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lunes, 10 de mayo de 2010

Letanías no Lauretanas, pero casi.


Por J. Rovira cmf
Publicado por Ciudad Redonda

Con motivo del Mes de Mayo, tradicionalmente dedicado a la Virgen, y el Tiempo Pascual por excelencia, quisiera ofrecer unas Letanías, ciertamente no Lauretanas (como llamamos a las tradicionales), pero casi.

Nuestra Señora del Resucitado, vamos a comenzar recordando cómo fue tu vida entre nosotros:

- Madre, que vivías tranquila tu juventud en Nazaret y un día no acababas de entender a qué iba lo que te estaba diciendo el ángel (Lc 1,26-38)...: Ruega por nosotros.

- Madre, que respondiste al grito de bienvenida de tu prima Isabel con aquellas palabras humildes y revolucionarias del Magnificat (Lc 1,39-56)...: Ruega por nosotros.

- Madre, que suplicaste a Dios que ayudara a José a superar su crisis no denunciándote ni abandonándote, al verte embarazada, y fuiste escuchada (Mt 1,18-25)...: Ruega por nosotros.

- Madre, que mirabas llena de santo orgullo (¿qué mamá no está orgullosa de su recién nacido?) y sorprendida (¿quién había corrido la noticia?) a aquellos pastores que se asomaron curiosos a la cueva la noche de Navidad (Lc 2,1-20)...: Ruega por nosotros.

- Madre, que más tarde recibiste la visita de unos extraños personajes de Oriente que (¡ingenuos ellos!) sobresaltaron a los políticos y clérigos de Jerusalén y por poco no causaron sin querer una tragedia mayor (Mt 2,1-12)...: Ruega por nosotros.

- Madre, que supiste lo que significa emigrar al extranjero (Egipto) con tu Esposo y tu Bebé, porque no os querían (Mt 2,13-18)...: Ruega por nosotros.

- Madre, que entraste clandestina y atravesaste Jerusalén a escondidas, rumbo a Nazaret, porque Arquelao era igual o peor que su padre Herodes (Mt 2,19-23)...: Ruega por nosotros.

- Madre, que no entendiste lo que os dijo Jesús cuando le hallásteis aquella tarde en el Templo, después de tanto buscarle (Lc 2,41-51)...: Ruega por nosotros.

- Madre, que te quedaste viuda todavía joven y experimentaste el quedarte sola con un Hijo (Mc 6,3)...: Ruega por nosotros.

- Madre, que intercediste para que el primer milagro de tu Hijo tuviera lugar, no en la Explanada del Templo de Jerusalén durante una solemne celebración litúrgica presidida por el Sumo Sacerdote de turno, sino en un banquete de bodas de un pueblecillo de montaña, porque los recién casados habían calculado mal la cantidad de vino necesaria para la fiesta (Jn 2,1-12)...: Ruega por nosotros.

- Madre, que te sonrojaste y sonreíste gozosa cuando te enteraste de que una coetánea tuya un día gritó en medio de la multitud que escuchaba a tu Hijo: “¡Bendito el seno que te trajo y los pechos que te criaron!” (Lc 11,27-28)...: Ruega por nosotros.

- Madre, que no sabías cómo actuar aquel día en que fuiste con unos parientes a buscar a Jesús para secuestrarlo y llevároslo al pueblo y El no quiso ni siquiera recibiros, porque se dió cuenta de la mala intención que traían los dichos parientes (Mc 3,31-35)...: Ruega por nosotros.

- Madre, que solo poco a poco fuiste entendiendo que aquello de la espada vaticinada por el anciano Simeón quería decir que las cosas iban a ir de mal en peor (Lc 2,34-35)...: Ruega por nosotros.

- Madre, que, a diferencia de los apóstoles y discípulos de tu Hijo, con razón no te acabaste de fiar del entusiasmo de algunos el Domingo de Ramos (Lc 19,29-40)...: Ruega por nosotros.

- Madre, que observaste desde una cierta distancia (¿era la habitación de al lado?) y temblorosa la escena de despedida del Jueves Santo (Lc 22,1-38)...: Ruega por nosotros.

- Madre, que viviste con horror y sólo con noticias fragmentarias lo que estaba sucediendo la mañana del Viernas Santo (Lc 22,39-23,25)...: Ruega por nosotros.

- Madre, que, cuando te lo permitieron, te acercaste a la cruz de tu Hijo y resististe de pie sin llorar, porque habías acabado ya hacía rato todas tus lágrimas (Jn 19,25-27)...: Ruega por nosotros.

- Madre, que el Sábado Santo esperaste contra toda esperanza que no se acabara todo allí (Jn 19,38-42)...: Ruega por nosotros.

- Madre, que te fuiste enterando con gozoso sobresalto de lo que iban diciendo algunas mujeres, amigas y parientes tuyas, y poco a poco los demás discípulos, y viste coronada tu fe y superada tu “noche oscura”, a partir del Domingo de Pascua (Lc 24,1-49)...: Ruega por nosotros.

- Madre, que nos dejaste tu última “foto”, en la que apareces serena y silenciosa, en medio del grupo, el día de Pentecostés (He 1,12-14)...: Ruega por nosotros.

- Madre, cuya humildad no nos permite saber con exactitud cuándo y dónde partiste de este mundo para recibir las corona de gloria que bien tenías merecida...: Ruega por nosotros.

Y ahora, Nuestra Señora del Resucitado, permítenos que hagamos referencia a nuestras vidas:

- Madre de nuestro mundo, fantástico y espantoso al mismo tiempo, y de esta comunidad de cristianos -la Iglesia-, con sus santos y sus pecadores, sus héroes y sus cobardes, sus zozobras, valentías y dudas, su creatividad y sus pasos en falso..., y en la que a veces damos la impresión de que cada uno cree ser el único que posee la verdad...: Ruega por nosotros.

- Madre de los que se olvidan de que a los setenta o más años se puede ser espiritualmente joven y a los treinta viejo; porque viejo es el que no evoluciona, se encierra en su mundillo, en sus prejuicios, no se abre a lo nuevo, lo diverso, para discernirlo, frena sus emociones, no se enfrenta con los problemas nuevos, se vuelve rígido, repetitivo y sospechoso; olvidan, además, que para permanecer joven no bastan las palestras, la cirugía estética, el maquillaje, conocer la última invención de teléfono móbil, de iPad, iPhone, o de ordenador..., y apenas abren boca te das cuenta de que todo es máscara. Ser joven significa tener la mente y el corazón abiertos, acoger a la humanidad en todas sus formas; observar, estudiar y discernir lo nuevo, tratar de entenderlo, no seguir sin más al rebaño, las modas, no dejarse arrastrar por la corriente o el aire que tira, juzgar con la propia cabeza, vivir las propias emociones, buscar lo que es intenso y esencial, y tratar todo lo demás como secundario. En fin, Madre adulta y siempre joven...: Ruega por nosotros.

- Madre de los que creen que es inútil y pura alienación invocarte...; Madre de los que, como Jonás, te invocan y se sientan cómodamente bajo el árbol esperando que baje fuego del cielo y se quejan en todo caso de que se retrase el espectáculo...; Madre de los que estamos convencidos de aquella sabiduría popular que dice “a Dios rogando y con el mazo dando”, que hay que invocarte y arrimar el hombro...; Madre, en fin, que ves que con este Pueblo que Dios te ha confiado no lo tienes nada fácil...: Ruega por nosotros.

- Madre de los que hemos creído en el Vaticano II y nos tememos que nos van a enterrar algunos que no piensan así...; Madre de los que creen que la presencia del Espíritu Santo en la Iglesia ha dejado que desear desde que fue elegido el Beato Juan XXIII hasta hoy...; Madre de los que creen que para ir adelante hay que dar marcha atrás...: Ruega por nosotros.

- Madre de los que dicen que no tienen tiempo para creer ni en lo uno ni en lo otro porque trabajo tienen en llegar al final del día...: Ruega por nosotros.

- Madre de los que tal vez dudan de tu Hijo, pero no dudan jamás de Tí...: Ruega por nosotros.

- Madre de los que viven con sencillez y profundidad día tras día el Evangelio de tu Hijo, sin hacerse preguntas a las que no tendrían tiempo para profundizar ni capacidad para responder...: Ruega por nosotros.

- Madre de los que creen en Abrahán, Isaac, Jacob, Rut, en aquel gran pecador arrepentido que fue nuestro padre David..., en Pedro, Pablo, Juan, Santiago, María de Mágdala y la de Cleofás, Lázaro, Marta y María de Betania, Nicodemo y José de Arimatea..., y en Paco, Pepe, Pili, Charo, Montse y su marido, la abuela Antonia y el pequeño Jordi..., y todos aquellos que no han sido canonizados ni les importa que no lo vayan a ser, pero que son o han sido tanto o más santos que aquéllos, como Tú bien sabes...: Ruega por nosotros.

- Madre de los que nunca oyeron hablar de Ti, ni les preocupa..., y de aquéllos que no hacen más que correr tras verdaderos o presuntos mensajes celestes tuyos, en vez de leer con calma una página del Evangelio...: Ruega por nosotros.

- Madre de los que creen más en el horóscopo y en la tele que en Dios Padre...: Ruega por nosotros.

- Madre de los que tenemos memoria corta (¿quién se acuerda todavía de Haití y Chile y de sus respectivos terremotos?) y exigencia larga (¿quién no se ha creído o ha actuado más de una vez como si fuera el ombligo del mundo?)...: Ruega por nosotros.

- Madre, suceda lo que suceda, de todos nosotros, porque para algo Te dió este encargo tu Hijo desde la cruz aquel viernes por la tarde que nunca más has podido olvidar...: Ruega por nosotros.

- Madre, ¡qué bien que existas Tú, y tu Hijo y el Espíritu y el Padre... y toda la corte celestial! Auméntanos la fe y la confianza en vosotros, y haz que sepamos ver vuestra presencia en nuestra vida de cada día. Por todo eso y mucho más..., y por aquello que nos daría vergüenza decir en público, pero que es importante para nosotros...: Ruega por nosotros, porque tampoco nosotros lo tenemos fácil!

- Madre, encargada con tu Hijo y el Espíritu, de la “Operación Retorno” al Padre: a diferencia de lo que pedimos para nuestras carreteras terrestres los domingos por la tarde, haz que la autopista y todo camino que conduce a la Nueva Jerusalén (Ap 21,2) estén tan abarrotados que corran el riesgo de verse colapsados...: Ruega por nosotros.

¡Gracias por todo, porque ya sabemos que no nos olvidas!. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén. ¡Aleluya!

Permítenos ahora acabar estas pobres letanías cantando contigo el “Magnificat”:

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