«Recuerdo que me llamaba mucho la atención el ver a una catecúmena que se pasaba horas
muertas arrodillada ante el sagrario.
Llegaba a la Capilla y avanzando con ese silencio peculiar de quien está acostumbrado a andar
descalzo y sin ruidos desde la infancia, se acercaba al Señor cuanto su respeto se lo permitía y
allí permanecía indiferente a cuanto le rodeaba.
Un día nos tropezamos cuando ella salía. Empezamos a hablar y poco a poco, sin extorsiones
ni violencias arrastré el tema de la conversación hacia sus visitas al Santísimo. En un momento
en que me dio pie para ello con una de sus frases pregunté:
- ¿Qué hace usted tanto tiempo ante el sagrario?
Sin vacilar, como quien tiene ya pensada de antemano la respuesta, me contestó:
- Nada.
- ¿Cómo que nada? -insistí-. ¿Le parece a usted que es posible permanecer tanto tiempo sin
hacer nada?
Esta precisión de mi pregunta que borraba toda posible ambigüedad pareció desconcertarle un
poco. No estaba preparada para este juicio de investigación, por eso tardó más en responder.
Al fin abrió los labios:
- ¿Que qué hago ante Jesús Sama? Pues... ¡estar! -me aclaró.
Y volvió a callarse. Para un espíritu superficial había dicho poco. Pero en realidad no había
callado nada. En sus pocas palabras estaba condensada toda la verdad de esas horas sin fin
pasadas junto al Sagrario. Horas de amistad. Horas de intimidades en las que nada se pide ni
nada se da. Solamente se está.
Desgraciadamente son muy pocos los que saben comprender el valor de este “estar con
Cristo”, pues para ser real “estar” tiene que encerrar una entrega a Cristo en el Sagrario que no
tenga otro objeto que estar -sin hacer nada, con el fin de acompañar- si a esto se le puede
llamar no hacer nada.»
Pedro Arrupe: En Él solo la esperanza
Llegaba a la Capilla y avanzando con ese silencio peculiar de quien está acostumbrado a andar
descalzo y sin ruidos desde la infancia, se acercaba al Señor cuanto su respeto se lo permitía y
allí permanecía indiferente a cuanto le rodeaba.
Un día nos tropezamos cuando ella salía. Empezamos a hablar y poco a poco, sin extorsiones
ni violencias arrastré el tema de la conversación hacia sus visitas al Santísimo. En un momento
en que me dio pie para ello con una de sus frases pregunté:
- ¿Qué hace usted tanto tiempo ante el sagrario?
Sin vacilar, como quien tiene ya pensada de antemano la respuesta, me contestó:
- Nada.
- ¿Cómo que nada? -insistí-. ¿Le parece a usted que es posible permanecer tanto tiempo sin
hacer nada?
Esta precisión de mi pregunta que borraba toda posible ambigüedad pareció desconcertarle un
poco. No estaba preparada para este juicio de investigación, por eso tardó más en responder.
Al fin abrió los labios:
- ¿Que qué hago ante Jesús Sama? Pues... ¡estar! -me aclaró.
Y volvió a callarse. Para un espíritu superficial había dicho poco. Pero en realidad no había
callado nada. En sus pocas palabras estaba condensada toda la verdad de esas horas sin fin
pasadas junto al Sagrario. Horas de amistad. Horas de intimidades en las que nada se pide ni
nada se da. Solamente se está.
Desgraciadamente son muy pocos los que saben comprender el valor de este “estar con
Cristo”, pues para ser real “estar” tiene que encerrar una entrega a Cristo en el Sagrario que no
tenga otro objeto que estar -sin hacer nada, con el fin de acompañar- si a esto se le puede
llamar no hacer nada.»
Pedro Arrupe: En Él solo la esperanza
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