Por Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
“¿Quieres que ordenemos que baje fuego del cielo, y que acabe con ellos?”
“¿Quieres que ordenemos que baje fuego del cielo, y que acabe con ellos?”
Un hijo y su padre estaban caminando por las montañas. De repente, el hijo se cayó, se lastimó y gritó: "¡AAAhhh!” Para su sorpresa, oyó una voz repitiendo, en algún lugar en la montaña: "¡AAAhhh!” Con curiosidad, el niño grito: "¿Quién eres tu?" Recibió de respuesta: "¿Quién eres tu?" Enojado con la contestación, gritó: "¡Cobarde!" Recibió de respuesta: "¡Cobarde!" Miró a su padre y le preguntó: "¿Qué sucede?" El padre sonrió y dijo: "Hijo mío, presta atención". Y entonces el padre grito a la montaña: "¡Te admiro!" La voz respondió: "¡Te admiro!" De nuevo el hombre grito: "¡Eres un campeón!" La voz respondió: "¡Eres un campeón!" El niño estaba asombrado, pero no entendía. Luego el padre explicó: "La gente lo llama ECO, pero en realidad es la VIDA. Te devuelve todo lo que dices o haces... Nuestra vida es simplemente reflejo de nuestras acciones. Si deseas más amor en el mundo, crea más amor a tu alrededor. Si deseas más competitividad en tu grupo, ejercita tu competencia. Esta relación se aplica a todos los aspectos de la vida. La vida te dará de regreso exactamente aquello que tu le has dado". Tu vida no es una coincidencia. Es un reflejo de ti.
En su último viaje a Jerusalén, Jesús pasó por unos pueblos que estaban enfrentados con los judíos. Los samaritanos eran considerados infieles: “los judíos no tienen trato con los samaritanos” (Juan 4,9). Jesús, envió mensajeros para conseguirle alojamiento. “Pero los samaritanos no quisieron recibirlo, porque se daban cuenta de que se dirigía a Jerusalén”. Este rechazo hizo que dos de los discípulos más cercanos a Jesús tuvieran una reacción que no es extraña del todo a nuestro mundo: “Cuando sus discípulos Santiago y Juan vieron esto, le dijeron: –Señor, ¿quieres que ordenemos que baje fuego del cielo, y que acabe con ellos? Pero Jesús se volvió y los reprendió. Luego se fueron a otra aldea”.
Los criterios de estos dos discípulos estaban muy lejos de ser los que guiaron a Jesús en sus decisiones importantes. Muchas veces nuestras reacciones ante un mal recibido, es devolverlo mejorado y aumentado. Pagamos con la misma moneda. Creemos que una injusticia se puede subsanar con otra injusticia. Un fuego no puede apagarse echándole más gasolina. Pienso en las reacciones de muchos países del mundo ante la tragedia del 11 de septiembre de 2001. Pienso en los grupos que buscan la justicia social con la violencia de las armas, el secuestro, el narcotráfico. Pienso en los poderosos que se ‘defienden’ de los violentos creando y patrocinando otros grupos armados al margen de la ley. Pienso en lo que pasa en las relaciones entre las parejas, entre los compañeros de trabajo o de estudio.
Por todo esto, no resulta fácil seguir a un Señor que nos invita a responder al mal haciendo el bien. Sus exigencias parecen sobrepasar nuestras posibilidades. Las tres imágenes que presenta en seguida el Evangelio de hoy, refuerzan esta dificultad: Ante el que dice que lo seguirá a dondequiera que vaya, la respuesta de Jesús fue: “Las zorras tienen cuevas y las aves tienen nidos; pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza”. Al que responde al llamado diciendo que lo deje ir primero a enterrar a su padre, el Señor le contesta: “Deja que los muertos entierren a sus muertos”. Cuando el tercer hombre le dice a Jesús: “Señor, quiero seguirte, pero primero déjame ir a despedirme de los de mi casa”, él le responde: “El que pone la mano en el arado y sigue mirando atrás, no sirve para el reino de Dios”. El seguimiento no es fácil. El eco de la vida nos devolverá lo que hagamos o digamos
En su último viaje a Jerusalén, Jesús pasó por unos pueblos que estaban enfrentados con los judíos. Los samaritanos eran considerados infieles: “los judíos no tienen trato con los samaritanos” (Juan 4,9). Jesús, envió mensajeros para conseguirle alojamiento. “Pero los samaritanos no quisieron recibirlo, porque se daban cuenta de que se dirigía a Jerusalén”. Este rechazo hizo que dos de los discípulos más cercanos a Jesús tuvieran una reacción que no es extraña del todo a nuestro mundo: “Cuando sus discípulos Santiago y Juan vieron esto, le dijeron: –Señor, ¿quieres que ordenemos que baje fuego del cielo, y que acabe con ellos? Pero Jesús se volvió y los reprendió. Luego se fueron a otra aldea”.
Los criterios de estos dos discípulos estaban muy lejos de ser los que guiaron a Jesús en sus decisiones importantes. Muchas veces nuestras reacciones ante un mal recibido, es devolverlo mejorado y aumentado. Pagamos con la misma moneda. Creemos que una injusticia se puede subsanar con otra injusticia. Un fuego no puede apagarse echándole más gasolina. Pienso en las reacciones de muchos países del mundo ante la tragedia del 11 de septiembre de 2001. Pienso en los grupos que buscan la justicia social con la violencia de las armas, el secuestro, el narcotráfico. Pienso en los poderosos que se ‘defienden’ de los violentos creando y patrocinando otros grupos armados al margen de la ley. Pienso en lo que pasa en las relaciones entre las parejas, entre los compañeros de trabajo o de estudio.
Por todo esto, no resulta fácil seguir a un Señor que nos invita a responder al mal haciendo el bien. Sus exigencias parecen sobrepasar nuestras posibilidades. Las tres imágenes que presenta en seguida el Evangelio de hoy, refuerzan esta dificultad: Ante el que dice que lo seguirá a dondequiera que vaya, la respuesta de Jesús fue: “Las zorras tienen cuevas y las aves tienen nidos; pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza”. Al que responde al llamado diciendo que lo deje ir primero a enterrar a su padre, el Señor le contesta: “Deja que los muertos entierren a sus muertos”. Cuando el tercer hombre le dice a Jesús: “Señor, quiero seguirte, pero primero déjame ir a despedirme de los de mi casa”, él le responde: “El que pone la mano en el arado y sigue mirando atrás, no sirve para el reino de Dios”. El seguimiento no es fácil. El eco de la vida nos devolverá lo que hagamos o digamos
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