EL EVANGELIO DE JUAN
Fragmento del "Sermón de la Cena". Jesús anuncia a sus discípulos que se les enviará el Espíritu, que les aclarará todas las cosas que aún no pueden comprender.
El texto está repleto de expresiones simbólicas: "recibirá de lo mío" suena a aquella escena de los Números en que el Espíritu de Moisés es repartido también a los ancianos del pueblo. (Num.11,16).
En la enigmática frase final se insinúa esa comunidad de bienes entre el Padre y Jesús. Se está hablando del Espíritu; de ese Espíritu participarán los discípulos.
Juan está adelantando la idea de que la comprensión plena de Jesús se dará solamente después de la Resurrección. Será entonces cuando los discípulos llegarán a la fe en Jesús y podrán dar respuesta a la pregunta "¿quién es éste?", que se ha formulado a lo largo de todos los relatos evangélicos (en los que se adelanta ya la respuesta, pues los evangelios se escriben como testimonio de esa misma fe pascual).
Todos estos textos han de ser leídos por tanto teniendo en cuenta que Juan pone en boca de Jesús palabras que son ya elaboraciones teológicas. Palabras no pronunciadas por Jesús, que manifiestan la comprensión de Jesús que van alcanzando las comunidades cristianas; en este caso, formulaciones cristológico/trinitarias que serán el punto de arranque de la dogmática elaborada por los Padres a partir del S.II.
LA CARTA A LOS ROMANOS
El texto encuentra su lugar hoy por la cita expresa del Padre, Jesucristo y el Espíritu Santo. Esta cita se da a propósito del tema de la justificación, pero este tema no es el protagonista de esta lectura en el contexto de hoy.
Nos interesa especialmente la formulación:
El amor de Dios - por medio de nuestro Señor Jesucristo - porque se nos ha dado el Espíritu.
Nos encontramos por tanto ante otra formulación Trinitaria de las primeras comunidades ( el texto puede datarse hacia el 57-58 ), y muestra la intuición trinitaria presente ya en los escritos más antiguos del NT.
EL LIBRO DE LOS PROVERBIOS
Israel entiende a Dios como Sabiduría, y convierte la Sabiduría de Dios en un personaje que está con Dios desde el principio, antes de que nada haya sido creado.
Esta sabiduría personificada admira a Israel por sus obras maravillosas (el mar, el firmamento, la bola de la tierra...).
No podemos entender esto como una "Persona divina", sino como una "personificación" de una cualidad divina. De la misma manera se habla en muchas ocasiones de "el ángel de Yahvé" y otras imágenes semejantes.
Interpretaciones semejantes darán lugar (quizá con una conexión causal discutible) a doctrinas más o menos emanacionistas, que interponen entre Dios y la humanidad otros personajes ( el Logos por ejemplo ). Debemos tener cuidado y no admitir sin más como Revelación, Palabra de Dios, las palabras humanas que intentan, quizá solamente desde la razón, interpretar a la divinidad.
Algunos teólogos un poco presuntuosos han querido explorar la intimidad de Dios, entrar en su misma esencia, conocerlo como nos conocemos las personas, como conocemos la Creación, describirlo, explicarlo, conocerlo "por dentro". Es normal, el ser humano es un "animal curioso", capaz de hacerse toda clase de preguntas, incluso aquellas preguntas cuyas respuestas están lejos de su capacidad de comprender.
Pero, en el caso de Dios, hemos topado con nuestros propios límites. Permítanme recordar una escena maravillosa del Libro del Éxodo. Está Moisés en la Tienda de Encuentro, dialogando con Dios, ante la NUBE de incienso que vela la presencia del Señor, y, en un arrebato de amor y de deseo, le pide a Dios:
- ¡Déjame, por favor, ver tu rostro!
Y le contesta el Señor:
- Haré pasar ante ti mi gloria, y pasaré ante ti, pero cubriré tus ojos con mi mano para que no veas mi rostro. Cuando pase, retiraré mi mano y me podrás ver de espaldas; no puedes ver mi rostro sin morir. (Éxodo 33,18 Y ss.)
"No puedes ver mi rostro". No puedes conocerme más que "de espaldas". El pueblo de Israel lo sabe muy bien, por eso no se atreve a hacer imágenes de la divinidad, porque no hay imagen alguna de cosas de la tierra que pueda parecerse siquiera de lejos a la esencia de Dios.
Creo que hemos perdido un poco ese respeto. Nuestros pintores se atreven a pintar a Dios: es un señor anciano, vigoroso y venerable, que flota por los cielos transportado en carro de nubes por preciosos ángeles multicolores. Más aún, nos hemos atrevido a decir que es uno pero son tres: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Y también nos atrevemos a pintarlos: el Padre venerable y con barbas; el Hijo, Jesús; y el Espíritu, como una paloma entre los dos.
Pero esto no son más que vulgarizaciones. Los teólogos se han atrevido a más, y han descrito las relaciones entre ellos, cómo procede el Hijo del Padre, y el Espíritu de los dos.... Afamados teólogos elucubran asombrosamente sobre la trinidad en sí misma, sabemos mucho acerca de cómo proceden entre sí las tres divinas personas.
Formulamos en el Credo expresiones sobre la generación del Hijo y del Espíritu y la consubstancialidad de las personas. Y hasta una de las más fuertes escisiones de la Iglesia que haya sucedido en toda su historia tiene uno de sus fundamentos en diferencias sobre esta generación intratrinitaria. (La otra diferencia, quizá la causa más verdadera de la ruptura es, por supuesto, una cuestión de poder) Y empezamos a sentir temor y desazón, porque hemos entrado en la intimidad de Dios como quien entra en su propia casa y queremos que nuestras pobres palabras, nuestras imágenes con pies de barro sean capaces de representar a Aquel cuyo rostro no puede ver el hombre mortal. ¿No hablamos con demasiado desparpajo de la Santísima Trinidad? ¿No está nuestro lugar un poquito más abajo? ¿no nos vendría bien recuperar el respeto ante Dios?
Una cosa es segura. Conocemos de Dios lo que Dios nos ha dicho de sí mismo. Todo lo que nuestra mente es capaz de conocer de Dios ha de basarse en Su Palabra, si no queremos correr el riesgo de decir muchas tonterías. Y sí que hay Una Palabra estupenda de Dios acerca de sí mismo: se llama Jesús de Nazaret. Para nosotros, los que creemos en Jesús, Él es todo lo mejor - lo único y más que suficiente - que podemos conocer de Dios. Y en Jesús conocemos a Dios de tres maneras:
Como un viento irresistible que empuja la historia del mundo desde dentro, como cuando se hinchan desde dentro las velas de un barco y empieza a navegar, arrastrado por algo invisible y poderoso. Le hemos llamado "El Espíritu", el viento de Dios. Y lo hemos "visto" soplar poderosamente en el mismo Jesús, y lo hemos visto soplar poderosamente en la primera comunidad cristiana, sobre todo partir de aquella formidable mañana de Pentecostés: y los seguimos viendo soplar en el amor y el entusiasmo de tanta gente buena que sostiene el mundo y nos hace mantener la fe y la esperanza.
En Jesús, ese viento formidable era salud y era PALABRA. Todo Jesús es para nosotros Palabra: cuando cura y cuando habla, cuando se compadece y cuando se cansa, cuando muere y cuando triunfa, vemos ante todo LA PALABRA. Los que seguimos a Jesús lo entendemos como “La Palabra”, no solamente por lo que dice sino por lo que hace, por su manera de ser y de vivir. Hasta el punto de que pensamos que en Él podemos conocer a Dios, porque Dios se ha dado a conocer en Él. Es el mensaje de Dios sobre sí mismo, su mejor comunicación. Y entendemos: el Espíritu de Dios se hace en Jesús Palabra para nosotros, mensaje de cómo es Dios.
Por eso Juan Evangelista le llama el Logos, el Verbo, la Sabiduría, la Palabra de Dios hecha carne. Y ahí sí que conocemos de verdad cómo es Dios. Y entonces surge nuestra estupenda sorpresa: cuando Dios habla de sí mismo - en su Palabra, que es Jesús - no habla de Infinito, de Eterno, de Creador, de todas esas cosas maravillosas que nosotros nos imaginábamos. Habla de ABBÁ, de papá cercano imprescindible, que es lo mismo que hablar de médico que se contagia por curar a sus enfermos, que es lo mismo que hablar del pastor que arriesga su vida por cada oveja.
Y nos quedamos asombrados, porque todo era más sencillo, y mucho más importante de lo que nosotros pensábamos. Ya no se trata de un dogma casi incomprensible, algo así como de que uno y tres es lo mismo, sino de que Dios se comunica conmigo - Palabra - actúa en mí - Espíritu - y es mi Padre con quien puedo contar para salvar mi vida. Y que estas tres cosas me convierten en hijo, como convirtieron en Hijo al carpintero de Nazaret. A Él, lleno del Espíritu, en Hijo con mayúsculas, el Primogénito, el Amado. A mí, en quien sopla un poco del Espíritu, del mismo Espíritu, en proyecto de hijo, en camino hacia serlo. Padre, Palabra y Viento, eso es Dios para mí: y esas tres cosas las he visto en Jesús, en el que hemos visto soplar como un huracán el Viento de Dios, en el que sentimos viva y presente La Palabra, el primero que se atrevió a llamar a Dios "Papá", y por eso se ganó el título de "El Hijo". Porque
hijos somos todos, pero como Jesús, nadie.
Es admirable: ese misterio remotísimo e incomprensible de la Santísima Trinidad, que yo pensaba que no me interesaba nada, se convierte en algo importantísimo para mi vida: saber cómo es Dios es a la vez saber cómo es mi vida, y es fuente de seguridad, estímulo y luz para todos los que queremos caminar correctamente por el mundo.
Así que cuando le pregunten "¿quién es Dios nuestro Señor"? no empiece con aquello de "un señor admirable y poderoso, eterno y creador, que mora en los cielos...". Diga más sencillamente:
Dios es para mí el Padre con quien puedo contar, la Palabra que guía mi vida entera, el Viento que me ayuda a navegar... y todo eso lo he descubierto en Jesús, el Hijo, el hombre "lleno del Espíritu".
Sólo en Jesús conocemos a la Trinidad. A veces parece como si conociéramos a la Trinidad por el Antiguo Testamento o por el esfuerzo de nuestra razón, y lo aplicáramos luego a Jesús, reconociendo en Él al Logos, al Hijo eterno, a la Segunda Persona, ya conocidos previamente. Es al revés: en Jesús de Nazaret, ese hombre al que conocemos como el hijo del carpintero, a cuya madre conocemos, cuyos hermanos y parientes viven entre nosotros, en ese hombre hemos descubierto a Dios: a Dios nadie le ha visto jamás: pero Jesús nos lo ha dejado ver.
No pocas veces cometemos también el error de estudiar la Trinidad a través de presuntas palabras de Jesús, sin caer en la cuenta de que esas palabras que los evangelistas (Juan ante todo) ponen en labios de Jesús, son ya interpretaciones humanas, cristología trinitaria de las primeras generaciones cristianas, sumamente respetable, pero sometida ya a más mediaciones.
Mediación, Mediador, palabra clave. Conocemos a Dios por medio de XXX, porque no podemos conocerle cara a cara. Éste es precisamente el tema fundamental: de qué mediador nos fiamos. Y la respuesta de la fe cristiana es clara: el Único Mediador es Jesús de Nazaret. Conviene que precisemos: no hemos dicho que el mediador es Jesucristo, sino Jesús de Nazaret. Cuando decimos "Jesucristo" estamos hablando ya de "El Mesías", "El Hijo de Dios", "Dios-con-nosotros-Salvador" o "el Verbo encarnado". Pero todos esos no son mediadores sino mediados. No entran por los ojos ni son tocados por las manos; son interpretaciones hechas por la fe con ayuda de mediaciones teológicas o filosóficas y, en definitiva, racionales.
La mente humana es un mediador; ella "entiende" porque no solamente recibe mensajes sino que los elabora, es decir, procura acomodar lo que recibe en el conjunto de sus esquemas previos. Y al hacerlo, necesariamente, deforma. No podemos actuar de otra manera, pero debemos ser conscientes de que funcionamos así. Y siempre que hablemos de Dios habremos de ser muy conscientes de que todo lo que expresamos, todo lo que la razón construye, es una mediación deformadora, probablemente muy venerable, pero que debe tener conciencia de que reduce a Dios.
No se puede expresar una esfera en dos dimensiones, ni traducir los colores a sonidos. No se puede conocer el rostro de Dios ni tener la osadía (¿desvergüenza?) de pretender poseer un conocimiento adecuado de su intimidad.
Pero hay un mediador, no construido por nosotros, sino regalado por Dios mismo y por tanto fiable. El Hombre lleno del Espíritu, del que nuestro conocimiento humano capta solamente la humanidad. En el rostro humano de Jesús hemos descubierto a Dios Trinidad. Hemos descubierto el rostro paternal de Dios, hemos descubierto la presencia de Dios viento creador y vivificador, hemos descubierto que el viento de Dios Padre hace a Jesús Hijo. Y, asomados al borde del misterio de conocimiento íntimo de Dios, nos atrevemos a decir que Dios mismo es Padre, Palabra y Viento, porque así lo hemos visto en Jesús, el Hijo. Y poco más, muy poco más, quizá nada más. Pavorosos intentos trinitarios y osadas (aunque usadísimas) cristologías nos llevan al borde de creer en tres dioses y de negar la naturaleza humana de Jesús de Nazaret. A veces, demasiadas veces, nos llevan más allá de ese borde.
A Dios nadie le ha visto jamás, ni le ha comprendido jamás, ni es nadie capaz de meterlo en su cerebro. Si nos aventuramos más allá de lo que hemos visto y oído, de lo que nuestras manos han podido tocar del Verbo de la Vida, corremos peligro de no creer en Dios, sino en nuestras propias mediaciones.
A lo largo de su historia, la humanidad se ha situado ante la divinidad en una doble situación: por una parte, la curiosidad. la necesidad de conocer, el irresistible atractivo ante ese desconocido, el mayor de todos los enigmas a los que puede enfrentarse; por otra parte el temor, la conciencia de pequeñez e indefensión ante esa realidad que se entiende ante todo como poder. Ambas vertientes suponen una inaccesibilidad de lo divino: el ser humano lo investiga con sus propias fuerzas y cree descubrir, esporádicamente, sus intervenciones puntuales y siempre temibles.
En esta búsqueda temerosa de la divinidad, Jesús supone un vuelco espectacular.
Para los que creen en Jesús, su fe en él supone que es posible conocer a Dios, precisamente en Jesús mismo. El Dios conocido en Jesús no tiene nada de terrible: es una fuerza benéfica, positiva para el ser humano. Y no se manifiesta como lejano e inaccesible, sino como cercano y activo.
Estas tres dimensiones se representan en imágenes: Si Jesús hace visible a Dios es porque es El Hijo, en el cual se muestra cómo es el Padre. El Hijo es así porque “es como su Padre”, porque actúa, siente y habla como su Padre. Esta imagen – Padre - no se limita a una connotación de poder, como el paterfamilias todopoderoso de la antigüedad, sino que adquiere la de familiaridad y confianza del niño pequeño respecto a su papá. Y la imagen no concierne solamente a Jesús, sino que debe ser aplicada a la humanidad entera. La aparición de Jesús significa por tanto que el encuentro de Dios y el ser humano no es tanto fruto del esfuerzo del ser humano, sino de la iniciativa de Dios.
Este Dios activo, presente en la historia, se describe también con una imagen: el viento, en griego “espíritu”: una palabra que puede designar lo mismo el viento que agita la naturaleza que el aliento, el soplo vital que hace vivientes a los seres vivos.
La historia se entiende como una serie continua de intervenciones de ese Viento de Dios: es él quien mueve a las personas, quien produce efectos benéficos por medio de ellas, para el bien de la totalidad.
Conforme a esta imagen, los evangelistas presentan a Jesús como obra del Espíritu, “un hombre lleno del Espíritu”. Ese Espíritu de Dios es el que le hace Hijo, el que le hace consciente de serlo, el que le lleva a hablar de su Padre como quien le conoce, a actuar con el mismo espíritu de su Padre. El Espíritu de que se muestra en Jesús le lleva a comunicar, hablar de su Padre, informar, revelar. Y le lleva a actuar, siempre a favor de las personas, curando, liberando.
Los que creemos en Jesús hemos descubierto en Él cómo es Dios: activo, presente, promotor, positivo. La palabra “Abbá” lo expresa bien: es un padre que engendra por amor y trabaja por sacar adelante a sus hijos. Y esta palabra, en plural, nos define como humanidad: descubrir que somos hijos, descubrir que la humanidad puede realizarse con unos valores muy superiores a la violencia, a la competitividad, a la venganza, incluso muy superiores a la mera justicia. La imagen de una familia, en que el Padre /Madre quiere y es querido, en que los hermanos se siente unidos por un vínculo profundo que les hace quererse, ayudarse, perdonarse ….
Naturalmente, todas estas palabras no son mas que imágenes. Pero es fundamental caer en la cuenta de que Jesús habla en imágenes, es decir, que considera que las imágenes son la mejor manera que tenemos los humanos de comprender a Dios. Lo importante es que no se usan otras imágenes: para hablar de Dios creador no se usa la imagen de un artesano (nosotros diríamos un ingeniero) que fabrica una máquina y pude tirarla si se hace vieja; se usa la imagen del que engendra y saca adelante, movido por el amor. Para hablar de Jesús no se usa la imagen de un Mensajero enviado con poderes de parte de un Rey poderoso: se usa la imagen de un hijo que anuncia los demás que también lo son, que les dice quién es su Padre. Para hablar de la acción de Dios no se usa la imagen de un rey que dicta órdenes y machaca enemigos; se usa la imagen del viento, del aliento, algo que hace vivir y arrastra.
Dos puntualizaciones finales:
Por esta razón, cuando hablamos de la Santísima Trinidad decimos que en Jesús hemos descubierto a Dios como Padre, como Palabra, como Viento. Más tarde, y a partir de aquí, muchos pensadores ha ido haciendo cultas elucubraciones sobra las Tres Personas divinas, sobre sus relaciones eternas ... Puede estar muy bien, pero si perder de vista una referencia: respecto a Dios, nos fiamos de lo que Jesús muestra, de lo que en Jesús vemos. Lo demás no goza de la misma autoridad.
Jesús, al mostrar cómo es Dios, muestra también cómo es el ser humano. Cuando hablamos de Jesús Dios y hombre verdadero, cuando atribuimos al hombre Jesús una condición divina, estamos diciendo algo que no afecta sólo a Jesús sino a la humanidad. Estamos diciendo que el ser humano es capaz de Dios. Estamos diciendo que el ser humano se hace completamente humano cuando “se encuentra” con Dios.
Naturalmente, esto, llevado al terreno de los conceptos, de la metafísica, resulta poco menos que inexplicable o ininteligible. Por eso es tan útil – tan necesario – fiarnos de Jesús también en el modo de hablar de estas cosas: con imágenes: encuentro con Dios, llegar a ser hijo, dejarse llevar por el Viento ….
Para concluir: La Santísima Trinidad nos lleva al corazón de nuestra fe: en Jesús, el Hijo, podemos conocer a Dios, y lo conocemos como Padre, como Palabra y como Viento. Esto cambia nuestra relación con Dios, lo acerca, lo convierte en Alguien en quien se puede confiar. Esto cambia nuestra concepción del ser humano: no abre una posibilidad, mucho más amplia y atractiva que lo meramente biológico.
Resumiendo: déjate llevar por el Viento de tu Padre, vive atento a su Palabra, deja que el Viento te vaya convirtiendo en Hijo.
El texto está repleto de expresiones simbólicas: "recibirá de lo mío" suena a aquella escena de los Números en que el Espíritu de Moisés es repartido también a los ancianos del pueblo. (Num.11,16).
En la enigmática frase final se insinúa esa comunidad de bienes entre el Padre y Jesús. Se está hablando del Espíritu; de ese Espíritu participarán los discípulos.
Juan está adelantando la idea de que la comprensión plena de Jesús se dará solamente después de la Resurrección. Será entonces cuando los discípulos llegarán a la fe en Jesús y podrán dar respuesta a la pregunta "¿quién es éste?", que se ha formulado a lo largo de todos los relatos evangélicos (en los que se adelanta ya la respuesta, pues los evangelios se escriben como testimonio de esa misma fe pascual).
Todos estos textos han de ser leídos por tanto teniendo en cuenta que Juan pone en boca de Jesús palabras que son ya elaboraciones teológicas. Palabras no pronunciadas por Jesús, que manifiestan la comprensión de Jesús que van alcanzando las comunidades cristianas; en este caso, formulaciones cristológico/trinitarias que serán el punto de arranque de la dogmática elaborada por los Padres a partir del S.II.
LA CARTA A LOS ROMANOS
El texto encuentra su lugar hoy por la cita expresa del Padre, Jesucristo y el Espíritu Santo. Esta cita se da a propósito del tema de la justificación, pero este tema no es el protagonista de esta lectura en el contexto de hoy.
Nos interesa especialmente la formulación:
El amor de Dios - por medio de nuestro Señor Jesucristo - porque se nos ha dado el Espíritu.
Nos encontramos por tanto ante otra formulación Trinitaria de las primeras comunidades ( el texto puede datarse hacia el 57-58 ), y muestra la intuición trinitaria presente ya en los escritos más antiguos del NT.
EL LIBRO DE LOS PROVERBIOS
Israel entiende a Dios como Sabiduría, y convierte la Sabiduría de Dios en un personaje que está con Dios desde el principio, antes de que nada haya sido creado.
Esta sabiduría personificada admira a Israel por sus obras maravillosas (el mar, el firmamento, la bola de la tierra...).
No podemos entender esto como una "Persona divina", sino como una "personificación" de una cualidad divina. De la misma manera se habla en muchas ocasiones de "el ángel de Yahvé" y otras imágenes semejantes.
Interpretaciones semejantes darán lugar (quizá con una conexión causal discutible) a doctrinas más o menos emanacionistas, que interponen entre Dios y la humanidad otros personajes ( el Logos por ejemplo ). Debemos tener cuidado y no admitir sin más como Revelación, Palabra de Dios, las palabras humanas que intentan, quizá solamente desde la razón, interpretar a la divinidad.
P R I M E R A R E F L E X I Ó N
Algunos teólogos un poco presuntuosos han querido explorar la intimidad de Dios, entrar en su misma esencia, conocerlo como nos conocemos las personas, como conocemos la Creación, describirlo, explicarlo, conocerlo "por dentro". Es normal, el ser humano es un "animal curioso", capaz de hacerse toda clase de preguntas, incluso aquellas preguntas cuyas respuestas están lejos de su capacidad de comprender.
Pero, en el caso de Dios, hemos topado con nuestros propios límites. Permítanme recordar una escena maravillosa del Libro del Éxodo. Está Moisés en la Tienda de Encuentro, dialogando con Dios, ante la NUBE de incienso que vela la presencia del Señor, y, en un arrebato de amor y de deseo, le pide a Dios:
- ¡Déjame, por favor, ver tu rostro!
Y le contesta el Señor:
- Haré pasar ante ti mi gloria, y pasaré ante ti, pero cubriré tus ojos con mi mano para que no veas mi rostro. Cuando pase, retiraré mi mano y me podrás ver de espaldas; no puedes ver mi rostro sin morir. (Éxodo 33,18 Y ss.)
"No puedes ver mi rostro". No puedes conocerme más que "de espaldas". El pueblo de Israel lo sabe muy bien, por eso no se atreve a hacer imágenes de la divinidad, porque no hay imagen alguna de cosas de la tierra que pueda parecerse siquiera de lejos a la esencia de Dios.
Creo que hemos perdido un poco ese respeto. Nuestros pintores se atreven a pintar a Dios: es un señor anciano, vigoroso y venerable, que flota por los cielos transportado en carro de nubes por preciosos ángeles multicolores. Más aún, nos hemos atrevido a decir que es uno pero son tres: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Y también nos atrevemos a pintarlos: el Padre venerable y con barbas; el Hijo, Jesús; y el Espíritu, como una paloma entre los dos.
Pero esto no son más que vulgarizaciones. Los teólogos se han atrevido a más, y han descrito las relaciones entre ellos, cómo procede el Hijo del Padre, y el Espíritu de los dos.... Afamados teólogos elucubran asombrosamente sobre la trinidad en sí misma, sabemos mucho acerca de cómo proceden entre sí las tres divinas personas.
Formulamos en el Credo expresiones sobre la generación del Hijo y del Espíritu y la consubstancialidad de las personas. Y hasta una de las más fuertes escisiones de la Iglesia que haya sucedido en toda su historia tiene uno de sus fundamentos en diferencias sobre esta generación intratrinitaria. (La otra diferencia, quizá la causa más verdadera de la ruptura es, por supuesto, una cuestión de poder) Y empezamos a sentir temor y desazón, porque hemos entrado en la intimidad de Dios como quien entra en su propia casa y queremos que nuestras pobres palabras, nuestras imágenes con pies de barro sean capaces de representar a Aquel cuyo rostro no puede ver el hombre mortal. ¿No hablamos con demasiado desparpajo de la Santísima Trinidad? ¿No está nuestro lugar un poquito más abajo? ¿no nos vendría bien recuperar el respeto ante Dios?
Una cosa es segura. Conocemos de Dios lo que Dios nos ha dicho de sí mismo. Todo lo que nuestra mente es capaz de conocer de Dios ha de basarse en Su Palabra, si no queremos correr el riesgo de decir muchas tonterías. Y sí que hay Una Palabra estupenda de Dios acerca de sí mismo: se llama Jesús de Nazaret. Para nosotros, los que creemos en Jesús, Él es todo lo mejor - lo único y más que suficiente - que podemos conocer de Dios. Y en Jesús conocemos a Dios de tres maneras:
Como un viento irresistible que empuja la historia del mundo desde dentro, como cuando se hinchan desde dentro las velas de un barco y empieza a navegar, arrastrado por algo invisible y poderoso. Le hemos llamado "El Espíritu", el viento de Dios. Y lo hemos "visto" soplar poderosamente en el mismo Jesús, y lo hemos visto soplar poderosamente en la primera comunidad cristiana, sobre todo partir de aquella formidable mañana de Pentecostés: y los seguimos viendo soplar en el amor y el entusiasmo de tanta gente buena que sostiene el mundo y nos hace mantener la fe y la esperanza.
En Jesús, ese viento formidable era salud y era PALABRA. Todo Jesús es para nosotros Palabra: cuando cura y cuando habla, cuando se compadece y cuando se cansa, cuando muere y cuando triunfa, vemos ante todo LA PALABRA. Los que seguimos a Jesús lo entendemos como “La Palabra”, no solamente por lo que dice sino por lo que hace, por su manera de ser y de vivir. Hasta el punto de que pensamos que en Él podemos conocer a Dios, porque Dios se ha dado a conocer en Él. Es el mensaje de Dios sobre sí mismo, su mejor comunicación. Y entendemos: el Espíritu de Dios se hace en Jesús Palabra para nosotros, mensaje de cómo es Dios.
Por eso Juan Evangelista le llama el Logos, el Verbo, la Sabiduría, la Palabra de Dios hecha carne. Y ahí sí que conocemos de verdad cómo es Dios. Y entonces surge nuestra estupenda sorpresa: cuando Dios habla de sí mismo - en su Palabra, que es Jesús - no habla de Infinito, de Eterno, de Creador, de todas esas cosas maravillosas que nosotros nos imaginábamos. Habla de ABBÁ, de papá cercano imprescindible, que es lo mismo que hablar de médico que se contagia por curar a sus enfermos, que es lo mismo que hablar del pastor que arriesga su vida por cada oveja.
Y nos quedamos asombrados, porque todo era más sencillo, y mucho más importante de lo que nosotros pensábamos. Ya no se trata de un dogma casi incomprensible, algo así como de que uno y tres es lo mismo, sino de que Dios se comunica conmigo - Palabra - actúa en mí - Espíritu - y es mi Padre con quien puedo contar para salvar mi vida. Y que estas tres cosas me convierten en hijo, como convirtieron en Hijo al carpintero de Nazaret. A Él, lleno del Espíritu, en Hijo con mayúsculas, el Primogénito, el Amado. A mí, en quien sopla un poco del Espíritu, del mismo Espíritu, en proyecto de hijo, en camino hacia serlo. Padre, Palabra y Viento, eso es Dios para mí: y esas tres cosas las he visto en Jesús, en el que hemos visto soplar como un huracán el Viento de Dios, en el que sentimos viva y presente La Palabra, el primero que se atrevió a llamar a Dios "Papá", y por eso se ganó el título de "El Hijo". Porque
hijos somos todos, pero como Jesús, nadie.
Es admirable: ese misterio remotísimo e incomprensible de la Santísima Trinidad, que yo pensaba que no me interesaba nada, se convierte en algo importantísimo para mi vida: saber cómo es Dios es a la vez saber cómo es mi vida, y es fuente de seguridad, estímulo y luz para todos los que queremos caminar correctamente por el mundo.
Así que cuando le pregunten "¿quién es Dios nuestro Señor"? no empiece con aquello de "un señor admirable y poderoso, eterno y creador, que mora en los cielos...". Diga más sencillamente:
Dios es para mí el Padre con quien puedo contar, la Palabra que guía mi vida entera, el Viento que me ayuda a navegar... y todo eso lo he descubierto en Jesús, el Hijo, el hombre "lleno del Espíritu".
Sólo en Jesús conocemos a la Trinidad. A veces parece como si conociéramos a la Trinidad por el Antiguo Testamento o por el esfuerzo de nuestra razón, y lo aplicáramos luego a Jesús, reconociendo en Él al Logos, al Hijo eterno, a la Segunda Persona, ya conocidos previamente. Es al revés: en Jesús de Nazaret, ese hombre al que conocemos como el hijo del carpintero, a cuya madre conocemos, cuyos hermanos y parientes viven entre nosotros, en ese hombre hemos descubierto a Dios: a Dios nadie le ha visto jamás: pero Jesús nos lo ha dejado ver.
No pocas veces cometemos también el error de estudiar la Trinidad a través de presuntas palabras de Jesús, sin caer en la cuenta de que esas palabras que los evangelistas (Juan ante todo) ponen en labios de Jesús, son ya interpretaciones humanas, cristología trinitaria de las primeras generaciones cristianas, sumamente respetable, pero sometida ya a más mediaciones.
Mediación, Mediador, palabra clave. Conocemos a Dios por medio de XXX, porque no podemos conocerle cara a cara. Éste es precisamente el tema fundamental: de qué mediador nos fiamos. Y la respuesta de la fe cristiana es clara: el Único Mediador es Jesús de Nazaret. Conviene que precisemos: no hemos dicho que el mediador es Jesucristo, sino Jesús de Nazaret. Cuando decimos "Jesucristo" estamos hablando ya de "El Mesías", "El Hijo de Dios", "Dios-con-nosotros-Salvador" o "el Verbo encarnado". Pero todos esos no son mediadores sino mediados. No entran por los ojos ni son tocados por las manos; son interpretaciones hechas por la fe con ayuda de mediaciones teológicas o filosóficas y, en definitiva, racionales.
La mente humana es un mediador; ella "entiende" porque no solamente recibe mensajes sino que los elabora, es decir, procura acomodar lo que recibe en el conjunto de sus esquemas previos. Y al hacerlo, necesariamente, deforma. No podemos actuar de otra manera, pero debemos ser conscientes de que funcionamos así. Y siempre que hablemos de Dios habremos de ser muy conscientes de que todo lo que expresamos, todo lo que la razón construye, es una mediación deformadora, probablemente muy venerable, pero que debe tener conciencia de que reduce a Dios.
No se puede expresar una esfera en dos dimensiones, ni traducir los colores a sonidos. No se puede conocer el rostro de Dios ni tener la osadía (¿desvergüenza?) de pretender poseer un conocimiento adecuado de su intimidad.
Pero hay un mediador, no construido por nosotros, sino regalado por Dios mismo y por tanto fiable. El Hombre lleno del Espíritu, del que nuestro conocimiento humano capta solamente la humanidad. En el rostro humano de Jesús hemos descubierto a Dios Trinidad. Hemos descubierto el rostro paternal de Dios, hemos descubierto la presencia de Dios viento creador y vivificador, hemos descubierto que el viento de Dios Padre hace a Jesús Hijo. Y, asomados al borde del misterio de conocimiento íntimo de Dios, nos atrevemos a decir que Dios mismo es Padre, Palabra y Viento, porque así lo hemos visto en Jesús, el Hijo. Y poco más, muy poco más, quizá nada más. Pavorosos intentos trinitarios y osadas (aunque usadísimas) cristologías nos llevan al borde de creer en tres dioses y de negar la naturaleza humana de Jesús de Nazaret. A veces, demasiadas veces, nos llevan más allá de ese borde.
A Dios nadie le ha visto jamás, ni le ha comprendido jamás, ni es nadie capaz de meterlo en su cerebro. Si nos aventuramos más allá de lo que hemos visto y oído, de lo que nuestras manos han podido tocar del Verbo de la Vida, corremos peligro de no creer en Dios, sino en nuestras propias mediaciones.
S E G U N D A R E F L E X I Ó N
A lo largo de su historia, la humanidad se ha situado ante la divinidad en una doble situación: por una parte, la curiosidad. la necesidad de conocer, el irresistible atractivo ante ese desconocido, el mayor de todos los enigmas a los que puede enfrentarse; por otra parte el temor, la conciencia de pequeñez e indefensión ante esa realidad que se entiende ante todo como poder. Ambas vertientes suponen una inaccesibilidad de lo divino: el ser humano lo investiga con sus propias fuerzas y cree descubrir, esporádicamente, sus intervenciones puntuales y siempre temibles.
En esta búsqueda temerosa de la divinidad, Jesús supone un vuelco espectacular.
Para los que creen en Jesús, su fe en él supone que es posible conocer a Dios, precisamente en Jesús mismo. El Dios conocido en Jesús no tiene nada de terrible: es una fuerza benéfica, positiva para el ser humano. Y no se manifiesta como lejano e inaccesible, sino como cercano y activo.
Estas tres dimensiones se representan en imágenes: Si Jesús hace visible a Dios es porque es El Hijo, en el cual se muestra cómo es el Padre. El Hijo es así porque “es como su Padre”, porque actúa, siente y habla como su Padre. Esta imagen – Padre - no se limita a una connotación de poder, como el paterfamilias todopoderoso de la antigüedad, sino que adquiere la de familiaridad y confianza del niño pequeño respecto a su papá. Y la imagen no concierne solamente a Jesús, sino que debe ser aplicada a la humanidad entera. La aparición de Jesús significa por tanto que el encuentro de Dios y el ser humano no es tanto fruto del esfuerzo del ser humano, sino de la iniciativa de Dios.
Este Dios activo, presente en la historia, se describe también con una imagen: el viento, en griego “espíritu”: una palabra que puede designar lo mismo el viento que agita la naturaleza que el aliento, el soplo vital que hace vivientes a los seres vivos.
La historia se entiende como una serie continua de intervenciones de ese Viento de Dios: es él quien mueve a las personas, quien produce efectos benéficos por medio de ellas, para el bien de la totalidad.
Conforme a esta imagen, los evangelistas presentan a Jesús como obra del Espíritu, “un hombre lleno del Espíritu”. Ese Espíritu de Dios es el que le hace Hijo, el que le hace consciente de serlo, el que le lleva a hablar de su Padre como quien le conoce, a actuar con el mismo espíritu de su Padre. El Espíritu de que se muestra en Jesús le lleva a comunicar, hablar de su Padre, informar, revelar. Y le lleva a actuar, siempre a favor de las personas, curando, liberando.
Los que creemos en Jesús hemos descubierto en Él cómo es Dios: activo, presente, promotor, positivo. La palabra “Abbá” lo expresa bien: es un padre que engendra por amor y trabaja por sacar adelante a sus hijos. Y esta palabra, en plural, nos define como humanidad: descubrir que somos hijos, descubrir que la humanidad puede realizarse con unos valores muy superiores a la violencia, a la competitividad, a la venganza, incluso muy superiores a la mera justicia. La imagen de una familia, en que el Padre /Madre quiere y es querido, en que los hermanos se siente unidos por un vínculo profundo que les hace quererse, ayudarse, perdonarse ….
Naturalmente, todas estas palabras no son mas que imágenes. Pero es fundamental caer en la cuenta de que Jesús habla en imágenes, es decir, que considera que las imágenes son la mejor manera que tenemos los humanos de comprender a Dios. Lo importante es que no se usan otras imágenes: para hablar de Dios creador no se usa la imagen de un artesano (nosotros diríamos un ingeniero) que fabrica una máquina y pude tirarla si se hace vieja; se usa la imagen del que engendra y saca adelante, movido por el amor. Para hablar de Jesús no se usa la imagen de un Mensajero enviado con poderes de parte de un Rey poderoso: se usa la imagen de un hijo que anuncia los demás que también lo son, que les dice quién es su Padre. Para hablar de la acción de Dios no se usa la imagen de un rey que dicta órdenes y machaca enemigos; se usa la imagen del viento, del aliento, algo que hace vivir y arrastra.
Dos puntualizaciones finales:
Por esta razón, cuando hablamos de la Santísima Trinidad decimos que en Jesús hemos descubierto a Dios como Padre, como Palabra, como Viento. Más tarde, y a partir de aquí, muchos pensadores ha ido haciendo cultas elucubraciones sobra las Tres Personas divinas, sobre sus relaciones eternas ... Puede estar muy bien, pero si perder de vista una referencia: respecto a Dios, nos fiamos de lo que Jesús muestra, de lo que en Jesús vemos. Lo demás no goza de la misma autoridad.
Jesús, al mostrar cómo es Dios, muestra también cómo es el ser humano. Cuando hablamos de Jesús Dios y hombre verdadero, cuando atribuimos al hombre Jesús una condición divina, estamos diciendo algo que no afecta sólo a Jesús sino a la humanidad. Estamos diciendo que el ser humano es capaz de Dios. Estamos diciendo que el ser humano se hace completamente humano cuando “se encuentra” con Dios.
Naturalmente, esto, llevado al terreno de los conceptos, de la metafísica, resulta poco menos que inexplicable o ininteligible. Por eso es tan útil – tan necesario – fiarnos de Jesús también en el modo de hablar de estas cosas: con imágenes: encuentro con Dios, llegar a ser hijo, dejarse llevar por el Viento ….
Para concluir: La Santísima Trinidad nos lleva al corazón de nuestra fe: en Jesús, el Hijo, podemos conocer a Dios, y lo conocemos como Padre, como Palabra y como Viento. Esto cambia nuestra relación con Dios, lo acerca, lo convierte en Alguien en quien se puede confiar. Esto cambia nuestra concepción del ser humano: no abre una posibilidad, mucho más amplia y atractiva que lo meramente biológico.
Resumiendo: déjate llevar por el Viento de tu Padre, vive atento a su Palabra, deja que el Viento te vaya convirtiendo en Hijo.
PARA NUESTRA ORACIÓN
Yo creo sólo en un Dios,
en Abbá, como creía Jesús.
Yo creo que el Todopoderoso
creador del cielo y de la tierra
es como mi madre
y puedo fiarme de él.
Lo creo porque así lo he visto
en Jesús, que se sentía Hijo.
Yo creo que Abbá no está lejos
sino cerca, al lado, dentro de mí,
creo sentir su Aliento
como un Brisa suave que me anima
y me hace más fácil caminar.
Creo que Jesús, más aún que un hombre
es Enviado, Mensajero.
Creo que sus palabras son Palabras de Abbá
Creo que sus acciones son mensajes de Abbá.
Creo que puedo llamar a Jesús
La Palabra presente entre nosotros.
Yo solo creo en un Dios,
que es Padre, Palabra y Viento
porque creo en Jesús, el Hijo
el hombre lleno del Espíritu de Abbá.
Yo creo sólo en un Dios,
en Abbá, como creía Jesús.
Yo creo que el Todopoderoso
creador del cielo y de la tierra
es como mi madre
y puedo fiarme de él.
Lo creo porque así lo he visto
en Jesús, que se sentía Hijo.
Yo creo que Abbá no está lejos
sino cerca, al lado, dentro de mí,
creo sentir su Aliento
como un Brisa suave que me anima
y me hace más fácil caminar.
Creo que Jesús, más aún que un hombre
es Enviado, Mensajero.
Creo que sus palabras son Palabras de Abbá
Creo que sus acciones son mensajes de Abbá.
Creo que puedo llamar a Jesús
La Palabra presente entre nosotros.
Yo solo creo en un Dios,
que es Padre, Palabra y Viento
porque creo en Jesús, el Hijo
el hombre lleno del Espíritu de Abbá.
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