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sábado, 26 de junio de 2010

Dios no tiene razones


XIII Domingo del T.O.(Lc 9, 51-62) - Ciclo C
Por Clemente Sobrado C. P.

Los Discípulos no tenían mucho de mansos corderos. También ellos llevaban dentro de su corazón ese orgullo que los hacía violentos. En el fondo, pienso que por ser seguidores de Jesús, se creían con ciertos derechos y ciertas consideraciones. “Señor, ¿quieres que mandemos bajar fuego del cielo que acabe con ellos?” No andaban con bromas.

El corazón humano es bien misterioso. Es enormemente grande y es tremendamente pequeño. Los samaritanos se niegan a darles alojamiento por una razón bien sencilla y hasta diría tonta. Se negaron a recibirlos “porque se dirigía a Jerusalén”. También aquí habría que decir “el amigo de mi enemigo, enemigo mío es”.
Porque hablas con mi enemigo, ya no te hablo.
Porque comes con mi enemigo, ya no te recibo en mi casa.
Porque visitas a mi enemigo, ya has dejado de ser mi amigo.
Somos grandes y somos pequeños.
Lo que tenemos de grandes lo tenemos de pequeños.

Pero tampoco los discípulos pensaban distinto. No nos reciben, pues que venga fuego del cielo y los queme vivos a todos. No, no andaban con bromas. Es que pareciera que el corazón humano necesita razones para todo. El Evangelio nos enseña que hay demasiadas cosas que no tienen razón alguna.

Basta con mirarnos un poco por dentro y veremos que no tenemos derecho a juzgar y condenar a nadie, ni pedir fuego para los malos. Es que no hemos entendido todavía el corazón de Dios. Todos padecemos de una pequeña manía. A todo tenemos que preguntar: “¿por qué”? Como si para todo necesitásemos de una razón. Y existen infinidad de cosas que no tienen un por qué.
¿Por qué me ama Dios? Por nada. Me ama sencillamente sin razón alguna. Me ama porque él es amor. Pero no porque exista un por qué…
Y esto que parece simple tiene grandes consecuencias. El día que sentimos que Dios no me ama, inmediatamente nos cuestionamos: ¿por qué Dios ya no me quiere? Y no es que Dios no me siga amando, es que sencillamente nosotros no experimentamos su amor. Pero por una lógica inconsciente, nos decimos: “Dios me está castigando por lo que hice”.
Dios no necesita razones para amarnos.
Dios no necesita que le demos razones para amarnos.
Dios nos ama sin razones.
Somos nosotros los que necesitamos razones para amar a alguien. ¿Y por qué tengo yo que amarle a ése?
Dios nos ama siempre de modo gratuito. Y la gratuidad no necesita razones. La gratuidad no ama con razones. La gratuidad ama por el fuego y la necesidad misma de amar. Cuando Pablo y Juan nos dicen que, en esto se conoce el amor que Dios nos tiene, “en que nos amó cuando todavía nosotros éramos pecadores (éramos malos)” nos están diciendo que nosotros no teníamos razón alguna a favor nuestro para exigirle su amor.
Dios no tuvo ninguna razón para crearnos. Nos creó desde la gratuidad de su amor.
Dios no tuvo ninguna razón para encarnar a su Hijo. Lo encarnó desde la gratuidad de su amor.
Dios no tuvo ninguna razón para entregar a su Hijo a la muerte. Lo entregó desde la plenitud de su amor gratuito.
Dios no tiene tampoco razones para perdonarnos cuando pecamos. Nos perdona desde su amor gratuito.
Dios no tiene razón alguna para estar todos los días y todas las horas encerrado en el Sagrario. Está allí por pura gratuidad.
El fuego quema, no porque tenga razón alguna para destruir una vivienda o un bosque. Quema sencillamente por ser fuego.
El Dios de nuestra fe no es un Dios que actúa y obra porque “tiene razones”.
El Dios de nuestra fe, el que recibe y hace fiesta por el hijo prodigo, el que busca la oveja perdida, no tiene razón alguna. Es un Dios que en vez de razones, como nosotros, tiene amor. Mejor dicho es “el amor”. Y hasta nosotros decimos que el “amor no entiende de razones”.

Y es posible que, uno de nuestros grandes equívocos para con Dios sea precisamente ese: el estar continuamente pidiéndole razones:
¿Por qué no me escuchas?
¿Por qué no me consigues trabajo?
¿Por qué no me curas?
¿Por qué no me sacas de esta situación de pobreza?
¿Por qué a mí todo me va mal y a otros les va mucho mejor?
¿Por qué los malos te rechazan?
¿Por qué la sociedad no cuenta contigo?
No. A Dios no podemos pedirle razones. Con Dios sólo nos queda una cosa: dejarnos amar por él. Dios sólo tiene una razón: el amor.
Somos nosotros los que necesitamos razones para pedir fuego y que los queme a todos, sencillamente “porque no nos reciben”. Y no nos reciben “porque vamos a Jerusalén”. ¿Verdad que es curioso el corazón humano?

Clemente Sobrado C. P.
www.iglesiaquecamina.com

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