Leo y admiro a los místicos. Mas no llego a comprenderlos, Señor. Desean morir para encontrarte, ansían que este pobre cuerpo se destruya, se disuelva, para abrazarse contigo en fusión de espíritu y amor. Yo, Señor, no llego a eso.
Quisiera que desgranaras en mi vida las cuentas del rosario de tu eternidad; que cubrieras mis sienes con corona de blancura; que mi cuerpo se asomara al otero de la ancianidad. Y entonces, cargado de experiencia, aguantando la fugacidad de esta vida, brotaran en mi alma los deseos de los místicos.
Pero... no se haga mi voluntad, sino la tuya.
Señor, si quieres antes infundir en mí "el peso de esta cárcel y estos hierros " que me aprisionan, hazlo. A fin de cuentas, mi deseo es el tuyo; te lo prometí hace tiempo: en lejana tarde de verano, cuando el sol doraba mi alma junto al sagrario. Te entregué, lo sabes, la llave de mi intimidad y libertad. Pero mi fe es débil todavía, como la existencia en este valle de lágrimas, y se adhiere mi ser a la tierra como el césped de primavera.
Gusté de tu amor, mi Dios, en la oración y me conformo con tu leve caricia. Aprecio las eternas moradas, pero me agrada también la estancia de mi paso por el mundo. Temo el dolor, pero hasta ahora ha salido el sol después de la tormenta. Me inquieta la vejez, mas conozco ancianos llenos de sabiduría que aguardan en paz el encuentro contigo. Sólo quería hoy, Señor, ponerme ante ti en la desnudez de mi espíritu, sin disfraces ni tapujos. Así soy. Pero Tú guíame, si es tu deseo..."que yo quiero ser polvito de harina que forman tus hostias de amor". ¡Señor, aquí estoy!
Con emoción leo estos apuntes de mi archivo. Los escribí cuando todavía no había llegado a los cincuenta. Ahora soy anciano, con 75. Desde entonces ha llovido mucho. Y mi vida también ha cambiado. Estuve hace casi un lustro a las puertas de la muerte, y desde entonces parece que ya no me atemoriza. Veo a Dios tan padre, tan bueno, tan salvador... Creo que no me puedo equivocar, porque en Ti, Señor, he esperado. Acógeme cuando me llames. Estoy sereno y lleno de paz. Gracias.
Quisiera que desgranaras en mi vida las cuentas del rosario de tu eternidad; que cubrieras mis sienes con corona de blancura; que mi cuerpo se asomara al otero de la ancianidad. Y entonces, cargado de experiencia, aguantando la fugacidad de esta vida, brotaran en mi alma los deseos de los místicos.
Pero... no se haga mi voluntad, sino la tuya.
Señor, si quieres antes infundir en mí "el peso de esta cárcel y estos hierros " que me aprisionan, hazlo. A fin de cuentas, mi deseo es el tuyo; te lo prometí hace tiempo: en lejana tarde de verano, cuando el sol doraba mi alma junto al sagrario. Te entregué, lo sabes, la llave de mi intimidad y libertad. Pero mi fe es débil todavía, como la existencia en este valle de lágrimas, y se adhiere mi ser a la tierra como el césped de primavera.
Gusté de tu amor, mi Dios, en la oración y me conformo con tu leve caricia. Aprecio las eternas moradas, pero me agrada también la estancia de mi paso por el mundo. Temo el dolor, pero hasta ahora ha salido el sol después de la tormenta. Me inquieta la vejez, mas conozco ancianos llenos de sabiduría que aguardan en paz el encuentro contigo. Sólo quería hoy, Señor, ponerme ante ti en la desnudez de mi espíritu, sin disfraces ni tapujos. Así soy. Pero Tú guíame, si es tu deseo..."que yo quiero ser polvito de harina que forman tus hostias de amor". ¡Señor, aquí estoy!
Con emoción leo estos apuntes de mi archivo. Los escribí cuando todavía no había llegado a los cincuenta. Ahora soy anciano, con 75. Desde entonces ha llovido mucho. Y mi vida también ha cambiado. Estuve hace casi un lustro a las puertas de la muerte, y desde entonces parece que ya no me atemoriza. Veo a Dios tan padre, tan bueno, tan salvador... Creo que no me puedo equivocar, porque en Ti, Señor, he esperado. Acógeme cuando me llames. Estoy sereno y lleno de paz. Gracias.
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