cristo pascual nos lleva las raíces del cosmos (siete astros), apareciendo como palabra (espada) y la luz fundante de Dios para sus fieles.
3. Reacción e interpretación (1, 17-20).
Juan teme, como es normal en las teofanías: aparece Dios el humano tiembla, casi muere (cf. Jc 6, 22-23; 13,22; Is 6, 5-7). Se muestra Dios en Cristo, Juan cae por tierra. Pero el Cristo divino responde ¡No temas! (hebreo ¡al tira!), como en los oráculos de ayuda de Dios en la guerra (cf. Jc 4, 18; 1 Sam 22, 23; Is 24, 2I 41, 10-14; 43, 1-5), en las visiones apocalípticas (cf. Dan 10, 12.19) y en las epifanías pascuales de Jesús (cf. Mc 6, 50 par; Mt 28, 5.10). Esta palabra va unida a un gesto de poder (¡puso su derecha sobre mí!: cf. Dan 10, 10) y seguida por una interpretación que consta de profundización, mandato y explicación (o justificación):
a. Profundización cristológica.
Juan ha visto a Jesús y lo ha descrito, pero la visión sigue misteriosa. Por eso es necesaria la palabra explicativa de Jesús, como en los oráculos del AT, especialmente 2º Is y Ez:
– Yo soy el Primero y el Último. Así hablaba Dios en Is 44, 6 (cf. Is 41, 4; 43, 10) y ahora el Cristo eclesial (cf. Ap 2, 8; 22, 13).
– Soy que Viviente: estuve muerto, pero ahora vivo por los siglos de los siglos. Viviente es Dios (4, 9.10; 10, 6; cf. Dan 4, 32; 12, 7; Eclo 18, 1); ahora lo es Cristo, porque ha entregado su vida por los humanos; sólo aquellos que saben morir y resisten en la prueba se unirán al Cristo Viviente.
– Y tengo en mi poder las llaves de la Muerte y del Hades. Cristo, Señor cósmico y eclesial (Siete Astros: 1, 16) es vencedor escatológico: la tradición judeocristiana, que volveremos a encontrar en 20, 13 (y en 1 Ped 3, 18-19), sabe que ha bajado a los infiernos, ha vencido a los poderes de la Muerte/Sheol (Hades) que dominaba a los humanos. Tiene las llaves la Muerte-Hades para abrir las puertas de vida a los que han muerto.
Centro y meta del drama de la historia es la victoria de Cristo sobre Muerte y Hades (cf. 14, 6-7; 15, 4). Por eso, la salvación de Dios está ligada al Libro del Cordero. Los poderes mitológicos (Muerte y Hades) cesan; la Pascua es victoria del que estaba muerto y vive.
b. Mandato profético (1, 19).
Reasume la visión ¡escribe lo que ves! (1, 11), en tres momentos, que podrían ser compendio del Ap:
– Lo que has visto. Juan será testigo de su experiencia pascual (en la línea de 1 Cor 15, 3-8): ha visto a Jesús, ha de anunciarlo.
– Lo que está sucediendo, es decir, las cosas que ahora son, reflejadas en las siete cartas (Ap 2-3) a las iglesias.
– Y lo que va a suceder después de todo esto. Aludiría al anuncio futuro (Ap 4-22): al cumplimiento de conjunto de la historia.
Esta división entre el antes (lo que has visto), el ahora y el después, está en el fondo del Ap, pero no puede tomarse como esquema sucesivo, separando las cosas que son (el hoy de las iglesias: Ap 2-3) y las que deben suceder (la historia en su conjunto: Ap 4-22). Iglesia e historia están unidas ante lo que es y lo que debe suceder, pues el mismo Dios aparece como el que (era) es y vendrá (cf. 1, 8). Entre el es y debe suceder se sitúa Ap, ofreciendo a las iglesias (2-3) una palabra que en el fondo se identifica con la que dirige a la humanidad entera (4-22). No hay dos verdades, un para la iglesia y otra para el mundo, sino una: el peligro de idolatría (idolocitos) y prostitución eclesial se identifica con el ídolo (Bestia) y Prostituta de la tierra.
C. Explicación (1, 20).
Dos signos anteriores ocupan la mente de Juan y por eso ha de explicarlos, focalizando la visión: en la mano de Cristo los astros, en su entorno los candelabros:
– Los astros son ángeles de las siete iglesias. Con cierta frecuencia se les toma como delegados o inspectores (obispos) de las iglesias Asía, destinatarios de las cartas. Pero Ap no permite esa lectura: sus ángeles no son humanos sino espíritus: custodios (vigilantes) de las iglesias (las naciones y grupos tienen ángeles guardianes: cf. Dan 10, 13.20.21; 11, 1; 12, 1; Eclo 17, 17; Dt 32, 8 LXX). Son como fondo o sustrato celeste de las iglesias: frente a la Ley eterna del judaísmo (con su ciudad o templo perdurable) se revelar aquí la iglesia originaria, expresada por los siete ángeles. Ellos pueden identificarse también con los siete espíritus de la presencia, que están junto a Dios, como intermediarios de su obra (hacen sonar las trompetas, derraman las copas del juicio: Ap 8-16)
– Y los siete candelabros son las iglesias, como hemos dicho. Orden eclesial (candelabros) y celeste (ángeles/astros del Cristo) se vinculan de modo que el juicio de las Siete Iglesias (Ap 2-3) puede presentarse como signo (compendio, anticipo) del juicio total de la historia y del mundo (Ap 4-20). Pero debemos recordar que al final (Ap 21-22) cumplida su misión, los siete ángeles e iglesias desaparece, quedando sólo la única iglesia, Ciudad-Esposa del Cordero. Más aún, los siete ángeles del camino se transforman en los doce de las puertas de la Ciudad (unidos a las tribus de Israel y los apóstoles del Cordero: 21,11-14). Han cumplido su función; al interior de la Ciudad sólo actúan Dios y su Cordero (cf. 21, 22-22, 5).
Quedan preguntas abiertas: ¿Cómo envia Cristo su carta a los ángeles celestes por medio un humano como Juan? ¿Cómo se relaciona la función cósmica de los Siete Ángeles con los Cuatro Vivientes de 4, 6-8? Es posible que Juan haya querido destacar el carácter eclesial de los ángeles. Su gesto parece desmitologizador, pues los siete astros del cosmos (principados o arkhontes) tienden a independizarse en clave de especulación cosmológica y gnóstica; para Juan, ellos están al servicio de la iglesia (Ap no es libro de secretos astrales, como 1 Hen) y dependen del Cristo, el único que dirige el despliegue y juicio de la historia.
Comento así la primera apariciòn del libro, con el Hijo del Hombre (o del Humano) que es Cristo y con las cartas que va a escribir a las iglesias… Podemos imaginar las cartas que él dirigiría hoy a la Iglesia de Roma y al resto de las iglesias, las cartas que nos dirigiría a cada uno de nosotros, en estos también convulsos, que son de Apocalipsis Espero que a muchos pueda servirles. Éste es un texto misterioso, que se leyó durante siglos, casi todos los domingos, al menos al sur de la Cornisa Cantábrica, un texto que se pintó en los manuscritos de los comentarios de San Beato de Liébana, desde San Martín de Escalada y Tábara, hasta San Pedro de Cardeña y Silos. Sigo deseando buen domingo a todos.
Texto
La escena, construida según el modelo de visiones y vocaciones (cf. Is 6; Jer 1; Ez 1; 1 Hen 14; Dan 7), incluye presentación (1, 9-11), visión (1, 12-16) e interpretación (1, 17-20).
1. Presentación. El profeta y las iglesias (1, 9-11).
1. 9 Yo, Juan, hermano vuestro y copartícipe en la tribulación, reino y resistencia por Jesús, me encontraba en la isla llamada de Patmos por la palabra de Dios y el testimonio de Jesús. 10 Un día del Señor fui arrebatado por el Espíritu y oi tras mí una voz grande como de trompeta, 11que decía:
-Escribe en un libro lo que veas y mándalo a las siete iglesias: a Efeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardes, Filadelfia y Laodicea.
2. Visión. El Hijo del Humano y los candelabros (1, 12-16).
(Ex 25, 31-40; Is 44, 6; 48, 12; Ez 1, 28; 43, 2; Zac 4, 1-14 ; Dn 7, 13;10, 6; Ap 2, 8; 22, 13)
12 Me volví para mirar la voz que me hablaba, y al volverme vi siete candelabros de oro, 13y en medio de los candelabros un como Hijo de humano, vestido hasta los pies, ceñido a los pechos con una banda de oro. 14Su cabeza y sus cabellos eran blancos como lana blanca y como nieve; sus ojos eran como llamas de fuego; 15sus pies como bronce en horno de fundición, y su voz como estruendo de aguas caudalosas. 16Tenía en su mano derecha siete astros; de su boca salía una espada cortante de dos filos y su rostro era como el sol cuando brilla con toda su fuerza.
3. Reacción e interpretación (1, 17-20).
17 Cuando lo vi, me desplomé a sus pies como muerto, pero él puso su mano derecha sobre mí, diciendo:
-No temas: yo soy el Primero y el Último. 18 Yo soy el Viviente: estuve muerto, pero ahora vivo por los siglos de los siglos. Y tengo en mi poder las llaves de la Muerte y del Hades. 19Escribe, pues, lo que has visto, lo que está sucediendo y lo que va a suceder después de todo esto. 20En cuanto al misterio de los siete astros que has visto en mi mano derecha y a los siete candelabros de oro: los siete astros son los ángeles de las siete iglesias y los siete candelabros son las siete iglesias.
He dividido el texto en tres partes, aunque, conforme a los relatos de vocación profética, podría incluir reacción del vidente, nueva manifestación de Dios y envío. Quiero destacar la unión elementos teológicos (Dios se muestra) y cristológicos (Cristo aparece).
Todo es tradicional y muy nuevo. Juan empieza presentando su llamada: su experiencia puede y debe compararse a la Pablo, apóstol por revelación (= apocalipsis) de Jesucristo, no por envío humano (Gal 1; cf. 1 Cor 9, 1; 15, 3-9). Juan ha visto a Jesús y por eso es profeta
1. - Presentación (1, 9-11).
Yo, Juan (1, 9). Como los grandes profetas de Israel, escribe en nombre propio. No oculta su personalidad tras alguna figura venerable (Henoc o Matusalén, Esdras o Baruc), como hacían los apocalípticos, queriendo dar autoridad a sus visiones. Le basta la autoridad de Jesús, que sostiene y avala su mensaje. Es hemano y compañero (1, 9) de aquellos a quienes escribe con la autoridad de su ministerio profético. No se encuentra aislado: es portavoz de un grupo de profetas eclesiales (cf. 11, 18; 19, 10; 22, 6.), agrupados quizá como escuela que entiende y aplica el mensaje y vida de Jesús, releyendo las profecías y revelaciones de Israel. Sobre la base de una experiencia compartida destaca tres palabras tribulación, reino y resistencia (1, 9a):
– La tribulación (thlipsis) pertenece a los tiempos finales, como saben judaísmo y tradición sinóptica (cf. Mc 4, 17 13, 19.24 par), como prueba que, conforme a 3, 10, debe venir sobre la tierra entera. Ha llegado la crisis final de amenaza y riesgo para los creyentes (7, 14). Desde ella, como hermano de los atribulados, escribe Juan. Su libro no es manual para curiosos sino guía de esperanza para perseguidos.
– El reino (basileia) vincula a los creyentes de manera todavía más intensa, pues Jesus les ha hecho reino (1, 6; cf. 5, 10). Este es el tema principal de Ap: el despliegue regio de Dios, vinculado a la obra del Cristo (11, 15; 12, 10), que culmina de forma limitada en el milenio pascual de este mundo (cf. 20, 2-6) y se expande eternamente en el tiempo sin fin de la nueva Jerusalén (22, 5).
– La resistencia (hypomonê) no es evasión intimista y paciencia pasiva, sino firmeza creadora: los creyentes no pueden plegarse a los dictados de la Bestia (resistir es oponerse), deben mantener la confesión en la prueba. De esa forma se vuelven testigos de la misión cristiana frente a los poderes de la histórica.
Tribulación y resistencia por el reino son el tema del Ap. Juan no escribe un tratado teológico sobre las formas de oponerse en general a los principios de lo malo, sino la visión y testimonio de un perseguido que ofrecer a los hermanos una voz de ánimo en la prueba. El Ap es un libro bien pensado, fruto de una escuela de profetas que recrean con poder el evangelio, fundando así la resistencia cristiana. Es libro total que interpreta los rasgos principales del mensaje de Jesús y de la historia. Y sin embargo, como sucede en otras obras geniales, es un libro circunstancial, nacido en un momento de crisis concreta que el autor ha querido indicarnos:
– Me hallaba en la isla de Patmos, por la Palabra de Dios y el Testimonio de Jesús (1, 9b). Exilado y confinado está el profeta, en un peñasco marino que los romanos empleaban para desterrar a disidentes y rebeldes, al oeste de Éfeso. Entre ellos está Juan. Sufre allí por la Palabra (expandir la voz del Cristo) y por el Testimonio de Jesús, gran Testigo. Su misma vida se vuelve signo de protesta.
Patmos, isla de reconciliación cristiana. Edmund Schlink, pastor luterano, teólogo ecuménico, ha publicado un fuerte relato (La visión del Papa. Novela, Pedal 235, Sígueme, Salamanca 1996), con la visión de un Papa que rompe los muros de Roma, viaja de incógnito al principio cristianos (Jerusalén, Galilea) y promueve desde allí un movimiento de reconciliación entre las iglesias, escogiendo como lugar de encuentro Patmos, isla del vidente desterrado que escribe sus cartas de consuelo y exigencia a las siete iglesias del mundo. Esta isla de la resistencia se vuelve para Schlick fuente de fraternidad para aquellos que quieren superar el riesgo de un mundo (un imperio mundial, una Roma) que sigue buscando el interés de su fuerza y el egoísmo de unas iglesias que en defensa de sus propios intereses acaban pactando con la Bestia. La obra lleva en castellano el subtítulo engañoso de Novela (en alemán dice Eine Erzählung, una narración), siendo narración de un luterano enamorado de la unidad eclesial, sueño creador de un perseguido (sufrió en tiempos del nazismo), anticipación ingenua pero hermosa de un teólogo cristiano que busca paz y unión entre creyentes. Solo por el sufrimiento asumida, desde el Patmos del destierro, abandonando todo lo accesorio, los cristianos podrán un día unirse. Patmos se vuelve así Pentecostés. El libro es de 1975; no ha perdido actualidad después de treinta y cinco largos años. Quizá desde la distancia que alguien llamaría retroceso (parecemos más desunidos que en 1975) el editor castellano ha puesto Novela donde el original decía Narración sobre la Esperanza de Patmos.
– Fui arrebatado por el Espíritu un Día del Señor (1, 10). La comunidad celebra ya el Domingo, como fiesta pascual (cf. Did 14, 1; Ignacio, Magn 9, 1), en vez del sábado judío, a no ser que el texto se refiera al día de Pascua. Parece que Juan añora desde el exilio la presencia de las comunidades cristianas que, un día como este, se reunen a cantar e recrear las Escrituras. Desde su misma soledad, se siente vinculado a sus cristianos "en Espíritu", es decir, en experiencia de Dios.
Muchos motivos del Ap se explican desde este comienzo: Juan se sitúa y nos sitúa en el exilio, al exterior de un Imperio que se diviniza y le expulsa. Pero no cae en depresión sino al contrario: en la liturgia de un Domingo, día de Cristo, encuentra el sentido de su vida y decide fijar en un libro su experiencia. Escribe por razón de exilio: si hubiera estado con los suyos bastaría la palabra oral. Desde Patmos necesita la escritura.
Posiblemente tiene amigos que le ayudan a escribir y llevan sus cartas, el libro entero, a las siete iglesias de Asía. Pero el texto no lo dice, de manera que debemos quedarnos a un nivel de conjeturas. Juan oye una voz ¡escribe!, igual que la han oído otros apocalípticos (no los profetas puros, que hablan, no escriben). De esa forma, su mensaje se va haciendo escritura: empieza siendo carta, siete cartas, pero luego crece hasta volverse Libro.
– O tras mí una voz grande como de trompeta... (1, 10b). La voz le sorprende desde atrás. Juan es profeta y escucha el aviso que Cristo dice y dirá a sus comunidades (cf. trompetas: 8, 1-11, 15). No ha callado esa voz, no ha cegado la fuente de la revelación: Juan y sus profetas siguen inmersos en la inmediatez del Cristo pascual, tienen su oído abierto a la Palabra novedosa y fuerte de la trompeta escatológica.
– Lo que veas escríbelo en un Libro (1, 11a). La palabra se hace imagen que el profeta convierte de nuevo en palabra (Libro) para los cristianos. Dios era Alfa y Omega, alfabeto universal. Cristo se hace Libro y se lo muestra al Profeta, en historia que él debe contar a sus comunidades.
– Y mándalo a las siete iglesias: Éfeso, Esmirna... (1, 11b). Juan las había evocado (1, 4). Ahora la nombra. Todas se encuentran en la Provincia romana de Asía, que incluye las viejas ciudades jonias (griegas) de la costa egea y parte del territorio interior (compuesto por zonas de los viejos territorios de Misia, Lidia, Caria y Frigia). El sentido actual de Asia (península turca o continente asiático) es posterior.
Esas ciudades formaban una de las zonas más ricas y desarrolladas del imperio. Poseían la más antigua cultura de los griegos (jonios, helenos refinados) y se hallaban abiertas hacia el oriente. En tiempos del Ap defendían el culto imperial: Roma constituía su razón de ser, su identidad religiosa y social.
Juan escucha ¡escribe, envía...! Tiene medios para que su libro circule en las iglesias. Por eso, la palabra ¡envía! no es pura metáfora, como en Baruc que confía su carta al águila mensajera, para las tribus exiladas en Babilonia (2 Bar 77, 18-26), sino indicación histórica (como en Pablo, que envía de hecho sus cartas a las comunidades). La novedad de Juan está en que escribe desde el exilio, como profeta con autoridad, ofreciendo a sus iglesias la visión definitiva de aquello que debe suceder con rapidez.
2. Visión. Hijo del Humano y Candelabros (1, 12-16).
Esta teofanía cristológica forma parte del relato vocacional de Juan y consta de una breve introducción (Juan se vuelve y "mira" a la voz que habla: 1, 12a) y una descripción del que se muestra (1, 12b-16). Los motivos ya insinuados en el relato anterior (siete iglesias, día del Señor...) toman cuerpo, pasando de la escucha (voz que habla por atrás) a la visión directa:
– Y vi siete Candelabros de oro (1, 12b): la menorah o lámpara de siete brazos, ardiendo día y noche ante el Santo del Templo de Jerusalén, como luz de Dios y presencia vigilante (agradecida) del pueblo (cf. Ex 25, 31-40; 37, 17-24). Este es un elemento central del culto israelita más "purificado": el sacrificio ha perdido importancia; en su lugar ha crecido la liturgia de la luz, con el Candelabro de siete brazos y lámparas que aparece ahora como siete candelabros que forman una totalidad de luz gozosa y amenazada, representando a las iglesias cristianas que forman el auténtico Israel (cf. 1, 20) , el gozo y preocupación del profeta.
– Y en medio de los Candelabros un como Hijo de Humano... (1, 13a). La siete luces de Israel ardían ante Yahvé que habitaba en la tiniebla, tras el velo, de tal modo que nadie podía contemplarle. Pues bien, estas rodean y alumbran a un Hijo de Humano (cf. 1, 13b-15), ofreciéndole su luz. Esta es una teofanía cristológica de tipo eclesial: el mismo Dios se manifiesta por Jesús resucitado, presente en las iglesias.
– Y tenía en su mano derecha siete Astros (1, 16a; después aparecerán como ángeles de las iglesias: 1, 20). El mismo Jesús resucitado, que aparece como Hijo del humano (revelación escatológica de Dan 7), lleva en su mano el destino del cosmos (siete Astros), dirigiendo su palabra a las iglesias, a través del profeta.
Juan está confinado en Patmos, lejos de sus iglesias; pero sabe que Jesús resucitado las alumbra. Ellas ofrecen una realidad litúrgica gozosa: son candelabros que alumbran y lucen sobre el mundo. Que brillen las iglesias, que mantengan su luz, que expandan su esperanza y belleza sobre el mundo: esta es la finalidad del Ap, la tarea del Cristo. Pasamos de la palabra (¡escribe!: 1, 11) a la imagen (Candelabros, Cristo en el centro: 1, 12-20). Volveremos otra vez a la palabra que el Hijo del Humano, con boca hecha espada, quiere dirigir a las iglesia, para que sean fieles (Ap 2-3) y conozcan el camino y meta de su vida (Ap 4-22).
Y sí llegamos a la primera descripción del Hijo del Humano (1, 13-15), símbolo poderoso de Dan 7: frente a las Bestias que dominan y destruyen la historia, contempla el vidente su figura que baja del cielo y recibe el poder sobre los pueblos. En línea se sitúa 4 Es 13, cuando entiende al humano (ille homo) como figura mesiánica que expresa el triunfo de Israel al final de los tiempos. Su misma riqueza simbólica permite entenderla de dos formas diversas:
– Una tradición apócrifa (cf. 1 Hen 37-71) entiende al Hijo del Humano de manera personal y le identifica con Henoc que habita en el cielo y revela desde allí el juicio de Dios. Su figura tiene rasgos de historia primigenia (es patriarca antidiluviano), pero en sentido estricto resulta mitológica: es como un super-ángel que garantiza y anuncia la justicia de Dios sobre los ángeles perversos y sus seguidores mundanos.
– Los sinópticos conocen esa tradición, pero la reinterpretan de forma cristológica, siguiendo quizá la inspiración del mismo Jesús que se llamó un hijo de humano (=ser humano) o que anunció la venida del como Hijo del humano de Dan 7. No es figura mitológica y/o angélica sino el mismo Jesús que ha muerto por fidelidad mesiánica, ha superado la ley israelita (perdona los pecados, tiene poder sobre el sábado) y vendrá al fin del tiempo como Señor resucitado a realizar el juicio.
Nuestro texto (Ap 1, 13) evoca la imagen de Dan 7 (y 1 Es 13), pero no la desarrolla en línea personal angélica (contra 1 Hen), ni la relaciona con la acción y entrega de Jesús (contra los sinópticos). Su Hijo de Humano condensa los rasgos pascuales y divinos de Jesús, con elementos que la tradición atribuía por un lado a Dios y por otro a su delegado mesiánico. Jesús no es aquí varón o mujer, sino Humano: Señor Pascual que habita en las iglesias a las que dirige su palabra:
– Vestído hasta los pies (podêrê: 1, 13). Desde Ex 28, 4; 29, 5 (cf. Josefo, Ant III, 7, 4 y Sab 18, 24), podría ser un Sumo Sacerdote. Pero Dan 10, 5 y Ez 3, 11; 9, 2 muestran que la túnica larga implica honor, no sacerdocio.
– Y estaba ceñido a los pechos... (1, 13). La banda de oro es signo de dignidad y/o realeza, como en Dan 10, 5 (cf. 1 Mc 10, 89; 11, 58).
– Su cabeza y cabellos eran blancos como lana blanca y nieve (1 ,14), en referencia a Dios, a quien la tradición presenta como Anciano de Días (cf. Dan 7, 9; 1, Hen 46, 1). Dan 7 distinguía entre el Dios Anciano y el Hijo de Humano. Ahora el mismo Cristo se muestra divino.
– Sus ojos eran como llamas de fuego (1, 14): ven alumbrando, conforme a un motivo de Dan 10, 6, que Ap 2, 18; 19, 20 aplica a Cristo. Ambos, fuego y visión, son signos divinos.
– Sus pies como bronce en horno de fundición (1, 15): rasgos que evocan la figura angélica de Dan 10, 6, los Vivientes de Ez 1, 7 y el ser divino de Ez 1, 27. El Cristo pascual evoca el fuego.
– Y su voz como estruendo de aguas caudalosas (1, 15). Era trompeta de gran ceremonia o batalla (cf. 8, 2-11, 15); ahora es Voz de Diluvio, grandes aguas (cf. Ez 43, 2), como en 14, 2; 19, 6 (aludiendo quizá a los muchos pueblos: cf. 16, 12; 17, 1.15).
Estos rasgos se atribuían as Dios, eran signos de culminación escatológica. Ahora se aplican a Jesús resucitado, no para alejarlo de la historia sino para expresar su presencia poderosa en ella, por medio del profeta. Desde ese fondo de poder se entiende lo que siguen (1, 16):
– En su mano derecha Siete Astros (no estrellas) que definen la rotación y movimiento superior (cielos) y los días del tiempo (semana). Juan dirá más tarde que son Ángeles de las siete iglesias (1, 20). Cristo los lleva en la mano como Señor Cósmico: portador de esferas celestiales. No hay eterno retorno del mundo o la vida, pues mundo y vida están en la mano del Cristo.
– De su boca salía una espada cortante de dos filos, conforme a un motivo judío y cristiano (cf. Is 11, 4; 49, 2; 4 Es 13, 4; Heb 4, 11; 2 Tes 2, 9) que Juan reasume en 2, 12.16; 19, 15. Del plano cósmico (astros) pasamos al humano: espada de Dios es su palabra y con ella dirige la historia, hablando a la iglesia (2, 12.16) y enfrentándose a la Bestia (19, 15), conforme al argumento central de Ap.
– Y su rostro era como el sol cuando brilla con toda su fuerza. Del Sol divino que alumbra a los ángeles (cf. 10, 1) y justos en la gloria (cf. Mt 13, 43), pasamos al Cristo sol, anticipando la experiencia final de floria de 21, 23; 22, 5: no habrá ya sol, pues alumbra Dios y su lámpara de luz es el Cordero).
El Cristo pascual nos lleva las raíces del cosmos (siete astros), apareciendo como palabra (espada) y la luz fundante de Dios para sus fieles.
3. Reacción e interpretación (1, 17-20).
Juan teme, como es normal en las teofanías: aparece Dios el humano tiembla, casi muere (cf. Jc 6, 22-23; 13,22; Is 6, 5-7). Se muestra Dios en Cristo, Juan cae por tierra. Pero el Cristo divino responde ¡No temas! (hebreo ¡al tira!), como en los oráculos de ayuda de Dios en la guerra (cf. Jc 4, 18; 1 Sam 22, 23; Is 24, 2I 41, 10-14; 43, 1-5), en las visiones apocalípticas (cf. Dan 10, 12.19) y en las epifanías pascuales de Jesús (cf. Mc 6, 50 par; Mt 28, 5.10). Esta palabra va unida a un gesto de poder (¡puso su derecha sobre mí!: cf. Dan 10, 10) y seguida por una interpretación que consta de profundización, mandato y explicación (o justificación):
a. Profundización cristológica.
Juan ha visto a Jesús y lo ha descrito, pero la visión sigue misteriosa. Por eso es necesaria la palabra explicativa de Jesús, como en los oráculos del AT, especialmente 2º Is y Ez:
– Yo soy el Primero y el Último. Así hablaba Dios en Is 44, 6 (cf. Is 41, 4; 43, 10) y ahora el Cristo eclesial (cf. Ap 2, 8; 22, 13).
– Soy que Viviente: estuve muerto, pero ahora vivo por los siglos de los siglos. Viviente es Dios (4, 9.10; 10, 6; cf. Dan 4, 32; 12, 7; Eclo 18, 1); ahora lo es Cristo, porque ha entregado su vida por los humanos; sólo aquellos que saben morir y resisten en la prueba se unirán al Cristo Viviente.
– Y tengo en mi poder las llaves de la Muerte y del Hades. Cristo, Señor cósmico y eclesial (Siete Astros: 1, 16) es vencedor escatológico: la tradición judeocristiana, que volveremos a encontrar en 20, 13 (y en 1 Ped 3, 18-19), sabe que ha bajado a los infiernos, ha vencido a los poderes de la Muerte/Sheol (Hades) que dominaba a los humanos. Tiene las llaves la Muerte-Hades para abrir las puertas de vida a los que han muerto.
Centro y meta del drama de la historia es la victoria de Cristo sobre Muerte y Hades (cf. 14, 6-7; 15, 4). Por eso, la salvación de Dios está ligada al Libro del Cordero. Los poderes mitológicos (Muerte y Hades) cesan; la Pascua es victoria del que estaba muerto y vive.
b. Mandato profético (1, 19).
Reasume la visión ¡escribe lo que ves! (1, 11), en tres momentos, que podrían ser compendio del Ap:
– Lo que has visto. Juan será testigo de su experiencia pascual (en la línea de 1 Cor 15, 3-8): ha visto a Jesús, ha de anunciarlo.
– Lo que está sucediendo, es decir, las cosas que ahora son, reflejadas en las siete cartas (Ap 2-3) a las iglesias.
– Y lo que va a suceder después de todo esto. Aludiría al anuncio futuro (Ap 4-22): al cumplimiento de conjunto de la historia.
Esta división entre el antes (lo que has visto), el ahora y el después, está en el fondo del Ap, pero no puede tomarse como esquema sucesivo, separando las cosas que son (el hoy de las iglesias: Ap 2-3) y las que deben suceder (la historia en su conjunto: Ap 4-22). Iglesia e historia están unidas ante lo que es y lo que debe suceder, pues el mismo Dios aparece como el que (era) es y vendrá (cf. 1, 8). Entre el es y debe suceder se sitúa Ap, ofreciendo a las iglesias (2-3) una palabra que en el fondo se identifica con la que dirige a la humanidad entera (4-22). No hay dos verdades, un para la iglesia y otra para el mundo, sino una: el peligro de idolatría (idolocitos) y prostitución eclesial se identifica con el ídolo (Bestia) y Prostituta de la tierra.
C. Explicación (1, 20).
Dos signos anteriores ocupan la mente de Juan y por eso ha de explicarlos, focalizando la visión: en la mano de Cristo los astros, en su entorno los candelabros:
– Los astros son ángeles de las siete iglesias. Con cierta frecuencia se les toma como delegados o inspectores (obispos) de las iglesias Asía, destinatarios de las cartas. Pero Ap no permite esa lectura: sus ángeles no son humanos sino espíritus: custodios (vigilantes) de las iglesias (las naciones y grupos tienen ángeles guardianes: cf. Dan 10, 13.20.21; 11, 1; 12, 1; Eclo 17, 17; Dt 32, 8 LXX). Son como fondo o sustrato celeste de las iglesias: frente a la Ley eterna del judaísmo (con su ciudad o templo perdurable) se revelar aquí la iglesia originaria, expresada por los siete ángeles. Ellos pueden identificarse también con los siete espíritus de la presencia, que están junto a Dios, como intermediarios de su obra (hacen sonar las trompetas, derraman las copas del juicio: Ap 8-16)
– Y los siete candelabros son las iglesias, como hemos dicho. Orden eclesial (candelabros) y celeste (ángeles/astros del Cristo) se vinculan de modo que el juicio de las Siete Iglesias (Ap 2-3) puede presentarse como signo (compendio, anticipo) del juicio total de la historia y del mundo (Ap 4-20). Pero debemos recordar que al final (Ap 21-22) cumplida su misión, los siete ángeles e iglesias desaparece, quedando sólo la única iglesia, Ciudad-Esposa del Cordero. Más aún, los siete ángeles del camino se transforman en los doce de las puertas de la Ciudad (unidos a las tribus de Israel y los apóstoles del Cordero: 21,11-14). Han cumplido su función; al interior de la Ciudad sólo actúan Dios y su Cordero (cf. 21, 22-22, 5).
Quedan preguntas abiertas: ¿Cómo envia Cristo su carta a los ángeles celestes por medio un humano como Juan? ¿Cómo se relaciona la función cósmica de los Siete Ángeles con los Cuatro Vivientes de 4, 6-8? Es posible que Juan haya querido destacar el carácter eclesial de los ángeles. Su gesto parece desmitologizador, pues los siete astros del cosmos (principados o arkhontes) tienden a independizarse en clave de especulación cosmológica y gnóstica; para Juan, ellos están al servicio de la iglesia (Ap no es libro de secretos astrales, como 1 Hen) y dependen del Cristo, el único que dirige el despliegue y juicio de la historia.
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