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jueves, 24 de junio de 2010

Comentario al Evangelio del Domingo 27 de Junio del 2010

Fernando Torres Pérez cmf
Publicado por Ciudad Redonda

Sígueme. Hacia la libertad

Es extraño este Jesús del Evangelio de hoy. Se da cuenta de que su vida está cumplida y se pone en camino a Jerusalén. Allí es donde mueren los profetas. Por el camino se encuentra con personas que están dispuestas a seguirle pero la respuesta de Jesús no es la habitual. Sus palabras no están llenas de la dulzura, de la acogida, del cariño, que otras veces hemos visto reflejado en él. Más bien, lo contrario. En el camino a Jerusalén no hay lugar para los pusilánimes, ni para los débiles. Seguir a Jesús exige dejarlo todo con una radicalidad inusitada. No vale echar la mano al arado y volver de vez en cuando la vista atrás. No vale ni siquiera entretenerse con la atención a los padres. No se recibe nada a cambio. Hasta las zorras tienen madriguera pero el que sigue a Jesús no tendrá ni donde reclinar la cabeza.
Parece que este Jesús no tiene nada que ver con el idílico y dulce que tantas veces nos han pintado, con ese Jesús acaramelado, que cura nuestras enfermedades y venda nuestras heridas, aplicando siempre la pomada del amor y la misericordia. No es el Jesús de “reza tres padrenuestros y encontrarás inmediatamente la solución a tus problemas”. Ni mucho menos el de “si reenvías esta carta a 10 de tus contactos, algo bueno te pasará y recibirás la bendición del Señor”.


Jerusalén está en cuesta

El Jesús del Evangelio de hoy se enfrenta a su propio destino. Sabe que en Jerusalén le espera el definitivo enfrentamiento con las autoridades. Tiene la opción de huir, de salir corriendo. Pero Jesús no es de ese tipo de hombres. Jesús es un hombre libre. Y libremente ha asumido su misión. No huye de su propia responsabilidad sino que se enfrenta a ella, coge al toro por los cuernos, pone su confianza en Dios y toma el camino de Jerusalén. No hay tiempo para dilaciones. No hay tiempo para echar la vista atrás. Ha hablado de Dios y en nombre de Dios va a ser condenado. Urge dejar actuar a Dios y que él mismo demuestre quién es su hijo, quién es su mesías. La suerte está echada. Ahora es el momento de Dios.
Para nosotros queda hoy el ejemplo de ver a un hombre entero, a un hombre libre. Su sentido de ser Hijo de Dios, de ser llamado y enviado a una misión, le hace ser soberanamente libre y, al mismo tiempo, soberanamente responsable. La razón que le ha hecho vivir de una determinada manera se ha convertido también en la mejor razón para morir. Porque Jesús no tiene miedo a la muerte.
Hay que leer muchas veces la lectura de la carta a los Gálatas de este domingo: “Para vivir en libertad, Cristo nos ha liberado.” Hay que rechazar el “yugo de la esclavitud.” Hay que tomar las riendas de nuestra vida, sentir y experimentar el amor de Dios manifestado en Cristo Jesús y ponernos totalmente, sin dilación, sin tacañería, sin reservas, al servicio de nuestra misión: colaborar en la construcción del Reino. O dicho en el lenguaje de Pablo: “sed esclavos unos de otros por amor.” No un amor mojigato sino un amor adulto, responsable, que busca, por difícil que sea, el bien del otro siempre y constantemente, que no se centra de manera egoísta en la búsqueda del propio bienestar. Eso es caminar según el Espíritu.


Ser cristiano, ser libre

El cristiano no es un eterno infante. Obedece de forma adulta, libre y responsable, a la voluntad de Dios, que se concreta en crear fraternidad, en buscar el bien de los que nos rodean. Por más que eso signifique sacrificio y hasta la pérdida de la propia vida, de la propia fama o ser mal visto por los demás.
Cuando la Madre Teresa dejó la congregación religiosa a la que pertenecía para irse a las calles de Calcuta a servir a los más pobres, nadie daba un duro por ella. Muchas de sus hermanas, seguro, la consideraron una desertora y probablemente pensaron que era infiel a su vocación. Tampoco la jerarquía eclesiástica lo veía con buenos ojos. Pero ella había visto la necesidad y había sentido la urgencia de la misión. No le importó el sacrificio y puso en juego su vida sin echar la mirada atrás.
No seamos niños. Tomemos el camino de la libertad porque “para vivir en libertad, Cristo nos ha liberado.” Y pongamos nuestra vida al servicio del Reino, de la fraternidad. Entonces conoceremos que nos guía el Espíritu y que ya no estamos bajo el dominio de la ley.

1 comentario:

Anónimo dijo...

El camino que nos conduce a la verdad plena del entendimiento del sacrificio mesiánico que Cristo hizo por nosotros, está lleno de las diarias dificultades que nos pone el mundo, un mundo que nos llama al consumismo, donde los placeres de la carne tales como las drogas, el pasarlo bien, están a la vuelta de la esquina. Es importante que comprendamos que seguir a Cristo no significa desconectarse de la sociedad, sino que lo contrario, incorporarse a ella, pero como lumbreras, dando un ejemplo vivo, siendo capaces de realizar cambios en NUESTRA vida, NUESTRA realidad, es decir, anunciando el EVANGELIO, la buena noticia de la salvación y el cambio