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viernes, 11 de junio de 2010

Domingo XI del TO (Lc 7, 36-8, 3) - Ciclo C: UNA FE QUE NO JUZGA A NADIE



1.- Iba yo rigurosamente vestido de clérigo. Bajo el brazo no llevaba nada parecido a un saco de patatas, lata de aceite, ni ningún misterioso paquete del que sobresaliera la poco bien oliente cola de una pescadilla. Tal vez, el portero me tomó por el que venía a hacer la lectura de los contadores de la electricidad, pero el caso es que cuando me dirigía al ascensor, me dijo que subiera por la escalera de servicio. Y entré en casa de mis amigos triunfalmente por la puerta de la cocina.

Pues traduciendo a términos modernos, Simón el fariseo, recibió a Jesús en su casa por la escalera de servicio. Le recibió fríamente, no le tendió la mano. Por lo visto permitirle que se sentase a su mesa ya era suficiente distinción para un hombrecillo como Jesús.

En el evangelio se presenta ante nosotros, Simón, un fariseo justificado (ante sus propios ojos) por sus propias obras buenas. Una mujer pública condenada por la sociedad y por el propio reconocimiento de sus pecados, y justificada por una interna llamada de Dios. Y Jesús, juez entre ambos, que da sentencia a favor de la pública pecadora a la que ha purificado su amor a Jesús, que no es más que reflujo del mismo amor con Jesús la ha amado a ella antes.

Jesús nos quiere enseñar que la justificación es gracia, es gratuita, no se debe a nuestros esfuerzos, y luego que es algo tan interior a nosotros, que todo acto exterior que hagamos no puede tener relación alguna con esa justificación.

2.- La gratuidad consiste en que cuando éramos pecadores el Hijo se entregó por nosotros para hacernos hijos de Dios. La iniciativa es toda de Dios. No cuentan nuestros méritos. Ante Dios no valen contabilidades por partida doble, ni de ninguna clase.

Simón el fariseo, y todos los fariseos de todos los tiempos, lleva una exacta contabilidad de todas las cosas buenas que hace: ayunos, limosnas, oraciones, asistencia al templo. Su haber es plenamente satisfactorio. ¿Se siente pequeño ante Dios? Bueno, sí… pero de ninguna manera pecador. No es como los demás hombres. Para él Dios es también un contable del Banco de la Justicia Divina (hasta con visera verde y manguitos a la antigua). Y todavía no usa ordenador.

Simón se siente satisfecho. y ese Dios que él se ha hecho, y ese Dios que él se ha hecho también lo está, por eso Simón tiene el derecho de juzgar a los que llevan una contabilidad en números rojos, como es patente en aquella mujer pecadora. Digo, y que ese Jesús, que no tiene ni idea de quien es la mujer que le besuquea los pies. Por algo dicen de él que es comilón y borracho. ¿Profeta? ¿Si no sabe quien tiene a sus pies? Simón como todo el que se cree justo a fuerza de puños, como no tiene necesidad de misericordia, es inmisericorde con los demás.

3.- Todos nosotros llevamos una doble contabilidad. No para engañar a Hacienda. Dios nos libre. Una es la nuestra, que nos parece tan positiva que hasta exigimos a Dios que se porte mejor con nosotros. Otra, la de los demás, que no sé por qué siempre está al descubierto y exigimos también de Dios, ira y castigo, contra tales insolventes.

Simón es duro con la pecadora y con Jesús, porque no se cree pecador. David se muestra inmisericorde contra el personaje de cuentecillo de Natán, hasta que cae en la cuenta de su pecado. El único que conoce las falacias de nuestras contabilidades es Dios y resulta que las en rojo son las que más le agradan, porque en ellas puede manifestar su bondad. Dios sería un mal ministro de Hacienda.

4.- Eso que llamamos justificación en resumen consiste en tener en nosotros el Espíritu, poseer vitalmente la misma vida de Dios que arda en nosotros como en el seno de Dios

a) ¿me queréis decir que puede tener que ver el mero cumplimiento de leyes… oír misa los domingos, estando en la iglesia como un banco más, dejar la carne los viernes, casarse por la Iglesia porque lo hace mucha gente, cuando no acompaña la vida interior es algo más que ponerse una boina para quitarse el dolor de cabeza?

b) ¿aún en el mero cumplimiento de algunos mandamientos, “yo no mato, no robo, no miento”… No. No. No… tantos NOES tan de moda pueden aportar algo a esa vida interior, energética, que tiende a hacer algo, si ese cumplimiento no está imbuido de amor al prójimo que es a donde tienden esos mandamientos de Dios.

c) ¿aún la fe, una fe intelectualoide, que fuera (como ha sido tantas veces) una pura aceptación de unas frases que están en un credo que apenas entendemos, tiene algo que ver con la justificación?

Cuántas veces a lo largo de la historia una fe así sin caridad nos ha hecho arremeter contra moros, paganos, herejes, ateos… contra todo el que no piensa como nosotros.

La fe salva y justifica cuando es la fe de Pablo, tal que nos hace tener los mismos sentimientos de Cristo, de forma, que ya no es Pablo el que vive, es Cristo el que vive en Pablo. La fe de la pecadora con su arrepentimiento niega todo lo que ella fue, y admite a raudales el amor de Cristo. Y oye de Jesús: “Tu fe te ha salvado”. Una fe que no juzga a nadie, sino a si misma solo.

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