Por Juan Masiá Clavel sj
Jesuita, Profesor de Ética en la Universidad Sophia (Tokyo) desde 1970, ex-Director de la Cátedra de Bioética de la Universidad Pontificia Comillas, Asesor de la Asociación de Médicos Católicos de Japón, Consejero de la Asociación de Bioética de Japón, Investigador del Centro de Estudios sobre la Paz de la Sección japonesa de la Conferencia Mundial de Religiones por la Paz (WCRP), Colaborador del Centro Social “Pedro Claver”, de la Compañía de Jesús en Tokyo.
Parte Segunda
1. Moral creyente:iluminada y motivada por valores evangélicos
2. Moral en situación: aleccionada por la experiencia humana
3. Moral comunitaria: ayudada por el diálogo en la sociedad y en la iglesia.
4. Moral razonable: orientada por la reflexión sobre criterios, normas y principios.
5. Moral personal: capaz de decidir responsablemente desde la conciencia
6. Moral reconciliadora: capaz de asumir logros y fallos
Durante la década siguiente al Concilio Vaticano II se renovó la teología moral en una línea felizmente prolongada y enriquecida hasta nuestros días. Pero en aquella primera década aún se cernía demasiado sobre ella la sombra de las tendencias preconciliares. Se percibía, en el modo de hablar y escribir de los teólogos favorables a la revisión de la moral, una preocupación un tanto obsesiva por contraponerse a la moral de los ultimos tres siglos.
El Concilio Vaticano II dio un impulso renovador a la teología moral católica, trazando la orientación fundamental para repensarla. Partiendo de esa base, los teólogos católicos han venido revisando la moral durante las últimas décadas. Han seguido básicamente la doble recomendación del Concilio: arraigo tradicional y respuesta a los retos actuales de cara al mañana. No bastaba con un simple arreglo cosmético de los manuales usados hasta ahora. Había que incorporar los resultados de la exégesis y los estudios históricos. Había que dialogar con las ciencias sociales y las ciencias de la vida. Había que rearticular la síntesis de lo bíblico y lo antropológico. Al acometer esta obra de renovación, que algunos han llamado atinadamente de "re-fundación", no han sido pocas las dificultades encontradas.
A lo largo de las dos últimas décadas se ha consolidado la reforma de la moral en el ámbito académico de la teología, pero se han reafirmado también los brotes de la reacción anticonciliar desde diversos ángulos del entorno eclesiástico. Si en la década anterior los teólogos eran muy sensibles a la confrontación con la "sombra preconciliar", a medida que avanzaban las dos décadas siguientes se hicieron cada vez más sensibles a la "sombra anticonciliar". Actualmente vivimos una situación histórica que nos exige no polarizarnos en ninguna de esas dos sombras. Ahora, en el siglo XXI, está llegando el momento de dejar de pensar, hablar y escribir en contraste continuo con lo preconciliar de ayer o en confrontación incesante con lo anticonciliar de hoy. Hay que dejar de "pensar-contra" lo de antes o "pensar-contra" lo que pervive de lo de antes. Ha llegado el momento de repensar la moral desde hoy de cara al mañana.
En esta línea positiva y esperanzadora se orientan las reflexiones sobre el presente y futuro de la ética teológica por parte de autores como Häring, Fuchs, Mc Cormick, Mafgafrita farley, Lisa Cahill, M. Vidal, Keenan, Mahoney, etc., por no citar más que unos pocos ejemplos. Coinciden todos ellos en señalar la importancia, para el futuro de la moral, de las tareas que voy a resumir a continuación. Estas tareas no son totalmente nuevas. Las ha confrontado, de una u otra manera, la moral teológica a lo largo de su historia; pero aquí me fijo particularmente en algunas características que parecen especialmente urgentes de cara a los próximos años.
1. Moral creyente: iluminada y motivada por valores evangélicos
Resulta demasiado evidente que la moral cristiana ha de estar en relación con la fe, de la que brota como consecuencia. Igualmente obvio es aludir a la base bíblica y evangélica de esa fe y esa moral. La moral cristiana será siempre una moral de creyentes, centrada en el Evangelio. Lo que ya no es tan obvio, haciendo que se dividan las opiniones entre los mismos creyentes, es el modo de entender la normatividad de la fe y de los criterios evangélicos. Por eso, al hablar de moral creyente, he querido subtitular expresamente así: "orientada e iluminada por valores evangélicos". No es lo mismo recibir del Evangelio orientación y motivación, luz y fuerza, que obtener automáticamente soluciones y respuestas prefabricadas.
Las preguntas para plantear la tarea de la moral del mañana como moral creyente se podrían formular así: ¿Cómo hacer que la teología moral católica brote de actitudes evangélicas y se apoye en una fundamentación bíblica? ¿Cómo elaborar la reflexión teológica moral de tal manera que resalte su arraigo evangélico, es decir, que las actitudes morales sean consecuencia de la fe ?
Nadie pondrá en duda que el mensaje de Jesús, su predicación de las Bienaventuranzas en el sermón del Monte y su anuncio del Reino de Dios, invitándonos a esperarlo y a construirlo, está en la base de la moral cristiana de ayer y, ciertamente, lo seguirá estando en la de mañana. Pero la interpretación y reinterpretación del mensaje bíblico está sujeta, por lo menos, a dos variables: la mayor comprensión exegética de los textos y las nuevas situaciones históricas en que se los lee. En las últimas décadas, el desarrollo de la hermenéutica bíblica ha influido notablemente en la teología moral. Pero sigue siendo cuestionable el modo de integrar los estudios bíblicos y las reflexiones teológicas sobre moral, así como el modo de conectar en la práctica la moral cristiana con actitudes evangélicas.
El Concilio Vaticano II dijo, en la Optatam totius n. 16, que convenía renovar la teología moral teniendo mucho más en cuenta la Sagrada Escritura. En respuesta a esta llamada, aumentó el influjo de la Biblia en los estudios de teología moral posteriores al Concilio, contrastando con su ausencia o escasez en épocas anteriores. Es cierto, sin embargo, que este cambio venía preparado desde mucho antes por estudios como los de Gilleman, Tillmann, L’Hour, Schnackenburg y otros.
En los años siguientes al Concilio se comenzó a incorporar mucho más la Biblia en los libros de moral; pero esto no significó siempre una integración de Biblia y Teología moral. A veces, se trataba simplemente de añadir citas o de yuxtaponerlas sin suficiente integración. Si nos fijamos en los manuales de teología moral, vemos que se ha dado un cambio: se ha pasado de no manejar la Biblia, o utilizarla de un modo forzado, a citarla más y mejor, buscando en ella luz para enfocar los problemas morales, insistiendo más en invitaciones y aspiraciones que en meras obligaciones y deberes.
Esta línea tendrá que seguir siendo prolongada por los teólogos morales del futuro, que buscarán en la Palabra de Dios inspiración, luz y fuerza para formar comunidades creyentes que vivan de acuerdo con ella. Por su parte, los exegetas seguirán descubriendo las repercusiones morales de algunos temas bíblicos aún insuficientemente aprovechados. La moral, repensada en contacto con la Palabra de Dios, estará cada vez más animada por la fe. Al colocar de nuevo a la moral en su debido sitio dentro de la teología, tendrá cada vez más sentido hablar de ética o moral teológica que de teología moral. Este giro en el nombre de la disciplina, que ya ha comenzado a darse por autores pioneros, es significativo. Tiene, además, que ver con el carácter ecuménico de la moral teológica, ya que en otras confesiones cristianas era corriente el nombre de ética cristiana o ética teológica.
Al decir que el Evangelio nos proporciona orientaciones y motivaciones, pensamos en la metáfora de un faro que señala el camino y nos anima a dirigirnos al puerto, pero no nos ahorra el esfuerzo de remar por propia cuenta. Otra metáfora apropiada sería la de las raíces. Sería adecuado hablar de "arraigo evangélico" de la moral, en vez de hablar solamente, en abstracto, de fundamentación evangélica. Encontramos en la bibliografía reciente de moral cristiana obras que tratan del "mensaje moral del Evangelio" o de "la moralidad según el Nuevo Testamento" y otros títulos semejantes. Pero aquí, con la metáfora de las raíces, quisiera poner el acento en un tratamiento de los problemas morales inspirado básicamente en el Nuevo Testamento, aunque no siempre formulado, razonado o resuelto en sus páginas. El Evangelio proporciona orígenes y raíces a las actitudes morales cristianas. Lo cuál es distinto de dar soluciones ya hechas y programadas.
Pero para redescubrir y hacer fructificar el arraigo evangélico de la moral, necesitaremos unos métodos de lectura bíblica como los propuestos por el documento sobre la lectura de la Biblia en la Iglesia.1 En una lectura así, la Biblia no dará respuestas prefabricadas para los problemas morales. Tampoco se excluirá el encontrar apoyo en las actitudes bíblicas para tratar problemas que en aquel tiempo no existían. Entre la Biblia y la situación o problemas actuales se situará el lector creyente. Este, influido por orientaciones bíblicas, se pondrá, junto con otras personas -creyentes o no creyentes- a buscar para los problemas de hoy las soluciones que aún no están dadas de antemano. Cristianos y no cristianos pueden estar de acuerdo en muchas cuestiones de moralidad, lo que no obsta para que el cristiano encuentre un refuerzo a sus actitudes morales en motivaciones de inspiración bíblica: su fe le ahonda la fundamentación de una moral, en la que puede coincidir en muchos de sus aspectos con los no cristianos.
Al alimentarse bíblicamente la moral, se capacitará cada vez más para proporcionar visión y sentido de la vida; recuperará así su papel de predicar la esperanza, en vez de obsesionarse con la reprensión de la inmoralidad. Cuanto más se configure la moral según este patrón evangélico, menos se empeñará en extraer de la Biblia una síntesis única que podría llamarse, por ejemplo, la "moral del Nuevo Testamento". Más bien se reconocerá que hay un pluralismo moral en la Biblia, en el Nuevo Testamento, histórica y culturalmente condicionado. Al tratar de extraer del Nuevo Testamento una guía para la actuación moral, ya no nos podremos reducir a una especie de colección de "dichos morales de Jesús", sino tendremos que captar una manera de ver la realidad y de vivir en ella que brote como consecuencia de la fe en Jesús. Habrá que ir más allá de lo que Jesús nos ha dicho que hagamos; habrá que aspirar a que lo realizado por Jesús para nosotros y entre nosotros provoque la respuesta de nuestra actuación moral. Esta moral tendrá más que ver con el ser que con el hacer y el deber. Como ha repetido el famoso moralista protestante Gustafson, encontraremos en la Biblia una "realidad revelada" mucho más que una "moral revelada". Al entender así la moral, se comprenderá que tiene más que ver con nuestro "ser en Cristo" que con nuestro mero "hacer". Dicho con otras palabras, una moral bíblica y teológica tendrá que referirse, ante todo, a nuestra relación con Dios. Han insistido en este aspecto los autores que como Häring y Chiavacci han hablado de la moral como respuesta. Para fomentar esa respuesta ayudará el que la teología se haga más narrativa y más comunitaria.
También es de esperar que, al orientarse en esta línea la moral, vayan quedando lejanos y superados los debates de los años 60 y 70 sobre lo específicamente característico de una moral cristiana. No acababan entonces de resolverse los malentendidos entre dos tendencias opuestas; la que insistía en una moral de fe y la que buscaba una moral humana, a veces llamada secular, autónoma o civil. Todos estos términos se han entendido en sentidos muy diversos y opuestos y han dado lugar a confusiones y malentendidos.
Cuando tratamos de descubrir cómo configura Pablo su juicio moral, lo vemos moverse en dos campos: el de las motivaciones a partir de la fe y el de la argumentación que apela a la conciencia de cualquier persona y la ley escrita en el interior de los corazones. Por ejemplo, en Eph 4, 25 nos presenta dos motivaciones para no mentir. Una, desde la fe. Otra, apelando a nuestra común humanidad. También es muy típico el texto de Rom 14, 22-23, donde Pablo dice tajantemente que "cuanto no procede de convicción interior es pecado".
Es de esperar que la moral teológica del futuro siga explotando esta veta. Es de desear que acuda a las fuentes bíblicas en busca de ayuda para configurar nuestra identidad cristiana en sus actitudes básicas y de orientación para formar nuestros criterios de decisión frente a problemas para los que la Biblia no nos va a dar respuestas prefabricadas. El nutrirse bíblicamente nuestra moral no significará que se nos ahorre el pensar honrada y personalmente o el decidir en conciencia responsablemente en situaciones que no están del todo claras. La totalidad de la vida cristiana, brotando como consecuencia de motivaciones bíblicas y actitudes evangélicas, será el ámbito de la moral cristiana. Consiguientemente, la Teología moral estudiará cómo ha de ser la vida cristiana en medio de la sociedad actual a la luz del Evangelio.
En realidad, como dije antes, esto no es tan novedoso como podría parecer. Esta es la auténtica tradición de moral cristiana en las raíces de lo que, a lo largo de los siglos, se configuró en los moldes que hemos conocido como "teología moral". La proclamación del Evangelio en la liturgia y en la catequesis, especialmente el contenido gozoso y fuertemente motivador hacia el prójimo del sermón del Monte, ha sido una de las fuentes principales de moral cristiana. En el cristianismo primitivo la enseñanza acerca de la gracia, los sacramentos y la oración precede a la enseñanza sobre la moralidad. Tomás de Aquino lo entendió bien y colocó las virtudes de fe, esperanza y caridad como base bíblica de la moral cristiana.
En los primeros tiempos del cristianismo aún no había libros de texto de moral. No existían los términos "moral cristiana" o "teología moral". Pero sí había una enseñanza moral centrada en actitudes y motivaciones evangélicas. Tanto en el contexto de la liturgia (por ejemplo, la homilía) como en el de la instrucción catequética que servía de preparación para el bautismo, había una enseñanza moral en la que tenían gran peso las motivaciones bíblicas, más que los contenidos detallados. Durante la preparación para el bautismo se solía insistir en lo que se llamaban "los dos caminos", el de Cristo y el del mal. Se presentaba la fe como inseparable de la conversión del corazón y cambio de mentalidad: una opción por la persona de Cristo y su estilo de vida.
La Biblia, especialmente el Sermón del Monte, era para los primeros cristianos y para los autores de la época Patrística la primera fuente de enseñanzas morales. Por eso, no se limitaron a sacar simplemente conclusiones morales a partir de determinados pasajes bíblicos, sino que se percataron de que todo el conjunto de la Escritura era un mensaje de esperanza de parte de Dios, que llama al ser humano a la auténtica felicidad. Responder a este llamamiento es una de las actitudes básicas de una moralidad centrada en la búsqueda de la verdadera felicidad humana, más allá de una mera moral de deberes y obligaciones. Esta muy de acuerdo con toda esta tradición el entender los mandamientos de Jesús más como "palabras de vida", propias de una "moral de la Alianza", que como meros mandamientos: son encargos (Jn 14 ), que no deben convertirse nunca en una carga (1 Jn 5, 4 ). El amar como El ha amado es posible porque El pone en nosotros su Espíritu, con el que nos capacitamos para amar.
Naturalmente, al propugnar esta línea, habremos de llevar cuidado de evitar que, en el otro extremo, aparezcan peligros opuestos: los fideismos y fundamentalismos. Al acentuar una moral como consecuencia de la fe, puede aparecer el peligro de presentar la moral cristiana como si fuera completamente diferente de la moral humana. Sin embargo, la vida cristiana es la vida humana de hombres y mujeres que son cristianos y que viven, junto con miembros de otras religiones o de ninguna religión, en medio de la sociedad actual tan plural. Habrá que insistir en la necesidad de redescubrir desde la Biblia una moral de actitudes y de interrogaciones, que ilumine y dé fuerzas para buscar respuestas a dilemas para los que ella no nos dará soluciones prefabricadas.
La clave para que esta moral creyente sea una moral de fe y no una moral "fideista" está, hay que repetirlo, en el modo de interpretar la lectura evangélica y su papel en la fe y en la moral. Es, digámoslo de nuevo, un problema de actitudes hermenéuticas. El que la ética cristiana deba fomentar hoy y mañana aquellas formas de comportamiento que pueden desempeñar una función similar a las que descubrimos en el Nuevo Testamento no significa que hayamos de reproducir al pie de la letra todos y cada uno de los modos de comportarse de aquella época reflejados en el texto bíblico.Al enfocar de este modo la relación de exégesis bíblica y teología moral, habrá que evitar dos actitudes. Una es la exageración de aplicar textos bíblicos a cuestiones actuales de un modo forzado. Otra es la exageración opuesta: la de hacer ver que los textos bíblicos carecen de relevancia para la problemática actual.
Tomemos un ejemplo concreto del campo de la ética sexual. "No se puede esperar del Nuevo Testamento, dice la teóloga moral L.S. Cahill, que especifique una ética sexual como tal, por la misma razón que tampoco nos proporciona una ética de conjunto en otras esferas de la actividad humana. La ética en el Nuevo Testamento no es un tema de interés independientemente de las nuevas relaciones con Dios iniciadas por Jesús. El Evangelio versa sobre la Buena Noticia del reino de Dios y es una invitación a vivirlo; pero no es un sistema atemporal de instrucción moral".2 Pero esto no quiere decir que, para esta autora, el Nuevo Testamento carezca de relevancia para nuestro comportamiento en medio de la sociedad actual. Todo lo contrario. Leyendo el Nuevo Testamento aprendemos, dice, el sentido concreto del Evangelio en relación con las situaciones de vida de las primeras comunidades cristianas. Tal manera de vivir como comunidades de fe en medio del mundo es retadora, a la vez que paradigmática para nosotros. Pero los autores del Nuevo Testamento no estudian sistemáticamente todos los aspectos de cualquier problema moral. Además, no todas las orientaciones o ejemplos concretos de moral que encontramos en el Nuevo testamento son válidos sin más fuera del contexto de su época.
Siguiendo con el ejemplo de la sexualidad y la diferencia genérica, Cahill piensa que la cuestión básica es "cómo pueden la fe y la vida cristiana romper o, al menos, modificar las relaciones de dominación y mejorar la solidaridad por encima de las limitaciones impuestas por el estatuto social del matrimonio y la familia". Justamente a continuación de haber formulado esta pregunta, añade: "no podemos esperar que el Nuevo Testamento responda por completo a esta cuestión, ni que las comunidades primitivas hayan realizado plenamente sus metas implícitas."3 Por supuesto, las investigaciones sobre la sociedad palestina en tiempo de Jesús y las dos generaciones siguientes de sus seguidores ayudan mucho para captar cómo El y sus discípulos reaccionaron e, incluso, desafiaron las relaciones sociales tan estratificadas de entonces. Es particularmente ilustrativo considerar los vínculos sociales que conectaban a quienes vivían en una economía de patronazgo y clientela, así como la ideología religiosa que organizaba el estatuto y rango social de las personas según unas leyes de pureza ritual y de jerarquización genérica propias de la familia patriarcal.
Cuando la teología moral del mañana trate los problemas de sexo y género, deberá seguir el modelo de desafío social radical de las comunidades primitivas, aunque no aplique a la letra sus soluciones o conclusiones concretas. Las comunidades primitivas acentuaron la solidaridad y el compartir por encima de las fronteras de sexo (varón-mujer), clase social (libre-esclavo), o cultura (judío-griego). Se estaba iniciando un nuevo estilo de vida, que se oponía críticamente a los presupuestos habituales acerca de las relaciones de poder y control sobre otras personas. Las comunidades primitivas estaban iniciando un cambio en esquemas de comportamiento social para pasar de la familia, sociedad y estado patriarcales a una nueva familia de hermanos y hermanas en Cristo.
Me he alargado, siguiendo a L.S.Cahill, en el ejemplo relativo a la sexualidad, porque ilumina mucho el nuevo modo de entender la relación entre Biblia y Teología moral. En resumen, del Nuevo Testamento recibiremos inspiración y fuerza para actuar en su misma línea, aunque el contexto social exija conclusiones y soluciones concretas diferentes. Aprenderemos del Nuevo Testamento el criterio básico de la compasión y la solidaridad, que incorpora a la comunidad a aquellos que no han sido tratados como personas o han sido marginados. Pero cuando tratemos de llegar a orientaciones más concretas y detalladas para la acción moral, habremos de tener en cuenta varias fuentes de juicio moral; por ejemplo, la experiencia concreta, la reflexión acerca de esta experiencia, la aportación de las ciencias y de la filosofía, así como de otras culturas y religiones. Un enfoque así, amplio y dialogal, para la ética cristiana está garantizado por el precedente bíblico. La fe lo fomenta, pero no es un enfoque encerrado en sí mismo ni atado a un biblicismo estrecho.
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1 El optimismo que nos infundió este documento compensó, en 1993, las reacciones pesimistas con motivo de la Veritatis splendor.
2 L.S.CAHILL, Sex, Gender and Christian Ethics, Cambridge University Press, New York 1996, 121
3 Ibid. 122
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(Pasada la Semana Santa, dedicada a las reflexiones pascuales, retorna en este blog la publicación de capítulos del libro de Juan Masiá, Moral de interrogaciones, de. PPC, Madrid 1998. En carta reciente del Director de PPC al autor, el 23 de febrero de 2010, se comunicaba que la edición está agotada y descatalogada. “Nos vemos, dice, en la necesidad de declarar obsoleto este libro, del cual ya no tenemos existencias y no vamos a reimprimir”. Ante las reiteradas peticiones de lectores y lectoras que han tenido que recurrir a librerías de viejo en Buenos Aires, México y Sevilla para adquirirlo, el autor ha optado por publicarlo en el blog, para poner el texto gratuitamente al alcance de quienes todavía lo consideren relevante. Es oportuno notar que el libro fue publicado con los debidos permisos eclesiásticos y el nihil obstat obtenido a través de los superiores religiosos del autor).
Publicado por VIVIR Y PENSAR EN LA FRONTERA
http://lacomunidad.elpais.com/apoyoajmc/2010/4/8/moral-ayer-y-manana
Parte Segunda
1. Moral creyente:iluminada y motivada por valores evangélicos
2. Moral en situación: aleccionada por la experiencia humana
3. Moral comunitaria: ayudada por el diálogo en la sociedad y en la iglesia.
4. Moral razonable: orientada por la reflexión sobre criterios, normas y principios.
5. Moral personal: capaz de decidir responsablemente desde la conciencia
6. Moral reconciliadora: capaz de asumir logros y fallos
Durante la década siguiente al Concilio Vaticano II se renovó la teología moral en una línea felizmente prolongada y enriquecida hasta nuestros días. Pero en aquella primera década aún se cernía demasiado sobre ella la sombra de las tendencias preconciliares. Se percibía, en el modo de hablar y escribir de los teólogos favorables a la revisión de la moral, una preocupación un tanto obsesiva por contraponerse a la moral de los ultimos tres siglos.
El Concilio Vaticano II dio un impulso renovador a la teología moral católica, trazando la orientación fundamental para repensarla. Partiendo de esa base, los teólogos católicos han venido revisando la moral durante las últimas décadas. Han seguido básicamente la doble recomendación del Concilio: arraigo tradicional y respuesta a los retos actuales de cara al mañana. No bastaba con un simple arreglo cosmético de los manuales usados hasta ahora. Había que incorporar los resultados de la exégesis y los estudios históricos. Había que dialogar con las ciencias sociales y las ciencias de la vida. Había que rearticular la síntesis de lo bíblico y lo antropológico. Al acometer esta obra de renovación, que algunos han llamado atinadamente de "re-fundación", no han sido pocas las dificultades encontradas.
A lo largo de las dos últimas décadas se ha consolidado la reforma de la moral en el ámbito académico de la teología, pero se han reafirmado también los brotes de la reacción anticonciliar desde diversos ángulos del entorno eclesiástico. Si en la década anterior los teólogos eran muy sensibles a la confrontación con la "sombra preconciliar", a medida que avanzaban las dos décadas siguientes se hicieron cada vez más sensibles a la "sombra anticonciliar". Actualmente vivimos una situación histórica que nos exige no polarizarnos en ninguna de esas dos sombras. Ahora, en el siglo XXI, está llegando el momento de dejar de pensar, hablar y escribir en contraste continuo con lo preconciliar de ayer o en confrontación incesante con lo anticonciliar de hoy. Hay que dejar de "pensar-contra" lo de antes o "pensar-contra" lo que pervive de lo de antes. Ha llegado el momento de repensar la moral desde hoy de cara al mañana.
En esta línea positiva y esperanzadora se orientan las reflexiones sobre el presente y futuro de la ética teológica por parte de autores como Häring, Fuchs, Mc Cormick, Mafgafrita farley, Lisa Cahill, M. Vidal, Keenan, Mahoney, etc., por no citar más que unos pocos ejemplos. Coinciden todos ellos en señalar la importancia, para el futuro de la moral, de las tareas que voy a resumir a continuación. Estas tareas no son totalmente nuevas. Las ha confrontado, de una u otra manera, la moral teológica a lo largo de su historia; pero aquí me fijo particularmente en algunas características que parecen especialmente urgentes de cara a los próximos años.
1. Moral creyente: iluminada y motivada por valores evangélicos
Resulta demasiado evidente que la moral cristiana ha de estar en relación con la fe, de la que brota como consecuencia. Igualmente obvio es aludir a la base bíblica y evangélica de esa fe y esa moral. La moral cristiana será siempre una moral de creyentes, centrada en el Evangelio. Lo que ya no es tan obvio, haciendo que se dividan las opiniones entre los mismos creyentes, es el modo de entender la normatividad de la fe y de los criterios evangélicos. Por eso, al hablar de moral creyente, he querido subtitular expresamente así: "orientada e iluminada por valores evangélicos". No es lo mismo recibir del Evangelio orientación y motivación, luz y fuerza, que obtener automáticamente soluciones y respuestas prefabricadas.
Las preguntas para plantear la tarea de la moral del mañana como moral creyente se podrían formular así: ¿Cómo hacer que la teología moral católica brote de actitudes evangélicas y se apoye en una fundamentación bíblica? ¿Cómo elaborar la reflexión teológica moral de tal manera que resalte su arraigo evangélico, es decir, que las actitudes morales sean consecuencia de la fe ?
Nadie pondrá en duda que el mensaje de Jesús, su predicación de las Bienaventuranzas en el sermón del Monte y su anuncio del Reino de Dios, invitándonos a esperarlo y a construirlo, está en la base de la moral cristiana de ayer y, ciertamente, lo seguirá estando en la de mañana. Pero la interpretación y reinterpretación del mensaje bíblico está sujeta, por lo menos, a dos variables: la mayor comprensión exegética de los textos y las nuevas situaciones históricas en que se los lee. En las últimas décadas, el desarrollo de la hermenéutica bíblica ha influido notablemente en la teología moral. Pero sigue siendo cuestionable el modo de integrar los estudios bíblicos y las reflexiones teológicas sobre moral, así como el modo de conectar en la práctica la moral cristiana con actitudes evangélicas.
El Concilio Vaticano II dijo, en la Optatam totius n. 16, que convenía renovar la teología moral teniendo mucho más en cuenta la Sagrada Escritura. En respuesta a esta llamada, aumentó el influjo de la Biblia en los estudios de teología moral posteriores al Concilio, contrastando con su ausencia o escasez en épocas anteriores. Es cierto, sin embargo, que este cambio venía preparado desde mucho antes por estudios como los de Gilleman, Tillmann, L’Hour, Schnackenburg y otros.
En los años siguientes al Concilio se comenzó a incorporar mucho más la Biblia en los libros de moral; pero esto no significó siempre una integración de Biblia y Teología moral. A veces, se trataba simplemente de añadir citas o de yuxtaponerlas sin suficiente integración. Si nos fijamos en los manuales de teología moral, vemos que se ha dado un cambio: se ha pasado de no manejar la Biblia, o utilizarla de un modo forzado, a citarla más y mejor, buscando en ella luz para enfocar los problemas morales, insistiendo más en invitaciones y aspiraciones que en meras obligaciones y deberes.
Esta línea tendrá que seguir siendo prolongada por los teólogos morales del futuro, que buscarán en la Palabra de Dios inspiración, luz y fuerza para formar comunidades creyentes que vivan de acuerdo con ella. Por su parte, los exegetas seguirán descubriendo las repercusiones morales de algunos temas bíblicos aún insuficientemente aprovechados. La moral, repensada en contacto con la Palabra de Dios, estará cada vez más animada por la fe. Al colocar de nuevo a la moral en su debido sitio dentro de la teología, tendrá cada vez más sentido hablar de ética o moral teológica que de teología moral. Este giro en el nombre de la disciplina, que ya ha comenzado a darse por autores pioneros, es significativo. Tiene, además, que ver con el carácter ecuménico de la moral teológica, ya que en otras confesiones cristianas era corriente el nombre de ética cristiana o ética teológica.
Al decir que el Evangelio nos proporciona orientaciones y motivaciones, pensamos en la metáfora de un faro que señala el camino y nos anima a dirigirnos al puerto, pero no nos ahorra el esfuerzo de remar por propia cuenta. Otra metáfora apropiada sería la de las raíces. Sería adecuado hablar de "arraigo evangélico" de la moral, en vez de hablar solamente, en abstracto, de fundamentación evangélica. Encontramos en la bibliografía reciente de moral cristiana obras que tratan del "mensaje moral del Evangelio" o de "la moralidad según el Nuevo Testamento" y otros títulos semejantes. Pero aquí, con la metáfora de las raíces, quisiera poner el acento en un tratamiento de los problemas morales inspirado básicamente en el Nuevo Testamento, aunque no siempre formulado, razonado o resuelto en sus páginas. El Evangelio proporciona orígenes y raíces a las actitudes morales cristianas. Lo cuál es distinto de dar soluciones ya hechas y programadas.
Pero para redescubrir y hacer fructificar el arraigo evangélico de la moral, necesitaremos unos métodos de lectura bíblica como los propuestos por el documento sobre la lectura de la Biblia en la Iglesia.1 En una lectura así, la Biblia no dará respuestas prefabricadas para los problemas morales. Tampoco se excluirá el encontrar apoyo en las actitudes bíblicas para tratar problemas que en aquel tiempo no existían. Entre la Biblia y la situación o problemas actuales se situará el lector creyente. Este, influido por orientaciones bíblicas, se pondrá, junto con otras personas -creyentes o no creyentes- a buscar para los problemas de hoy las soluciones que aún no están dadas de antemano. Cristianos y no cristianos pueden estar de acuerdo en muchas cuestiones de moralidad, lo que no obsta para que el cristiano encuentre un refuerzo a sus actitudes morales en motivaciones de inspiración bíblica: su fe le ahonda la fundamentación de una moral, en la que puede coincidir en muchos de sus aspectos con los no cristianos.
Al alimentarse bíblicamente la moral, se capacitará cada vez más para proporcionar visión y sentido de la vida; recuperará así su papel de predicar la esperanza, en vez de obsesionarse con la reprensión de la inmoralidad. Cuanto más se configure la moral según este patrón evangélico, menos se empeñará en extraer de la Biblia una síntesis única que podría llamarse, por ejemplo, la "moral del Nuevo Testamento". Más bien se reconocerá que hay un pluralismo moral en la Biblia, en el Nuevo Testamento, histórica y culturalmente condicionado. Al tratar de extraer del Nuevo Testamento una guía para la actuación moral, ya no nos podremos reducir a una especie de colección de "dichos morales de Jesús", sino tendremos que captar una manera de ver la realidad y de vivir en ella que brote como consecuencia de la fe en Jesús. Habrá que ir más allá de lo que Jesús nos ha dicho que hagamos; habrá que aspirar a que lo realizado por Jesús para nosotros y entre nosotros provoque la respuesta de nuestra actuación moral. Esta moral tendrá más que ver con el ser que con el hacer y el deber. Como ha repetido el famoso moralista protestante Gustafson, encontraremos en la Biblia una "realidad revelada" mucho más que una "moral revelada". Al entender así la moral, se comprenderá que tiene más que ver con nuestro "ser en Cristo" que con nuestro mero "hacer". Dicho con otras palabras, una moral bíblica y teológica tendrá que referirse, ante todo, a nuestra relación con Dios. Han insistido en este aspecto los autores que como Häring y Chiavacci han hablado de la moral como respuesta. Para fomentar esa respuesta ayudará el que la teología se haga más narrativa y más comunitaria.
También es de esperar que, al orientarse en esta línea la moral, vayan quedando lejanos y superados los debates de los años 60 y 70 sobre lo específicamente característico de una moral cristiana. No acababan entonces de resolverse los malentendidos entre dos tendencias opuestas; la que insistía en una moral de fe y la que buscaba una moral humana, a veces llamada secular, autónoma o civil. Todos estos términos se han entendido en sentidos muy diversos y opuestos y han dado lugar a confusiones y malentendidos.
Cuando tratamos de descubrir cómo configura Pablo su juicio moral, lo vemos moverse en dos campos: el de las motivaciones a partir de la fe y el de la argumentación que apela a la conciencia de cualquier persona y la ley escrita en el interior de los corazones. Por ejemplo, en Eph 4, 25 nos presenta dos motivaciones para no mentir. Una, desde la fe. Otra, apelando a nuestra común humanidad. También es muy típico el texto de Rom 14, 22-23, donde Pablo dice tajantemente que "cuanto no procede de convicción interior es pecado".
Es de esperar que la moral teológica del futuro siga explotando esta veta. Es de desear que acuda a las fuentes bíblicas en busca de ayuda para configurar nuestra identidad cristiana en sus actitudes básicas y de orientación para formar nuestros criterios de decisión frente a problemas para los que la Biblia no nos va a dar respuestas prefabricadas. El nutrirse bíblicamente nuestra moral no significará que se nos ahorre el pensar honrada y personalmente o el decidir en conciencia responsablemente en situaciones que no están del todo claras. La totalidad de la vida cristiana, brotando como consecuencia de motivaciones bíblicas y actitudes evangélicas, será el ámbito de la moral cristiana. Consiguientemente, la Teología moral estudiará cómo ha de ser la vida cristiana en medio de la sociedad actual a la luz del Evangelio.
En realidad, como dije antes, esto no es tan novedoso como podría parecer. Esta es la auténtica tradición de moral cristiana en las raíces de lo que, a lo largo de los siglos, se configuró en los moldes que hemos conocido como "teología moral". La proclamación del Evangelio en la liturgia y en la catequesis, especialmente el contenido gozoso y fuertemente motivador hacia el prójimo del sermón del Monte, ha sido una de las fuentes principales de moral cristiana. En el cristianismo primitivo la enseñanza acerca de la gracia, los sacramentos y la oración precede a la enseñanza sobre la moralidad. Tomás de Aquino lo entendió bien y colocó las virtudes de fe, esperanza y caridad como base bíblica de la moral cristiana.
En los primeros tiempos del cristianismo aún no había libros de texto de moral. No existían los términos "moral cristiana" o "teología moral". Pero sí había una enseñanza moral centrada en actitudes y motivaciones evangélicas. Tanto en el contexto de la liturgia (por ejemplo, la homilía) como en el de la instrucción catequética que servía de preparación para el bautismo, había una enseñanza moral en la que tenían gran peso las motivaciones bíblicas, más que los contenidos detallados. Durante la preparación para el bautismo se solía insistir en lo que se llamaban "los dos caminos", el de Cristo y el del mal. Se presentaba la fe como inseparable de la conversión del corazón y cambio de mentalidad: una opción por la persona de Cristo y su estilo de vida.
La Biblia, especialmente el Sermón del Monte, era para los primeros cristianos y para los autores de la época Patrística la primera fuente de enseñanzas morales. Por eso, no se limitaron a sacar simplemente conclusiones morales a partir de determinados pasajes bíblicos, sino que se percataron de que todo el conjunto de la Escritura era un mensaje de esperanza de parte de Dios, que llama al ser humano a la auténtica felicidad. Responder a este llamamiento es una de las actitudes básicas de una moralidad centrada en la búsqueda de la verdadera felicidad humana, más allá de una mera moral de deberes y obligaciones. Esta muy de acuerdo con toda esta tradición el entender los mandamientos de Jesús más como "palabras de vida", propias de una "moral de la Alianza", que como meros mandamientos: son encargos (Jn 14 ), que no deben convertirse nunca en una carga (1 Jn 5, 4 ). El amar como El ha amado es posible porque El pone en nosotros su Espíritu, con el que nos capacitamos para amar.
Naturalmente, al propugnar esta línea, habremos de llevar cuidado de evitar que, en el otro extremo, aparezcan peligros opuestos: los fideismos y fundamentalismos. Al acentuar una moral como consecuencia de la fe, puede aparecer el peligro de presentar la moral cristiana como si fuera completamente diferente de la moral humana. Sin embargo, la vida cristiana es la vida humana de hombres y mujeres que son cristianos y que viven, junto con miembros de otras religiones o de ninguna religión, en medio de la sociedad actual tan plural. Habrá que insistir en la necesidad de redescubrir desde la Biblia una moral de actitudes y de interrogaciones, que ilumine y dé fuerzas para buscar respuestas a dilemas para los que ella no nos dará soluciones prefabricadas.
La clave para que esta moral creyente sea una moral de fe y no una moral "fideista" está, hay que repetirlo, en el modo de interpretar la lectura evangélica y su papel en la fe y en la moral. Es, digámoslo de nuevo, un problema de actitudes hermenéuticas. El que la ética cristiana deba fomentar hoy y mañana aquellas formas de comportamiento que pueden desempeñar una función similar a las que descubrimos en el Nuevo Testamento no significa que hayamos de reproducir al pie de la letra todos y cada uno de los modos de comportarse de aquella época reflejados en el texto bíblico.Al enfocar de este modo la relación de exégesis bíblica y teología moral, habrá que evitar dos actitudes. Una es la exageración de aplicar textos bíblicos a cuestiones actuales de un modo forzado. Otra es la exageración opuesta: la de hacer ver que los textos bíblicos carecen de relevancia para la problemática actual.
Tomemos un ejemplo concreto del campo de la ética sexual. "No se puede esperar del Nuevo Testamento, dice la teóloga moral L.S. Cahill, que especifique una ética sexual como tal, por la misma razón que tampoco nos proporciona una ética de conjunto en otras esferas de la actividad humana. La ética en el Nuevo Testamento no es un tema de interés independientemente de las nuevas relaciones con Dios iniciadas por Jesús. El Evangelio versa sobre la Buena Noticia del reino de Dios y es una invitación a vivirlo; pero no es un sistema atemporal de instrucción moral".2 Pero esto no quiere decir que, para esta autora, el Nuevo Testamento carezca de relevancia para nuestro comportamiento en medio de la sociedad actual. Todo lo contrario. Leyendo el Nuevo Testamento aprendemos, dice, el sentido concreto del Evangelio en relación con las situaciones de vida de las primeras comunidades cristianas. Tal manera de vivir como comunidades de fe en medio del mundo es retadora, a la vez que paradigmática para nosotros. Pero los autores del Nuevo Testamento no estudian sistemáticamente todos los aspectos de cualquier problema moral. Además, no todas las orientaciones o ejemplos concretos de moral que encontramos en el Nuevo testamento son válidos sin más fuera del contexto de su época.
Siguiendo con el ejemplo de la sexualidad y la diferencia genérica, Cahill piensa que la cuestión básica es "cómo pueden la fe y la vida cristiana romper o, al menos, modificar las relaciones de dominación y mejorar la solidaridad por encima de las limitaciones impuestas por el estatuto social del matrimonio y la familia". Justamente a continuación de haber formulado esta pregunta, añade: "no podemos esperar que el Nuevo Testamento responda por completo a esta cuestión, ni que las comunidades primitivas hayan realizado plenamente sus metas implícitas."3 Por supuesto, las investigaciones sobre la sociedad palestina en tiempo de Jesús y las dos generaciones siguientes de sus seguidores ayudan mucho para captar cómo El y sus discípulos reaccionaron e, incluso, desafiaron las relaciones sociales tan estratificadas de entonces. Es particularmente ilustrativo considerar los vínculos sociales que conectaban a quienes vivían en una economía de patronazgo y clientela, así como la ideología religiosa que organizaba el estatuto y rango social de las personas según unas leyes de pureza ritual y de jerarquización genérica propias de la familia patriarcal.
Cuando la teología moral del mañana trate los problemas de sexo y género, deberá seguir el modelo de desafío social radical de las comunidades primitivas, aunque no aplique a la letra sus soluciones o conclusiones concretas. Las comunidades primitivas acentuaron la solidaridad y el compartir por encima de las fronteras de sexo (varón-mujer), clase social (libre-esclavo), o cultura (judío-griego). Se estaba iniciando un nuevo estilo de vida, que se oponía críticamente a los presupuestos habituales acerca de las relaciones de poder y control sobre otras personas. Las comunidades primitivas estaban iniciando un cambio en esquemas de comportamiento social para pasar de la familia, sociedad y estado patriarcales a una nueva familia de hermanos y hermanas en Cristo.
Me he alargado, siguiendo a L.S.Cahill, en el ejemplo relativo a la sexualidad, porque ilumina mucho el nuevo modo de entender la relación entre Biblia y Teología moral. En resumen, del Nuevo Testamento recibiremos inspiración y fuerza para actuar en su misma línea, aunque el contexto social exija conclusiones y soluciones concretas diferentes. Aprenderemos del Nuevo Testamento el criterio básico de la compasión y la solidaridad, que incorpora a la comunidad a aquellos que no han sido tratados como personas o han sido marginados. Pero cuando tratemos de llegar a orientaciones más concretas y detalladas para la acción moral, habremos de tener en cuenta varias fuentes de juicio moral; por ejemplo, la experiencia concreta, la reflexión acerca de esta experiencia, la aportación de las ciencias y de la filosofía, así como de otras culturas y religiones. Un enfoque así, amplio y dialogal, para la ética cristiana está garantizado por el precedente bíblico. La fe lo fomenta, pero no es un enfoque encerrado en sí mismo ni atado a un biblicismo estrecho.
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1 El optimismo que nos infundió este documento compensó, en 1993, las reacciones pesimistas con motivo de la Veritatis splendor.
2 L.S.CAHILL, Sex, Gender and Christian Ethics, Cambridge University Press, New York 1996, 121
3 Ibid. 122
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(Pasada la Semana Santa, dedicada a las reflexiones pascuales, retorna en este blog la publicación de capítulos del libro de Juan Masiá, Moral de interrogaciones, de. PPC, Madrid 1998. En carta reciente del Director de PPC al autor, el 23 de febrero de 2010, se comunicaba que la edición está agotada y descatalogada. “Nos vemos, dice, en la necesidad de declarar obsoleto este libro, del cual ya no tenemos existencias y no vamos a reimprimir”. Ante las reiteradas peticiones de lectores y lectoras que han tenido que recurrir a librerías de viejo en Buenos Aires, México y Sevilla para adquirirlo, el autor ha optado por publicarlo en el blog, para poner el texto gratuitamente al alcance de quienes todavía lo consideren relevante. Es oportuno notar que el libro fue publicado con los debidos permisos eclesiásticos y el nihil obstat obtenido a través de los superiores religiosos del autor).
Publicado por VIVIR Y PENSAR EN LA FRONTERA
http://lacomunidad.elpais.com/apoyoajmc/2010/4/8/moral-ayer-y-manana
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