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viernes, 2 de julio de 2010

XIV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (Lc 10, 1-12.17-20) - CICLO C: Enviados muy «especiales»



...Así dice el Señor...: cono un niño a quien su madre consuela, así os consolaré yo... (ls 66,10-14).

Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, en la cual el mundo está crucificado para mí, v yo para el mundo... (Gál 6,14-18).

Designó el Señor otros setenta Y dos, y los mandó por delante, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares adonde pensaba ir él... (Lc 10,1-12.17-20).

Llamados para ser enviados

El domingo pasado se hablaba de la vocación cristiana. Hoy el tema se desarrolla en torno a la misión.

Las dos realidades resultan inseparables entre sí. No hay vocación sin misión.
Es más, la vocación está en razón de la misión.

Por lo que el «llamado» es necesariamente un «enviado» (o sea, un apóstol).
Dios interpela a unas personas para asignarles unas tareas.

Será suficiente recordar que la misión es «asunto» de todos, y no puede ser adjudicada a individuos especializados en ese sector específico.

La Iglesia entera es misionera, en su globalidad y en cada uno de sus miembros.
Todos los creyentes, por su vocación bautismal, asumen una responsabilidad precisa para la difusión del mensaje de Cristo.

Si un cristiano no es apóstol, tampoco es cristiano.

Las tres lecturas de hoy nos ayudan, ante todo, a descubrir los dos polos de referencia del apóstol.

-Por una parte hay una palabra de alegría y de paz (primera lectura y evangelio)
-En el otro extremo está la cruz de Cristo (segunda lectura, que es la última página de la Carta a los gálatas).

A un mundo desgarrado por las divisiones y el odio, el misionero lleva unas palabras de paz.
El tercer Isaías se dirige a un pueblo que ha atravesado el túnel oscuro del exilio, que ha sufrido una prueba cruel, y se hace portador, no de las amenazas y de los castigos, sino de las «consolaciones maternales» de Dios. Ahora ya el corazón debe abandonar la tristeza y el miedo, y dejar sitio a la alegría («festejad... gozad... alegraos... »).

El otro punto de referencia esencial viene dado por la cruz de Cristo.
Pablo recuerda que el retrato del verdadero apóstol está recortado sobre aquel leño (y sobre quien está clavado en él).
La participación en el misterio pascual evita al apóstol ceder tanto a una interpretación triunfalista de la propia misión, como al desánimo frente a los fracasos.

La fecundidad de la palabra, y consiguientemente la autenticidad de la misión, no se verifica ni por el éxito ni por el fracaso según criterios de valoración humanos, sino por su germinar y crecer en el terreno árido del Calvario.
Líneas para esbozar un retrato del misionero
Jesús en el evangelio se encarga de esbozar la figura del misionero y de precisar el dinamismo de la misión.

-La fuente de la misión está en la oración y no en el proyecto humano. «Rogad al dueño de la mies que mande obreros a su mies». Los obreros para la mies no son reclutados mediante machaconas campañas publicitarias, patéticas llamadas a la generosidad, sino que son «mandados» por Dios, que gusta ser «solicitado» mediante la oración. El campo es suyo, y consiguientemente la misión es gracia, no planificación de los hombres.
Los obreros son «dados», no «producidos».
Si el apóstol, pues, es fruto de la oración y no nace de una decisión autónoma en los laboratorios terrenos especializados, ha de encontrar también, en la oración, el estímulo, la fuerza y la orientación para su acción.

La misión se apaga en el mismo momento en que se interrumpe la vinculación con la fuente.

Sin la oración el apostolado se convierte en profesión.

-La misión está bajo el signo de la debilidad, de la mansedumbre, de una entrega sin reservas y sin pretensiones. «Os mando como corderos en medio de lobos». La única fuerza del apóstol es una palabra desarmada, que puede ser rechazada, burlada, resistida.

También frente a la hostilidad, al rechazo y a la persecución, el misionero recurre a la libertad y no al apremio, al testimonio valiente y sereno, pero no a la agresividad, a la dulzura y no al chantaje del miedo.

Si no está penetrado por el amor de Cristo, el apostolado se convierte en conquista. Y cuando se conquistan territorios cada vez más extensos, zonas de influencia más numerosas, con el objetivo del poder, pisoteando las conciencias, coartando la libertad de las personas, entonces se estrechan los espacios del Reino.
-La pobreza es el estilo de la misión. Jesús manda a sus discípulos sin «talega, ni alforja, ni sandalias...».

La eficacia no está ligada a los medios humanos, a las obras colosales, a las estructuras imponentes, a las técnicas más modernas. El poder de la Palabra no puede ser reemplazado por el dinero ni por el prestigio de la institución.
La difusión del evangelio no está asegurada, automáticamente, por el número y por los «recursos».

Un aspecto particular del estilo pobre, simple, que debe caracterizar la misión es la esencialidad. «...No os detengáis a saludar a nadie por el camino». El apóstol no anula las reglas de buena educación y los principios de la cortesía, pero se niega a perder tiempo (y credibilidad) en los ceremoniales mundanos, en los ritualismos jaraneros-celebrativos, donde la vanidad y las apariencias celebran sus triunfos bajo la máscara religiosa.

El verdadero apóstol no es uno que «aparece» en la escena de este mundo, es alguien que no acapara honores, no colecciona puestos privilegiados.

Incluso si le reservan una butaca en primera fila, permanece vacía, porque el destinatario se ha comprometido a llevar por los caminos una «buena noticia» (que no tiene nada que ver con los tarjetones de invitación).

El, más que exhibirse en los palcos, prefiere frecuentar las barriadas y las casas de los pobres, de los débiles, de la gente que no cuenta, estar presente en donde hay desesperación, donde se sufre y se siente el abandono («curad a los enfermos...»).

El apóstol sabe que el evangelio no pasa a través de las inclinaciones, de las sonrisas formales y de los discursos de circunstancias. Es necesario «sacudir el polvo» de los aplausos, de las aprobaciones organizadas, de las reverencias superficiales, de los entusiasmos emotivos, de las adhesiones de conveniencia, para que aparezca la sustancia del evangelio y cada uno se ponga frente a las propias responsabilidades.
Si la misión no adopta este estilo de pobreza y esencialidad, baja de categoría y se convierte en empresa, propaganda, espectáculo. Cuando se preocupa de la propia imagen, cuando se recurre a «operaciones de promoción» para vender el producto religioso, cuando se está obsesionado por el triunfo, cuando se entra en competición para «contar» más, cuando se abre camino a codazos para asegurarse posiciones de influencia, no hay duda: la causa del evangelio está en otra parte.
San Pablo, desde su postura de apóstol libre y «nueva criatura» afirma: «En adelante, que nadie me venga con molestias, porque yo llevo en mi cuerpo las marcas de Cristo».

Se diría, en contra de esto, que un cierto tipo de apostolado en clave moderna prefiere no ser molestado ni estorbado, en las propias escaladas, por la tosca cruz de Cristo...

En vez de «crucificados para el mundo», o sea, liberados de las sugestiones de las lógicas mundanas, se encuentra la propia «gloria» en posturas que sí tienen que ver con el Señor crucificado y resucitado, pero que se colocan exactamente en la... parte opuesta respecto al condenado del Gólgota...

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