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sábado, 19 de junio de 2010

Comentario al Evangelio del Domingo 20 de Junio del 2010. Volver a lo fundamental


Por Fernando Torres Pérez cmf

¿Quién decís que soy yo?

Está claro que vivimos tiempos complicados pero también es verdad que no más complicados ni difíciles que otros. Frente a los profetas de desgracias y amenazas apocalípticas, que siempre los ha habido, hay que proclamar la palabra serena, pacificadora y creadora de esperanza de la Buena Nueva. Los creyentes miramos a Jesús, estamos fundamentados en él. El ancla de nuestra fe está fija en el fondo y por más que se mueva la superficie, sabemos y confiamos en que Dios llevará a término la obra que él mismo ha empezado.
Hay que decir y repetir este mensaje muchas veces. Porque hay muchos que hablan y hablan de lo mal que estamos, de que ya no hay valores en nuestra sociedad, de que todos son guerras, asesinatos, robos. De que el sexo parece ser el único objetivo de todos, etc. Podríamos seguir diciendo cosas similares. Los que así hablan nos anuncian más graves catástrofes todavía. No hay más solución que atender a lo que ellos dicen. Tenemos que cumplir las normas, tenemos que actuar de otra forma, tenemos que... Y nos preguntamos si, siendo tan malos como ellos nos dicen, podremos cumplir con todos esos “tenemos que” que nos proponen. Definitivamente su mensaje no abre caminos de esperanza sino de desesperación. No hay salida. No hay futuro.


Optimistas porque creyentes

Menos mal que acudir a la Palabra de Dios nos abre caminos de vida. Las lecturas de este domingo, como las de tantos otros, son un buen antídoto contra ese pesimismo dominante. El Evangelio nos centra en lo fundamental. Nosotros creemos que Jesús es el Mesías de Dios. No es un profeta más. No le seguimos porque estemos convencidos de que su doctrina es mejor que la de otros. Ni porque haga unos milagros glamourosos como nadie ha hecho nunca. Creemos, estamos convencidos, que es el Hijo de Dios, que en él se ha hecho carne el amor de Dios por nosotros, por la humanidad entera, por este mundo nuestro. Dios no ha dado la espalda a su creación. No desea nuestra muerte sino nuestra vida.
Esa voluntad de Dios se ha manifestado en Jesús. En él reconocemos y experimentamos el amor gratuito de Dios. Somos muy conscientes de nuestras limitaciones, de nuestros fallos y errores. Pero sabemos que el amor de Dios es más grande que todo ello. Y que la vida triunfa sobre la muerte. Y la gracia sobre el pecado. Por eso, caminamos por la vida llenos de esperanza y con la frente bien alta. No porque nuestras obras sean justas y con ellas hayamos ganado la salvación. Sino porque hemos experimentado el don de la gracia, nos sabemos amados por Dios en Jesús. No miramos nuestro ombligo –no queremos salvar nuestra vida– sino que salimos a la vida cada día anunciando la buena nueva de Jesús, la esperanza de vida que hemos puesto en él. Y él no nos defrauda.

Volver a lo fundamental: “Es el Mesías”

Pasa que, como dice la primera lectura, en nuestros corazones se ha derramado un espíritu de gracia y de ciencia. De Jesús, muerto por salvarnos, brota un manantial de vida, de esperanza, de amor, que hace desaparecer los pecados e impurezas de esta humanidad nuestra, tan limitada y tan pobre. No buscamos la salvación en el esfuerzo ético, en el cumplimiento de normas. No compramos la vida futura con sacrificios en ésta. Más bien, sentimos el gozo de participar en la construcción del Reino, de crear fraternidad de la buena, porque hemos experimentado el amor de Dios.
En esa perspectiva tenemos que leer la segunda lectura. “Todos somos hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús”. Creemos que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y eso nos hace hermanos. Seguirle lleva consigo penurias y sacrificios pero vale la pena porque es la única manera de construir la fraternidad, de dar pasos que superen el odio y la guerra, de crear espacios para la esperanza y la vida.
Por eso tenemos que volver a lo fundamental, a preguntarnos quién es Jesús para nosotros y a responder desde lo más hondo de nuestro corazón, allí donde hemos experimentado el amor gratuito e incondicional de Dios. En esa respuesta nos jugamos la vida. En esa respuesta nos jugamos el futuro, nuestro futuro. Porque no son sólo unas palabras. La respuesta la damos con la vida, día a día, amando, luchando, levantándonos cuando hemos caído, esperando, dando la mano al hermano.

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