Somos víctimas de una lluvia tan abrumadora de palabras, voces y ruidos que corremos el riesgo de perder nuestra capacidad para escuchar la voz que necesitamos oír para tener vida.
¿Cómo pueden resonar en esta sociedad las palabras de Jesús que leemos hoy en el evangelio? «Mis ovejas escuchan mi voz... y yo les doy vida eterna».
Apenas sabemos ya callarnos, estar atentos y permanecer abiertos a esa Palabra viva que está presente en lo más hondo de la vida y de nuestro ser.
Convertidos en tristes «teleadictos» nos pasamos horas y más horas sentados ante el televisor, recibiendo pasivamente imágenes, palabras, anuncios y todo cuanto nos quieran ofrecer para alimentar nuestra trivialidad.
Según estudios realizados, son mayoría los que ven de dos a tres horas diarias de televisión, lo cual significa que cuando hayan cumplido 65 años habrán estado 9 años consecutivos ante el televisor.
Envuelto en un mundo trivial, evasivo y deformante, el «teleadicto» sufre una verdadera frustración cuando carece de su alimento televisivo.
Necesita esa pequeña pantalla llena de colores, que se convierte con frecuencia, en una pantalla en sentido literal y estricto, entre el individuo y la realidad. Ya no vive desde las raíces de la misma vida. Apenas escucha ya otro mensaje sino el que recibe a través de las ondas.
El hombre contemporáneo necesita urgentemente recuperar de nuevo el silencio y la capacidad de escucha, si no quiere ver su vida y su fe ahogarse progresivamente en la trivialidad.
Necesitamos estar más atentos a la llamada de Dios, escuchar la voz de la verdad, sintonizar con lo mejor que hay en nosotros, desarrollar esa sensibilidad interior que percibe, más allá de lo visible y de lo audible, la presencia de Aquel que puede dar vida a nuestra vida.
Según K. Rahner, «el cristiano del futuro o será un místico, es decir, una persona que ha experimentado algo, o no será cristiano. Porque la espiritualidad del futuro no se apoyará ya en una convicción unánime, evidente y pública, ni en un ambiente religioso generalizado, sino en la experiencia y decisión personales».
Lo que cambia el corazón del hombre y lo convierte no son las palabras, las ideas y las razones, sino la escucha sincera de la voz de Dios.
Esa escucha sincera de Dios que transforma nuestra soledad interior en comunión vivificante y fuente de nueva vida.
¿Cómo pueden resonar en esta sociedad las palabras de Jesús que leemos hoy en el evangelio? «Mis ovejas escuchan mi voz... y yo les doy vida eterna».
Apenas sabemos ya callarnos, estar atentos y permanecer abiertos a esa Palabra viva que está presente en lo más hondo de la vida y de nuestro ser.
Convertidos en tristes «teleadictos» nos pasamos horas y más horas sentados ante el televisor, recibiendo pasivamente imágenes, palabras, anuncios y todo cuanto nos quieran ofrecer para alimentar nuestra trivialidad.
Según estudios realizados, son mayoría los que ven de dos a tres horas diarias de televisión, lo cual significa que cuando hayan cumplido 65 años habrán estado 9 años consecutivos ante el televisor.
Envuelto en un mundo trivial, evasivo y deformante, el «teleadicto» sufre una verdadera frustración cuando carece de su alimento televisivo.
Necesita esa pequeña pantalla llena de colores, que se convierte con frecuencia, en una pantalla en sentido literal y estricto, entre el individuo y la realidad. Ya no vive desde las raíces de la misma vida. Apenas escucha ya otro mensaje sino el que recibe a través de las ondas.
El hombre contemporáneo necesita urgentemente recuperar de nuevo el silencio y la capacidad de escucha, si no quiere ver su vida y su fe ahogarse progresivamente en la trivialidad.
Necesitamos estar más atentos a la llamada de Dios, escuchar la voz de la verdad, sintonizar con lo mejor que hay en nosotros, desarrollar esa sensibilidad interior que percibe, más allá de lo visible y de lo audible, la presencia de Aquel que puede dar vida a nuestra vida.
Según K. Rahner, «el cristiano del futuro o será un místico, es decir, una persona que ha experimentado algo, o no será cristiano. Porque la espiritualidad del futuro no se apoyará ya en una convicción unánime, evidente y pública, ni en un ambiente religioso generalizado, sino en la experiencia y decisión personales».
Lo que cambia el corazón del hombre y lo convierte no son las palabras, las ideas y las razones, sino la escucha sincera de la voz de Dios.
Esa escucha sincera de Dios que transforma nuestra soledad interior en comunión vivificante y fuente de nueva vida.
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