Por Fernando Torres Pérez cmf
Publicado por Ciudad Redonda
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De Santiago Matamoros a Santiago Peregrino
Una de las imágenes más tradicionales de Santiago Apóstol que podemos encontrar en nuestras iglesias es la de Santiago Matamoros. Recuerda el momento en que, agobiados los reinos cristianos de la España de entonces por la presión musulmana, dice la tradición que en la batalla de Clavijo el mismo apóstol Santiago salió a batallar en apoyo de las huestes cristianas. Se nos hace difícil hoy conciliar esa imagen con el Evangelio. Incluso en el caso de que fuera para liberar a los cristianos de la obligación de entregar cien doncellas todos los años, como cuentan los cronicones. Hoy parece que los historiadores concuerdan que la batalla tiene mucho más de legendario que de hecho real. La leyenda, eso sí, ha servido para la afirmación de la identidad española a lo largo de la historia.
La realidad es que ni el que predicó el Reino ni sus seguidores más directos, los apóstoles, se han podido convertir a lo largo de la historia en defensores de reinos y fronteras en conflicto con otros reinos. No es creíble la idea de ver ni a Jesús ni a uno de sus apóstoles salir al frente de batalla para defender por la violencia ideas ni identidades nacionales. No es creíble que haga eso el que entregó la vida por amor nuestro y por el Reino.
En camino y con la vieira
Es preferible tener presente otra forma muy común de representar a Santiago en nuestras iglesias: Santiago peregrino. Es un apóstol Santiago que ha asumido él mismo el papel del peregrino que recorre el camino hacia el lugar donde, según la tradición, está depositado su cuerpo: Santiago de Compostela.
El peregrino es una imagen del cristiano mucho más cercana al Evangelio que la del soldado en batalla. El peregrino es la persona que se pone en camino. Va en busca de algo aunque no sepa con total claridad qué es lo que busca. Lo que vive no le resulta suficiente. Necesita algo más. Y por ello está dispuesto a llegar al fin del mundo.
El camino, en realidad, es mucho más importante que la meta. A lo largo del camino, los encuentros y desencuentros van haciendo del peregrino parte de la marea de la vida. En la fraternidad, en el encuentro con el otro caminante, el camino se hace posible. Por la misma senda han caminado otros durante siglos. La senda se ha ido haciendo gracias a lo muchos que la han hollado pero cada peregrino tiene que dar sus propios pasos, dejar su propia huella. En la senda hay subidas y bajadas, momentos de gloria y de luz y momentos de oscuridad y dificultad. Lo que se busca se encuentra pero nunca se termina de encontrar del todo. La meta está siempre más allá.
Hay que tener fuerza y arrojo para hacer el Camino. Materialmente, se puede hacer en un mes. De Roncesvalles a Santiago no se tarda más. Espiritualmente, tomarse la vida como un camino, como una peregrinación, lleva más esfuerzo. Es necesario darnos cuenta de que el camino se hace en fraternidad pero también en la decisión personal de seguir caminando. En el camino se descubre la presencia de la gracia gratuita que posibilita que el caminante siga adelante pero también que ese camino no se hace sin el necesario esfuerzo personal del caminante, sin su decisión de seguir caminando, de dejar lo conocido, de dar el siguiente paso aunque cueste.
En camino hacia el Reino
La madre de Santiago, de los Zebedeos, tenía muy claro cuál era el fin del camino de sus hijos: que se sentasen en el reino a ambos lados de Jesús. Jesús le responde que primero hay que hacer el camino, hay que beber el cáliz de la vida hasta el final, y dejarse sorprender por el final del camino. Y que ciertamente ese final no se construye sobre el dominio ni la opresión de unos sobre otros sino sobre la fraternidad y el servicio mutuo. Los caminantes que quieran seguir a Jesús, como él, no están ahí para ser servidos sino para servir. Todo un estilo de hacer el camino.
Santiago peregrino nos muestra hoy el camino. No nos deja un mapa detallado sino que nos muestra apenas hacia dónde caminar. A los primeros pasos seguirán otros. En el camino iremos descubriendo el sentido. En el camino descubriremos a los otros, se irán entrelazando nuestras manos y nuestras vidas. En el camino es importante no dejar a nadie atrás y caminar al paso del más débil. En el camino se experimenta la gracia de Dios pero también la necesidad del esfuerzo personal. Cada paso es una afirmación de la voluntad de seguir, de encontrar la vida, de ser testigos del Dios que nos llama a salir de nuestro egoísmo para ponernos en camino hacia el Reino. Porque hay que obedecer a Dios antes que a los hombres –primera lectura–.
Pongámonos en camino, conscientes de que llevamos nuestro tesoro en vasijas de barro –segunda lectura– pero también seguros y confiados de que Dios mismo nos irá mostrando el camino y ayudándonos a construir el Reino.
Una de las imágenes más tradicionales de Santiago Apóstol que podemos encontrar en nuestras iglesias es la de Santiago Matamoros. Recuerda el momento en que, agobiados los reinos cristianos de la España de entonces por la presión musulmana, dice la tradición que en la batalla de Clavijo el mismo apóstol Santiago salió a batallar en apoyo de las huestes cristianas. Se nos hace difícil hoy conciliar esa imagen con el Evangelio. Incluso en el caso de que fuera para liberar a los cristianos de la obligación de entregar cien doncellas todos los años, como cuentan los cronicones. Hoy parece que los historiadores concuerdan que la batalla tiene mucho más de legendario que de hecho real. La leyenda, eso sí, ha servido para la afirmación de la identidad española a lo largo de la historia.
La realidad es que ni el que predicó el Reino ni sus seguidores más directos, los apóstoles, se han podido convertir a lo largo de la historia en defensores de reinos y fronteras en conflicto con otros reinos. No es creíble la idea de ver ni a Jesús ni a uno de sus apóstoles salir al frente de batalla para defender por la violencia ideas ni identidades nacionales. No es creíble que haga eso el que entregó la vida por amor nuestro y por el Reino.
En camino y con la vieira
Es preferible tener presente otra forma muy común de representar a Santiago en nuestras iglesias: Santiago peregrino. Es un apóstol Santiago que ha asumido él mismo el papel del peregrino que recorre el camino hacia el lugar donde, según la tradición, está depositado su cuerpo: Santiago de Compostela.
El peregrino es una imagen del cristiano mucho más cercana al Evangelio que la del soldado en batalla. El peregrino es la persona que se pone en camino. Va en busca de algo aunque no sepa con total claridad qué es lo que busca. Lo que vive no le resulta suficiente. Necesita algo más. Y por ello está dispuesto a llegar al fin del mundo.
El camino, en realidad, es mucho más importante que la meta. A lo largo del camino, los encuentros y desencuentros van haciendo del peregrino parte de la marea de la vida. En la fraternidad, en el encuentro con el otro caminante, el camino se hace posible. Por la misma senda han caminado otros durante siglos. La senda se ha ido haciendo gracias a lo muchos que la han hollado pero cada peregrino tiene que dar sus propios pasos, dejar su propia huella. En la senda hay subidas y bajadas, momentos de gloria y de luz y momentos de oscuridad y dificultad. Lo que se busca se encuentra pero nunca se termina de encontrar del todo. La meta está siempre más allá.
Hay que tener fuerza y arrojo para hacer el Camino. Materialmente, se puede hacer en un mes. De Roncesvalles a Santiago no se tarda más. Espiritualmente, tomarse la vida como un camino, como una peregrinación, lleva más esfuerzo. Es necesario darnos cuenta de que el camino se hace en fraternidad pero también en la decisión personal de seguir caminando. En el camino se descubre la presencia de la gracia gratuita que posibilita que el caminante siga adelante pero también que ese camino no se hace sin el necesario esfuerzo personal del caminante, sin su decisión de seguir caminando, de dejar lo conocido, de dar el siguiente paso aunque cueste.
En camino hacia el Reino
La madre de Santiago, de los Zebedeos, tenía muy claro cuál era el fin del camino de sus hijos: que se sentasen en el reino a ambos lados de Jesús. Jesús le responde que primero hay que hacer el camino, hay que beber el cáliz de la vida hasta el final, y dejarse sorprender por el final del camino. Y que ciertamente ese final no se construye sobre el dominio ni la opresión de unos sobre otros sino sobre la fraternidad y el servicio mutuo. Los caminantes que quieran seguir a Jesús, como él, no están ahí para ser servidos sino para servir. Todo un estilo de hacer el camino.
Santiago peregrino nos muestra hoy el camino. No nos deja un mapa detallado sino que nos muestra apenas hacia dónde caminar. A los primeros pasos seguirán otros. En el camino iremos descubriendo el sentido. En el camino descubriremos a los otros, se irán entrelazando nuestras manos y nuestras vidas. En el camino es importante no dejar a nadie atrás y caminar al paso del más débil. En el camino se experimenta la gracia de Dios pero también la necesidad del esfuerzo personal. Cada paso es una afirmación de la voluntad de seguir, de encontrar la vida, de ser testigos del Dios que nos llama a salir de nuestro egoísmo para ponernos en camino hacia el Reino. Porque hay que obedecer a Dios antes que a los hombres –primera lectura–.
Pongámonos en camino, conscientes de que llevamos nuestro tesoro en vasijas de barro –segunda lectura– pero también seguros y confiados de que Dios mismo nos irá mostrando el camino y ayudándonos a construir el Reino.
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