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jueves, 22 de abril de 2010

Evangelio Misionero del Día: Viernes 23 de Abril de 2010 - TERCER SEMANA DE PASCUA


Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 6, 51-59

Jesús dijo a los judíos:
«Yo soy el pan vivo bajado del cielo.
El que coma de este pan vivirá eternamente,
y el pan que Yo daré
es mi carne para la Vida del mundo».
Los judíos discutían entre sí, diciendo: «¿Cómo este hombre puede damos a comer su carne?»
Jesús les respondió:
«Les aseguro
que si no comen la carne del Hijo del hombre
y no beben su sangre,
no tendrán Vida en ustedes.
El que come mi carne y bebe mi sangre
tiene Vida eterna,
y Yo lo resucitaré en el último día.
Porque mi carne es la verdadera comida
y mi sangre, la verdadera bebida.
El que come mi carne y bebe mi sangre
permanece en mí
y Yo en él.
Así como Yo,
que he sido enviado por el Padre que tiene Vida,
vivo por el Padre,
de la misma manera, el que me come
vivirá por mí.
Éste es el pan bajado del cielo;
no como el que comieron sus padres y murieron.
El que coma de este pan vivirá eternamente».

Jesús enseñaba todo esto en la sinagoga de Cafarnaúm.


COMPARTIENDO LA PALABRA
POR CELAM - CEBIPAL

Pan de Vida (VII):
Vivir en, con, por y de Jesús
Juan 6, 52-59
“El que come mi carne y bebe mi sangre,
tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día”.


Demos una mirada panorámica

Cuando uno trata de determinar el hilo conductor del discurso de Jesús en este capítulo, se encuentra con serias dificultades, ya que hay muchas repeticiones y temas que se sobreponen. Pero en medio de todo hay un orden de ideas. Lo cierto es que se necesita una lectura amorosa y paciente para que salga a flote su sentido más profundo.

La catequesis sobre el “Pan de Vida” nos coloca ante una cascada de sentimientos, de imágenes, de afirmaciones cristológicas que hay que (1) saborear una por una, para luego (2) hacer la síntesis en el corazón. El capítulo 6 de Juan está construido de tal manera que nos involucra en la conversación que lo atraviesa del comienzo al fin, provocando también en nosotros un coloquio serio y profundo con Jesús. Este es un pasaje en el que el paso a la meditación y a la oración es casi inmediato.

En la lectio de este capítulo no solo cuenta la captación mental de los temas sino también el movimiento del corazón. En esto juegan un papel importante las preguntas, hábilmente dispuestas a lo largo de él.

Las partes del capítulo están conectadas por siete preguntas y dos afirmaciones fuertes que articulan una confesión de fe:

(1) Primera pregunta: “¿Rabí, cuándo has llegado aquí?” (6,25). Una pregunta casi banal, circunstancial: la gente se extraña de encontrar a Jesús en Cafarnaum, mientras creían que estaba al otro lado del lago (no saben que ha caminado sobre las aguas). Ésta conecta la multiplicación de los panes con el comienzo de la catequesis en la sinagoga de Cafarnaum.

(2) Segunda pregunta: “¿Qué hemos de hacer para obrar las obras de Dios?” (6,28). Notemos cómo se va subiendo el tono de la conversación y se inicia una búsqueda profunda. Se indaga por el cómo vivir en sintonía con la voluntad de Dios.

(3) Tercera pregunta: “¿Qué señal haces para que viéndola creamos en ti? ¿Qué obra realizas?” (6,30). De repente de la conversación pacífica se pasa a la polémica: se le pone un desafío al Maestro que lo lleva a hacer su propuesta claramente.

Llegando a este punto, se hace una pausa para expresar la apertura de la fe: “Señor, danos siempre de ese pan” (6,34). Una petición que se parece a la de la samaritana cuando pidió el agua viva (ver 4,15). El auditorio ya ha sido puesto en la ruta correcta para comprender a Jesús, pero la revelación más importante no ha sido dada.

(4) Cuarta pregunta: “¿No es éste Jesús, el hijo de José, cuyo padre y madre conocemos? ¿Cómo puede decir ahora ‘he bajado del cielo’?” (6,42). Ante la revelación sobre el origen de su vida y de su obra, comienzan una serie de preguntas contestatarias, calificadas por el evangelista de “murmuraciones” (término técnico de la Biblia para expresar las resistencias para creer).

(5) Quinta pregunta: “¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?” (6,52). Jesús es malinterpretado, lo cual da pie para su máxima revelación. Se llega así al corazón del misterio.

(6) Sexta pregunta: “Es duro este lenguaje, ¿Quién puede escucharlo?” (6,60). El discurso acaba de terminar. Ahora asoman su rostro en el relato los discípulos. Ellos expresan su resistencia para seguir siendo discípulos y vivir a fondo la propuesta del Maestro. Sale a flote la dificultad del seguimiento.

(7) Séptima pregunta: “Señor, ¿dónde quién vamos a ir?” (6,68ª). El verdadero discípulo es que “cree”, el que sigue a Jesús por el camino revelado por Él. Al final, un grupo de discípulos presidido por Pedro da el salto de la fe. Se le hace eco al punto de partida de todo este capítulo, la pregunta que salió de la boca de Jesús: de dónde sale el pan que alimenta a la humanidad (ver 6,5).

Y así llegamos al punto final, que es la confesión de fe propia del que se hace discípulo: “Tú tienes palabra de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios” (6,68b-69).

Lo fundamental de la quinta pregunta (6,52-59)

Como dijimos, en la quinta pregunta se llega al corazón del misterio. La Palabra (=Verbo) se hace carne y la carne se ofrece como el pan, y es así como Dios actúa desde el cielo para vivificar el mundo.

En la Eucaristía se encuentra el doble movimiento: (1) el de la oblación sacrificial de Jesús que va camino hacia el Padre y en esa entrega pone al hombre en la dirección de la comunión de vida (eterna) con Dios; y (2) el don del Padre que, por medio de su hijo, ofrece lo que le es más querido para salvar al mundo (“para que tengan vida”).

Frente a esta “revelación” cuenta mucho la respuesta activa del hombre. De ahí la insistencia en el pasaje de hoy en los verbos “comer” y “beber”: se requiere “comulgarla”.

¿Cómo entender esta “comunión”, este “comer su carne”? De hecho el texto de hoy parte de esa pregunta (6,52). A lo cual Jesús responde con siete afirmaciones en las cuales recalca siempre la misma idea (sugerimos observarlas bien en el texto). La síntesis de todas ellas es esta idea central que estructuramos así: (1) Jesús es el verdadero pan, el pan que da la vida, la vida eterna. (2) Pero el pan tiene que ser comido. (3) Comerlo significa no solamente asimilarlo como palabra y como ejemplo, sino como víctima ofrecida en sacrificio, con la cual hay que entrar en una misteriosa comunión.

Es así como en la Eucaristía nos unimos al camino que Jesús hizo pasando por la muerte. Fue por este camino que el “Verbo hecho Carne” nos compartió su misma vida: nos dio vida dándonos su propia vida.

La comunión en Pascua tiene un valor muy especial: es una apropiación de la vida del Resucitado para vivir el estilo de vida del Crucificado quien amó al mundo dándose completamente a sí mismo.


Para cultivar la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón:

1. ¿Cómo ilumina este pasaje mi comprensión y vivencia del sacramento de la Eucaristía?

2. ¿Cómo se entra en comunión con la vida de Jesús?

3. ¿Qué implica para la praxis diaria de un discípulo de Jesús la comunión con el Crucificado-Resucitado?


“Aquesta eterna fonte está escondida
en este vivo pan por darnos vida,
aunque es de noche”
(San Juan de la Cruz)

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