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sábado, 17 de abril de 2010

¿Me amas?: III Domingo de Pascua (Juan 21,1-19)


Por Francesc Pardo i Artigas
Obispo de Girona

Pregunta muy importante la que Jesús nos formula a cada uno de nosotros, muy parecida a la que planteó a san Pedro, después de la resurrección, en la ribera del lago de Galilea. Algunos discípulos habían vuelto a su trabajo anterior a la experiencia con Jesús, y tras una noche sin éxito, al regresar a la orilla, alguien les indica que vuelvan a calar las redes. Así lo hacen y las sacan colmadas de pescado. En aquel momento Juan le dice a Pedro que se trata de Jesús. Y al saberlo, se lanza al agua para alcanzar al Maestro. Mientras, el Señor ya había dispuesto unas brasas para cocer el pescado, tostar el pan y preparar el desayuno.

Más tarde, Jesús inicia un diálogo íntimo con Simón Pedro, a quien había designado como roca, responsable de los demás discípulos, aquel que durante el juicio ante el tribunal del Sanedrín, le había negado hasta tres veces. Y, también en tres ocasiones, Jesús le pregunta: “Pedro, ¿me amas?”. Pedro, compungido y recordando sus tres negaciones, responde otras tantas veces: “¡Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero!”. Seguidamente y de nuevo, le confía que pastoree sus ovejas.

¿Me amas? Es la pregunta fundamental que Jesús formula a sus discípulos de todos los tiempos.

Nuestra respuesta, la de cada uno personalmente, ha de darse desde la libertad y responsabilidad, pero no puede ser otra que manifestar nuestro amor, nuestra adhesión, también personal, a Jesucristo. Este vínculo de amor es personal, y a cada cual le corresponde recorrer su propio camino y afrontar su propia responsabilidad.

Seguro que en el momento de responder “Tu sabes que te quiero” pensaremos en les agujeros negros de nuestra vida. Si somos sinceros, sabemos que son muchas la ocasiones en las que le hemos negado de palabra, obra u omisión, no haciendo lo que debíamos, como Pedro. Pero él nos enseña que es a partir de estos agujeros negros o negaciones, que es aceptando el camino de Jesús, el camino de salvación por amor y no a la fuerza, que también sinceramente le podemos manifestar nuestro amor.

Sí, nuestro amor. Con frecuencia hemos subrayado tanto la dimensión razonable de la fe, que alcanzamos a creer desde la cabeza y no desde el corazón. Y cuando amamos, lo hacemos con todas nuestras capacidades. ¿Somos capaces de expresar nuestro amor a Jesús? ¿Y de manifestarlo con frecuencia?

Pero, al mismo tiempo, el amor verdadero debe traducirse en obras, en una forma de vida, en unas actitudes. El amor es exigente.

Al mismo tiempo, el servicio de Pedro y los apóstoles, y el de sus sucesores, Papa, obispos, presbíteros colaboradores, tiene ciertamente su fundamento en una llamada, ante la cual la primera y más importante respuesta también es: “Tu sabes que te quiero”.

Ahora bien, la cuestión radica en hacer cuanto esté a nuestro alcance para que todos, cada uno, en el ahora y aquí de sus respectivas vidas, sea cual sea su edad, puedan escuchar la pregunta de JESÚS, y que haya alguien que enseñe a responderla. Será muy difícil escuchar la pregunta y dar la respuesta al margen del grupo de discípulos, al margen de la Iglesia, de las parroquias. Y, al mismo tiempo, será difícil responder, si quienes nos son más próximos no nos ayudar a afinar el oído y presentar a quien hoy también formula la pregunta, el Señor Jesús. Sin este testimonio no llega la pregunta, ni es posible la respuesta.

¡Hoy, somos nosotros los testigos!

¡Así debemos vivir y así ayudaremos a vivir la Pascua!

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