Por Fray Marcos
VIGILIA
Aunque son relativamente pocos los cristianos que acuden a celebrar la Vigilia Pascual, debemos tomar conciencia de que se trata de la liturgia más importante de todo el año.
Celebramos la VIDA que en la experiencia pascual descubrieron los discípulos en su maestro Jesús. Los símbolos centrales de la celebración son el fuego y el agua, porque son los dos elementos imprescindibles para que pueda surgir la vida biológica. La vida biológica es el mejor símbolo que nos puede ayudar a entender lo que es la Vida trascendente.
Las realidades trascendentes no pueden percibirse por los sentidos, por eso tenemos que hacerlas presentes por medio de signos que provoquen en nosotros la presencia de una realidad que ni se trae ni se lleva, ni se crea ni se destruye, sino que está siempre ahí.
El recordar y renovar nuestro bautismo, apunta en la misma dirección. Jesús dijo a Nicodemo que había que nacer de nuevo del agua y del Espíritu. Este mensaje es pieza clave para descubrir de qué Vida estamos hablando.
En el prólogo del evangelio de Juan dice: “En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres”. Estamos recordando esa Vida y esa luz en la humanidad de Jesús. Al desplegar durante su vida terrena la misma Vida de Dios que le atravesaba, nos abrió el camino de la plenitud a la que todos podemos acceder.
Lo que estamos celebrando esta noche, es la llegada de Jesús a esa meta. Jesús, como hombre, alcanzó la plenitud de Vida. Posee la Vida definitiva que es la Vida de Dios. Esa vida ya no puede perderse porque es eterna.
Podemos seguir empleando el término “resurrección”, pero debemos evitar el aplicarla inconscientemente a la vida biológica y sicológica, porque es lo que nosotros podemos sentir, es decir descubrir por los sentidos. Pero lo que hay de Dios en Jesús no se puede descubrir mirando, oyendo o palpando. Ni vivo ni muerto ni resucitado, puede nadie descubrir su divinidad.
Tampoco puede ser el resultado de alguna demostración lógica. Lo divino no cae dentro del objeto de nuestra razón. A la convicción de que Jesús está vivo, no se puede llegar por razonamientos. Lo divino que hay en Jesús, y por lo tanto su resurrección, sólo puede ser objeto de fe.
Para los apóstoles como para nosotros se trata de una experiencia interior. A través del convencimiento de que Jesús les está dando VIDA, descubren que tiene que estar él VIVO. Lo mismo nosotros, sólo a través de la vivencia personal podemos comprender la resurrección.
Creer en la resurrección exige haber pasado de la muerte a la vida. Por eso tiene en esta vigilia tanta importancia el recuerdo de nuestro bautismo. Cristiano es el que está constantemente muriendo y resucitan¬do. Muriendo a lo terreno y caduco, al egoísmo, y naciendo a la verdadera Vida, la divina.
Tenemos del bautismo una concepción estática que nos impide vivirlo. Creemos que hemos sido bautizados un día a una hora determinada y que allí se realizó un milagro que permanece por sí mismo. Para descubrir el error, hay que tomar conciencia de lo que es un sacramento.
Todos los sacramentos están constituidos por dos realidades: un signo y una realidad significada. El signo es lo que podemos ver, oír, tocar. La realidad significada ni se ve ni se oye ni se palpa, pero está ahí siempre porque depende de Dios que está fuera del tiempo.
En el bautismo, la realidad significada es esa Vida divina que “significamos” para hacerla presente y vivirla. En tal día a tal hora, han hecho el signo sobre mí, pero el alcanzar y vivir lo significado, es tarea de toda la vida. Todos los días tengo que estar haciendo mía esa Vida. Y el único camino para hacer mía la Vida de Dios que es AMOR, es superando el ego-ísmo, es decir, amando.
DOMINGO DE PASCUA
En este día de Pascua, debemos recordar aquellas palabras de Pablo: "Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe, somos los más desgraciados de todos los hombres." Aunque hay que hacer una pequeña aclaración. La formulación condicional (si) nos puede despistar y entender que Jesús podía resucitar o no resucitar, lo cual no tiene sentido porque Jesús había alcanzado la VIDA antes de morir. Y él fue consciente de ello.
Lo primero que debemos tener en cuenta es que estamos celebrando hechos teológicos, no históricos ni científicos. Todavía la muerte de Jesús fue un acontecimiento histórico, pero la resurrec¬ción no es constatable porque se realiza en otro plano fuera de la historia. Esto no quiere decir que no ha resucitado, quiere decir que para llegar a la resurrección hay que ir por otro camino.
Nadie pudo ver, ni demostrar con ninguna clase de argumentos la resurrección de Jesús. No es un acontecimiento que se pueda constatar por los sentidos ni comprender por la razón. Esta es una de las claves para salir del callejón sin salida en que nos encontramos por haber interpretado los textos de una manera literal.
Cuando hablamos en un contexto religioso, de muerte y resurrección, o de muerte y vida, estas palabras tienen un sentido analógico. No estamos hablando de la muerte ni de la vida biológica. La muerte y la vida física no son objetos de teología, sino de ciencia. La teología habla de otra realidad que no puede ser metida en conceptos.
En ningún caso debemos entender la resurrección como la animación de un cadáver. Esta interpretación ha sido posible gracias a la antropología griega (alma – cuerpo), que no tiene nada que ver con lo que entendían los judíos por “ser humano”.
Por otra parte, la reanimación de un cadáver, da por supuesto que los despojos del fallecido mantienen una relación especial con el ser que estuvo vivo. La realidad es que la muerte devuelve al cuerpo al universo de la materia de una manera irreversible. La posibilidad de reanimación de un cadáver, es la misma que existe de hacer un ser humano partiendo de los elementos moleculares dispersos en la naturaleza, lo cual no tiene ningún sentido ni para los hombres ni para Dios.
¿Qué pasó en Jesús después de su muerte? Nada. Absolutamente nada. La trayectoria histórica de Jesús termina en el instante de su muerte. En ese momento pasa a otro plano en el que el tiempo no transcurre. En ese plano no puede “suceder” nada. En los apóstoles sí sucedió algo muy importante.
Ellos no habían comprendido nada de lo que era Jesús, porque estaban en su falso yo, pegados a lo terreno y esperando una salvación que potenciara su ser contingente. Sólo después de la muerte del Maestro, llegaron a la experiencia pascual. Descubrieron, no por razonamientos, sino por vivencia que Jesús seguía vivo y que les comunicaba Vida. Eso es lo que intentaron comunicar a los demás utilizando el lenguaje humano al uso que es siempre insuficiente para expresar lo trascendente.
Todos estaríamos encantados de que se nos comunicara esa Vida, la misma Vida de Dios. El problema consiste en que no puede haber Vida, si antes no hay muerte. Es esa exigencia de muerte lo que no estamos dispuestos a aceptar. “Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo, pero si muere, da mucho fruto”.
Esa exigencia de ir más allá de lo biológico, es la que nos hace quedarnos a años luz del mensaje de esta fiesta de Pascua; porque no estamos dispuestos a dar más valor a la Vida que a la vida.
Pero no debo quedarme en la resurrección de Jesús. Debo descubrir que yo estoy llamado a esa misma Vida.
A la Samaritana le dice Jesús: El que beba de esta agua nunca más tendrá sed; el agua que yo le daré se convertirá en un surtidor que salta hasta la Vida eterna.
A Nicodemo le dice: Hay que nacer de nuevo; lo que nace de la carne es carne, lo que nace del espíritu es Espíritu. El Padre vive y yo vivo por el Padre, del mismo modo el que me coma, (el que me asimile), vivirá por mí. Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí aunque haya muerto vivirá, y todo el que vive y cree en mí no morirá para siempre.
¿Creemos esto? Entonces, ¿qué nos importa todo lo demás?
Jesús, antes de morir, había conseguido, como hombre, la plenitud de Vida en Dios, porque había muerto a todo lo terreno, a su egoísmo, y se había entregado por entero a los demás, después de haber descubierto que esa era la meta de todo ser humano, que ese era el camino para llegar a hacer presente lo divino. Eso era posible, porque había experimentado a Dios como Don absoluto y total.
Una vez que se llega a la meta, es inútil seguir preocupándose del vehículo que hemos utilizado para avanzarla. Todo el esfuerzo de Jesús consistió en hacer ver a sus seguidores esas mismas posibilidades de Vida.
Aunque son relativamente pocos los cristianos que acuden a celebrar la Vigilia Pascual, debemos tomar conciencia de que se trata de la liturgia más importante de todo el año.
Celebramos la VIDA que en la experiencia pascual descubrieron los discípulos en su maestro Jesús. Los símbolos centrales de la celebración son el fuego y el agua, porque son los dos elementos imprescindibles para que pueda surgir la vida biológica. La vida biológica es el mejor símbolo que nos puede ayudar a entender lo que es la Vida trascendente.
Las realidades trascendentes no pueden percibirse por los sentidos, por eso tenemos que hacerlas presentes por medio de signos que provoquen en nosotros la presencia de una realidad que ni se trae ni se lleva, ni se crea ni se destruye, sino que está siempre ahí.
El recordar y renovar nuestro bautismo, apunta en la misma dirección. Jesús dijo a Nicodemo que había que nacer de nuevo del agua y del Espíritu. Este mensaje es pieza clave para descubrir de qué Vida estamos hablando.
En el prólogo del evangelio de Juan dice: “En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres”. Estamos recordando esa Vida y esa luz en la humanidad de Jesús. Al desplegar durante su vida terrena la misma Vida de Dios que le atravesaba, nos abrió el camino de la plenitud a la que todos podemos acceder.
Lo que estamos celebrando esta noche, es la llegada de Jesús a esa meta. Jesús, como hombre, alcanzó la plenitud de Vida. Posee la Vida definitiva que es la Vida de Dios. Esa vida ya no puede perderse porque es eterna.
Podemos seguir empleando el término “resurrección”, pero debemos evitar el aplicarla inconscientemente a la vida biológica y sicológica, porque es lo que nosotros podemos sentir, es decir descubrir por los sentidos. Pero lo que hay de Dios en Jesús no se puede descubrir mirando, oyendo o palpando. Ni vivo ni muerto ni resucitado, puede nadie descubrir su divinidad.
Tampoco puede ser el resultado de alguna demostración lógica. Lo divino no cae dentro del objeto de nuestra razón. A la convicción de que Jesús está vivo, no se puede llegar por razonamientos. Lo divino que hay en Jesús, y por lo tanto su resurrección, sólo puede ser objeto de fe.
Para los apóstoles como para nosotros se trata de una experiencia interior. A través del convencimiento de que Jesús les está dando VIDA, descubren que tiene que estar él VIVO. Lo mismo nosotros, sólo a través de la vivencia personal podemos comprender la resurrección.
Creer en la resurrección exige haber pasado de la muerte a la vida. Por eso tiene en esta vigilia tanta importancia el recuerdo de nuestro bautismo. Cristiano es el que está constantemente muriendo y resucitan¬do. Muriendo a lo terreno y caduco, al egoísmo, y naciendo a la verdadera Vida, la divina.
Tenemos del bautismo una concepción estática que nos impide vivirlo. Creemos que hemos sido bautizados un día a una hora determinada y que allí se realizó un milagro que permanece por sí mismo. Para descubrir el error, hay que tomar conciencia de lo que es un sacramento.
Todos los sacramentos están constituidos por dos realidades: un signo y una realidad significada. El signo es lo que podemos ver, oír, tocar. La realidad significada ni se ve ni se oye ni se palpa, pero está ahí siempre porque depende de Dios que está fuera del tiempo.
En el bautismo, la realidad significada es esa Vida divina que “significamos” para hacerla presente y vivirla. En tal día a tal hora, han hecho el signo sobre mí, pero el alcanzar y vivir lo significado, es tarea de toda la vida. Todos los días tengo que estar haciendo mía esa Vida. Y el único camino para hacer mía la Vida de Dios que es AMOR, es superando el ego-ísmo, es decir, amando.
DOMINGO DE PASCUA
En este día de Pascua, debemos recordar aquellas palabras de Pablo: "Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe, somos los más desgraciados de todos los hombres." Aunque hay que hacer una pequeña aclaración. La formulación condicional (si) nos puede despistar y entender que Jesús podía resucitar o no resucitar, lo cual no tiene sentido porque Jesús había alcanzado la VIDA antes de morir. Y él fue consciente de ello.
Lo primero que debemos tener en cuenta es que estamos celebrando hechos teológicos, no históricos ni científicos. Todavía la muerte de Jesús fue un acontecimiento histórico, pero la resurrec¬ción no es constatable porque se realiza en otro plano fuera de la historia. Esto no quiere decir que no ha resucitado, quiere decir que para llegar a la resurrección hay que ir por otro camino.
Nadie pudo ver, ni demostrar con ninguna clase de argumentos la resurrección de Jesús. No es un acontecimiento que se pueda constatar por los sentidos ni comprender por la razón. Esta es una de las claves para salir del callejón sin salida en que nos encontramos por haber interpretado los textos de una manera literal.
Cuando hablamos en un contexto religioso, de muerte y resurrección, o de muerte y vida, estas palabras tienen un sentido analógico. No estamos hablando de la muerte ni de la vida biológica. La muerte y la vida física no son objetos de teología, sino de ciencia. La teología habla de otra realidad que no puede ser metida en conceptos.
En ningún caso debemos entender la resurrección como la animación de un cadáver. Esta interpretación ha sido posible gracias a la antropología griega (alma – cuerpo), que no tiene nada que ver con lo que entendían los judíos por “ser humano”.
Por otra parte, la reanimación de un cadáver, da por supuesto que los despojos del fallecido mantienen una relación especial con el ser que estuvo vivo. La realidad es que la muerte devuelve al cuerpo al universo de la materia de una manera irreversible. La posibilidad de reanimación de un cadáver, es la misma que existe de hacer un ser humano partiendo de los elementos moleculares dispersos en la naturaleza, lo cual no tiene ningún sentido ni para los hombres ni para Dios.
¿Qué pasó en Jesús después de su muerte? Nada. Absolutamente nada. La trayectoria histórica de Jesús termina en el instante de su muerte. En ese momento pasa a otro plano en el que el tiempo no transcurre. En ese plano no puede “suceder” nada. En los apóstoles sí sucedió algo muy importante.
Ellos no habían comprendido nada de lo que era Jesús, porque estaban en su falso yo, pegados a lo terreno y esperando una salvación que potenciara su ser contingente. Sólo después de la muerte del Maestro, llegaron a la experiencia pascual. Descubrieron, no por razonamientos, sino por vivencia que Jesús seguía vivo y que les comunicaba Vida. Eso es lo que intentaron comunicar a los demás utilizando el lenguaje humano al uso que es siempre insuficiente para expresar lo trascendente.
Todos estaríamos encantados de que se nos comunicara esa Vida, la misma Vida de Dios. El problema consiste en que no puede haber Vida, si antes no hay muerte. Es esa exigencia de muerte lo que no estamos dispuestos a aceptar. “Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo, pero si muere, da mucho fruto”.
Esa exigencia de ir más allá de lo biológico, es la que nos hace quedarnos a años luz del mensaje de esta fiesta de Pascua; porque no estamos dispuestos a dar más valor a la Vida que a la vida.
Pero no debo quedarme en la resurrección de Jesús. Debo descubrir que yo estoy llamado a esa misma Vida.
A la Samaritana le dice Jesús: El que beba de esta agua nunca más tendrá sed; el agua que yo le daré se convertirá en un surtidor que salta hasta la Vida eterna.
A Nicodemo le dice: Hay que nacer de nuevo; lo que nace de la carne es carne, lo que nace del espíritu es Espíritu. El Padre vive y yo vivo por el Padre, del mismo modo el que me coma, (el que me asimile), vivirá por mí. Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí aunque haya muerto vivirá, y todo el que vive y cree en mí no morirá para siempre.
¿Creemos esto? Entonces, ¿qué nos importa todo lo demás?
Jesús, antes de morir, había conseguido, como hombre, la plenitud de Vida en Dios, porque había muerto a todo lo terreno, a su egoísmo, y se había entregado por entero a los demás, después de haber descubierto que esa era la meta de todo ser humano, que ese era el camino para llegar a hacer presente lo divino. Eso era posible, porque había experimentado a Dios como Don absoluto y total.
Una vez que se llega a la meta, es inútil seguir preocupándose del vehículo que hemos utilizado para avanzarla. Todo el esfuerzo de Jesús consistió en hacer ver a sus seguidores esas mismas posibilidades de Vida.
Meditación-contemplación
Yo soy la resurrección y la vida.
No hay Vida sin resurrección y tampoco resurrección sin Vida.
En la medida que haga mía la Vida,
estoy garantizando la resurrección.
..................
No te preocupes de lo que va a ser de ti en el más allá.
Además de ser inútil, te llevará a una total desazón.
Lo importante es nacer de nuevo y vivir ya ahora, esa nueva VIDA.
Todo lo demás ni está en tus manos ni debe importarte.
...................
Deja que la VIDA que ya está en ti, se haga realidad.
Deja que todo tu ser quede empapado de ella.
Deja que Dios Espíritu (fuerza) sea el núcleo de tu ser.
Entonces podrás decir como Jesús:
Yo y el Padre somos “ya” uno.
Yo soy la resurrección y la vida.
No hay Vida sin resurrección y tampoco resurrección sin Vida.
En la medida que haga mía la Vida,
estoy garantizando la resurrección.
..................
No te preocupes de lo que va a ser de ti en el más allá.
Además de ser inútil, te llevará a una total desazón.
Lo importante es nacer de nuevo y vivir ya ahora, esa nueva VIDA.
Todo lo demás ni está en tus manos ni debe importarte.
...................
Deja que la VIDA que ya está en ti, se haga realidad.
Deja que todo tu ser quede empapado de ella.
Deja que Dios Espíritu (fuerza) sea el núcleo de tu ser.
Entonces podrás decir como Jesús:
Yo y el Padre somos “ya” uno.
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