Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 10, 11-18
Jesús dijo a los fariseos:
Yo soy el buen Pastor.
El buen Pastor da su vida por las ovejas.
El asalariado, en cambio, que no es el pastor
y al que no pertenecen las ovejas,
cuando ve venir al lobo
las abandona y huye,
y el lobo las arrebata y las dispersa.
Como es asalariado,
no se preocupa por las ovejas.
Yo soy el buen Pastor:
conozco a mis ovejas,
y mis ovejas me conocen a mí
-como el Padre me conoce a mí
y Yo conozco al Padre-
y doy mi vida por las ovejas.
Tengo, además, otras ovejas
que no son de este corral
y a las que debo también conducir:
ellas oirán mi voz,
y así habrá un solo rebaño
y un solo Pastor.
El Padre me ama
porque Yo doy mi vida
para recobrarla.
Nadie me la quita,
sino que la doy por mí mismo.
Tengo el poder de darla
y de recobrarla:
éste es el mandato que recibí de mi Padre.
Ayer celebramos la Jornada Mundial de Oración por las vocaciones, siempre a la luz del Buen Pastor. San Isidoro, a quien hoy celebra la iglesia, es un ejemplo de un buen pastor que sabe que el Pastor verdadero es Uno solo. Merece la pena releer el Oficio de Lectura de hoy. ¿Qué es ser Buen Pastor? ¿Quiénes están o estamos llamados a serlo? ¿Puede identificarse exclusivamente con una vocación o un único estado de vida? La tradición y la Palabra no parecen decir eso…
El Evangelio de este día, recordando a San Isidoro (al que, por cierto, se propone como patrón de los internautas, especialmente por su obra “Etimologías”, una especie de “Google” en su tiempo), nos invita a ser los que ya somos: sal y luz. ¡Esto sí es toda una invitación vocacional! Más allá del estado de vida que has escogido, más allá de la misión que desempeñes en este momento, más allá de tus búsquedas y tus miedos (¡sí, también de tus miedos!)… Más allá está el don que todos hemos recibido y al que a todos se nos invita a responder: ser sal y luz. Una sal que sale, que no sea sosa y una luz que alumbre y no deslumbre o nos envuelva en tinieblas.
Una invitación a dejar nuestras “soserías”, tibiezas vitales, aburrimientos cotidianos… ¡Qué tristeza encontrarte con cristianos y comunidades tediosas, impasibles, inmóviles, apáticas… ¡Esa serenidad no es santa! ¡es sosa!
Y una invitación a dejar nuestros deslumbres para alumbrar allí donde estemos. ¡Qué tristeza encontrarte con cristianos y comunidades que viven para deslumbrar a otros, para “lanzar” la luz que recibimos de Dios como si fuera un hacha de guerra o un reproche continuo y permanente y no una ayuda! ¡Ese aparente ímpetu evangelizador y profético no es santo! ¡es soberbia, falta de amor al mundo y a los demás!
Sé Tú, Señor, quien das sabor a todos mis platos y recetas… Sé tú, Señor, lámpara que alumbra mis pasos. Tú, el mejor remedio ante soserías y deslumbrones…
Vuestra hermana en la fe,
Yo soy el buen Pastor.
El buen Pastor da su vida por las ovejas.
El asalariado, en cambio, que no es el pastor
y al que no pertenecen las ovejas,
cuando ve venir al lobo
las abandona y huye,
y el lobo las arrebata y las dispersa.
Como es asalariado,
no se preocupa por las ovejas.
Yo soy el buen Pastor:
conozco a mis ovejas,
y mis ovejas me conocen a mí
-como el Padre me conoce a mí
y Yo conozco al Padre-
y doy mi vida por las ovejas.
Tengo, además, otras ovejas
que no son de este corral
y a las que debo también conducir:
ellas oirán mi voz,
y así habrá un solo rebaño
y un solo Pastor.
El Padre me ama
porque Yo doy mi vida
para recobrarla.
Nadie me la quita,
sino que la doy por mí mismo.
Tengo el poder de darla
y de recobrarla:
éste es el mandato que recibí de mi Padre.
Compartiendo la Palabra
Por Rosa Ruiz, misionera claretiana.
Por Rosa Ruiz, misionera claretiana.
Ayer celebramos la Jornada Mundial de Oración por las vocaciones, siempre a la luz del Buen Pastor. San Isidoro, a quien hoy celebra la iglesia, es un ejemplo de un buen pastor que sabe que el Pastor verdadero es Uno solo. Merece la pena releer el Oficio de Lectura de hoy. ¿Qué es ser Buen Pastor? ¿Quiénes están o estamos llamados a serlo? ¿Puede identificarse exclusivamente con una vocación o un único estado de vida? La tradición y la Palabra no parecen decir eso…
El Evangelio de este día, recordando a San Isidoro (al que, por cierto, se propone como patrón de los internautas, especialmente por su obra “Etimologías”, una especie de “Google” en su tiempo), nos invita a ser los que ya somos: sal y luz. ¡Esto sí es toda una invitación vocacional! Más allá del estado de vida que has escogido, más allá de la misión que desempeñes en este momento, más allá de tus búsquedas y tus miedos (¡sí, también de tus miedos!)… Más allá está el don que todos hemos recibido y al que a todos se nos invita a responder: ser sal y luz. Una sal que sale, que no sea sosa y una luz que alumbre y no deslumbre o nos envuelva en tinieblas.
Una invitación a dejar nuestras “soserías”, tibiezas vitales, aburrimientos cotidianos… ¡Qué tristeza encontrarte con cristianos y comunidades tediosas, impasibles, inmóviles, apáticas… ¡Esa serenidad no es santa! ¡es sosa!
Y una invitación a dejar nuestros deslumbres para alumbrar allí donde estemos. ¡Qué tristeza encontrarte con cristianos y comunidades que viven para deslumbrar a otros, para “lanzar” la luz que recibimos de Dios como si fuera un hacha de guerra o un reproche continuo y permanente y no una ayuda! ¡Ese aparente ímpetu evangelizador y profético no es santo! ¡es soberbia, falta de amor al mundo y a los demás!
Sé Tú, Señor, quien das sabor a todos mis platos y recetas… Sé tú, Señor, lámpara que alumbra mis pasos. Tú, el mejor remedio ante soserías y deslumbrones…
Vuestra hermana en la fe,
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