Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 15, 12-17
A la Hora de pasar de este mundo al Padre, Jesús dijo a sus discípulos:
Éste es mi mandamiento:
Ámense los unos a los otros,
como Yo los he amado.
No hay amor más grande
que dar la vida por los amigos.
Ustedes son mis amigos
si hacen lo que Yo les mando.
Ya no los llamo servidores,
porque el servidor ignora lo que hace su señor;
Yo los llamo amigos,
porque les he dado a conocer
todo lo que oí de mi Padre.
No son ustedes los que me eligieron a mí,
sino Yo el que los elegí a ustedes,
y los destiné para que vayan y den fruto,
y ese fruto sea duradero.
Así todo lo que pidan al Padre en mi Nombre,
Él se lo concederá.
Lo que Yo les mando
es que se amen los unos a los otros.
Queridos amigos:
El mensaje de hoy prolonga el de ayer. Y se explica: estamos haciendo una lectura continua del capítulo 15 del cuarto evangelio. Los pensamientos y llamadas se enlazan, o forman círculos concéntricos. A veces marchan adelante, o también vuelven sobre sí mismos, como en una conversación que fluye con espontaneidad y que se remansa o retorna sobre sus pasos.
Jesús no quiere que los suyos tengan alma de esclavo, de quien cumple las órdenes del amo por puro temor y con resentimiento. Llama amigos a los discípulos. Y razona por qué les da este título: porque los ama hasta el punto de dar la vida por ellos; y porque no tiene secretos con ellos, no se reserva nada de lo que su Padre le ha dado a conocer. La Ley les llegó por medio de Moisés, pero el don y gracia de la verdad se los ha traído él mismo, Jesús. Él les ha revelado el amor del Padre por ellos y se lo seguirá revelando con la entrega de la propia vida.
Jesús no es un amigo posesivo, no reclama de los discípulos que lo amen sola y únicamente a él; no es celoso, exigiendo para sí en exclusiva el afecto y devoción de aquellos a los que ama. Como si evocara el gesto del lavatorio de los pies y la consigna que les dio al concluirlo (que se lavaran los pies los unos a los otros) ahora les intima el mandamiento del amor recíproco y les señala el grado de este amor que se han de tener: ha de ser como el que él tiene por ellos. Así es como pueden y podemos dar fruto. Un fruto que dura, porque –dirá la primera carta a los corintios– el don de lenguas enmudecerá, la profecía se apagará, pero el amor no pasa nunca (1 Cor 13,8).
Vuestro amigo
Pablo Largo
A la Hora de pasar de este mundo al Padre, Jesús dijo a sus discípulos:
Éste es mi mandamiento:
Ámense los unos a los otros,
como Yo los he amado.
No hay amor más grande
que dar la vida por los amigos.
Ustedes son mis amigos
si hacen lo que Yo les mando.
Ya no los llamo servidores,
porque el servidor ignora lo que hace su señor;
Yo los llamo amigos,
porque les he dado a conocer
todo lo que oí de mi Padre.
No son ustedes los que me eligieron a mí,
sino Yo el que los elegí a ustedes,
y los destiné para que vayan y den fruto,
y ese fruto sea duradero.
Así todo lo que pidan al Padre en mi Nombre,
Él se lo concederá.
Lo que Yo les mando
es que se amen los unos a los otros.
Queridos amigos:
El mensaje de hoy prolonga el de ayer. Y se explica: estamos haciendo una lectura continua del capítulo 15 del cuarto evangelio. Los pensamientos y llamadas se enlazan, o forman círculos concéntricos. A veces marchan adelante, o también vuelven sobre sí mismos, como en una conversación que fluye con espontaneidad y que se remansa o retorna sobre sus pasos.
Jesús no quiere que los suyos tengan alma de esclavo, de quien cumple las órdenes del amo por puro temor y con resentimiento. Llama amigos a los discípulos. Y razona por qué les da este título: porque los ama hasta el punto de dar la vida por ellos; y porque no tiene secretos con ellos, no se reserva nada de lo que su Padre le ha dado a conocer. La Ley les llegó por medio de Moisés, pero el don y gracia de la verdad se los ha traído él mismo, Jesús. Él les ha revelado el amor del Padre por ellos y se lo seguirá revelando con la entrega de la propia vida.
Jesús no es un amigo posesivo, no reclama de los discípulos que lo amen sola y únicamente a él; no es celoso, exigiendo para sí en exclusiva el afecto y devoción de aquellos a los que ama. Como si evocara el gesto del lavatorio de los pies y la consigna que les dio al concluirlo (que se lavaran los pies los unos a los otros) ahora les intima el mandamiento del amor recíproco y les señala el grado de este amor que se han de tener: ha de ser como el que él tiene por ellos. Así es como pueden y podemos dar fruto. Un fruto que dura, porque –dirá la primera carta a los corintios– el don de lenguas enmudecerá, la profecía se apagará, pero el amor no pasa nunca (1 Cor 13,8).
Vuestro amigo
Pablo Largo
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