Publicado por El Blog de X. Pikaza
Ayer hablé del budismo como vía de pacificación. Hoy he querido seguir reflexionando sobre el tema. Recuerdo que Guardini, un Padre de la Iglesia del siglo XX decía que, tras un tiempo de alucinaciones y destellos ilusorios, quedarían sobre el mundo básicamente dos luces: la del Buda y la del Cristo. No sé si esa profecía es buena, pero, al menos, está bien formulada (con perdón de otros maestros y caminos como Muhammad o el Tao).
Los cristianos hemos ido a misionar y conquistar el mundo y, cuando hemos vuelto a casa, descubrimos que el Budismo se había instalado en ella.Quizá es un “budismo light”, pero está aquí, forma parte de nuestra vida y de nuestro camino de paz. Por eso me parece justo profundizar en lo que dije ayer y en lo que dijeron algunos comentaristas, a quienes agradezco su aportación, para entender mejor la paz cristiana, desde la perspectiva del budismo.
Gautama es un Buda, es decir, un Iluminado, abierto a la Vida Interior. Jesús, en cambio, es un Cristo, mensajero y promotor del Reino de Dios. Así los presento, con sus semejanzas y sus diferencias. Habrá algunas repeticiones respecto a lo que dije ayer. Los lectores pacientes sabrán perdonarlas, pasando por alto las cosas ya sabidas. Buen día, con el Buda y/o con el Cristo.
Otra vez los cuatro encuentros
El budismo comparte muchos rasgos con el hinduismo clásico, entre otros los cuatro momentos de la realidad (samsara, karma, dharma y moksa o nirvana). Pero ha desarrollado otros nuevos, a partir de la experiencia histórica de Buda, entre ellos la negación del sistema de castas (que ratifica un tipo de imposición social) y la exigencia de una no-violencia, vinculada a la misma negación de las castas. En el principio del budismo está Gautama Sakyamuni, un príncipe guerrero del norte de la India, bajo el Himalaya. No era brahmán de nacimiento, contemplativo, experto religioso, sino un noble, igual que Arjuna, protagonista de la Gita, pero su principal aportación no ha sido alcanzar la paz interna, en medio de la guerra, sino superar la misma guerra externa, con la división de castas. Por eso ha buscado la raíz de la violencia y la desdicha humana, en el mismo corazón de la vida, como indica la leyenda de sus cuatro encuentros.
1. Un enfermo. La guerra puede ser ocasional y, en principio, podría superarse. Lo que no se puede superar es un tipo de malformación o enfermedad que postra al hombre, arrojándole en un lecho de dolor. Somos enfermos, esta es nuestra primera experiencia.
2. Un anciano. Arjuna el buen hindú Bienaventurado quedó impresionado por la dureza de la muerte en guerra. Sakyamuni el Buda descubrió que la violencia de la muerte era anterior a la guerra; se hallaba vinculada a la misma constitución temporal del hombre, a su forma de vivir sobre la tierra. Así descubrió la paradoja de que lo más hermoso (vivir muchos años) resulta lo más doloroso (vejez)
3. Un muerto. No necesitó ir a la guerra para encontrarse con él, no fue a los campos de tortura, ni a los lugares donde algunos son asesinados por otros. Supo que la muerte era lo más "universal y democrático", la violencia suprema de la vida, aquella guerra con la que todos debemos inexorablemente enfrentarnos.
4. Iluminación. Las tres violencias anteriores (enfermedad, vejez y muerte) hicieron que Gautama buscara primero a los monjes para que le enseñara a superarlas, pero no lo consiguieron. Sólo tras abandonar a los monjes, tras un largo camino, bajo el árbol de la luz, junto al río Ganges, en Benarés, alcanzó la iluminación, que le hizo Buda, el Iluminado.
Gautama, un Buda, un renacido
Este cuarto encuentro, en el que descubrió en sin-sentido de las grandes violencias de la vida, hizo de Gautama el Gran Buda, esto es, el Iluminado. Así pudo ver que la guerra de la vida no se resuelve con medidas de violencia externa (guerra sagrada), ni de superación interna, mientras la vida exterior sigue batiéndose en la guerra (como en la Gita), sino a través de un renacimiento integral.
Buda, el Iluminado, es un renacido, pues ha conseguido el nirvana en este mismo mundo. Por eso ha superado el dualismo (Gita), que afirmaba que los hombres viven en dos planos: uno externo de violencia y otro de pacificación interior. Para Buda la pacificación interior trasforma al hombre entero, de parece que puede vivir pacificado en todos sus niveles.
El renacimiento budista implica una superación del sistema de castas, en una línea semejante a la de Pablo: "no hay ya hombre y mujer, no hay judío y griego, no hay libre y esclavo" (Gal 3, 28), pues todos los hombres son uno ante la vida (en Cristo). El hinduismo de la Gita era religión y sistema social, una sacralización de las castas, incluida la de los guerreros. Las castas son para Buda elementos pasajeros (y pasados) de la vida, que es la misma para todos los hombres y mujeres. Donde hay iluminación no puede haber guerra, no tiene sentido el ejército.
Las cuatro nobles verdades
Este es el tema de fondo del discurso de Benarés, donde Buda propuso la Vía Medía, que discurre entre dos extremos, que pueden destruir al hombre: el de los placeres, que le encierran en el mundo, y el de las mortificaciones y esfuerzos de aquellos que quieren alcanzar la liberación por sí mismos, como si fueran capaces de hacerlo a través de un esfuerzo su justicia superior al de los otros. Frente a esos dos extremos proclamó Buda el nuevo nacimiento, en el se descubren las cuatro nobles verdades de la vida.
1. Todo es sufrimiento. La violencia del hombre no empieza con la guerra o la tortura, que divide y distingue a unos de otros. Ella brota con la misma vida: porque es violento nacer y morir, enfermarse y envejecer, sin que jamás podamos alcanzar aquello que queremos. No existen diferencias: hombres y mujeres, brahmanes o parias intocables, todos se encuentran sometidos a una misma violencia originaria, que es la vida en este tiempo, en este mundo.
2. El sufrimiento es deseo. Tanto la Gita como el Tao han querido superarlo, pero no lo han hecho de un modo consecuente; por eso siguen dejando al hombre sobre el viejo mundo. Buda, en cambio, es radical. Lo que al hombre le destruye no son nunca los demás, sino sus propios deseos, que le atan a una vida de muerte. Por eso, lo que importa no es luchar contra los deseos de los otros violentos de los otros, sino contra los propios que nos esclavizan.
3. Superando el deseo se supera el sufrimiento. También la Gita pedía al guerrero que no deseara nada (como hace en otro plano el Tao), pero, al mismo tiempo, le dejaba inmerso en la batalla externa de la historia. Buda sabe que el no-deseo incluye en sí la no-guerra y con la no-guerra nos abre a un mundo donde los hombres no se dividen ya en castas y funciones sociales, sino sólo por su capacidad de superar lo deseos (volviéndose así testigos de la paz).
4. Liberación. La experiencia y palabra de Buda nos sitúa a la frontera o límite donde, superada la violencia de los deseos propios, puede expandirse en paz la vida. Buda ha precisado y codificado ese camino de paz a través de los consejos que ha ido ofreciendo a sus seguidores, abriendo para ellos un camino de respeto a la vida (no-violencia), de dominio de los sentidos (superando las pasiones) y de vivir en bondad, compasión, alegría, solidaridad etc.
Los “mandamientos” del Buda
Los consejos o caminos que Buda ha ofrecido a sus seguidores los podría haber dado de algún modo la Gita hinduista. Pero hay una diferencia: la Gita busca la indiferencia, pero dejando que las viejas normas de la sociedad violenta (desigualdad social de castas, guerra externa) sigan definiendo la vida de los hombres; Buda, en cambio, propone una liberación total que abarca ocho momentos:
1. recta visión,
2. pensamiento recto,
3. recta palabra,
4. recta acción corporal;
5. recta forma de vida,
6. recto esfuerzo contra el mal,
6. atención
7. concentración.
El cuarto momento (recta acción corporal), se centra en las grandes prohibiciones
no-matar,
no-robar,
no-mantener relaciones sexuales[ilícitas].
A esas tres prohbiciones se añaden a veces dos preceptos:
no decir palabras malas (ni mentir)
abstenerse de bebidas inebriantes.
Tiene importancia especial la primera prohibición (no-matar), definida como no violencia o ahimsa, tanto en el aspecto negativo (no matar, no agraviar, evitar la guerra) como en el positivo (suscitar la paz, proteger la vida). Suele llamársele también mandamiento de no hacer daño, de no ofender a los demás, tanto en el aspecto interior como exterior. Conforme al esquema de los ocho momentos del camino, esta recta acción externa viene después de la recta visión, pensamiento y palabra, de forma que la no-violencia brota de transformación total del ser humano, que empieza por la visión, pensamiento y palabra.
Tres formas de situarnos ante la violencia
Desde este nivel, retomando varios esquemas religiosos podemos distinguir tres maneras de situarnos ante la violencia:
1. Respuesta piadosa 1: Prohibir sólo la violencia externa. Podría haber violencia interna allí sin acción nociva externa, allí donde la agresividad o ira profunda no se expresa o ratifica en ningún tipo de agresión externa. De esa forma se podría cumplir, conforme a Mt 5, 21, el precepto originario de la Ley israelita, el no matarás de Ex 20, 13 y Dt 5, 17. El derecho social regularía sólo las acciones externas, sin entrar en lo interno (sin penetrar en los pensamientos y deseos). Pero es difícil regular la violencia externa sin cambiar la actitud interna. Es difícil ser pacíficos en lo externo sin vivir en paz interna.
2. Respuesta piadosa 2: Prohibir sólo la violencia interna. Puede haber una violencia exterior, pero sin agresividad o ira interior, como en el caso de la Gita de ciertos modelos hindúes… o de ciertos grupos cristianos que han permitido matar, pero sin ira. Este tipo de modelo religioso se preocupa sobre todo por el cambio del corazón; no le interesa la transformación externa. Surgiría así una ética de las puras intenciones, desligada del mundo exterior. Habría, por tanto, “santos guerreros” que han matado a miles de enemigos, pero sin conmoverse por dentro, sin violencia de corazón
3. Unión de lo interno y de lo externo. Pues bien, en contra de las visiones anteriores, tanto el budismo como el cristianismo han querido unir ambos niveles. Por eso, al evangelio le preocupa no sólo el no-matar (lo externo), sino también el no-airarse con el prójimo y viceversa (cf Mt 5, 21-26). También Buda ha buscado el desarme interno y externo, en gesto que quiere abarcar la vida entera.
Budismo y cristianismo. No-violencia y amor activo
En ese último plano queremos situarnos. Budismo y cristianismo constituyen, posiblemente, las dos creaciones supremas del espíritu humano, los dos intentos más altos de pacificación humana. Ambos implican un tipo de revelación sagrada o iluminación, vinculada en el cristianismo al Dios personal (Padre) encarnado en un hombre (Jesucristo) y expresada en el budismo por la Ley del Dharma, que se muestra en los iluminados o Budas, en los que importa más el ejemplo de su vida que su historia (pueden no haber existido). Estamos ante dos caminos fuerte de no-violencia activa, como digo uno de los grandes maestros de la no-violencia en el siglo XX:
La ética de Buda es distinta de la ética de Jesús en cuanto aquel (Buda) no pidió verdadero amor activo. Jesús y el Buda tienen en común que su clase de ética, por estar bajo la influencia de la negación del mundo de la vida, no es una ética de acción sino de perfección interior. En ambos, la etica de perfección interior está regida por el principio del amor. Lleva por tanto en sí la tendencia a expresarse en acción y desde este punto de vista presenta cierta afinidad con la afirmación del mundo y de la vida. En Jesús, la ética del perfeccionamiento del yo ordena el amor activo; en el Buda no va tan lejos.
La importancia de Buda consiste en que se propuso espiritualizar la negación del mundo y de la vida y hacerla ética. La espiritualizó, enseñando a los hombres a considerar el apartamiento del corazón de las cosas materiales como más importante que la renunciación del mundo en la práctica. Al propio tiempo exigió a sus discípulos que expresaran externamente en conducta ética su emancipación interior del mundo.
«Como su pensamiento estaba dominado por la negación del mundo y de la vida ocurrió que para él no contaba la ética de la ayuda activa. De modo que se vio obligado a desinteresarse de esta ética exotérica y sólo puro preocuparse por la ética esotérica; se preocupó de esa disposición libre de odio, pacífica y bondadosa que todo hombre debe esforzarse por adquirir y por poner a prueba en sus relaciones con sus semejantes. Así se convirtió en el creador de la ética de la perfección interior. En esta esfera dio expresión a verdades de valor imperecedero y perfeccionó la ética no sólo de la India sino de la humanidad. Fue uno de los más grandes hombres éticos de genio que han existido». (A. Schweitzer, El pensamiento de la India, FCE, México 1971, pp. 104-107).
Podíamos añadir que ambos concuerdan en el principio de la no-violencia, pero cada uno lo interpreta a su manera, en la línea de lo esotérico (budismo) y lo exotérico (cristianismo). Buda acentúa la negación, la superación del deseo; Jesús, en cambio, insiste también en la obra externa, entendida a modo de comunicación personal, en el gesto de ayuda hacia los necesitados. Parece que Buda no cree en la transformación (salvación) del hombre en este mundo ni en la comunicación positiva, entre los hombres. Jesús, en cambio, cree en conciencia divina del hombre y su comunicación de vida, como destacaremos en la conclusión.
Diferencias básicas. Buda y Jesús
Estos y otros motivos pueden valorarse de diversas formas. Aquí lo haremos de un modo esquemático, que servirá para ratificar lo anterior y preparar el capítulo siguiente o conclusión de este libro:
1. Buda se sitúa en una línea de negación del deseo que encadena al ser humano sobre el mundo, haciéndolo violento y desgraciado. Ciertamente, en la otra cara de esa negación emerge una propuesta: superado el deseo, puede surgir y surge la humanidad no violenta, liberada (el grupo de sus monjes).
Jesús, en cambio, empieza con la afirmación: quiere el amor; cree en la transformación positiva y creadora del deseo, de manera que los hombres pueden gozar viviendo y compartiendo lo que son, en gesto de comunicación creadora. Es como si Buda se quedara a la puerta y dijera: sólo podemos superar el deseo, para vencer de esa manera la violencia. Jesús, en cambio, se atreve a pasar esa puerta, para comunicarnos la vida de un modo gratuito, invirtiendo así la lógica de violencia de la guerra.
2. Buda toma como punto de partida el dolor, vinculado al deseo, y busca la liberación de ese deseo/dolor; por eso es muy sobrio en sus afirmaciones, tanto en relación con una posible divinidad (gracia que está al fondo de su iluminación, del dharma búdico) como en relación con lo nirvana (paz final).
Jesús, en cambio, toma como punto de partida el amor de Dios a quien concibe como Padre, de quien brota la liberación del deseo egoísta y la instauración de un estado de no-violencia activa. Lo contrario a la guerra no es la no-violencia sin más, sino la comunicación gratuita y creadora de la vida.
3. El amor del Buda histórico o de los budas simbólicos vale como "ejemplo", porque cada uno tiene que liberarse a sí mismo, en camino de intensa iluminación. Es evidente que los iluminados pueden acompañarse, en gesto de compasión intensa (karuna), pero, en el fondo, cada uno acaba siendo un solitario. En ese aspecto (al menos desde las perspectivas más antiguas) Buda no aparece como liberador: no ha vivido ni ha muerto por los otros.
Por el contrario, el amor de Jesús implica un gesto activo, que culmina en la entrega de la vida (en la muerte violenta en el Calvario). Para los cristianos, Jesús es más que un simple iluminado (un ejemplo); él es presencia de Dios, un redentor mesiánico.
4. Buda inicia un camino "monacal": saca a los iluminados del mundo, para que puedan vivir la experiencia más intensa de una vida más allá de los deseos. No quiere transformar el mundo, sino hacer que algunos se liberen de este mundo; por eso, en el fondo, exige a los perfectos la continencia sexual.
Por el contrario, Jesús ha iniciado un camino de no-violencia mesiánica; su proyecto no es de tipo monacal, sino que está abierto a todos los hombres y mujeres, a quienes ofrece el testimonio de su nueva humanidad, de una comunicación creadora de vida (abierta a la generación, esto es, a los hijos). Por eso, su religión (su vida) es un proceso de comunicación gratuita.
Posibles limitaciones del budismo (desde una visión cristiana)
El budismo radical va en contra del sistema de violencia económica y militar que domina en el mundo, de manera que su aportación nos parece espléndida. Pero hay en su proyecto (al menos en algunas de sus formas) tres posibles limitaciones, al menos desde una visión cristiana (que puede ser sesgada):
(1) El monacato. A veces se ha pensado que el budismo es una religión de minorías: sólo los monjes deberían superar de esta manera la violencia; los demás siguen inmersos en ella y pueden responder como mejor vean.
(2) El alejamiento del mundo. Son muchos los que piensan que el budismo sólo vale en un nivel de interioridad, como negación del mundo de violencia externa, pero que no ofrece un programa o camino de trasformación social de la humanidad.
(3) El elitismo. Budistas pueden ser todos, sin limitación de castas, razas o condiciones sociales. Pero da la impresión de que sólo pueden ser budistas consecuentes aquellos que pueden realizar un proceso de superación interior de los deseos. La mayoría de los hombres y mujeres sería incapaz de ello.
Apéndice
Suele decirse que el budismo ha tenido una historia menos violenta que el cristianismo, quizá por su misma actitud de reserva frente al mundo y por su menor implicación política. Por el contrario, los cristianos, que han creído y siguen creyendo que se puede trasformar este mundo por la paz, en actitud de amor activo, han sentido la tentación de tomar el poder y controlar sus mecanismos para así 'mejorar' en amor a los demás. Es evidente que muchas veces se han vuelto opresores y los siguen siendo todavía en ciertos campos. No se trata aquí de comparar ni condenar a unos u otros, aunque la perspectiva cristiana nos sitúa en una línea de mayor encarnación activa.
Los cristianos hemos ido a misionar y conquistar el mundo y, cuando hemos vuelto a casa, descubrimos que el Budismo se había instalado en ella.Quizá es un “budismo light”, pero está aquí, forma parte de nuestra vida y de nuestro camino de paz. Por eso me parece justo profundizar en lo que dije ayer y en lo que dijeron algunos comentaristas, a quienes agradezco su aportación, para entender mejor la paz cristiana, desde la perspectiva del budismo.
Gautama es un Buda, es decir, un Iluminado, abierto a la Vida Interior. Jesús, en cambio, es un Cristo, mensajero y promotor del Reino de Dios. Así los presento, con sus semejanzas y sus diferencias. Habrá algunas repeticiones respecto a lo que dije ayer. Los lectores pacientes sabrán perdonarlas, pasando por alto las cosas ya sabidas. Buen día, con el Buda y/o con el Cristo.
Otra vez los cuatro encuentros
El budismo comparte muchos rasgos con el hinduismo clásico, entre otros los cuatro momentos de la realidad (samsara, karma, dharma y moksa o nirvana). Pero ha desarrollado otros nuevos, a partir de la experiencia histórica de Buda, entre ellos la negación del sistema de castas (que ratifica un tipo de imposición social) y la exigencia de una no-violencia, vinculada a la misma negación de las castas. En el principio del budismo está Gautama Sakyamuni, un príncipe guerrero del norte de la India, bajo el Himalaya. No era brahmán de nacimiento, contemplativo, experto religioso, sino un noble, igual que Arjuna, protagonista de la Gita, pero su principal aportación no ha sido alcanzar la paz interna, en medio de la guerra, sino superar la misma guerra externa, con la división de castas. Por eso ha buscado la raíz de la violencia y la desdicha humana, en el mismo corazón de la vida, como indica la leyenda de sus cuatro encuentros.
1. Un enfermo. La guerra puede ser ocasional y, en principio, podría superarse. Lo que no se puede superar es un tipo de malformación o enfermedad que postra al hombre, arrojándole en un lecho de dolor. Somos enfermos, esta es nuestra primera experiencia.
2. Un anciano. Arjuna el buen hindú Bienaventurado quedó impresionado por la dureza de la muerte en guerra. Sakyamuni el Buda descubrió que la violencia de la muerte era anterior a la guerra; se hallaba vinculada a la misma constitución temporal del hombre, a su forma de vivir sobre la tierra. Así descubrió la paradoja de que lo más hermoso (vivir muchos años) resulta lo más doloroso (vejez)
3. Un muerto. No necesitó ir a la guerra para encontrarse con él, no fue a los campos de tortura, ni a los lugares donde algunos son asesinados por otros. Supo que la muerte era lo más "universal y democrático", la violencia suprema de la vida, aquella guerra con la que todos debemos inexorablemente enfrentarnos.
4. Iluminación. Las tres violencias anteriores (enfermedad, vejez y muerte) hicieron que Gautama buscara primero a los monjes para que le enseñara a superarlas, pero no lo consiguieron. Sólo tras abandonar a los monjes, tras un largo camino, bajo el árbol de la luz, junto al río Ganges, en Benarés, alcanzó la iluminación, que le hizo Buda, el Iluminado.
Gautama, un Buda, un renacido
Este cuarto encuentro, en el que descubrió en sin-sentido de las grandes violencias de la vida, hizo de Gautama el Gran Buda, esto es, el Iluminado. Así pudo ver que la guerra de la vida no se resuelve con medidas de violencia externa (guerra sagrada), ni de superación interna, mientras la vida exterior sigue batiéndose en la guerra (como en la Gita), sino a través de un renacimiento integral.
Buda, el Iluminado, es un renacido, pues ha conseguido el nirvana en este mismo mundo. Por eso ha superado el dualismo (Gita), que afirmaba que los hombres viven en dos planos: uno externo de violencia y otro de pacificación interior. Para Buda la pacificación interior trasforma al hombre entero, de parece que puede vivir pacificado en todos sus niveles.
El renacimiento budista implica una superación del sistema de castas, en una línea semejante a la de Pablo: "no hay ya hombre y mujer, no hay judío y griego, no hay libre y esclavo" (Gal 3, 28), pues todos los hombres son uno ante la vida (en Cristo). El hinduismo de la Gita era religión y sistema social, una sacralización de las castas, incluida la de los guerreros. Las castas son para Buda elementos pasajeros (y pasados) de la vida, que es la misma para todos los hombres y mujeres. Donde hay iluminación no puede haber guerra, no tiene sentido el ejército.
Las cuatro nobles verdades
Este es el tema de fondo del discurso de Benarés, donde Buda propuso la Vía Medía, que discurre entre dos extremos, que pueden destruir al hombre: el de los placeres, que le encierran en el mundo, y el de las mortificaciones y esfuerzos de aquellos que quieren alcanzar la liberación por sí mismos, como si fueran capaces de hacerlo a través de un esfuerzo su justicia superior al de los otros. Frente a esos dos extremos proclamó Buda el nuevo nacimiento, en el se descubren las cuatro nobles verdades de la vida.
1. Todo es sufrimiento. La violencia del hombre no empieza con la guerra o la tortura, que divide y distingue a unos de otros. Ella brota con la misma vida: porque es violento nacer y morir, enfermarse y envejecer, sin que jamás podamos alcanzar aquello que queremos. No existen diferencias: hombres y mujeres, brahmanes o parias intocables, todos se encuentran sometidos a una misma violencia originaria, que es la vida en este tiempo, en este mundo.
2. El sufrimiento es deseo. Tanto la Gita como el Tao han querido superarlo, pero no lo han hecho de un modo consecuente; por eso siguen dejando al hombre sobre el viejo mundo. Buda, en cambio, es radical. Lo que al hombre le destruye no son nunca los demás, sino sus propios deseos, que le atan a una vida de muerte. Por eso, lo que importa no es luchar contra los deseos de los otros violentos de los otros, sino contra los propios que nos esclavizan.
3. Superando el deseo se supera el sufrimiento. También la Gita pedía al guerrero que no deseara nada (como hace en otro plano el Tao), pero, al mismo tiempo, le dejaba inmerso en la batalla externa de la historia. Buda sabe que el no-deseo incluye en sí la no-guerra y con la no-guerra nos abre a un mundo donde los hombres no se dividen ya en castas y funciones sociales, sino sólo por su capacidad de superar lo deseos (volviéndose así testigos de la paz).
4. Liberación. La experiencia y palabra de Buda nos sitúa a la frontera o límite donde, superada la violencia de los deseos propios, puede expandirse en paz la vida. Buda ha precisado y codificado ese camino de paz a través de los consejos que ha ido ofreciendo a sus seguidores, abriendo para ellos un camino de respeto a la vida (no-violencia), de dominio de los sentidos (superando las pasiones) y de vivir en bondad, compasión, alegría, solidaridad etc.
Los “mandamientos” del Buda
Los consejos o caminos que Buda ha ofrecido a sus seguidores los podría haber dado de algún modo la Gita hinduista. Pero hay una diferencia: la Gita busca la indiferencia, pero dejando que las viejas normas de la sociedad violenta (desigualdad social de castas, guerra externa) sigan definiendo la vida de los hombres; Buda, en cambio, propone una liberación total que abarca ocho momentos:
1. recta visión,
2. pensamiento recto,
3. recta palabra,
4. recta acción corporal;
5. recta forma de vida,
6. recto esfuerzo contra el mal,
6. atención
7. concentración.
El cuarto momento (recta acción corporal), se centra en las grandes prohibiciones
no-matar,
no-robar,
no-mantener relaciones sexuales[ilícitas].
A esas tres prohbiciones se añaden a veces dos preceptos:
no decir palabras malas (ni mentir)
abstenerse de bebidas inebriantes.
Tiene importancia especial la primera prohibición (no-matar), definida como no violencia o ahimsa, tanto en el aspecto negativo (no matar, no agraviar, evitar la guerra) como en el positivo (suscitar la paz, proteger la vida). Suele llamársele también mandamiento de no hacer daño, de no ofender a los demás, tanto en el aspecto interior como exterior. Conforme al esquema de los ocho momentos del camino, esta recta acción externa viene después de la recta visión, pensamiento y palabra, de forma que la no-violencia brota de transformación total del ser humano, que empieza por la visión, pensamiento y palabra.
Tres formas de situarnos ante la violencia
Desde este nivel, retomando varios esquemas religiosos podemos distinguir tres maneras de situarnos ante la violencia:
1. Respuesta piadosa 1: Prohibir sólo la violencia externa. Podría haber violencia interna allí sin acción nociva externa, allí donde la agresividad o ira profunda no se expresa o ratifica en ningún tipo de agresión externa. De esa forma se podría cumplir, conforme a Mt 5, 21, el precepto originario de la Ley israelita, el no matarás de Ex 20, 13 y Dt 5, 17. El derecho social regularía sólo las acciones externas, sin entrar en lo interno (sin penetrar en los pensamientos y deseos). Pero es difícil regular la violencia externa sin cambiar la actitud interna. Es difícil ser pacíficos en lo externo sin vivir en paz interna.
2. Respuesta piadosa 2: Prohibir sólo la violencia interna. Puede haber una violencia exterior, pero sin agresividad o ira interior, como en el caso de la Gita de ciertos modelos hindúes… o de ciertos grupos cristianos que han permitido matar, pero sin ira. Este tipo de modelo religioso se preocupa sobre todo por el cambio del corazón; no le interesa la transformación externa. Surgiría así una ética de las puras intenciones, desligada del mundo exterior. Habría, por tanto, “santos guerreros” que han matado a miles de enemigos, pero sin conmoverse por dentro, sin violencia de corazón
3. Unión de lo interno y de lo externo. Pues bien, en contra de las visiones anteriores, tanto el budismo como el cristianismo han querido unir ambos niveles. Por eso, al evangelio le preocupa no sólo el no-matar (lo externo), sino también el no-airarse con el prójimo y viceversa (cf Mt 5, 21-26). También Buda ha buscado el desarme interno y externo, en gesto que quiere abarcar la vida entera.
Budismo y cristianismo. No-violencia y amor activo
En ese último plano queremos situarnos. Budismo y cristianismo constituyen, posiblemente, las dos creaciones supremas del espíritu humano, los dos intentos más altos de pacificación humana. Ambos implican un tipo de revelación sagrada o iluminación, vinculada en el cristianismo al Dios personal (Padre) encarnado en un hombre (Jesucristo) y expresada en el budismo por la Ley del Dharma, que se muestra en los iluminados o Budas, en los que importa más el ejemplo de su vida que su historia (pueden no haber existido). Estamos ante dos caminos fuerte de no-violencia activa, como digo uno de los grandes maestros de la no-violencia en el siglo XX:
La ética de Buda es distinta de la ética de Jesús en cuanto aquel (Buda) no pidió verdadero amor activo. Jesús y el Buda tienen en común que su clase de ética, por estar bajo la influencia de la negación del mundo de la vida, no es una ética de acción sino de perfección interior. En ambos, la etica de perfección interior está regida por el principio del amor. Lleva por tanto en sí la tendencia a expresarse en acción y desde este punto de vista presenta cierta afinidad con la afirmación del mundo y de la vida. En Jesús, la ética del perfeccionamiento del yo ordena el amor activo; en el Buda no va tan lejos.
La importancia de Buda consiste en que se propuso espiritualizar la negación del mundo y de la vida y hacerla ética. La espiritualizó, enseñando a los hombres a considerar el apartamiento del corazón de las cosas materiales como más importante que la renunciación del mundo en la práctica. Al propio tiempo exigió a sus discípulos que expresaran externamente en conducta ética su emancipación interior del mundo.
«Como su pensamiento estaba dominado por la negación del mundo y de la vida ocurrió que para él no contaba la ética de la ayuda activa. De modo que se vio obligado a desinteresarse de esta ética exotérica y sólo puro preocuparse por la ética esotérica; se preocupó de esa disposición libre de odio, pacífica y bondadosa que todo hombre debe esforzarse por adquirir y por poner a prueba en sus relaciones con sus semejantes. Así se convirtió en el creador de la ética de la perfección interior. En esta esfera dio expresión a verdades de valor imperecedero y perfeccionó la ética no sólo de la India sino de la humanidad. Fue uno de los más grandes hombres éticos de genio que han existido». (A. Schweitzer, El pensamiento de la India, FCE, México 1971, pp. 104-107).
Podíamos añadir que ambos concuerdan en el principio de la no-violencia, pero cada uno lo interpreta a su manera, en la línea de lo esotérico (budismo) y lo exotérico (cristianismo). Buda acentúa la negación, la superación del deseo; Jesús, en cambio, insiste también en la obra externa, entendida a modo de comunicación personal, en el gesto de ayuda hacia los necesitados. Parece que Buda no cree en la transformación (salvación) del hombre en este mundo ni en la comunicación positiva, entre los hombres. Jesús, en cambio, cree en conciencia divina del hombre y su comunicación de vida, como destacaremos en la conclusión.
Diferencias básicas. Buda y Jesús
Estos y otros motivos pueden valorarse de diversas formas. Aquí lo haremos de un modo esquemático, que servirá para ratificar lo anterior y preparar el capítulo siguiente o conclusión de este libro:
1. Buda se sitúa en una línea de negación del deseo que encadena al ser humano sobre el mundo, haciéndolo violento y desgraciado. Ciertamente, en la otra cara de esa negación emerge una propuesta: superado el deseo, puede surgir y surge la humanidad no violenta, liberada (el grupo de sus monjes).
Jesús, en cambio, empieza con la afirmación: quiere el amor; cree en la transformación positiva y creadora del deseo, de manera que los hombres pueden gozar viviendo y compartiendo lo que son, en gesto de comunicación creadora. Es como si Buda se quedara a la puerta y dijera: sólo podemos superar el deseo, para vencer de esa manera la violencia. Jesús, en cambio, se atreve a pasar esa puerta, para comunicarnos la vida de un modo gratuito, invirtiendo así la lógica de violencia de la guerra.
2. Buda toma como punto de partida el dolor, vinculado al deseo, y busca la liberación de ese deseo/dolor; por eso es muy sobrio en sus afirmaciones, tanto en relación con una posible divinidad (gracia que está al fondo de su iluminación, del dharma búdico) como en relación con lo nirvana (paz final).
Jesús, en cambio, toma como punto de partida el amor de Dios a quien concibe como Padre, de quien brota la liberación del deseo egoísta y la instauración de un estado de no-violencia activa. Lo contrario a la guerra no es la no-violencia sin más, sino la comunicación gratuita y creadora de la vida.
3. El amor del Buda histórico o de los budas simbólicos vale como "ejemplo", porque cada uno tiene que liberarse a sí mismo, en camino de intensa iluminación. Es evidente que los iluminados pueden acompañarse, en gesto de compasión intensa (karuna), pero, en el fondo, cada uno acaba siendo un solitario. En ese aspecto (al menos desde las perspectivas más antiguas) Buda no aparece como liberador: no ha vivido ni ha muerto por los otros.
Por el contrario, el amor de Jesús implica un gesto activo, que culmina en la entrega de la vida (en la muerte violenta en el Calvario). Para los cristianos, Jesús es más que un simple iluminado (un ejemplo); él es presencia de Dios, un redentor mesiánico.
4. Buda inicia un camino "monacal": saca a los iluminados del mundo, para que puedan vivir la experiencia más intensa de una vida más allá de los deseos. No quiere transformar el mundo, sino hacer que algunos se liberen de este mundo; por eso, en el fondo, exige a los perfectos la continencia sexual.
Por el contrario, Jesús ha iniciado un camino de no-violencia mesiánica; su proyecto no es de tipo monacal, sino que está abierto a todos los hombres y mujeres, a quienes ofrece el testimonio de su nueva humanidad, de una comunicación creadora de vida (abierta a la generación, esto es, a los hijos). Por eso, su religión (su vida) es un proceso de comunicación gratuita.
Posibles limitaciones del budismo (desde una visión cristiana)
El budismo radical va en contra del sistema de violencia económica y militar que domina en el mundo, de manera que su aportación nos parece espléndida. Pero hay en su proyecto (al menos en algunas de sus formas) tres posibles limitaciones, al menos desde una visión cristiana (que puede ser sesgada):
(1) El monacato. A veces se ha pensado que el budismo es una religión de minorías: sólo los monjes deberían superar de esta manera la violencia; los demás siguen inmersos en ella y pueden responder como mejor vean.
(2) El alejamiento del mundo. Son muchos los que piensan que el budismo sólo vale en un nivel de interioridad, como negación del mundo de violencia externa, pero que no ofrece un programa o camino de trasformación social de la humanidad.
(3) El elitismo. Budistas pueden ser todos, sin limitación de castas, razas o condiciones sociales. Pero da la impresión de que sólo pueden ser budistas consecuentes aquellos que pueden realizar un proceso de superación interior de los deseos. La mayoría de los hombres y mujeres sería incapaz de ello.
Apéndice
Suele decirse que el budismo ha tenido una historia menos violenta que el cristianismo, quizá por su misma actitud de reserva frente al mundo y por su menor implicación política. Por el contrario, los cristianos, que han creído y siguen creyendo que se puede trasformar este mundo por la paz, en actitud de amor activo, han sentido la tentación de tomar el poder y controlar sus mecanismos para así 'mejorar' en amor a los demás. Es evidente que muchas veces se han vuelto opresores y los siguen siendo todavía en ciertos campos. No se trata aquí de comparar ni condenar a unos u otros, aunque la perspectiva cristiana nos sitúa en una línea de mayor encarnación activa.
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