Pilatos no era un hombre malo. Al fin y al cabo era un pagano y un súbdito del César.
Son los Sumos Sacerdotes quienes le complicaron la vida.
A él no le decía nada que un Judío se llamase Jesús o dijese que era Hijo de Dios.
Y le interesaba menos todavía si quebrantaba la ley o estaba contra la ley.
Mientras no pusiese en riesgo los intereses de Roma, el resto le resbalaba.
Fueron ellos los que le metieron en el lío de Jesús.
Fueron ellos los que lo presionaron.
Prácticamente lo pusieron contra la pared: “Estás contra el César”.
Y Pilatos ya sabía lo que significaba una acusación ante el Emperador.
Y cuando los grandes sienten que les tiembla el sillón:
Se mueren de miedo.
Se les oscurecen las ideas.
Se les paraliza la voluntad y la libertad.
Ve que todo aquello es un lío religioso interno de ellos mismos.
Ve que allí hay demasiados intereses personales.
Ve que allí hay mucho de mentira.
Contempla a aquel pobre hombre que le han traído y se da cuenta de que políticamente es un infeliz.
A lo más puede ser un iluso que ha soñado con ser rey.
Lo siente como inofensivo.
Además, la serenidad de su rostro le está diciendo que allí hay un hombre sano, sin mayores pretensiones.
Le pregunta y él calla.
Le hace saber que su vida depende de él y sigue callado.
Esto le desconcierta todavía más.
Oye hablar de la verdad y pregunta ¿qué es la verdad?
¿Qué es la verdad para quien no tiene más verdad que el poder?
¿Qué es la verdad para quien no cree en la verdad?
¿Qué es la verdad para quien no tiene interés en conocerla?
En el fondo, no parece tener malos sentimientos.
Trata de liberarlo, pero las presiones son más fuertes.
Hasta los hombres sin conciencia tienen momentos en los que su conciencia vuelve a aflorar.
Siente estar ante un inocente pero también siente su impotencia.
Es que el poder de los grandes termina siendo débil.
El poder es grande hacia fuera, pero por dentro carga demasiada debilidad.
Porque esconde el miedo.
Porque esconde la indecisión.
Porque el sillón tiene más fuerza que la cabeza.
Porque el poder pesa más que la conciencia.
Pilatos no parece malo. Pero detecta el poder.
Pilatos no parece malo. Pero perder el poder hace que sus ideas se le crucen en su cabeza.
Lo declara públicamente inocente.
Y sin embargo decide firmar la sentencia.
Lo reconoce inocente y sin embargo lo condena a la muerte.
Pilatos no es el único en la historia.
¿No llevamos cada uno un Pilatos dentro de nosotros?
Son los Sumos Sacerdotes quienes le complicaron la vida.
A él no le decía nada que un Judío se llamase Jesús o dijese que era Hijo de Dios.
Y le interesaba menos todavía si quebrantaba la ley o estaba contra la ley.
Mientras no pusiese en riesgo los intereses de Roma, el resto le resbalaba.
Fueron ellos los que le metieron en el lío de Jesús.
Fueron ellos los que lo presionaron.
Prácticamente lo pusieron contra la pared: “Estás contra el César”.
Y Pilatos ya sabía lo que significaba una acusación ante el Emperador.
Y cuando los grandes sienten que les tiembla el sillón:
Se mueren de miedo.
Se les oscurecen las ideas.
Se les paraliza la voluntad y la libertad.
Ve que todo aquello es un lío religioso interno de ellos mismos.
Ve que allí hay demasiados intereses personales.
Ve que allí hay mucho de mentira.
Contempla a aquel pobre hombre que le han traído y se da cuenta de que políticamente es un infeliz.
A lo más puede ser un iluso que ha soñado con ser rey.
Lo siente como inofensivo.
Además, la serenidad de su rostro le está diciendo que allí hay un hombre sano, sin mayores pretensiones.
Le pregunta y él calla.
Le hace saber que su vida depende de él y sigue callado.
Esto le desconcierta todavía más.
Oye hablar de la verdad y pregunta ¿qué es la verdad?
¿Qué es la verdad para quien no tiene más verdad que el poder?
¿Qué es la verdad para quien no cree en la verdad?
¿Qué es la verdad para quien no tiene interés en conocerla?
En el fondo, no parece tener malos sentimientos.
Trata de liberarlo, pero las presiones son más fuertes.
Hasta los hombres sin conciencia tienen momentos en los que su conciencia vuelve a aflorar.
Siente estar ante un inocente pero también siente su impotencia.
Es que el poder de los grandes termina siendo débil.
El poder es grande hacia fuera, pero por dentro carga demasiada debilidad.
Porque esconde el miedo.
Porque esconde la indecisión.
Porque el sillón tiene más fuerza que la cabeza.
Porque el poder pesa más que la conciencia.
Pilatos no parece malo. Pero detecta el poder.
Pilatos no parece malo. Pero perder el poder hace que sus ideas se le crucen en su cabeza.
Lo declara públicamente inocente.
Y sin embargo decide firmar la sentencia.
Lo reconoce inocente y sin embargo lo condena a la muerte.
Pilatos no es el único en la historia.
¿No llevamos cada uno un Pilatos dentro de nosotros?
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